La tormenta provocada por el Silicon Valley Bank muestra la necesidad de controlar más a la banca
Después de una década de beneficios para la banca, los relojes regulatorios del sistema financiero no pueden retrasarse cada cierto tiempo para sostener las cuentas de resultados de las entidades.
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"No quiero ver el reloj regulatorio retrasarse de nuevo". Estas fueron las palabras de Janet Yellen, la actual secretaria del Tesoro americano. Esta ordenó la intervención de la Reserva Federal (Fed), a través de la Federal Deposit Insurance Corporation (el fondo de garantía de depósitos estadounidense, o FDIC) con la que se sellaron las coberturas para proteger a los clientes del Silicon Valley Bank y Signature Bank. Hace cinco años, en 2017, cuando Yellen estaba a punto de dejar la presidencia de la Reserva Federal a Jerome Powell, la Administración Trump ya se había declarado contraria a la conocida como ley Dodd Frank. Con esta, Barack Obama buscó embridar el sistema bancario americano a raíz de la quiebra de Lehman Brothers.
Yellen consideró que aquel cambio legislativo, que impulsaba Steven Mnuchin, figura de Wall Street reclutado por Trump como secretario del Tesoro, alejaría definitivamente a EEUU de los postulados de la denominada Volcker Rule (la piedra regulatoria angular que lleva el nombre del que, para muchos, ha sido el mejor presidente de la Fed, Paul Volcker). Esta norma restringía la capacidad de autonomía de los bancos en el diseño de productos de inversión especulativos.
Los deseos de Mnuchin eran los de "matar partes substanciales" de las normativas Dodd Frank y la doctrina Volcker porque eran "un desastre" (para contentar los deseos nada ocultos del entonces inquilino de la Casa Blanca). Frente a esto, Yellen vio en esta maniobra el epitafio a cualquier intento de extirpar definitivamente de los libros contables los activos tóxicos que habían causado el colapso bancario de 2008 y de limitar la frontera entre la banca comercial y de inversión.
También el entonces presidente del BCE, Mario Draghi, se posicionó del lado de la presidenta de la Fed, en un momento en el que Europa se desmarcó del estilo Mnuchin con su normativa conocida como MiFid 2. En vigor desde 2018, el marco europeo creó reglas más transparentes que las americanas, en línea con las recomendaciones del Banco Internacional de Pagos (BIS, según sus siglas en inglés), para operar en los mercados europeos. Como dijo Draghi en aquella ocasión, "lo último que se necesita es una devaluación de las normas financieras que han reconducido la fortaleza de los bancos y de los servicios financieros a cotas mucho más elevadas de las que tenían antes de la crisis de 2008".
Desde esta brecha legislativa, en el último decenio, los bancos han seguido una estela de pingües beneficios. En medio de esto, se han quejado por "los excesivos requerimientos" que deben acometer para superar sus exámenes de liquidez y solvencia que les fueron impuestos por su responsabilidad durante la crisis de 2008 (pagada por los contribuyentes a través de rescates, y, en el caso español, nunca devueltos en su totalidad).
Y ha sido, además, una década de beneficios prodigiosa para las entidades financieras, en un entorno de tipos de interés bajos (durante un largo lustro próximos a cero, y ocho sin subidas en el área del euro) que han condicionado sus márgenes crediticios, su histórico y primigenio negocio. El colofón ha sido este último ejercicio, en el que la banca (junto con las petroleras) ha protagonizado históricos dividendos mundiales del último año, en el que las cotizadas globales se repartieron 1,56 billones de dólares (una cifra similar al PIB español), y un 8,4% más que en 2021, según el informe Janus Henderson Global Dividend Index.
En el último decenio, los bancos han seguido una estela de importantes beneficios
La crítica bancaria, que acusa de "excesivo fervor intervencionista", parece desaparecer por momentos cuando bancos como el SVB o Credit Suisse (la otra cara de esta moneda en Europa, con serios problemas de gestión ejecutiva desde el pasado otoño), necesitan la ayuda del Estado para solventar sus fugas masivas de ahorro y depósitos.
Con estos antecedentes conviene preguntarse si los relojes regulatorios están en hora para dar carpetazo a unas quiebras, como las del SVB y el Signature Bank. Estas amenazan con contagiar a un sector con activos suficientes, teóricamente, para capear este temporal. O si, por el contrario, la escalada de tipos de interés de los bancos centrales para frenar las espirales inflacionistas tiene visos de detonar otra crisis crediticia global. Estos cinco argumentos pueden aclarar las advertencias que penden sobre el desfiladero que atraviesa el sector financiero.
