Ucrania y Rusia afrontan su segundo año de guerra sin atisbo de paz y con Europa cada día más implicada en el conflicto
Hace justo un año, el tablero de estabilidad europeo saltaba en pedazos en Ucrania.
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El alivio de salir de la pandemia de covid se desvaneció entre el estruendo de las explosiones de los misiles, el crepitar de las carreteras al paso de los carros de combate rusos y el llanto de las víctimas y los refugiados ucranianos que huían de la contienda que más ha marcado y marcará el destino de Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
En un año, la contienda se ha saldado con la reconfiguración del sistema de seguridad en Europa, la ruptura de los lazos políticos y económicos de Occidente con la agresora Rusia y el retorno a los peores momentos de la Guerra Fría, el corte de los suministros de energía rusos hacia el oeste y el liderazgo indiscutible de Estados Unidos sobre sus aliados de la OTAN y la Unión Europea.
La creciente implicación de Estados Unidos y Europa en la guerra, con la entrega de dinero, armas y municiones a la Ucrania que resiste a Rusia, ha desembocado en el rearme del viejo continente y ha vuelto a emplazar el armamento nuclear como elemento de disuasión.
Si bien algunos gobiernos occidentales calificaban las amenazas nucleares rusas como una bravata, la reciente decisión del presidente Vladímir Putin de suspender la participación de Moscú en el Nuevo Tratado de Control de Armas Estratégicas (New Start) ha disparado la inquietud entre quienes conocen las estrategias conminatorias del jefe del Kremlin.
Parece que solo mueren civiles ucranianos y soldados rusos
Las víctimas directas de la guerra las pone Ucrania, con cerca de ocho millones de refugiados fuera de su territorio y cinco millones más dentro del país. El número de víctimas civiles mortales fluctúa según quien haga el recuento y habrá que esperar al final de la guerra para saberlo, aunque las cifras más bajas las sitúan en casi 7.200 personas, según Naciones Unidas
También se desconoce el número de soldados caídos, aunque podrían ser decenas de miles en cada uno de los bandos. No ha ayudado el que los medios de comunicación occidentales optaran solo por dar las cifras suministradas por la propaganda ucraniana manejada desde los cuarteles de Bruselas, Londres y Washington. Un lector de periódicos o seguidor de programas de televisión y radio en España, por ejemplo, puede pensar que en Ucrania solo mueren los soldados rusos, pues solo se dan cifras de rusos muertos.
El número de víctimas civiles mortales fluctúa según quien haga el recuento
La inteligencia británica, principal fuente en Occidente de tales manipulaciones, ha rozado límites inusitados de desinformación en este año de guerra. Desinformación aceptada sin reparos por buena parte de los medios de prensa occidentales.
Tales postulados llevaron a pensar que el Ejército ruso estaba acabado tras los primeros meses de guerra, dotado solo con armas viejas que se encasquillaban, y profundamente desmoralizado. Una de las primeras enseñanzas de las escuelas militares es que la mejor manera de caminar hacia la derrota es minusvalorar al enemigo.
La destrucción de Ucrania es también desoladora, no solo en las ciudades golpeadas por los misiles y los drones rusos. Las infraestructuras críticas, destinadas al suministro de energía eléctrica, gas y agua, han sido durante meses blanco de los ataques ordenados por el Kremlin. Los objetivos civiles se convertían en objetivos militares para desmoralizar a la población y ralentizar la capacidad de respuesta del Ejército ucraniano.
En esta guerra de desinformación, por ambas partes enfrentadas y por quienes azuzan el conflicto, las acciones bélicas se han convertido en un espectáculo mediático, mientras se enarbolaba de forma obscena la bandera de la lucha por los valores europeos y la democracia en los campos de batalla de Ucrania, un país que antes de la contienda no se caracterizó por respetar a sus minorías étnicas y lingüísticas.
Ucrania, tablero de juego geopolítico
La invasión lanzada por Rusia el 24 de febrero de 2022 ya había sido anunciada por los servicios secretos estadounidenses en diciembre del año anterior, aunque existía la esperanza de que el despliegue ruso en torno a la frontera común solo fuera un farol del Kremlin para acotar el acercamiento de Occidente a un país que Moscú considera estratégico para su propia seguridad.
Las insistentes llamadas del presidente Volodímir Zelenski a la integración de Ucrania en la OTAN eran muy bien acogidas por Washington y otros miembros de la Alianza, y Moscú repitió sus advertencias, que nadie escuchó. Y si fueron escuchadas, nadie movió un dedo para tranquilizar al Kremlin y detener la invasión. Había muchos intereses en juego.
Y el mayor de esos intereses era convertir a Ucrania en el último bastión de la OTAN ante Rusia y la nueva tierra promisoria de expansión de una Unión Europea deseosa de contar en sus haberes las mayores tierras de cultivo del continente.
Rusia, conocedora del potencial que supuso Ucrania para la Unión Soviética, también apostaba por un territorio muy rico, que sirviera de contención ante los misiles y aviones de la OTAN, y de ruta del gas que había convertido en dependientes de la energía rusa a tantos países de Centroeuropa.
