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El imparable éxodo de los habitantes de Odesa ante el acecho de las tropas y los buques rusos

Se marchan por miles de la ciudad ucraniana de Odesa, a orillas del mar Negro, en coche, en trenes abarrotados hacia la frontera con Polonia. En los andenes de las estaciones se agolpan el miedo, la rabia y el dolor de dejar atrás sus vidas.

Las familias ucranianas que huyen de la guerra se agolpan en los andenes de la estación de Odesa, donde esperan un tren en dirección a la frontera con Polonia.
Las familias ucranianas que huyen de la guerra se agolpan en los andenes de la estación de Odesa, donde esperan un tren en dirección a la frontera con Polonia. María Senovilla

Un imponente edificio de columnas blancas, reconstruido después de la Segunda Guerra Mundial, alberga la estación de ferrocarril de Odesa. En el hall, un espacio circular con aire parisino, lo primero que se escucha al entrar es un incesante maullido felino. Las personas que van llenando el espacio a medida que avanza la mañana caminan cabizbajas, no hablan demasiado. Si acaso, les dicen alguna tontería a los niños más pequeños, para entretenerlos. Pero el maullido de las mascotas dentro de sus transportines se escucha por encima de todos los susurros.

El éxodo masivo de los habitantes de Odesa se ha intensificado en los últimos tres días ante la amenaza de un inminente ataque por parte de Rusia, que podría bombardear la ciudad desde los barcos que ha posicionado en aguas cercanas a la península de Crimea.

Dos niños ucranianos se encargan de sus mascotas en una de las salas de espera de la estación de tren de Odesa, donde los maullidos felinos se escuchan de fondo constantemente.
Dos niños ucranianos se encargan de sus mascotas en una de las salas de espera de la estación de tren de Odesa, donde los maullidos felinos se escuchan de fondo constantemente. María Senovilla

La foto de los que huyen de la guerra siempre es la misma: mujeres con bebés en brazos y niños, muchos niños envueltos en abrigos de colores para paliar las gélidas temperaturas que se registran estos días en Odesa, la tercera ciudad más importante de Ucrania con algo más de un millón de habitantes.

Junto a ellos, sus mascotas. Prefieren dejar atrás las pertenencias materiales para poder llevar a sus animales de compañía. Los detalles que nos recuerdan que estamos en un país de Europa, con nuestras costumbres, son constantes. No es una guerra lejana.

Odesa se prepara para lo peor

En la estación de tren, a los habitantes de Odesa se suman los ucranianos que vienen de la zona oriental del país, la más cercana a Rusia y asediada. Llegan desde la región del Dombás, donde el conflicto comenzó en 2014, tras las protestas del Maidán, y también de la cercana Mikolaev, situada a unos 130 kilómetros y bombardeada desde hace días por el Ejército ruso.

La mayoría no tiene fuerzas para contar su historia. "Voy a ponerme a llorar si hablo de esto", le dice una mujer joven a mi intérprete, mientras vigila a dos niños pequeños que corretean entre los asientos.

Anna y Victoria también han huido de Mikolaev, son amigas y viajan con sus hijos de 2 y 5 años respectivamente. "No podíamos soportar más la situación, los bombardeos cada cuatro o cinco horas. Teníamos que llevar a los niños constantemente al refugio antiaéreo, que estaba en otro barrio", relata Anna. "Nos vamos a Alemania a casa de una amiga, hasta que esto pase, pero nuestros maridos se quedan ahí", añade con voz quebrada. "No se lo deseo a nadie: ir a domir preguntándote si habrá un mañana", nos dice Victoria antes de despedirnos.

Una madre consuela a su bebé en el andén de la estación de tren de Odesa unos minutos antes de que se abran las puertas y les permitan subir
Una madre consuela a su bebé en el andén de la estación de tren de Odesa unos minutos antes de que se abran las puertas y les permitan subir. María Senovilla

Desde aquí, cogerán un tren dirección a Lviv o Uzhgorod, en la frontera con Polonia. Para continuar su viaje hasta Alemania.