1. Arrogancia e incompetencia recorren la industria financiera de EEUU
La banca, que se ha desvanecido esta semana transformaba depósitos (pasivos) en créditos (activos) hasta una dimensión que hubiera necesitado paralizar de inmediato sus estrategias internas, explican en Businessweek. Dichas maniobras servían para adquirir vehículos de leasing, comprar viviendas o cubrir presupuestos municipales. El origen de la debacle financiera del SVB está en sus compras de decenas de millones de dólares en bonos, una cantidad sacada ante el incremento de depósitos de sus clientes durante la pandemia.
El negocio bancario es un truco de confianza, recuerdan en The Economist, para señalar que tras la caída del SVB, la decimosexta entidad crediticia de EEUU, hubo un fallo crucial que acabó con un banco de 40 años de vida en menos de 40 horas. Su cúpula ejecutiva admitió carecer de la liquidez suficiente para cubrir sus propios depósitos cuando sus clientes reclamaban sus ahorros. Y los habían convertido en inversiones. Es la tenue frontera entre la banca privada y comercial (o para ser más exactos, entre un inversor y un ahorrador). La maquillada salida a bolsa de Bankia, el fraude de las preferentes o los más de 22.000 millones del rescate al Titanic madrileño de la banca vienen a la memoria con la quiebra del SVB.
En este contexto, Joe Biden aclaró que el auxilio de su Administración no ampararía la responsabilidad de los ejecutivos ("así funciona el capitalismo", ha dicho). Los grandes bancos americanos han acudido con una indisimulada urgencia a rescatar con 30.000 millones de dólares al First Republic (la tercera de las entidades estadounidenses en el disparadero). Mientras, el Credit Suisse se vio obligado a pedir el salvavidas al banco central suizo. Las turbulencias dejan varios buques a la deriva.
Los desembolsos de JP Morgan Chase, Citigroup, Bank of America, Wells Fargo, Morgan Stanley o PNC Financial Services sobre First Republic (cuyas acciones cayeron nada menos que un 62% en el lunes negro de esta semana del indicador bursátil KBW Regional Banking), revelan un intento de alcanzar responsabilidades compartidas por parte del Tesoro de EEUU. Western Alliance es una de las cartas más visibles en el frágil castillo de naipes bancario de EEUU, en caso de que Washington y el sector bancario no consigan contener la desconfianza de los inversores.
2. El Atlántico no es una barrera contra el contagio
Así lo demuestra la respuesta del Banco Nacional de Suiza de nada menos que 50.000 millones de francos suizos para reanimar la salud financiera de Credit Suisse. El histórico estandarte de las grandes inversiones patrimoniales, del que UBS, su eterno rival, no quiere ni oír hablar de fusión, en un país cuyas normas regulatorias escapan del control de la Autoridad Bancaria Europea.
El Banco Nacional de Suiza ha desembolsado 50.000 millones de francos para reanimar la salud de Credit Suisse
La del Suisse es otra pica más de mala praxis. En octubre, y tras un verano convulso en las plazas bursátiles, su consejero ejecutivo, Ulrich Körner, incidió en que la entidad tenía capacidad más que suficiente para restablecer sus cuotas de liquidez sin acudir a aumentos de capital, pese a que el precio de sus acciones estaban en niveles históricamente bajos y sus costes prestamistas disparados por los retrocesos de sus notas de solvencia entre las principales agencias de calificación. Otra vez la cuenta atrás del reloj regulatorio en marcha.
La firma británica de inversión M&G Investments no descarta que alguna entidad acabe comprado el Suisse porque vea en el mercado de deuda de los grandes bancos europeos (de más de 412.000 millones de dólares, según sus cálculos) un negocio atractivo. Por su parte, Stephanie Niven, de Ninety One, describe la situación del banco suizo no tan desastrosa porque las economías europeas están mejor protegidas para los contagios. A su juicio, de momento, "el mercado está tratando de normalizar los excesos de liquidez surgidos tras la covid-19 y las alzas de tipos de interés", pero "todo dependerá de cómo afronten este riesgo las autoridades y del tamaño y las fallas de cada banco en situación de peligro". La semilla ha germinado, pero puede llegar a talarse, explica. Para JP Morgan la única solución del Suisse es su absorción.
