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Sin complejos, pero con escrúpulos. La ascendencia internacional de la laborista Jacinda Ardern, primera ministra de Nueva Zelanda desde 2017, no ha parado de expandirse. También entre sus conciudadanos, entre los que goza de un cómodo respaldo. No sin altibajos. Su figura ha logrado un estatus de tal magnitud, que ya ha adquirido el apelativo de lideresa anti-Trump.
En una era en la que ha resurgido el autoritarismo, donde impera el poder masculino entre los jerarcas del planeta, y en la que se ha instalado el sentimiento reaccionario de una ideología que vuelve a la defensa de la patria, al efecto rebaño en apoyo de abanderados, de iluminados con altas cargas de nacionalismo, y a la proliferación de conflictos y de riesgos geoestratégicos de toda índole y con demasiados puntos calientes y asuntos de enorme calado, con numerosos y, hasta ahora, potenciales daños colaterales.
Ha adquirido el apelativo de lideresa anti-Trump
Frente a esta metástasis mundial, Ardern empieza a dejar una impronta personal de promoción del colectivismo, como alternativa al aislacionismo político, a la profusión galopante del racismo y del odio por razones étnicas o religiosas, o al repentino retorno del proteccionismo económico-comercial. Un estilo que confronta con los mensajes que llevaron a Donald Trump a la Casa Blanca. A su lema de "Make America Great Again" (MAGA) que mencionan sus acólitos en sus altercados, cada vez más habituales, contra ciudadanos o activistas que no aceptan la diversidad cultural ni social.
Quizás el instante más emblemático de la proyección internacional de su ideario político fue en su intervención en la Asamblea General de Naciones Unidas, el pasado otoño. Al término de su discurso, se empezó a labrar su reputación. A partir de un código de conducta progresista, en el que el colaboracionismo ocupa un lugar destacado. Feminista declarada, acudió a la sesión anual de la ONU con su hija de tres meses, con la que se le pudo ver jugando en los minutos previos a su intervención. Junto a su pareja, el periodista Clarke Gayford, que la atendió mientras estaba en el estrado. Sólo unas semanas después de haber finalizado su periodo de baja maternal, de seis semanas. Ardern, ahora con 39 años, no quiso interrumpir la lactancia materna por sus compromisos en Nueva York. Es la segunda dirigente mundial que ha dado a luz en su mandato gubernamental. En 1990, la paquistaní Benazir Bhutto, asesinada por un joven fundamentalista en diciembre de 2007 tras intervenir en un mitin político de campaña. Magnicidio que continúa, más de diez años después, sin identificar a los autores intelectuales.
Colaboracionismo frente al nacionalismo
El discurso de Ardern estuvo cargado de referencias a la conmemoración del primer centenario del nacimiento de Nelson Mandela. De su doctrina pacifista y, sobre todo, de concordia. Habló de las bondades colectivas, de la vuelta a los valores morales, perdidos desde los prolegómenos de la crisis de 2008, y causa de la súbita irrupción de un nacionalismo que vuelve a mezclarse en ocasiones con dosis de religiosidad rancia.
"Como vecinos, levantamos la mano para decir, estamos para ayudar", explicó Ardern antes de permitir la entrada de refugiados
Pero el compromiso de Ardern no parece sólo un brindis a escala global. De puertas adentro, en su país, sus políticas tienen el ribete de lo que pregona. Porque sus medidas legislativas están contribuyendo a combatir la pobreza infantil y a promover el acceso a la vivienda de personas con escaso poder adquisitivo. Su recetario arremete contra el populismo de extrema derecha y sus estigmas y estereotipos contra las esferas sociales marginadas e instaura mecanismos de cohesión social. De inclusión en la sociedad de las capas que han incrementado los niveles de desigualdad. Normas fiscales, por ejemplo, con deducciones familiares, en vigor desde el pasado mes de julio, que pretenden reducir, en un 41%, la pobreza infantil. Además de una serie de iniciativas, ahora en trámite parlamentario, dirigidas en apoyo de estas ventajas impositivas.
También ha dado acogida a varios centenares de refugiados procedentes de campos instalados en Australia, Nueva Papúa o en Nauru. “Como vecinos, levantamos la mano para decir, estamos para ayudar”, espetó, antes de anunciar ayudas humanitarias específicas. Y, al primer mes de asumir el cargo, prohibió la venta de viviendas ya construidas a extranjeros, con la que ha logrado frenar el encarecimiento de los inmuebles que, en la ciudad financiera, Auckland, habían duplicado su valor medio. “Este Gobierno tiene como prioridad que la propiedad de la vivienda sea asequible, que siga siendo un derecho”, precisó. Sólo los ciudadanos de Australia quedan exentos de estos requerimientos. Al igual que la venta de terrenos en zonas residenciales para la construcción de viviendas, o la adquisición sobre plano, sobre las que no rige el veto a extranjeros. Su iniciativa, además, comportaba serios riesgos políticos para ella. Al fin y al cabo, los nacionalistas del país, férreos opositores a los flujos de inmigración, le acababan de otorgar su respaldo para formar gobierno.
