ROMA
Actualizado:Cuando el Papa Ratzinger se reunía con la Curia para notificar algo incómodo lo hacía en latín, porque sólo el veinte por ciento de los cardenales le entendía y, por ende, terminaban cabreándose. Más de uno, mientras anunciaba su dimisión, estaba literalmente dormido. Puede ser cierto que le faltara tacto, incluso que tuviera ideas retrógradas o anquilosadas, pero era listo y estudioso. Da la sensación de que se retiró sin ser del todo comprendido.
Sucede algo parecido hoy en Italia. En general en toda Europa, donde se siguen usando códigos y palabras primitivas para referirse a Giorgia Meloni, la ganadora de las elecciones celebradas en Italia este domingo. Todo el mundo anda por ahí alertando sobre su política y sus ideas autárquicas, pero pocos saben quién es realmente para -en caso de ser necesario- neutralizarla. De ella se esperan complots, que opte por el extremismo frente a los compromisos y los pactos. Parece simple, pero en realidad es muy complejo. Hay muchas voces, pero la incomunicación es total. El drama parece sacado de una película de Michelangelo Antonioni.
"Meloni cumplirá los requisitos impuestos por las autoridades financieras europeas, aunque con los migrantes será otra historia. Quizás un revival populista e identitario. Será difícil para ella, pero deberá controlar a un peligroso aliado como Salvini", explica Massimo Cacciari, filósofo y ensayista, quien lleva más de diez años reivindicando nuevos términos en política. Comenzando por la palabra izquierda, manida, torpe, usada por "conservadores".
"Volviendo al resultado electoral, es verdad que su éxito puede ser una caja de resonancia para otros países como España, donde está Vox, pero la gente no vota de acuerdo a lo que sucede en otros países", sentencia, sin detenerse demasiado en las sombras neofascistas, herencias del Movimiento Social Italiano fundado con los rescoldos del Fascismo-República de Saló o la polémica de la Fiamma Tricolore en el símbolo. Porque los problemas reales que afronta Italia son mucho más graves, y pasan por la reducción de la deuda pública, la presión fiscal, la imposible democracia, la reforma de la ley electoral, la desocupación juvenil, la inmigración, la basura, los precios imposibles de las facturas de luz y gas, la economía sumergida, el crimen organizado o la tremenda brecha entre el sur y el norte, dos mundos que no se conocen.
Por su destreza en esos campos deberá ser juzgada Meloni y sus adláteres en Palazzo Chigi, y además con un léxico nuevo. Lo contrario será papel mojado y quedará sepultado entre legajos. Como los cientos de miles de electores que perdió el líder de la Liga.
Urnas antidemocráticas
Le Pen, Viktor Orban, los polacos del PIS, Santiago Abascal y Giorgia, como le gusta que le llamen. "Hoy en día se le llama fascismo a todo. Este uso genérico que se le da al término hace que sea banal y pierda todo el sentido. Churchill, De Gaulle, Berlusconi, Reagan, Salvini, Trump, Putin, Grillo... Esta palabra se asoció a quien usó el poder despóticamente. Si aplicamos esa regla a todo, también lo serían Dios y Caín", sugiere Emilio Gentile, historiador, académico y profesor italiano, además de un gran experto del fascismo.
"No tiene significado alguno esta palabra. Se utiliza para indicar un enemigo común. En Italia comenzaron los comunistas con Palmiro Togliatti; después continuó el democristiano De Gasperi...", apunta. Y prosigue: "Es el método democrático el que no garantiza el ideal democrático estampado en el artículo 3 de la Constitución italiana. Para reducir este gap habría que evitar las discriminaciones y ayudar a las minorías", asevera. Porque, a su juicio, la democracia es costosa y sólo los millonarios participan. Conocer esto, tener conciencia del tumor, supone para el profesor (memorable su libro Chi è fascista) algo básico para evitar la acumulación de riqueza y que sean las urnas electorales las que sepulten, paradójicamente, la soberanía popular.
De hecho, la abstención de casi el 40% de italianos ha sido la noticia de un día que comenzó y terminó lluvioso en Roma. Con periódicos como Il Fatto Quotidiano, Libero, Corriere della Sera, Il Messaggero, Il Tempo, Il Foglio, Il Sole 24Ore o Repubblica, entre otros, intentando captar adeptos para homologar y legitimar los ideales a ambos lados del cuadrilátero. Con la sátira de Altan en L'Espresso, algunas televisiones y radios lamentándose del Rosatellum y de una izquierda experta en pintar Girasoles y cortarse las orejas. A grandes rasgos, con la resaca de una pésima campaña electoral por inmoral y bambinesca. Con cifras del aumento followers de muchos políticos, especialmente de la propia Meloni, quien en casi tres años ganó casi un millón y medio de seguidores en Facebook. Con populistas vanagloriándose de la democracia y ciudadanos linchándose en Twitter a favor o en contra del fascismo, del comunismo, el progresismo o el ultraderechismo.
"El pasado terminó. Se puede y se debe estudiar, pero el presente hay que entenderlo para poder contarlo. Si todo es fascismo nada lo es. Y lo mismo sirve para la mafia. Es un continuo distraer la atención de otras amenazas que nada tienen que ver con el régimen del Duce, que, por cierto, no nació del miedo a los migrantes", concluye, habituado a la polémica, Emilio Gentile. "Se trajo a trabajar a eslovenos y alemanes".
Mientras se siga comparando a Meloni con Mussolini (ateo, colonizador, con amante oficial y loco por la pintura metafísica y el futurismo), el riesgo que corre Italia, Europa y el mundo es no comprender el latín de Ratzinger. Seguir dormido mientras un Papa, muchos siglos después, está abandonando la cátedra de Pedro. Alguno, bajo la Capilla Sixtina, sigue sin saber en realidad qué ha sucedido. El 80% está roncando.
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