3. Parada obligada a la escalada de tipos
El BCE ha sido la primera gran entidad en tomar una decisión monetaria en medio de esta semana negra. Y lo hizo manteniendo la hoja de ruta que descontaba una subida de medio punto de los tipos de interés, hasta dejar el precio del dinero en el 3,5%. Una señal inicial aparentemente de tranquilidad (es la trayectoria prevista para frenar la inflación) pero en una senda equivocada porque el encarecimiento de los préstamos puede anticipar la salida masiva de ahorros en unas familias y empresas que está quemando a marchas forzadas los ahorros de los hogares y las perspectivas de inversión de las compañías.
De Guindos: "Ciertos bancos podrían estar especialmente vulnerables a subidas de tipos"
Es el gran debate coyuntural que deja la crisis bancaria en ciernes: cómo pueden las autoridades económicas y monetarias rebajar las tensiones. "Es probable que la fase más agresiva de subidas de tipos globales desde la década de los ochenta toque a su fin por las turbulencias de liquidez de los bancos", explica Ella Hoxha, de Pictet Asset Management. El BCE ha dejado pasar la primera oportunidad, porque, tal y como aduce Christine Lagarde, "está plenamente equipado para afrontar problemas de liquidez" y ha traslado el testigo a la Fed. Ethan Harris, de Bank of America, observa en condición de acabar con su rally alcista: "Ya venía manifestando su predisposición a dejar de priorizar la batalla contra la inflación" por las expectativas de aminoramiento del IPC a medio plazo.
El vicepresidente del BCE, Luis de Guindos, puso el dedo en la llaga al admitir que "ciertos bancos podrían estar especialmente vulnerables a subidas de tipos" y alertó al sector financiero del euro que no "caigan en la complacencia" pese a que el sistema europeo "esté menos expuesto" que el estadounidense a las embestidas financieras.
4. Riesgos de recesión a la vista
Las tensiones bancarias y las espirales de tipos e inflación han elevado las amenazas de contracción de las economías. En EEUU, Goldmans Sachs incrementa hasta un 35% las opciones de números rojos del mayor PIB global en los próximos doce meses ante la incertidumbre financiera. Y son de los más optimistas porque el consenso otorga un 60% de posibilidades de recesión. A pesar de que la Reserva Federal, según JP Morgan, dispone de un arsenal de dos billones de dólares para hacer frente a los problemas de liquidez de su sistema bancario.
En Europa, los meses iniciales del año han infundido un cierto optimismo a que la zona del euro sortee el receso de su economía. La fase de estanflación -crecimiento plano con precios elevados- podría difuminarse si el BCE no establece un techo temporal inminente a la subida de tipos. Otra disputa normativa que rige los destinos de los bancos centrales es el principio del control de precios en torno al 2%, y que parece predominar siempre sobre otros parámetros como el vigor económico o la creación de empleo, domina la escena monetaria mundial. A no ser que la recesión despierte el espíritu de las palomas de los comités ejecutivos de los organismos de regulación.
5. ¿Hay similitudes con la crisis de 2008?
Las consignas del mercado dicen que no. Mark Zandi, economista jefe de Moody's Analitycs, así lo atestigua con cuatro claves. En primer lugar, porque las anomalías, inducidas por unas firmas de capital riesgo con altas dosis de imprudencia, han ocurrido en bancos de mediana dimensión con intereses inversores en los sectores tecnológico y de criptodivisas, cuyos mercados entraban ya en varios meses de correcciones y con un sistema económico en dinamismo. A diferencia del tsunami crediticio de 2008.
En segundo término, por el efecto balsámico sobre los niveles de solvencia y liquidez de la Dodd-Frank que, a pesar de los cambios acaecidos en su espíritu, ha insertado racionalidad en los capitales de los bancos y reducido las caras ocultas de sus libros contables.
También porque la Casa Blanca ha respondido con suma celeridad a la crisis, en contraste con la larga decisión de intervención sobre Lehman Brothers. Y, finalmente, porque, al menos hasta ahora, EEUU mantiene cierto pulso económico y de creación de empleo, aunque lleve ya más de nueve meses coqueteando con los números rojos. La National Bureau of Economic Research (NBRN), la institución encargada de certificar las recesiones en EEUU, todavóa no ha declarado su entrada oficial en números rojos por el tirón, cada vez más menguante, eso sí, del consumo y el mercado inmobiliario.
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