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India, Indonesia y Arabia Saudí buscan convertirse en potencias y tienen tres buenas estrategias

Tres poderosos mercados emergentes, India, Indonesia y Arabia Saudí, presentan sus credenciales a potencias del orden mundial. Ya exhiben su peso en el G20. Pero quieren más. Aunque todo dependerá de que la globalización no quiebre.

El príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed bin Salman Al Saud, es recibido por el primer ministro indio Narendra Modi (derecha) durante la Cumbre del G20, en India en 2023
El príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohammed bin Salman Al Saud, es recibido por el primer ministro indio Narendra Modi (derecha) durante la Cumbre del G20, en India en 2023. Europa Press

India, Indonesia y Arabia Saudí proclaman desde hace tiempo que han ganado peso geopolítico y económico y que, en consecuencia, tienen derecho a reclamar un lugar preferente en el orden mundial. Son socios especialmente activos en el G20. Pero creen que deben ganar todavía más poder de interlocución y, por ello, no dudan en reclamar estatus de superpotencias que, según sus gobiernos, todos de corte nacionalista, se han labrado con creces. De ahí que no duden en exhibir sus exitosos currículums económicos recientes y unas perspectivas modernizadoras a largo plazo que les confiere credibilidad dentro y fuera de sus fronteras.

Sin embargo, ¿están en condiciones de presentar tan magna conquista? A juzgar por la estrategia de futuro que han puesto en liza y por la musculatura que han adquirido sus economías, podrían dar el salto geoestratégico que reivindican. Eso así, a expensas de su reconocimiento exterior y, muy en especial, de que no se produzca una fragmentación de los mercados globales.

The Economist reflejaba hace unas fechas que este tridente ha instaurado políticas arriesgadas y audaces para elevar sus ratios de prosperidad, encaramarse a la cúspide de las potencias que van a liderar el doble reto de la transición digital y energética y se han adelantado a la moda de subvencionar industrias estratégicas.

El semanario británico explica que en esta fase crítica con el neoliberalismo imperante y de un paulatino retorno a las tesis keynesianas, la retórica que se ha instalado en India, Indonesia y Arabia Saudí ha concedido a sus autoridades un mayor margen de convicción hacia sus hojas de ruta cargadas de ambiciones geoestratégicas.

La compleja salida del espacio emergente

A India e Indonesia, por ejemplo, el mercado les augura la condición de economías de rentas altas en 25 años. Mientras, la Visión 2030 del plenipotenciario Mohamed bin Salman (MbS), príncipe heredero saudí, se ha intensificado y, aunque contenga pasos atrás, evoluciona en su propósito de crear un sistema productivo más diversificado y con menos crudo-dependencia.

A pesar de los problemas en esta iniciativa, MbS ha conseguido amplios colchones de capital

A MbS le han surgido grietas visibles en su iniciativa transformadora. No solo al cerrar cualquier atisbo de aperturismo político y social del régimen de la Casa Saud, sino en su doble e hipócrito juego de blanqueo de las billonarias inversiones fósiles con proyectos sostenibles como los de la ciudad de Neom, considerada la Meca futurista y verde de la mayor potencia petrolífera del planeta. Pero, por otro lado, ha logrado activar una red de hubs financieros, empresariales y tecnológicos de primer orden con amplios colchones de capital captados a través de su billonario fondo soberano y las ventajas fiscales y bancarias conceden a los expatriados.

También Indonesia quiere abanderar las cadenas de valor del sector de las energías limpias, para lo cual ha potenciado a sus empresas de refino de níquel, esencial para la construcción de coches eléctricos, así como otras materias primas minerales y metálicas imprescindibles para las firmas tecnológicas y fábricas de chips. O la India de Narendra Modi y su dogma de fe política basado en el liderazgo digital y en la Gran Factoría Mundial de componentes electrónicos.

