madrid
Desde Intermón Oxfam avisan que Martha Ceballos, defensora de los derechos humanos, regresa en unos días a su país, Colombia. Vuelve tras haber estado durante unos meses acogida por un programa de protección de la Generalitat gestionado por la ONG y Cear: estaba amenazada de muerte. La activista, una de las caras de MOVICE, una agrupación que reúne a casi 200 organizaciones de víctimas del conflicto de crímenes de Estado, sabe lo que es la guerra. A su padre lo mataron. Su delito: ser indígena en unas tierras disputadas por los actores armados. A su hermano, la primera vez le dispararon por error; iban a por otra persona" [esos horrores del relato de cuando una guerra se hace cotidiana]; y sobrevivió. La segunda que le "balearon", le hicieron pasar por un "falso positivo", otra forma atroz de matar en el país del café a quienes no tenían nada. Les hacían pasar por guerrilleros. "Fueron los paramilitares en convenio con la fuerza pública", aclara.
Ceballos, que también sabe lo que es el desplazamiento, el primero, con 15 años, afirma que a pesar de todo, no tiene miedo a volver. "Ya no nos pueden quitar nada. Y eso que es tan duro, a nosotros nos hace fuertes y a ellos les atemoriza. No tenemos nada que perder", explica suavemente. Pero más allá de su ausencia de temor, las cifras de mujeres y hombres defensores de los Derechos Humanos asesinados desde que se firmó la paz, hace apenas dos años y medio, asciende a más de 500. Dicho de otra forma, cada 48 horas matan a un activista.
La defensora colombiana, con hijos allá cuidados este tiempo por su marido, cuenta que desde que pasaron los primeros 30 días de su estancia en Barcelona, ha estado contando los días que quedaban para volver a verlos. Tomará precauciones, como explican ambiguamente quienes están amenazados. No obstante, tiene claro que quiere seguir trabajando por la construcción de la paz y por poner sobre el tapete las causas que nadie ha tratado, los motivos que tampoco aparecían en el famoso tratado de La Habana: la desigualdad atroz que vive su país y el olvido de lo que ellas llaman los "territorios", el campo, las zonas alejadas de la ciudad y las oficinas de los ministros. "Colombia pide un S.O.S a la comunidad internacional. Pedimos un S.O.S por la vida de los defensores. Necesitamos la paz", señala.
En Nariño hay todavía localidades donde la luz no llega a todas las casas. Tampoco el agua.
Ella es de Nariño, una de las áreas más golpeadas durante lo que en el país americano se ha denominado eufemísticamente "conflicto", una de los departamentos donde la muerte y la miseria campa a sus anchas. Valga como ejemplo algunos datos que recuerda Ceballos de zonas que, como la suya, ostentan un crecimiento constante de los cultivos de coca combinado con la presencia de un sinfín de grupos armados (paramilitares, disidentes de las FARC, guerrilleros del Eln, bandas criminales y narcos mexicanas). Eso, sí, en Nariño hay todavía localidades donde la luz no llega a todas las casas. Tampoco el agua. Ni las carreteras, ni la escuela, ni los hospitales… Mientras, el Estado sigue ausente, hoy, con la paz, con los pactos firmados y desde hace décadas. Y lamentablemente, este brutal dibujo que hace Ceballos se extiende al Pacífico colombiano y a otros departamentos como Putumayo o el Cauca.
Ella en Colombia es una de las líderes regionales de MOVICE, un movimiento nacional de las víctimas de crímenes de Estado. Su tarea es visibilizar las atrocidades que se cometieron contra ellos y buscar justicia. "Lo primero que tenemos que conseguir es romper con la polarización del país y que se entienda que la confrontación no lleva a nada. Lo decimos nosotras, las víctimas, que a pesar de todas las muertes, y de la falta de voluntad política por llegar a la paz, creemos en la fuerza de la comunidad. Yo no puedo cambiar el mundo, pero sí puedo conseguir pequeños cambios y perdonar, aunque no olvidar", apunta. Y al hablar de memoria, y tras sus meses en España, apela a la ciudadanía española a hacer un esfuerzo por destapar todo lo que se calló aquí de nuestra guerra.
Desde lo que le toca, Ceballos se niega a que se repita la historia que en su país ha fagocitado a unas 90.000 personas que siguen desaparecidas y hecho a víctimas a más de 8 millones de colombianos. "Para que no ocurra de nuevo es necesario decir lo que pasó", dice al tiempo que cuenta con ilusión sus logros y próximos trabajos. Este verano tienen autorización para intervenir unas fosas donde fueron asesinadas decenas de personas. Estará una vez más con las víctimas. Es parte de su trabajo con MOVICE. Porque la paz, afirma, no es solo el silencio de los fusiles, "es desarrollo, es justicia y reparación, es llevar financiación a los territorios, es devolver tierras, es pensar en los campesinos y campesinas, en los indígenas", dice la defensora que no considera que la suya sea una vida excepcional. "Trabajar en mi campo me ha permitido ver que mi historia es la de tantos y tantas colombianas. No soy especialmente valiente", concluye a pocos días de volar a Bogotá.
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