Logró que la muerte de Paddles, su gata, atropellada por un coche en Auckland, se convirtiera en un duelo viral
Pero Ardern es también una influencer. Su modo de vida trasciende. Sus mensajes se convierten en virales. Desde el primer momento. Cuando asumió el liderazgo del partido laborista tras el abandono de Andrew Little, en agosto de 2017. En plena precampaña electoral. Y con la intención de voto para formación en caída libre. Sólo su designación sirvió para que el laborismo neozelandés se rodeara de nuevos militantes, colaboradores de campaña y miles de dólares de financiación. No sirvió para impedir el triunfo conservador. Pero, en un giro sorprendente de las negociaciones para conformar gobierno, el líder populista Winston Peters, de Nueva Zelanda Primero, decidió apoyar un gabinete con Ardern como primera ministra y el respaldo de los Verdes. A Jacinda, el anuncio en las noticias nocturnas, le pilló cenando y viendo la serie Borgen, cuya protagonista también descubre que será, contra pronóstico, jefa del Gobierno danés. Su marido filtró que la escena que precedió a su toma de posesión del cargo consistió en “cocinar noodles instantáneos e irnos a la cama, dadas las obligaciones oficiales” que empezaría a ejercer al día siguiente. Todo normalidad. Sus seguidores crearon de inmediato un grupo de seguidores on line que se ha convertido en un lugar casi de culto. En un fenómeno fandom, espacio global de followers de una causa concreta. Este gruppie fue determinante en su victoria. Virilizó sus compromisos con los electores y, haciendo uso de las redes sociales, fue capaz de que los mensajes de su rival conservador, Bill English, se volvieran contra él. Tendencia que sigue promoviendo desde su cargo. Porque logró que la muerte de Paddles, su gata, atropellada por un coche en Auckland, se convirtiera en un duelo viral. “Cualquiera que haya perdido una mascota, sabe lo triste que me siento”, escribió en su perfil de Facebook. Porque, además, es animalista. Pidió donaciones a protectoras y otras organizaciones dedicadas al cuidado de los animales.
Feminista, progresista y pro-millennial
Esta proximidad con la colectividad y su empatía con los asuntos sociales -tal y como ella misma reconoce- arraigó en su carácter y en su personalidad cuando se unió, a los 17 años, al Partido Laborista. Paso que le permitió presidir la Unión de las Juventudes Socialistas, un puesto desde el que se desplazó por todo el mundo y le concedió la oportunidad de entrar en contacto con numerosos mandatarios y de descubrir y analizar las desigualdades de desarrollo, de renta, laborales y de bienestar que existen entre naciones y en el seno de sus sociedades civiles.
"Resulta inaceptable que, en 2017, las mujeres tengan que responder a esa pregunta en su lugar de trabajo. La decisión de una mujer sobre cuándo quiere ser madre no debería predeterminar si se les ofrece o no un trabajo"
Pero, sobre todo, lo que cautiva de Ardern es su carácter afable. No se altera ni un ápice. Más bien, al contrario. Jacinda elige su sonrisa que -aseguran sus defensores como sus detractores- es su gran arma en el complejo mundo de la telegenia para, sin apearse de sus fuertes convicciones doctrinales, amasar nuevos adeptos. Así es como despachó a algún periodista que le interpeló sobre su intención de cogerse la baja maternal. Con apelaciones a que los neozelandeses tenían derecho a saber sus intenciones. “Resulta inaceptable que, en 2017, las mujeres tengan que responder a esa pregunta en su lugar de trabajo. La decisión de una mujer sobre cuándo quiere ser madre no debería predeterminar si se les ofrece o no un trabajo”. Desde entonces, se ha forjado su imagen feminista, que ella no ha tenido reparos en consolidar. En otra ocasión, algo posterior en el tiempo, el periodista australiano Charles Wooley inició una entrevista diciendo: “He conocido a muchos primeros ministros en mi época, pero ninguna tan joven; casi ninguno tan inteligente y nunca a una tan atractiva”. Para, a continuación, reclamarle la fecha exacta del nacimiento de su bebé y trasladarle una cuestión delicada: “¿por qué no debería concebirse un niño durante una campaña electoral?”. Ardern se limitó a responder, tajante, que “la elección estaba hecha. No tenemos que entrar en más detalles”. Las redes se llenaron de apelativos de sexista para calificar la actitud de Wooley ante la primera ministra neozelandesa.
En 2005, Jacinda renunció al credo mormón porque, según sus palabras, le generaba conflictos con su ideario político.
