SAO PAULO.- No se habla de otra cosa en la ciudad más rica y poblada de América del Sur. Sao Paulo sufre la peor crisis hídrica de los últimos 84 años, mientras la sequía se extiende por los estados vecinos, Rio de Janeiro y Minas Gerais. Unos compran cajas para recoger el agua de la lluvia; los que más compran agua embotellada o hierven la que sale del grifo, por la desconfianza que genera saber que el agua con la que se está abasteciendo la ciudad forma parte del "volumen muerto" del Sistema Cantareira, el conjunto de presas que abastece a 66 localidades además de la megalópolis de doce millones de habitantes.
Hasta hace poco nadie había oído hablar del volumen muerto, la reserva por debajo de los tubos de captación de la presa. Hoy, todos los paulistas se están familiarizando con los tecnicismos que tienen que ver con la gestión del agua. No es para menos: el Sistema Cantareira lleva días al 5% de su capacidad y, según los datos publicados el 4 de febrero, si no lloviese, el agua se agotaría en apenas 50 días. En toda la ciudad hay cortes de agua y la presión que sale de los grifos ha disminuido mucho; pero, para indignación general, la factura de la luz ha subido en enero.
Las consecuencias de un desabastecimiento son imprevisibles no sólo para
los 20 millones de habitantes
del Gran Sao Paulo, sino
para el polo industrial más importante de Brasil
Hasta el pasado diciembre, el gobierno del Estado de Sao Paulo, en manos de Geraldo Alckmin, del PSDB (Partido de la Socialdemocracia brasileña, de orientación conservadora y principal oposición al Partido de los Trabajadores de Dilma Rousseff), optó por negar el racionamiento que sufren los barrios periféricos desde hace meses. A principios de 2015, Alckmin no sólo tuvo que reconocer la crisis, sino que admitió que se podrían llegar a tomar severas medidas.
La población va encajando la noticia, anunciada la semana pasada, de que pronto podría llegar un racionamiento de cinco días por semana. El temor es que ni siquiera estas drásticas medidas sirvan para evitar el desabastecimiento. Porque, si éste llega, las consecuencias son imprevisibles no sólo para los veinte millones de habitantes del Gran Sao Paulo, sino para el polo industrial más importante de Brasil.
Así como hasta el mes pasado negaron la crisis y los cortes de agua, Alckmin y su equipo insisten en responsabilizar a la falta de lluvias. Pero, aunque este verano está lloviendo alrededor del 35% de la media histórica, los expertos están de acuerdo en que el clima es sólo uno de los motivos que han llevado a esta situación límite.
Los expertos están de acuerdo en que el clima es sólo uno de los motivos que han llevado a esta situación límite
Desde que, hace un año, Sao Paulo viviera su verano más cálido y seco desde que alcanza la memoria, la sequía ha sido un fantasma que el gobernador Alckmin, en un año electoral, prefirió ignorar. Ahí se perdió mucho tiempo. Hoy, se convocan a la carrera comités de expertos que plantean diferentes alternativas, pero todas corrigen el problema a medio y largo plazo. Mientras tanto, las fotos de una Cantareira agonizante dejan la imaginación abierta a los escenarios más apocalípticos.
La abundancia que crea escasez
El misterio que los gobernantes no quieren abordar de frente es cómo una región tan abundante en lluvias, cascadas y ríos como el Sureste brasileño puede estar al borde del colapso por falta de agua. "Uno de los desastres provocados por la crisis hídrica ha sido la despolitización del problema. Parece que no causara espanto el hecho de que la crisis ocurra en una ciudad tropical con un alto índice pluviométrico", escribe el investigador Felipe Milanez, experto en Ecología Política y recursos naturales.
