VELIKA KLADUSA (BOSNIA Y HERZEGOVINA)
Hay un lugar en Tánger donde puedes jugar a baloncesto viendo Andalucía al otro lado del azul del mar. Pero si has nacido en Marruecos, a no ser que pertenezcas a un reducido grupo de privilegiados, desde hace muchos años es muy difícil que te den un visado para viajar a Europa, aunque sea por vacaciones.
Argelia está más lejos, pero no tanto: está a menos de 200 kilómetros de España en la zona más estrecha, entre Gazuat y la costa de Almería. Pero esta corta distancia, que de norte a sur son un par de horas de avión y unos pocos euros gracias al low cost, es enorme cuando se va de sur a norte. Y muy cara: aparte de mucho más dinero que un billete de avión, también puede costar la vida. Para sortear esa corta distancia en un mar que cada año entierra a más personas, hay miles de jóvenes que han decidido emigrar a través de la ruta de los Balcanes.
Los 14 o los 200 kilómetros pasan a ser miles. Las horas en bote pasan a ser meses, o incluso más de un año en tránsito. El riesgo de muerte se reduce, pero no desaparece. Desde febrero, según han constado ONG en la región, han muerto al menos dos marroquíes en ríos durante el proceso de cruce de fronteras de los Balcanes. No hay fuentes oficiales que hablen de ello. ACNUR ha confirmado que no reporta las muertes en esta región, como hace con otras. Fueron amigos de los fallecidos los que notificaron la tragedia a los voluntarios que compartieron la información a través de redes sociales, como Silvia Maraone.
De los 2.242 fallecidos en 2018 en el Mediterráneo, 793 salieron de las costas de Marruecos y Argelia, según cifras de la Organización Mundial de la Migración (OIM). Para evitar riesgos, hay otra alternativa: viajar de Argelia a Turquía, que es relativamente fácil mediante un vuelo. Sin embargo, de territorio turco a la isla de Lesbos, una de las rutas más comunes para, por fin, llegar a Europa, también hay muchos hundimientos.
Meses o años en tránsito
Cruzar la frontera a escondidas se ha convertido en la única alternativa cuando no hay opciones de obtener un visado o no hay forma de pedir asilo. Bruno Álvarez, fundador y voluntario de la ONG No Name Kitchen explica que, en los últimos dos años que ha estado ofreciendo servicios a refugiados y migrantes atrapados en los Balcanes frente a las fronteras cerradas de Europa, el número de personas llegadas de Argelia y de Marruecos ha ido en aumento. A falta de cifras oficiales que hagan un conteo concreto de las nacionalidades de los migrantes y refugiados que han pasado por Bosnia, esta ruta se ha ido popularizando al tiempo que crecía el número de muerte en el Mediterráneo, según comentan los refugiados que llevan tres años atrapados.
De acuerdo con el último informe de ACNUR publicado en enero, el número de personas que cruza el Mediterráneo se desplomó en 2018, pero la tasa mortalidad sigue aumentando cada año, pasando de 1 de cada 269 en 2015 a 1 de cada 51 el año pasado. Al mismo tiempo, Bosnia y Herzegovina registró alrededor de 24.100 llegadas por los Balcanes Occidentales en busca de nuevas rutas hacia la Unión Europea.
El hecho de que nacidos en Marruecos o Argelia no vengan de un país en guerra, en muchas ocasiones genera rechazo. “Los sirios, los iraquíes, entiendo que estén aquí, pero los argelinos que se queden en su país”, decía un día Alma en voz alta en la cola de un supermercado de la ciudad bosnia fronteriza de Velika Kladusa a uno de estos nuevos habitantes de la localidad. Este es un pueblo que desde febrero de 2018 ha visto pasar a miles de personas que buscan sortear la frontera hasta algún país europeo donde pedir asilo o comenzar una nueva vida. Nabil, el chico al que Alma increpó, no dijo nada. Sólo sonrió. Nabil es ingeniero, tiene 26 años, es bereber, habla perfecto francés y sueña con llegar a París y poder desarrollar allí su carrera profesional.
Un grupo de chicos llegados de Marruecos convirtieron un contenedor de obra en la casa en la que vivieron durante medio año. - ANGÉLICA SÁNCHEZ
Hay tantas razones para escapar como personas que lo han hecho. El pequeño Hamza, un idealista de 19 años que ha aprendido tres idiomas europeos viendo películas y escuchando música, participó en todas las protestas contra el Gobierno de Marruecos en su Casablanca natal desde que comenzó a ser un adolescente rebelde. Estaba y está cansado del poder absoluto del monarca de su país. Las visitas de la Policía a su casa pasaron a ser muy frecuentes, igual que sus sueños por una vida libre como ve que hacen los jóvenes de otros países a los que sigue en Instagram. Tenía miedo de acabar en la cárcel por defender sus ideas y se fue. No es algo inusual que Marruecos encarcele a los activistas.
Yaser es un ingeniero de 32 años que llevaba una vida normal en Argelia hasta que su madre enfermó de cáncer. Su padre tiene una pensión de 400 euros. Ese dinero y el salario de Yaser y de sus dos hermanos no era suficiente para costear la cura: “Cada vez que el cáncer avanza, la operación que necesita cuesta 2.000 euros”. Decidió que iría a Francia, a trabajar de lo que fuera, hasta poder ahorrar unos euros con los que costear el tratamiento de su madre y luego volver a su país. Es muy familiar y pasa las horas muertas del día hablando con sus padres y hermanos o siguiendo las protestas que han estallado en su país y que han obligado a dimitir al dictador octogenario que llevaba dos décadas liderando uno de los países más herméticos.
