JERUSALÉN.- Después de 42 días de intensas negociaciones, el primer ministro Benjamín Netanyahu ha logrado componer una coalición en la que jugarán un papel central los partidos más radicales, tanto religiosos como nacionalistas. El nuevo gabinete contará con el ajustado apoyo de 61 de los 120 escaños de la Kneset. El propio Netanyahu ha declarado que este solo es un punto de partida y que intentará ampliar la coalición tan pronto como sea posible con partidos como el de Avigdor Lieberman, Yair Lapid o incluso con los laboristas de Haim Herzog.
El respaldo inicial de 61 diputados implicará varios problemas técnicos, entre ellos la necesidad de que todos los ministros acudan a diario al parlamento para evitar sorpresas, es decir, perder votaciones frente a los 59 diputados de la oposición. “Los ministros apenas podrán ir al cuarto de baño para no quedar en minoría”, ha observado un analista.
“Los ministros apenas podrán ir al cuarto de baño para no quedar en minoría”, ha observado un analista ante lo ajustado de la coalición de Netanyahu
Para ilustrar esta dramática situación bastará recordar algunos hechos ocurridos recientemente. El gobierno de Netanyahu ha prohibido la entrada en el país de un ministro sudafricano que se ha expresado contra la ocupación. Netanyahu y el presidente Reuven Rivlin se han negado a recibir al expresidente Jimmy Carter que ha visitado la región con una iniciativa de paz. Netanyahu se ha negado a recibir al secretario de Estado John Kerry de gira por la zona aduciendo que no es el momento adecuado.
Todo esto ha ocurrido en los últimos días y muestra a las claras el programa de Netanyahu. Por si esto no fuera suficiente, se ha de añadir que el gobierno sigue impulsando sin descanso la construcción en los territorios ocupados e incluso el Tribunal Supremo acaba de aprobar la destrucción de un pueblo beduino entero, Umm al Hiran, para construir en su lugar otro asentamiento judío.
Todo esto se hace a plena luz del día, sin que los laboristas rechisten y avalado por el aparente “juego democrático”, mientras la comunidad internacional permanece con los brazos cruzados. Pero estos mismos hechos son reveladores respecto al pasado, el presente y el futuro de un Israel que torea las resoluciones internacionales sin que nadie le tosa.
El último acuerdo para la coalición lo firmó Netanyahu en la noche del miércoles, justo una hora y media antes de que expirara el plazo que tenía para informar al presidente Rivlin del resultado de sus intentos. Su interlocutor fue el líder de La Casa Judía, Naftalí Bennett, un partido ortodoxo y nacionalista que saca gran parte de sus votos de los colonos.
Bennett, que solo cuenta con ocho escaños, ha obtenido cuatro ministerios, incluido el de Justicia, que desempeñará Ayelet Shaked, una política que en materia de radicalismos no tiene nada que envidiar a nadie, y que ya se está preparando para reformar el sistema judicial con el fin de someter sus decisiones a la mayoría que ella representa en la Kneset.
Los nuevos ministros jurarán sus cargos a mediados de la semana que viene, probablemente el miércoles, y de esta manera comenzara la andadura de un gobierno que a duras penas se puede calificar de más radical que los anteriores puesto que está a su altura. Un gobierno del que no se puede esperar nada positivo y cuyo principal objetivo será aguardar a que el presidente Barack Obama salga de la Casa Blanca dentro de diecinueve meses para que deje de incordiar a Netanyahu.
La paz con los palestinos no depende de los palestinos, porque éstos no pueden hacer nada, ni de los israelíes, porque éstos no quieren hacer nada, sino de Europa y Estados Unidos
El laborista Herzog ha criticado la composición del gobierno en el marco del “juego democrático”, pero algunos líderes laboristas admiten que hay bastantes posibilidades de que a corto plazo los laboristas se integren en la coalición.
Esta circunstancia sería muy bien recibida en Occidente aunque no aportaría ninguna ventaja a Occidente puesto que los laboristas han formado y forman parte esencial en el sistema de la ocupación de los territorios palestinos. Sin duda, habría promesas de que van a solucionar ese conflicto endémico, pero serían simplemente promesas.
La principal aliada de Herzog, Tzipi Livni, ya entró en el último gobierno con la sobada promesa de que impulsaría el proceso de paz, aunque no solo no lo hizo sino que apoyó durante toda la legislatura unas políticas radicales de expansión en las colonias judías. Las palabras de la oposición, como siempre, se reducen a pura cháchara.
En cuanto a los propiamente líderes laboristas, como es el caso de Herzog, tampoco puede esperarse nada. Baste recordar que el primer ministro que más ha construido en los territorios ocupados es un laborista, Ehud Barak, quien para más inri ha sido considerado y se le sigue considerando en Occidente como un “hombre de paz”.
Algunos comentaristas han señalado con justicia que el nuevo gobierno refleja perfectamente la voluntad y las aspiraciones del electorado, para quien el proceso de paz es simplemente un asunto remoto que debe quedar al margen como algo del pasado. Naturalmente, la paz con los palestinos no depende de los palestinos, porque éstos no pueden hacer nada, ni de los israelíes, porque éstos no quieren hacer nada, sino de Europa y Estados Unidos, pero éstos no quieren hacer nada y probablemente tampoco pueden hacer nada.
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