Rusia afianza su liderazgo junto a China de un bloque euroasiático frente a Occidente
Putin aprovecha la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái para reforzar el peso de Rusia en Asia y relegar la guerra de Ucrania a una crisis europea.
Madrid-
El presidente ruso, Vladímir Putin, está jugando sus cartas asiáticas para rebajar la estrategia de la OTAN y la Unión Europea de convertir la guerra de Ucrania en un conflicto en el que está en juego el destino del mundo. Rusia quiere reforzar su peso asiático y aprovecharlo para dotarse de munición norcoreana y componentes estratégicos chinos, ampliar su presencia en los mares de Asia Oriental, incluido el entorno de Taiwán de la mano de China, y para asegurar alternativas económicas a las sanciones que pesan sobre Moscú y Pekín por desafiar la hegemonía occidental.
Hay más mundo y más historia más allá de Ucrania e incluso de Europa. Este es el mensaje que Putin ha querido presentar a China, su socio estratégico en Asia, y al resto de miembros del Sur Global asiáticos han estado presentes estos días en el encuentro de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) reunidos en Astaná, Kazajistán.
Como refuerzo del mensaje "euroasiático" y de "interacción estratégica" con Pekín del Kremlin, con renovados intereses desde el Mar Caspio hasta el Mar de China Meridional y Taiwán, el Parlamento ruso suspendió este miércoles la participación de la Federación Rusa en la Asamblea Parlamentaria de la Organización de Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE).
Las dos cámaras legislativas de la Asamblea Federal de Rusia bloquearon las cotizaciones rusas a ese organismo y lanzaron así un torpedo bajo la línea de flotación de uno de los órganos de mediación en caso de conflictos con más trayectoria en el viejo continente.
Moscú, por su parte, lanzó otro aviso, si cabe, igual de importante: "con China cooperaremos en todos los campos, incluidos los más sensibles", anunció el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, en el marco de la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái en la capital kazaja.
Esta decisión resalta la apuesta rusa por una asociación estratégica con China que va más allá de economía y que incluye la seguridad y la defensa. En este nuevo ámbito de relaciones, cuestiones como Ucrania o Taiwán pasan a ser asuntos de preocupación y responsabilidad también del otro socio.
Cumbre Xi-Putin
Esa confluencia de intereses la mostraron en su cumbre bilateral de este miércoles en Astaná, Putin y Xi Jinping. Era la segunda vez que se veían en menos de dos meses, tras la visita del presidente ruso a China el pasado mes de mayo.
"La interacción ruso-china en los asuntos mundiales es uno de los principales factores estabilizadores en la arena internacional", aseveró Putin. El mandatario ruso no fue parco y afirmó que "las relaciones ruso-chinas de amplia asociación e interacción estratégica atraviesan el mejor período de su historia".
La cumbre oficial de jefes de Estado y de Gobierno ha tenido lugar este jueves en el Palacio de la Independencia en Astaná. No obstante, como hicieron Xi y Putin, ya se empezaron a reunir bilateralmente los mandatarios de los países asistentes.
La OCS está integrada por China, India, Irán, Kazajistán, Kirguistán, Pakistán, Rusia, Tayikistán y Uzbekistán, aunque también acudieron a la cumbre mandatarios de Azerbaiyán, Mongolia, Turkmenistán, Catar, Emiratos Árabes Unidos, Turquía y Bielorrusia.
La entrada de Bielorrusia en la organización creada en 2001 es uno de los puntos fuertes del encuentro, al que también asiste el secretario general de la ONU, Antonio Guterres. Bielorrusia participa desde 2010 en la OCS como socio de diálogo y desde 2015 como observador.
Occidente y su doble rasero
En este contexto, en el que se están abordando asuntos de seguridad y cooperación en Eurasia, la guerra de Ucrania aparece reflejada por la diplomacia rusa como un conflicto europeo que preocupa a todos los participantes, pero hasta cierto punto, pues refleja las disputas entre la OTAN y Rusia, por una parte, y los flecos que quedaron sin coser de la caída de la Unión Soviética, a la que también pertenecieron muchos de los miembros de la OCS.
Incluso uno de los invitados a esta cumbre, Turquía, pertenece a la OTAN y tiene un gran peso en Asia Central, uno de los marcos de acción de aquella organización euroasiática. Su presidente, Recep Tayyip Erdogan, no tiene ningún problema en reunirse con Putin en Astaná, a pesar de que sus compañeros de la Alianza Atlántica hayan colocado al líder ruso a la cabeza de los enemigos de la Europa atlantista y democrática.
A los miembros de la OCS la democracia que abandera Occidente les suena a un discurso con doble rasero. Un discurso que lleva a los países europeos liderados por EEUU a armar hasta los dientes a Ucrania para detener el supuesto peligro ruso, mientras las compañías armamentísticas se lucran sin límite.
O para mantener la presencia militar europea en el Sahel y defender a sus aliados en la región, por muy déspotas que sean, y así garantizar el acceso de las compañías occidentales a las reservas de minerales estratégicos.