Así lo explica Malu Ribeiro, especialista en gestión de recursos hídricos y coordinadora de la Red de Aguas de la Fundación SOS Mata Atlántica: "Nadie piensa en sequía en la región de la mata atlántica (el bosque tropical típico del Sureste brasileño), que es un área abundante en ríos, cascadas y bosques. Pero venimos perdiendo los bosques, a través de un uso del espacio urbano completamente desordenado". En efecto, en una ciudad que está viviendo un 'boom' inmobiliario sin precedentes, no se han contemplado las consecuencias de ese crecimiento para el abastecimiento de servicios básicos. "La escasez de hoy se debe más a la polución y el despilfarro que al clima. Éste puede haber agravado la crisis, pero no la provocó", concluye Ribeiro.
"La escasez de hoy se debe más a la polución y el despilfarro que al clima. Éste puede haber agravado la crisis, pero no la provocó", asegura un especialista
Sao Paulo está atravesada por dos grandes ríos, Tietê y Pinheiros, que están muy contaminados. La ciudad nunca hizo una planificación seria de sus recursos hídricos, y la lógica del lucro se impuso cuando, en 2002, la Compañía de Saneamiento Básico (Sabesp), la empresa público-privada encargada del suministro de agua, comenzó a cotizar en Bolsa. Poco importó que el Estado de São Paulo mantenga en su poder el 50,5% de las acciones: eso no evitó que los beneficios se destinaran al pago de dividendos en lugar de a la mejora de las infraestructuras, a pesar de que, al menos desde 2010, expertos de la propia Sabesp venían advirtiendo del riesgo de sequía. En 2013, los accionistas percibieron 534 millones de reales (unos 182 millones de euros), pero no quedó dinero para invertir en infraestructuras; ni lo hizo Sabesp, ni el Estado con su parte de los dividendos.
Al borde del abismo
Ahora que la escasez es una realidad, se anuncian medidas como diferenciar el agua para lavar los dientes, cocinar o bañarse, y dejar el agua de lluvia para otros fines, como lavar ropa, tirar de la cisterna o limpiar la casa. Con ese fin, todo tipo de equipamientos públicos, como hospitales y escuelas, deberán proveerse de cajas de agua. Esta y otras medidas están siendo analizadas no sólo por los comités de expertos, sino también por la iniciativa Alianza por el Agua, que reúne a 30 ONG. Sus integrantes insisten en que, si bien el racionamiento es necesario, una cosa es hacerlo de forma ordenada y otra acometerlo sin miramientos en barrios como los de la zona este de la ciudad, donde la red está en muy malas condiciones y abundan las favelas; allí, los resultados pueden ser imprevisibles. Máxime cuando afectan a poblaciones pobres que carecen de los recursos para comprar agua embotellada o buscar otras alternativas.
"Habrá un escalonamiento de manifestaciones y de violencia, porque el agua tiene que ver con la dignidad. ¿Cuántos días podemos aguantar sin descargar la cisterna?", apunta la ecologista Marussia Whately, dirigente del proyecto Agua Sao Paulo, uno de los integrantes de la Alianza por el Agua. Allá donde la situación es crítica, ya han comenzado las manifestaciones: en Itú, una ciudad de 150.000 habitantes a 130 kilómetros de Sao Paulo, los alternados han sido encabezados por amas de casa que lanzaron huevos y tomates a políticos y edificios públicos, mientras los adolescentes las acompañaban tirando piedras.
"Habrá un escalonamiento
de manifestaciones y de violencia, porque el agua tiene que ver con la dignidad", apunta una ecologista
El servicio de aguas de Itú se privatizó en 2007 bajo la promesa de que mejoraría la gestión, pero desde febrero de 2014 la población sufre un severo racionamiento que en algunos barrios ha dejado a los vecinos hasta 55 días sin una sola gota de agua. Los bares y restaurantes del centro ya han decidido cerrar sus baños al público.
Mientras, unas pocas multinacionales hacen su agosto: la sequía ha multiplicado las ventas de agua embotellada, haciendo de Brasil el cuarto consumidor mundial de este producto, con 17.400 millones de litros al año. Un 30% de ese total de ventas lo acaparan ocho grandes marcas, entre ellas Nestlé y Coca-Cola. Y eso, pese a que algunos expertos advierten de que el agua embotellada no es de mejor calidad que la que sale por el grifo.
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