Su madre nació en Francia en tiempos de protectorado, aunque a él no le dieron la ciudadanía. Ahora Yaser vive en una antigua fábrica de ventanas convertida en campo de refugiados, a unos pocos kilómetros de la Unión Europea. En su penúltimo intento por llegar a su destino, según cuenta, la policía croata le golpeó. Las marcas en la piel corroboran su testimonio. En el último intento, estando en Eslovenia, uno de los chicos del grupo con el que viajaba hundió en uno de los ríos que hay que cruzar y perdió la vida. Cuenta que el resto del grupo, tras avisar del incidente, fue deportado ilegalmente de vuelta a Croacia y, de ahí, a Bosnia, una práctica común como han denunciado varias organizaciones que reportan estos casos.
Alí, nombre ficticio, es un chaval saharaui de 24 años que quemó una bandera marroquí hace un par de años y sus amigos lo grabaron en vídeo. Enseña orgulloso en la aplicación de Youtube de su teléfono el vídeo que se hizo viral y por el que tuvo que escapar tras saber que la Policía lo estaba buscando para encarcelarlo. Saíd, también ingeniero y que sueña con la Francia donde su abuela nació y se crió, explica por qué miles de jóvenes como él eligen la odisea balcánica para tratar de llegar a la UE: “En el mar tienes dos opciones: morir, o vivir y llegar a Europa”, mientras que la ruta de los Balcanes, “es larga, uno no sabe cuándo llegará, es frustrante, nos jugamos palizas, pero las probabilidades de morir son mucho menores”.
La odisea balcánica
En Grecia, los argelinos y marroquíes son internados en los llamados centros de control. Un eufemismo para definir lo que en la práctica es una prisión. como han denunciado diversas organizaciones y abogados voluntarios. “Nosotros no tenemos guerra en nuestro país por lo que si estamos sin papeles en Grecia, nos pueden detener”, explica Husein, que vivió el peor periodo de su vida durante su encierro de seis meses en la isla griega de Lesbos. En un par de meses pasó de graduarse como estudiante de política en Argel a estar dentro de una "cárcel", como él mismo define el centro lugar.
Husein, contento de ver a su gente en pie contra el gobierno de Argelia, pero temiendo que el poder sea de nuevo tomado por un militar, escapó de su país por una enfermedad en el corazón que necesitaba tratarse. Ahora, lleva cerca de dos años sin pasar por ninguna revisión. Tras los seis meses en Lesbos, y varias semanas escondido frente al puerto esperando una oportunidad, Husein se metió en los bajos de un camión aparcado en un un ferry, que lo sacó de la isla y lo llevó hasta tierra firme. Fue hace un año. Salió en cuanto pudo de Grecia, cruzó Albania y Montenegro, casi siempre a pie, y llegó a Bosnia en primavera de 2018. Ya entonces había cientos de refugiados en el país vecino de la Unión Europea.
Husein fue a Velika Kladusa, pueblo en el que aún sigue tras una infinidad de intentos de cruzar la frontera hasta Italia. Ahí regresó tras una de estas intentonas, con el cuerpo amoratado. Era la madrugada de una noche de julio. Él y varios amigos se habían ido varios días atrás a caminar por el bosque para sortear la última y larga frontera hasta la UE. Esta práctica es lo que los propios refugiados y migrantes han llegado a llamar The Game, que consiste en caminar escondidos por montañas durante alrededor de 15 días hasta Italia, puesto que Croacia y, en muchos casos, Eslovenia, no ofrece la protección que, por ley, deberían tramitar a quien la pida.
Los chicos contaron que agentes croatas los descubrieron y, antes de deportarlos de vuelta a Bosnia, les pegaron una de las mayores palizas que la organización independiente No Name Kitchen, que recoge estos abusos, registró entre sus informes.
Vida sin papeles
Muchos llegan a esta última frontera tras agotar los recursos legales para emigrar o recibir asilo. A diferencia de otros migrantes que también permanecen en las puertas balcánicas de la Unión Europea, los ciudadanos argelinos y marroquíes rara vez pueden aspirar a protección de asilo, aunque escapen de algún tipo de persecución, puesto que sus países no está en guerra. Así que el siguiente paso, cuando consiguen llegar a Europa, es trabajar sin papeles y tratar de evitar una posible deportación. Algo que no es fácil, ya que ambos países países tienen acuerdos con gran parte de los Estados de Europa Occidental que permiten estas expulsiones.
Según la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) el año pasado ninguno de los 755 argelinos que pidieron asilo en España recibieron algún tipo de protección. Y sólo 55 personas de Marruecos, de las 595 que reclamaron estar escapando para salvarse, fueron reconocidas como refugiadas. Parecen el blanco del eterno debate entre quién es inmigrante y quién refugiado y por qué. Sólo en 2016 se utilizaron 86 barcos para trasladar a 868 ciudadanos argelinos deportados desde Almería.
Bien lo sabe Juva. Apareció un día en Velika Kladusa hablando perfecto español con acento levantino. Hacía unos meses había sido deportado desde Alicante. Llevaba viviendo allí dos años y ocho meses y estaba pagando una hipoteca a nombre de sus padres, que también viven allí aunque con papeles, y la que costeaba con un trabajo en la construcción sin contrato. Fue descubierto por la Policía en una redada y fue deportado a su país, Argelia. En España hay que vivir tres años empadronado para poder aspirar a una residencia por arraigo temporal que se puede ir ampliando. Juva tuvo que emprender de nuevo la ruta de nuevo hacia la que ya era su casa y ahora le esperan tres años para poder aspirar a unos papeles que le permitan vivir de forma legal.
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