Los hombres se quedan

Mientras las mujeres ucranianas afrontan el éxodo solas, con sus hijos en brazos, los hombres sólo pueden acompañarlas hasta el tren o llevarlas en coche hasta los pasos fronterizos de Moldavia, a unos 60 kilómetros de esta ciudad portuaria.

Las escenas de despedida son desgarradoras. Ellos lloran como niños cuando abrazan a sus hijos por última vez, arrodillados en el suelo; ellas aguantan el tipo como pueden para seguir el camino con sus hijos, a los que en ocasiones engañan y les dicen que tan solo se van a tomar unas vacaciones.

En Ucrania, la ley dicta que en caso de conflicto los varones entre 18 y 60 años tienen que defender su país. Y no se quedan de brazos cruzados. Las organizaciones de voluntarios están desbordadas alentadas por el presidente Volodímir Zelenski, quien anima a hombres y mujeres a que acudan a las oficinas de reclutamiento. En las calles de Odesa se leen estos mensajes que llaman a unirse a la defensa

Anna entretiene con el teléfono móvil a su hija de 2 años, mientras espera a que llegue su tren en Odesa. Viene huyendo desde la ciudad de Mikolaev, bombardeada por los rusos desde hace varios días.
Anna entretiene con el teléfono móvil a su hija de 2 años, mientras espera a que llegue su tren en Odesa. Viene huyendo desde la ciudad de Mikolaev, bombardeada por los rusos desde hace varios días. Maria Senovilla

Muchas familias deciden quedarse. Sobre todo las que no tienen hijos menores o las que les han enviado fuera del país con algún familiar. Los que no se han unido a las milicias de la Defensa Territorial colaboran con el reparto de víveres, fabrican cócteles molotov o construyen enormes bandas de clavos para cortar el paso a los vehículos blindados rusos.

La ‘perla’ del mar Negro

El mercado de comida de Odesa, similar a los que proliferan en las ciudades europeas como reclamos turísticos, se ha reconvertido en un punto de recogida de ropa, mantas y comida. Allí se dan cita más de 100 voluntarios cada día (de unos veinte años de edad en su mayoría), que se afanan en clasificar la mercancía que va llegando en forma de donaciones por parte de los mismos vecinos de la ciudad.

"Cada uno trae lo que puede, pero estamos sorprendidos con la cantidad de cosas que nos llegan", explica Pavel, un joven politólogo que, hasta el pasado 24 de febrero, trabajaba en un banco por las mañanas y se dedicaba a hacer las cosas que hacen los jóvenes veinteañeros por las tardes.

Ahora, cuando cae la tarde se encierran en casa. El toque de queda comienza a las 19 horas. Solo pueden salir si suena la alarma antiaérea, y en ese caso deben dirigirse a un refugio subterráneo.

Una joven ucraniana, que porta un violonchelo a su espalda, espera para subir a un tren en la estación de Odesa, rumbo al oeste, ante la amenaza de ataque inminente en la Perla del Mar Negro.
Una joven ucraniana, que porta un violonchelo a su espalda, espera para subir a un tren en la estación de Odesa, rumbo al oeste, ante la amenaza de ataque inminente en la Perla del Mar Negro. María Senovilla

Todos los vecinos de Odesa tienen localizado el refugio antiaéreo más cercano. Muchos edificios tienen sótanos de la época de la URSS, lugares húmedos y fríos, con enormes puertas metálicas que han acondicionado como han podido con mantas y provisiones. Los edificios más modernos tienen aparcamientos subterráneos.

Desde el pasado viernes, momento en el que la periodista que escribe estas líneas llegó a Odesa, las alarmas han sonado varias veces cada día. Aún así, la actividad no se detiene en la perla del mar Negro, como se conoce a esta urbe de mayoría ruso-hablante por su estilo arquitectónico, su aire mediterráneo. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, Odesa era hasta hace sólo diez días uno de los pulmones económicos de Ucrania y un balneario de primera categoría, con playas y hoteles de lujo. Siempre ha sido un puerto estratégico por su salida al mar Negro, tanto por la Rusia zarista como por la Unión Soviética.

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