Este artículo se publicó hace 5 años.
Golpe de PinochetLa memoria de Chile contra la dictadura sigue viva en el Estadio Nacional
Miles de velas se encienden en recuerdo de las víctimas de la dictadura que fueron detenidas, torturadas y desaparecidas en el interior del que fue el mayor campo de concentración del país.
Meritxell Freixas
Santiago De Chile-
Banderas, pañuelos, camisetas y carteles de distintos tamaños y colores, con las caras de Allende o el Che, puños en alto, siglas de partidos o lemas combativos. Miguel Ángel Inostrosa vende su merchandising a la salida del Estadio Nacional que, como cada año desde 2010, acoge el acto en recuerdo a las víctimas de la dictadura de Pinochet. Su producto estrella de hoy es, sin duda, el pañuelo de Salvador Allende. A su lado, otro vendedor ofrece DVD’s de cine político y más allá libros y fanzines. La oferta aumenta con las horas: pinchos de carne, dulces, café, bebidas e incluso pasteles de marihuana.
“El pueblo olvida lo que se vivió aquí, acá hubo muchos asesinatos, se torturó, se mató, fue una dictadura. Tengo amigos que fueron detenidos y desaparecidos, y por eso estoy aquí con mis eslóganes”, exclama Miguel Ángel, de 53 años.
El Estadio Nacional fue el centro de detención y tortura más grande de Chile. Por el lugar pasaron más de 20.000 prisioneros y prisioneras políticas durante los primeros dos meses de la dictadura. Las instalaciones, que siguen funcionando como centro deportivo y para acoger grandes acontecimientos, se convierten cada 11 de septiembre en un sitio de memoria que congrega miles de chilenos y chilenas. Según la Corporación Estadio Nacional Memoria Nacional, encargada del evento, el año pasado 35.000 personas se acercaron al coliseo, algunos para rendir homenaje a sus amigos y familiares; otros, simplemente, para no olvidar. Este año, según los organizadores, la cifra podría ser mayor.
“Y ahora el pueblo que se alza en la lucha con voz de gigante gritando: ¡Adelante! El pueblo unido, jamás será vencido, el pueblo unido jamás será vencido…” De fondo suena el tema de la banda folclórica Quilapayún, una de las más emblemáticas de la resistencia contra la dictadura. Los asistentes cantan enérgicamente, incluso con rabia, y muchos levantan el puño al aire. Hay gente de todas las edades: mayores, jóvenes y también familias con niños.
Algunos exhiben carteles o fotografías, como Nora, una mujer octogenaria que desde su silla de ruedas muestra la imagen de su hermano colocada en un portafotos. Otros colocan velas en señal de recuerdo, paran atención a los personajes que desfilan por el escenario o se entretienen con el escaparate de mensajes escritos en el muro que circunda el complejo deportivo: “Basta de impunidad”, “Ni olvido ni perdón”, “20.000 bebés robados en dictadura”.
“Contra los discursos negacionistas”
Al interior del recinto, el público se concentra en la escotilla número 8, una de las zonas más simbólicas del Estadio. Funcionó como celda para unos 400 presos que, desde ahí, podían ver y reconocer a sus familiares en el exterior cuando se acercaban para recibir noticias de sus seres queridos.
En las paredes todavía se conservan algunos grabados y marcas (nombres propios, siglas, calendarios, etc.) que los prisioneros dejaron en 1973 como testimonio de su reclusión. “¿Por qué los mataron?”, pregunta una niña de unos seis años a su padre mientras observa las fotos de los detenidos. El papá la coge en brazos y le responde al oído. La multitud se comprime dentro de este espacio convertido en una especie de mausoleo que llega a su clímax cuando los músicos entran para tocar su repertorio más conocido y la gente canta a pleno pulmón: “Correlé, correlé, correlá, correlé que te van a matar...”. Es un momento sobrecogedor que destila el dolor y resentimiento que dejó la dictadura.
Desde la escotilla 8 se llega a la llamada “Gradería de la Dignidad”, donde los encarcelados esperaban a ser llamados para ser sometidos a los interrogatorios. Todavía conserva intactos los bancos de madera y colores de la época. “Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro”, se lee en la parte más alta de la tribuna. Así lo entienden quienes están hoy en el Estadio. “Hemos venido para nunca olvidar lo que pasó en este país y para seguir buscando la verdad y justicia”, explica Vivian Murúa, de 58 años. Para Inti Lefort, que tiene 30 y llegó con su hermano y varios amigos, ir al Estadio “es una bonita tradición que permite recordar y honrar la memoria de la gente que fue asesinada y combatir los discursos negacionistas”.
El joven se refiere a la polémica que a primera hora de la mañana desató un inserto a página completa publicado en el diario conservador El Mercurio titulado El 11/9/1973 Chile se salvó de ser como es hoy Venezuela, firmado por un grupo de 60 personas y que recoge breves declaraciones a favor de la dictadura de varios personajes públicos del país.
La controversia se agudizó por el rechazo del Gobierno de Sebastián Piñera a realizar un acto oficial conmemorativo de los 46 años del golpe. Varios parlamentarios de la oposición, entre ellos familiares de Allende, acusaron al Ejecutivo de “negacionista” y criticaron su intención de normalizar la fecha. Piñera se limitó a ofrecer una comparecencia pública –sin preguntas de la prensa– en la que igualó las balanzas para ambos bandos: habló de las “reiteradas e inaceptables violaciones a los derechos humanos” que se dieron durante el régimen militar, pero también insistió en que “la democracia venía enferma” y que el gobierno de la Unidad Popular “había conducido a Chile a una crisis sin precedentes”.
No hay 11 de septiembre en Chile sin que sectores de la derecha conservadora abran el melón de “las dos versiones” de la historia del golpe. La sociedad chilena, sin embargo, ha peleado mucho y duro contra olvidos y reinterpretaciones. Sabe, como se escribió en el Estadio, que la memoria es el futuro.
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