Rusia ha aprovechado el daño que las sanciones occidentales han causado en los países emergentes, incluidos los asiáticos, para avivar el resquemor hacia Occidente. Ello le ha permitido seguir vendiendo sus hidrocarburos e incluso multiplicar sus ventas, como ha sido el caso de China e India.
El descrédito de Occidente, apoyado en sus aliados juramentados de Asia, es decir, Japón y Corea del Sur, ha empujado también a que un país como Corea del Norte, convertido en un paria al albur de su despótica dictadura y que solo mantenía un diálogo cambiante con China, se haya volcado en una nueva amistad con Rusia.
Este pacto ha permitido a Rusia encontrar un abastecedor de munición a gran escala al que no le afectan las sanciones occidentales, porque ya las tiene todas.
El pilar sino-ruso y la cuestión taiwanesa
Pero es con China, y con su presidente, Xi Jinping, con quien Putin ha puesto toda la carne en el asador, pese a la palpable competición que pueden tener ambos países en lugares como el Asia Central postsoviética. Esa amistad sino-rusa afianzada tras la invasión de Ucrania por una cuestión de conveniencia económica y política (desafiar a EEUU y sus aliados también en la cuenca del Pacífico y en Asia) se ha plasmado en la compra del gas y el crudo rusos rechazados por Europa.
En el ámbito de la seguridad, la entente cordial entre Pekín y Moscú se ha puesto de relieve en las renovadas maniobras conjuntas en Extremo Oriente, que han alertado especialmente a Japón, y en el intercambio de componentes tecnológicos de doble uso susceptibles de ser empleados en la fabricación de armamento.
Tal cooperación militar también ha puesto nervioso a Washington, que de pronto ve cómo un conflicto como el que mantiene con China en torno a la isla de Taiwán, con el apoyo estadunidense a las ínfulas independentistas de la isla, adquiere un aspecto internacional muy poco deseado. Rusia, en una de sus temidas "respuestas asimétricas" responde a la ayuda armamentística de EEUU y sus aliados a Ucrania, con el apoyo sin fisuras a Pekín en el Mar de China Meridional.
El pasado marzo, el propio Putin levantó una oleada de críticas en Taiwán cuando calificó a la isla como "una parte inalienable de China". El presidente ruso fue más allá y afirmó que las "provocaciones" en torno a Taiwán eran "los intentos" de algunos "países hostiles" para "socavar el desarrollo" de China. Moscú cerraba filas sin fisuras con Pekín. El anuncio de Peskov en Astaná este miércoles deja claro que ese alineamiento implica también el área de la seguridad.
Hoy en día, más que nunca, un conflicto armado entre China y EEUU por Taiwán sería una guerra mundial. El Kremlin ha apostado por incrementar el número y volumen de los ejercicios militares con China para compensar la presencia estadounidense en el marco de sus acuerdos con los países del llamado grupo de seguridad AUKUS (Australia, Reino Unido y Estados Unidos) y del QUAD (un foro más informal que agrupa a Australia, India, EE.UU e India).
India es un país con buenas relaciones con Occidente, pero ya manifestó en su momento que no le gustaban las sanciones impuestas a Rusia y no demoró un segundo en acogerse a las ventajas que suponían el gas y el petróleo rusos que no podían ya venderse en Europa.
Aunque en esta cumbre de la OCS no ha participado el presidente Narendra Modi y ha sido sustituido por su ministro de Exteriores, Subrahmanyam Jaishankar, se espera que el jefe de Estado indio visite Moscú este mes de julio y dé así otro espaldarazo a la agenda asiática de Putin.
El gambito turco
Más importante es la decisión del presidente turco de acudir a la cumbre de Astaná, sabiendo que en ella se está ensamblando un contrapoder a Occidente. Pero es que Turquía no es Occidente, como ya ha dejado entender muchas veces Erdogan. El líder turco no está dispuesto a renunciar a ese papel de puente entre Europa y Asia, que quizá en otro momento de la historia podría haber correspondido a Rusia, pero que, en las actuales circunstancias, es Turquía la que lo asume.
Las primeras negociaciones para detener la guerra de Ucrania, apenas unas semanas después de que comenzara la invasión, fueron gestionadas por Turquía y solo la arrogancia de Estados Unidos y Reino Unido, que vieron la oportunidad de desgastar a Rusia con la contienda, dieron al traste con esos esfuerzos.
En esta cumbre de la OCS, China sucederá a Kazajistán hasta 2025 al frente de este bloque de seguridad peculiar, sin las ambiciones de la OTAN, pero dispuesto a dificultar los intentos hegemónicos occidentales.
Por eso, Xi Jinping indicó que esta cumbre de la OCS "abrirá una nueva página" en la historia de la organización. Está por ver cuál es esa hoja de ruta china y si incluye algún tipo de mediación internacional sobre Ucrania, eso sí, sin excluir a Rusia de la negociación, como recordó Xi en Astaná.
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