Este artículo se publicó hace 2 años.
Así es el grupo que quiso matar a Cristina Fernández: nazismo, antisemitismo, antiperonismo, zoofilia y marginalidad
Los investigadores sospechan que alguien los impulsó e incluso les hizo llegar algún dinero para llevar a cabo el homicidio.
Irina Hauser (Página 12) / Raúl Kollmann (Página 12)
Buenos Aires--Actualizado a
La investigación sobre las llamadas, chats, cámaras de seguridad y la geolocalización de cada integrante del grupo que intentó matar a la vicepresidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, indica que Nicolás Gabriel Carrizo parece ser quien tenía la voz cantante y lo que se investiga es una instigación, una manipulación a través de él.
Pero Brenda Uliarte es la más politizada y la que tenía más contactos, de manera que también se analizan sus relaciones —con Revolución Federal, grupos republicanos y foros de Mar del Plata— en toda la época anterior al ataque. Hace un tiempo Brenda era más bien tímida, pero en los últimos años se volvió una ferviente antikirchnerista, antiperonista y en contra de los planes sociales. Es, con diferencia, la más activa en lo político.
Fernando Sabag es un furioso antisemita, admirador de Hitler y que le decía a todo el que se acercaba que "hay que matar a los judíos que son los que dominan el mundo". Pero al mismo tiempo es un marginal, considerado un tonto en el grupo y que todo el tiempo trataba de ganarse algún elogio. En su móvil encontraron pornografía infantil, pero quienes lo conocen afirman que veía mucho sexo entre animales. Tiene tres denuncias por maltrato animal.
Con ese cuadro de situación, el foco de la investigación se empieza a poner sobre Carrizo y Brenda, las relaciones que pudieran tener y que, por esa vía, alguien haya puesto al grupo a trabajar en el atentado. Es sabido que el ataque tampoco fue producto de un gran complot: se usó un arma de hace 50 años y un tirador que no supo accionar la pistola. Aún así, estuvo a centímetros de la cabeza de Cristina Fernández de Kirchner.
Caminos
La Dirección de Asistencia Judicial en Delitos Complejos y Crimen Organizado (Dajudeco) — la cual depende de Comodoro Py, la Corte Suprema de Argentina— entregó el pasado jueves un informe de 120 páginas, en el que se combinaron elementos surgidos de distintas fuentes: por ejemplo, llamadas entrantes y salientes de los teléfonos y la localización de esos móviles en cada uno de los momentos.
El trabajo tiene un problema: según quienes conocen a Sabag, él tenía varios móviles; algunos comprados, otros robados. No se descarta lo mismo respecto a los otros integrantes del grupo y que a Comodoro Py hayan llevado sólo un móvil cada uno. Aún así, está claro para la Dajudeco que Sabag y Brenda estuvieron juntos todo el jueves 1 de septiembre y también los días anteriores.
Una secuencia reconstruida por la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) indica, como anticipó Página12, que ambos viajaron juntos en tren desde Quilmes, donde Sabag intentó hacerse un tatuaje, estuvieron en un local de comidas rápidas y luego, desde Constitución, cogieron el metro hasta el Obelisco y de allí fueron caminando hasta Juncal y Uruguay.
Llegaron cerca de las 20.30 horas y se ubicaron directamente para concretar el plan de disparar a la vicepresidenta. Ni siquiera cruzaron una palabra entre ellos. En un principio, la Dajudeco estableció que Carrizo también estaba en la esquina, pero el dato finalmente no se confirmó.
Está claro que Carrizo estuvo en los días anteriores, haciendo inteligencia. A veces usaron el carro de los copitos de nieve y a veces fueron como supuestos adherentes a Cristina Fernández de Kirchner, siempre ocultándose con gorritos y mascarillas.
Ese trabajo precario de inteligencia les permitió saber cuántos militantes rodeaban a la vicepresidenta, cómo acercarse y qué resistencia podía haber. Un dato asombroso es que Sabag quiso hacerse el tatuaje en Quilmes cuando ya tenía la pistola en el bolsillo izquierdo de la chaqueta y ya sabía que iba a intentar el magnicidio.
