Este artículo se publicó hace 9 años.
Nagasaki, la tragedia a la sombra de Hiroshima
La ciudad conmemora el 70 aniversario de la segunda bomba atómica con el peligro de ahogarse en el recuerdo de su predecesora
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MADRID.- La ciudad japonesa de Nagasaki conmemora este domingo el 70 aniversario del ataque nuclear del que fue objeto el 9 de agosto de 1945. A las 11.02 de ese día, el bombardero B-29 Bockscar arrojaba sobre la ciudad la bomba Fat Man, más potente que la empleada tres días antes en Hiroshima. Cerca de 74.000 personas murieron entre el segundo que comenzó el ataque y los cinco meses posteriores.
A diferencia de Hiroshima, donde fallecieron 20.000 soldados nipones, el bombardeo de Nagasaki se cobró casi por entero vidas civiles: solo 150 de los fallecidos eran personal militar. Otros 75.000 supervivientes, los llamados hibakusha, sufrieron heridas prácticamente irreversibles.
La devastación de Nagasaki fue ignorada por el presidente de Estados Unidos, Harry Truman, en su discurso del 9 de agosto donde anunció los planes de reconstrucción de posguerra. Solo se refirió a Hiroshima una vez. El caso, no obstante, es que Nagasaki alteró para siempre el entendimiento que Truman tenía del uso de las armas atómicas, si bien es cierto que nunca lamentó públicamente el ataque sobre ambas ciudades.
El presidente, cuentan los archivos, nunca dio su autorización expresa al uso de ambas bombas: simplemente se limitó a no interferir con la decisión tomada por la cúpula del Ejército. Tras Nagasaki, y tras recibir los informes del número casi inconcebible de civiles muertos en tan breve lapso de tiempo, Truman decretó que las armas atómicas solo pudieran ser usadas con el permiso expreso del presidente de Estados Unidos.
"Nagasaki se disuelve en la memoria", escribe para el NYT Susan Southard, autora del libro Nagasaki, la vida después de la guerra. En su columna para el medio estadounidense, Southard argumenta que la narrativa "oficial" por la que se considera que fue este segundo ataque el que consiguió convencer a Japón de que se rindiera es inexacta. Un factor esencial en la rendición japonesa, habitualmente olvidado, es la decisión de la Unión Soviética de combatir junto a los aliados.
"Solo 11 horas antes del bombardeo, un millón y medio de soldados soviéticos entraron en Manchuria (norte de China) y atacaron en tres frentes al agotado Ejército japonés", escribe. Cuando llegaron las noticias de Nagasaki a los oídos del emperador Hirohito, las deliberaciones sobre la rendición prosiguieron sin más menciones al bombardeo. Esa misma noche, Japón aprobó la capitulación.
"Todo sucedió en un instante", recuerda Yoshida, uno de los hibakusha, que se encontraba a medio kilómetro de la explosión. "El calor era tan intenso que me acurruqué como un calamar seco", explica en el libro de Southard. La onda expansiva le alcanzó en el costado derecho y salió despedido cuarenta metros. Aterrizó sobre un arrozal, con la cara y medio cuerpo achicharrados.
Quienes se encontraban en el epicentro de la explosión resultaron vaporizados en menos de tres segundos por temperaturas de hasta 4.000ºC. Cientos de personas en el radio más inmediato salieron despedidas por vientos hasta 500 kilómetros por hora. El estallido rompió ventanas a diez kilómetros de distancia.
"Cuerpos ennegrecidos cubrían el suelo", relata Southard. "Los supervivientes se tambaleaban entre las ruinas entre gritos de dolor, con su piel colgando como una sábana. La mayoría de la gente permaneció en silencio. Muchos simplemente cayeron muertos justo donde se encontraban".
La ciudad de Nagasaki nunca estuvo entre los objetivos prioritarios del Ejército estadounidense para soltar la segunda bomba. Fue añadida en el último momento, junto a Niigata y Kokura (el objetivo inicial, inalcanzable para el bombardero por la nula visibilidad). La detonación arrasó al menos seis escuelas, una prisión, dos hospitales y una clínica para tuberculosos, según el mapa oficial de daños publicado después por el Ejército estadounidense.
Pero un dato quizá menos conocido es que la localización exacta de la explosión tuvo una enorme importancia en el desarrollo social de Nagasaki y en los movimientos pacifistas locales, un hecho que ha contribuido a ensombrecer esta tragedia, debido a que la onda expansiva de la bomba se llevó consigo el precario equilibrio religioso que existía en la ciudad.
La bomba no estalló en el centro de Nagasaki, sino en un barrio a tres kilómetros al norte, llamado Urakami, el lugar donde vivían dos grupos fuera de la sociedad tradicional: los descendientes de los kakure kirishitan, cristianos que vivían escondidos en el siglo XVII, cuando Japón se cerró a la entrada de religiones extranjeras, y los llamados burakumin, que vivían de los curtidos de cuero, y eran considerados parásitos sociales.
La bomba de plutonio acabó con las vidas de 8.500 de los cristianos de la ciudad y 300 de los 900 burakumin. Para muchos de los practicantes de la religión nativa de Japón, el sintoísmo, la explosión de Nagasaki sobre Urakami fue considerado un castigo divino.
El hecho de que gran parte de la población considerara la detonación de la bomba como un fenómeno providencial anuló la aparición de movimientos pacifistas tan influyentes como el de Hiroshima. No no existe, para hacerse una idea, un monumento dedicado al pacificsmo de posguerra que llame instantáneamente al recuerdo de la tragedia, como sí lo hay en Hiroshima -(la cúpula atómica, declarada patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1966).
Charles Sweeney, el piloto del Bockscar, era un devoto católico que acabó haciendo donaciones a los orfanatos de la ciudad, que visitó en septiembre de 1945, e incluso llegó a pedir al Papa Juan XXII que el Vaticano prestara su pleno apoyo a las víctimas del ataque, según hicieron saber fuentes familiares a la agencia de noticias japonesa, Kyodo News.
Así, la enmudecida respuesta de la población de Nagasaki durante los años posteriores del ataque ha pasado a formar parte del refranero popular: "Ikari no Hiroshima, Inori no Nagasaki" ("Hiroshima se enfurece, Nagasaki reza").
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