Alimento a los mercachifles y pobreza para los ciudadanos
Así, las sanciones impuestas a Moscú cortaron el gas ruso hacia Europa, especialmente Alemania, y llevaron a su sustitución por gas licuado procedente de países como Argelia, Nigeria, Noruega, Catar y, sobre todo, Estados Unidos, cuyas compañías gasíferas compiten con sus empresas armamentísticas en el volumen de beneficios obtenidos ya de la guerra.
Mientras, en Europa se roza la recesión, cierran las empresas por los disparatados precios de la energía y cada vez se hace más complicada la mera subsistencia de las personas con menos recursos por el brutal encarecimiento de viviendas, alquileres o la mera cesta de la compra.
Y a pesar de ello, líderes como el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, llaman al rearme, a la fabricación sin límites de municiones y a disparar los presupuestos de defensa hasta al menos el 2,5 del PIB de cada país atlantista.
La guerra de los despropósitos
Los primeros estadios de la invasión (llamada eufemísticamente por el Kremlin "operación militar especial") vieron fracasar el intento ruso de llegar a Kiev. Eso, si es que esa fue su intención inicial y no la apertura de un frente provisional en el norte de Ucrania para dividir a las fuerzas ucranianas mientras el principal esfuerzo bélico se centraba en el Donbás, esa parte rusófona del este de Ucrania alzada en armas contra el centralismo nacionalista ucraniano en 2014 con apoyo de Moscú.
En ese año 2014, considerado por muchos analistas como el comienzo de la actual guerra, también se produjo la anexión de Crimea por parte de Rusia en un referendo ilegal que en octubre pasado se repitió en los cuatro territorios ocupados: Donetsk, Lugansk (ambas regiones forman el Donbás), Zaporiyia y Jersón. Aunque Rusia ha ocupado buena parte de estas regiones ucranianas, aún hay ciudades que resisten ferozmente el avance ruso.
Como Bakhmut, en Donetsk. Después de que una fuerte contraofensiva ucraniana alejara en septiembre a las tropas rusas de la septentrional Járkov, la segunda gran ciudad del país, y de que Moscú perdiera algunas localidades importantes en esa zona de acceso al Donbás, la presión de las fuerzas del Kremlin con apoyo de los mercenarios del Grupo Wagner se centró en Bakhmut. La toma de Soledar y otras poblaciones cercanas no ha llevado aún a la caída de ese nudo ferroviario, clave para el acceso a ciudades como Kramatorsk y Sloviansk.
En torno a Bakhmut se espera parte de la ofensiva rusa anunciada para el final del invierno
Es en torno a Bakhmut donde se espera parte de la ofensiva rusa anunciada para el final del invierno y el principio de la primavera, pero que no acaba de concretarse, a pesar de que el Ejército ruso cuenta con el refuerzo de los 300.000 nuevos soldados reclutados por orden de Putin.
Esta leva forzosa llevó a la huida al extranjero de cientos de miles de jóvenes rusos para evitar su incorporación al frente en Ucrania. El miedo al reclutamiento, la imposición de la censura, el cierre de redes sociales y medios de comunicación, y la persecución de los disidentes y opositores a la guerra conforman la pesadilla que viven los rusos de a pie.
La guerra ha cortado los lazos de Rusia con Estados Unidos, mientras China espera al otro lado del continente euroasiático los siguientes movimientos de Washington, cuyo interés geopolítico y comercial está en Asia y el Pacífico, pero que busca el desgaste de Rusia, socio principal de China y uno de sus grandes proveedores de hidrocarburos.
Una Europa que afirma que la paz pasa por la guerra
La contienda también ha convertido la Europa de los derechos en una Europa que afirma que la paz pasa por la guerra y la adquisición de más armas a EEUU para reponer sus almacenes vaciados en la asistencia militar a Ucrania. Y lo que no se esperaba volver a contemplar está sucediendo, una Alemania que dispara su presupuesto de defensa y se vuelve a militarizar.
Son despropósitos de una contienda que nadie parece tener intención de detener. Los intentos que se hicieron en marzo, apenas comenzado el conflicto, con la mediación de Turquía y del entonces primer ministro israelí, Naftali Bennett, fracasaron porque Washington y Londres sabotearon esa iniciativa. Indicaron que no había llegado aún el momento de parar la guerra.
Efectivamente, no se había desgastado lo suficiente a Rusia. No se había martirizado lo suficiente a Ucrania para convertirla en un símbolo que sirviera de cohesión a la Europa desunida. Ahora, un año después, los tanques Leopard 2 ya comprometidos a Kiev y la posibilidad de enviar a Ucrania aviones de combate o misiles de largo alcance constituyen las bisagras de la nueva Europa militarista.
Pero pese a todo, es cada vez mayor ese murmullo de quienes piensan que ésta no es la guerra de los europeos; es una guerra entre Estados Unidos y su bloque militar contra Rusia, en suelo ucraniano y sobre sangre ucraniana y rusa.
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