También ha sabido conectar con los millennials. Con iniciativas como la enseñanza universitaria gratuita para los neozelandeses o la legalización de la marihuana. Aunque también ha calado en ellos la defensa de la igualdad salarial entre hombres y mujeres o el derecho al aborto, así como la defensa del matrimonio homosexual. Cada vez más jóvenes neozelandeses se declaran más abiertamente feministas, socialdemócratas, progresistas y republicanos, en línea con el ideario de su primera ministra. La tercera mujer que accede al cargo, pese a obtener siete puntos menos (un 37% de los sufragios) que su rival conservador. En el país pionero en permitir por ley el voto femenino. En 1893, 27 años antes que EEUU.
Lucha permanente contra el cambio climático
A esta generación, perdida en no pocas latitudes del planeta para el mundo de la política, les ha cautivado también otra de las grandes proclamas ideológicas de Ardern: el combate constante contra el cambio climático. Otra de sus señas de identidad. Apeló a la subida de los niveles del mar para justificar su política permisiva a la llegada de refugiados. “Es un problema de todos los territorios de Oceanía”. Ha iniciado una campaña que está calando por doquier: Poner a Nueva Zelanda en el mapa. Muchos planisferios obvian este territorio casi del tamaño del Reino Unido. En un video humorístico junto al actor Rhys Darby reflexionan con parodias sobre la conspiración mundial que está detrás de que esta nación insular, la patria de los All Blacks, la emblemática selección de rugby, haya sido borrado de todas las latitudes. El propósito de esta reflexión, que se hizo viral, era la promoción turística del país donde se grabó gran parte del Señor de los Anillos pero también una invitación seria a reflexionar sobre las consecuencias del cambio climático en los territorios insulares.
Ardern ha denunciado la pérdida de consenso internacional tras la salida de EEUU de los Acuerdos de París, y la falta de eficiencia en la disminución de las emisiones de CO2 en el planeta, en varios foros mundiales. En Naciones Unidas y, recientemente, en la cumbre de Davos. En la estación invernal alpina compartió panel con el naturista David Attenborough y con el ex vicepresidente estadounidense Al Gore. Compartieron diagnóstico. Ningún dirigente de gobierno debería dejar de pensar en las siguientes generaciones, en que las consecuencias de eludir este asunto, que debería estar en el top-one de las agendas geoestratégicas, serán irreparables. Y en criticar actitudes como las de Trump, cuya administración y él mismo, intentan ocultar investigaciones oficiales que hablan de un coste de miles de millones de dólares por los efectos del cambio climático en EEUU. “Los líderes mundiales no tenemos nada que temer para emprender medidas más contundentes y eficaces”, sugirió. “Es así de simple. Es lo que nos dicta la historia”.
En Davos, volvió a dejar retazos de su personalidad. De su forma de ver el mundo. Insistió en su condición de feminista. Eso sí, después de una persistente batería de cuestiones dirigidas hacia el estrado donde intervino. “No debería tener que responder a este tipo de preguntas, pero sí, lo soy”, explicó con una sonrisa. También declaró con posterioridad, a la BBC, que se considera “sólo una madre, no una súper-mujer”, y que lleva “maravillosamente” la compatibilidad entre maternidad y primera ministra. Hasta el punto de anticipar -y potenciar- inminentes tratados comerciales con la Gran Bretaña del post-brexit y con la Unión Europea. “Son dos de los asuntos que más me ocupan en la oficina en estos momentos”. Y dio sus pautas: deberán ser ambiciosos, justos y transparentes.
Nueva Zelanda "debe alcanzar un presupuesto bien elaborado que engarce el impacto a largo plazo de las políticas económicas sobre la calidad de vida de las personas"
Sin embargo, en Nueva Zelanda, sus detractores esperan pasarle factura con el presupuesto. En las filas de la oposición conservadora crecen las voces por lo que consideran un exceso de gasto social que debilitarán el equilibrio fiscal del país. Hablan de que la coalición entre laboristas y verdes romperán la tradicional ortodoxia en las cuentas del país. Aunque lo hacen sin datos que lo corroboren. Porque las autoridades independientes que velan por la estabilidad no han dado todavía dictamen alguno hasta abril, cuando empieza el año fiscal neozelandés. Aun así, afirman que la “histérica Jacindamanía” que se ha instalado en el país resulta una amenaza y señalan al restaurado poder negociador de los sindicatos para exigir subidas salariales de más envergadura a los diez años de la crisis, y las ayudas para revitalizar la industria del país como argumentos de peso para sostener sus críticas. A lo que Ardern, también en Davos, dio cumplida respuesta. “En mi país, necesitamos configurar una agenda social bien pertrechada, con los gastos financieros que sean pertinentes, dentro de la capacidad presupuestaria que poseemos, en paralelo a otra estrategia, de índole económica, que también responda a los mismos criterios fiscales”. Es decir, “debemos alcanzar un presupuesto bien elaborado que engarce el impacto a largo plazo de las políticas económicas sobre la calidad de vida de las personas”.
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