Grupo
Uno de los objetivos de la investigación es determinar cómo funcionaba el grupo y si alguien por encima de ellos influenció o instigó el atentado. Brenda Uliarte practicaba la sumisión sexual y vendía sus fotos eróticas, buscaba beneficios económicos en sus relaciones. Hasta hace un tiempo no le interesaba la política. Ahora, en cambio, dejó cierta timidez que tenía y hablaba mucho contra el peronismo, el kirchnerismo y los planes sociales.
Sus exparejas se sorprendieron al verla hablando en los medios y mintiendo de forma reiterada: que estudia, que tenía un plan social, que renunció a él, etc. Todo falso. El sábado en que el Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, puso las vallas frente al domicilio de Cristina Fernández de Kirchner, Brenda posteó frases de Javier Milei, opositor argentino que se autodefine como anarcocapitalista.
La mujer estaba integrada en la diatriba e incluso en la violencia política, algo que se verificó con su presencia en la marcha en la que tiraron antorchas prendidas contra la Casa Rosada, sede de la presidencia argentina. No parecería que Brenda pudiera vivir de las fotos y de los vídeos eróticos que vendía.
Fernando Sabag contaba con cierta holgura económica cuando heredó de la madre una vivienda y tres vehículos, uno de los cuales lo tenía trabajando como taxi. Gastaba dinero para impresionar y se fue quedando sin él, al punto que no podía arreglar los vehículos, tiene 40 multas sin pagar en la provincia de Buenos Aires y diez en la ciudad autónoma de Buenos Aires.
Iba a locales de comidas rápidas, recogía recibos del suelo y reclamaba que no le habían dado la comida. Políticamente estaba obsesionado con los judíos a los que les adjudicaba todos los males. Pero no tenía demasiado interés en la política: era más bien sumiso y trataba de hacer cosas para agradar a Brenda y a otros miembros del grupo.
Su papel está claro: participó en la inteligencia durante los seis días anteriores al intento de asesinato y él mismo puso la pistola a 35 centímetros de la cabeza de Cristina Fernández de Kirchner. El ataque también tiene su sello: o no supo mover la corredera o no puso la bala en la recámara de entrada.
El foco en los últimos dos días está puesto también en Nicolás Gabriel Carrizo. Es el dueño de la máquina de hacer los copitos de nieve de azúcar, es el que habla en los medios y, según el informe de la Dajudeco, aparece como el líder del grupo, de acuerdo a los entrecruzamientos de llamadas que analizaron.
Instigación
Lo que se busca ahora es la instigación, es decir, que alguien los impulsó e incluso les hizo llegar algún dinero para llevar a cabo el homicidio. Está claro que no obtenían nada de la venta de copitos, dado que solo era una pantalla para realizar esa inteligencia precaria que hicieron. Pero entre los investigadores hay algunos que sostienen que no se les perciben grandes gastos.
Sin embargo, tenían varios teléfonos y estuvieron, a lo largo de seis días, horas y horas en Juncal y Uruguay. Tampoco está claro si el ataque condice con la pasión por la política que tenía el grupo. Aparecieron hablando contra Sergio Massa, criticando los planes sociales y, sobre todo Brenda, participó en varias marchas y escraches. No parece suficiente para una tentativa de magnicidio.
La idea de que alguien los influenció, los operó, no está descartada para nada. Si eso fuera así, la instigación entró al grupo por el lado de Carrizo o de Brenda
y por eso el análisis de las comunicaciones se centra en ellos. El problema es que todos tuvieron demasiada ventaja. Sabag fue detenido por militantes kirchneristas cuando trató de matar a la vicepresidenta.
Llevaba un teléfono, del cual se perdió casi toda la información. Pero quienes lo conocen dicen que tenía varios. Brenda terminó apresada tres días después. En su móvil tenía una carpeta segura, pero la PSA lo desencriptó: no se conoce el contenido aún. Y Carrizo, que probadamente participó de las operaciones previas, aún no ha sido detenido.
Una parte de los investigadores le reclaman por esa detención —y la del resto de los integrantes del grupo— a la jueza María Eugenia Capuchetti y al fiscal Carlos Rívolo. En Comodoro Py, ambos dicen que todavía no tienen pruebas suficientes.
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