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Desde el primer momento, el duelo presidencial Trump-Clinton fue calificado en EEUU como el de "la brecha de géneros", es decir la diferencia entre los porcentajes de hombres y de mujeres que votan a cada uno de los aspirantes a la Casa Blanca. Ciertamente, el resultado de este 8 de noviembre ha batido el récord de esa brecha, puesto que el republicano ganó entre los hombres por 12 puntos de diferencia, mientras que la demócrata ganó entre las mujeres por 13, acumulando un abismo de 25 puntos porcentuales entre los dos.
El único candidato que se acercó a semejante "brecha de géneros" fue el demócrata Al Gore, quien obtuvo en 2000 una ventaja sobre George W. Bush de 12 puntos entre las mujeres y se sumó un abismo sexual de 22 puntos entre los dos. Sin embargo, a Hillary Clinton esa enorme fosa entre géneros no sólo no la ha impulsado hacia la victoria, sino que ha sido en parte responsable de su derrota, a causa de la traición de las norteamericanas blancas, que han desoído el descarnado machismo de Donald Trump, en palabra y hechos, para decantarse a su favor... o en contra de la ex primera dama de Bill Clinton.
Los EEUU de las mujeres y los EEUU de los hombres
Trump se lanzó a la palestra electoral con una campaña de descarada prepotencia masculina, sin ahorrar palabras denigrantes contra las mujeres ni avergonzarse cuando salió a la luz una grabación en la que se jactaba de acosarlas como si fueran "perras". A continuación, empezaron a dar la cara diversas mujeres que relataron sus experiencias de acoso sexual a manos del multimillonario, sin que él tampoco las respetase en sus reacciones ante esas denuncias. Todo ello parecía conducirle hacia un brutal choque en las urnas con el electorado femenino de EEUU, que asciende al 52% de todos los votantes registrados y frente al cual casi todos los observadores le consideraron derrotado de antemano.
Incluso se hicieron extrapolaciones preelectorales sobre cómo podrían resultar las presidenciales si sólo votasen mujeres o sólo votasen hombres, como la que encabeza este artículo –elaborada por FiveThirtyEight (CincoTreintayOcho, el número 538 de delegados al Colegio que escoge al presidente)–, en la que una votación femenina produciría supuestamente una arrolladora victoria de Clinton por 450 a 80 delegados, mientras que una exclusivamente masculina haría ganador a Trump por 350 a 188.
Pero, al cerrarse los colegios electorales este martes, todas estas previsiones y encuestas demostraron estar erradas, porque se sobrevaloró enormememente el rechazo que se suponía tendría entre el electorado femenino el machismo de Trump. Sobre todo, entre las mujeres blancas, quienes dieron una sorprendente ventaja de 10 puntos en las urnas al magnate (53% del voto de esas féminas) por encima de la exsecretaria de Estado (sólo el 43% de esos sufragios).
Por supuesto que Trump arrolló a su rival en el voto de los hombres blancos (63% a 31%), pero su victoria no se debió sólo a ese fenómeno –más que previsible para los gabinetes demoscópicos– sino a la sorprendente falta de sensibilidad de las estadounidenses de raza blanca frente a las humillaciones a las que las había sometido el potentado que se convertirá –en parte, gracias a ellas– en el presidente más peligroso que jamás se haya sentado en el Despacho Oval.
Clubes femeninos contra "Killary"
Ni que decir tiene que ese 53% de mujeres blancas que votaron por Trump estaba formado en su mayor parte por electoras republicanas, pero aún no se explican los analistas norteamericanos cómo tuvieron tan poco impacto entre ellas las barrabasadas del magnate: a pesar de la evidente misoginia del candidato, clubes femeninos furiosamente enemigos de Clinton –que inundaban las redes con tuits con el hashtag #Killary, juego de palabras entre su nombre de pila y el término "asesina"– siguieron engrosando sus filas con afiliadas, como Females For Trump (80.000 seguidoras) o Women For Trump (53.000 seguidoras).
En total, el 91% de las electoras republicanas votaron por Trump –casi el mismo apoyo que el que recibió de los hombres republicanos (92%)– a pesar de su sexismo. Más aún, Clinton también perdió frente al millonario (49% a 41%) entre las mujeres registradas como "independientes" (que no apoyan a priori a ninguno de los dos grandes partidos).
Históricamente, las norteamericanas siempre se han inclinado más en favor del Partido Demócrata que hacia el republicano, pero en esta ocasión Hillary ha obtenido unos resultados decepcionantes entre el conjunto de las mujeres: el 54% de las electoras la votaron, pero Obama obtuvo el apoyo del 55% de las votantes en 2012.
Esta situación de desapego de las estadounidenses frente a la primera posibilidad real de que una mujer se convirtiese en la primera presidenta de EEUU quedó más que patente en los estados bisagra, donde se libraban las verdaderas batallas que iban a decidir la guerra por la Casa Blanca. Por ejemplo, en Florida, esencial para las aspiraciones de Hillary y cuya numerosa población hispana había hecho creer a los demócratas que negaría su apoyo al candidato racista, xenófobo y antiinmigrantes. Allí, Clinton obtuvo un miserable porcentaje del 51% del voto femenino y se vio condenada a la derrota.
Pero Hillary tampoco obtuvo un respaldo femenino masivo en el resto de los estados clave para ganar la mayoría del Colegio que elige al presidente: 53% de las votantes en Michigan y New Hampshire; 54% en Ohio, Wisconsin, Georgia y Colorado; 55% en Carolina del Norte, y 58% en Pennsylvania. Exiguas mayorías femeninas que no le permitieron superar la abrumadora superioridad de Trump entre los hombres blancos sin formación (72% a 23% en el conjunto de EEUU).
En definitiva, Clinton sólo logró superioridad en el voto de las mujeres blancas (y tampoco mucha: 51% a 45%) entre las licenciadas universitarias (como ella misma). Mientras que dos de cada tres norteamericanas blancas sin estudios apoyaron a Trump.
Un panorama desolador para las feministas estadounidenses.
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