Este triunvirato emergente sabe a la perfección que su peso económico reciente lo han ganado a través de los flujos de mercancías y servicios que proporciona la globalización y de los capitales que mueven los mercados bursátiles y las inversiones empresariales directas en el último medio siglo. Aunque también contempla sus riesgos. Esencialmente, la amenaza del proteccionismo a su principal fuente de recursos. La ola de relocalizaciones fabriles y de recomposición industrial en EEUU, Europa, China, Japón y no pocas latitudes emergentes -entre las que se incluyen sus propias economías-, pueden generar tensiones sociales o, entretanto, acorralar a sus sectores y al conjunto de sus tejidos productivos.

Cliff Kupchan, presidente de Eurasia Group, incluye a India, Indonesia y Arabia Saudí entre los 6 estados "oscilantes" que serán determinantes en el juego geopolítico futuro, especialmente por sus lazos con el Sur Global, en los que también incorpora a Brasil, Sudáfrica y Turquía.

En cualquier caso, sus órdagos están sobre la mesa y listos para afrontar la recomposición de las industrias y las oportunidades de los negocios del futuro.

India. ¿Qué pasaría si la inmensa mayoría de los ciudadanos del país más poblado se convierten en consumidores más o menos compulsivos y las grandes tecnológicas arraigan en el quinto PIB del planeta y séptimo centro financiero global? Entre otras cosas, que el sorpasso dado por la Bolsa de Mumbai a la de Hong-Kong, añadiría aún más ostracismo a su rival continental, China.

Es la unánime respuesta de las cancillerías occidentales a este dilema. India -expresan, quizás más con el corazón que con la cabeza- conservará su recién estrenado papel de motor del PIB mundial. "Si, además, Modi logra que el maná digital se instale a escala en India, las inversiones empresariales", el otro componente de la demanda interna "irrumpirá en su crecimiento con inusitada fuerza", matizan.

India busca el reconocimiento como gran potencia global, pero sin perder su condición como equilibradora del poder

En el continente, Asia, con mayores perspectivas de avance en desarrollo, y en un mercado, el indio, con ayudas al sector privado tecnológico y manufacturero y amplias ventajas competitivas vía salarios. Sumit Ganguly, analista de la Hoover Institution en la Universidad de Stanford, cree que las ínfulas de grandeza de Modi tienen sustento social y predicamento internacional. En su opinión, su estrategia responde exactamente a la que transmitió su actual titular de Exteriores, S. Jaishankar, en 2015 en el International Institute of Strategic Studies: India pretende moverse de su tradicional imagen de "nación equilibradora del poder a líder de influencia internacional"; sin perder la primera condición, pero alcanzando el reconocimiento mundial de ser una potencia global, explicaba en Foreign Policy.

El llamado mensajero de la diplomacia es el brazo ejecutor de Modi en la involucración de India en la Alianza Indo-Pacífico de comercio impulsada por la Administración Biden, de los coqueteos de su país con AUKUS, la denominada OTAN asiática -clubs calificados como enemigos por el régimen de Pekín-, o la afrenta conciliadora de Modi a Putin en la que le pide al dirigente ruso esfuerzos de paz mientras suministra materiales para su industria bélica y adquiere crudo y gas siberianos fuera del veto occidental. Y, por supuesto, de su exitosa concepción de amistad con el Sur Global, clave en el futuro juego de equilibrios para sostener o, en su defecto, propiciar la demolición de la globalización.

Indonesia es la economía que más ha crecido en este último periodo, a excepción de India y China

Indonesia. En el último cuarto de siglo, su prosperidad ha crecido como la espuma. Se ha erigido en el sexto mercado emergente y pisa los talones al PIB de España, cuando a comienzos del siglo apenas registraba un billón de dólares. Ha sido, de hecho, la economía que más ha crecido a lo largo de este periodo, con la excepción de China e India. Gracias, en gran medida, a sus servicios digitales, que han creado un marcado de consumo de más de 100 millones de consumidores que han gastado 80.000 millones de dólares anuales; sobre todo, mediante pagos instantáneos y con aplicación de e-commerce y ecosistemas de compra telemáticos de amplia demanda.

Otro catalizador ha sido su condición de quinto productor de níquel y su heterodoxa política de prohibir sus exportaciones para forzar la instalación de fábricas exteriores en su país desde las que suministrar esta materia prima mineral -y otras metálicas para la fabricación de chips- que resultan esenciales en la transición tecnológica hacia las energías renovables. Una estrategia que el gobierno de Joko Widodo ha trasladado al mercado de los alimentos, que contrasta con los milmillonarios subsidios de India y China hacia sus industrias y que ha combinado con un plan de reformas del agrado de unos inversores que han enviado 20.000 millones de dólares al país para construir nuevas sedes operativas.

Widodo quiere que Indonesia sea el abastecedor de Asia-Pacífico. La automovilística americana Ford, la china Zhejiang Huayou, de cobalto, o la brasileña Vale de suministros de níquel y otros metales para producir baterías se han acomodado en país. También Tesla o Volkswagen barajan invertir en el mercado emergente que más ha repuntado en el lustro pasado y donde mejor se ha manifestado el pulso entre EEUU y su Alianza Indo-Pacífica, y China.

Yakarta juega a dos bandas. Con Washington y Pekín, como conector de sus pedidos industriales. Dentro de la globalización o en un mercado dividido en bloques comerciales mientras moderniza sus redes de transporte e infraestructuras energéticas.

Arabia Saudí. La Visión 2030 de MbS se enfrenta al momento de la verdad, en el ecuador de un proyecto de reinvención económica con señales de precariedad. Ocho años después de que el príncipe heredero apadrinara este proceso transformador, una de cuyas piedras angulares fue la privatización de Aramco, la megapetrolera estatal -del 5% inicial, y del 8% en la actualidad- y el uso del fondo soberano como arma de financiación masiva, Arabia Saudí navega con un déficit que se ha asentado en el último bienio en un país acostumbrado a vivir en la opulencia -también presupuestaria- por sus ingresos petrolíferos.

Precisamente la fallida maniobra de Riad y la OPEP+ de alcanzar los 100 dólares por barril en un periodo de alta tensión geopolítica -la llave que siempre ha proporcionado el estallido del valor del crudo- ha puesto en jaque una estrategia a la que se ha encaramado una mochila de deuda desproporcionada. El régimen saudí es el principal acreedor de los mercados emergentes y uno de los puntales de la desaforada carrera por colocar emisiones de deuda de potencias de rentas altas como EEUU. Todo ello ha retrasado la puesta en marcha de sus planes de desarrollo. Quizás el más emblemático, Neom, que ha apagado su lustre inicial, sea el más visible de los proyectos de modernización del país.

Riad y Tel Aviv pretendían consolidar sus lazos diplomáticos con intenciones geoestratégicas

"La visión de MbS se enfrenta a un reajuste de realidad", explica Jean-Michel Saliba, analista del Bank of America para Oriente Próximo, "aunque también representa un signo de madurez". A su juicio, el sueño de prosperidad del príncipe heredero "no está en decadencia", porque los inversores "pueden volver a confiar en su esplendor". Goldman Sachs piensa de forma similar y lo achaca a la "preocupación financiera en la región y al cálculo de sus gobiernos por la incursión militar israelí en Gaza" en un momento en el que Riad y Tel Aviv iban a consolidar sus increíbles lazos diplomáticos con objetivos geoestratégicos comunes en la zona. Morgan Stanley considera que, pese al letargo "el respaldo inversor" en la Visión 2030 saudí "retornará" a medio plazo.

Sobre todo, si en los próximos meses, Riad "recompone su escenario fiscal y su exposición a los bonos internacionales", aclara Carla Slim, economista en Standard Chartered. "Dispone de toda flexibilidad -dice Jim Krane, del Institute for Public Policy de Houston en alusión a MbS- para dar más tiempo a sus mega-proyectos, mientras atrae a multinacionales y fondos de capital".

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