beirut
Líbano se prepara para celebrar sus primeras elecciones legislativas en nueve años. El domingo, 3,6 millones de votantes están llamados a las urnas para renovar un parlamento cuyo mandato ha sido extendido hasta en tres ocasiones, con el objetivo de salir de la paralizacion institucional en el país, lastrado por una pésima situación económica y una crisis de refugiados sin precedentes.
Desde 2009, año de los últimos comicios, los problemas se acumulan en el Estado mediterráneo: una deuda soberana que asciende a 70.000 millones de dólares (la tercera mayor del mundo), infraestructuras al borde del colapso, servicios públicos prácticamente inexistentes y una corrupción rampante, a lo que se suma el convulso clima regional por la guerra en la vecina Siria, y la creciente rivalidad entre Arabia Saudí e Irán, trasladada a suelo libanés por el apoyo de cada potencia a los dos principales bloques políticos del país. La tensión llegó al extremo el pasado noviembre con la dimisión sorpresa (y temporal) del primer ministro Saad Hariri desde Riad, presuntamente obligado por el heredero saudí para castigarlo por la creciente influencia y poder del partido-milicia chiíta Hizbolá dentro y fuera de sus fronteras. La situación se salvó in extremis por la acción conjunta de los actores nacionales e internacionales.
Líbano, que con apenas 6 millones de habitantes cuenta con 18 sectas reconocidas oficialmente, conserva su delicado equilibrio religioso y político por medio de un complejo sistema de representación confesional instaurado tras la guerra civil (1975-1990) que reserva cuotas precisas para cada credo en el parlamento y fija el reparto de los tres principales puestos de poder: el presidente ha de ser cristiano maronita, el primer ministro, suní, y el jefe del parlamento, chií.
De cara a estos comicios, una nueva ley electoral aprobada en 2017 modifica el anterior sistema de mayorías, en el que el ganador se lo llevaba todo, por uno de tipo proporcional: los votantes deberán elegir una lista cerrada y un candidato (voto preferencial) dentro de la misma. En total, cerca de 600 candidatos compiten por los 128 escaños del hemiciclo, dividido a partes iguales entre musulmanes y cristianos. El cambio ha propiciado la entrada en liza de independientes y nuevas plataformas ciudadanas, así como una creciente participación de mujeres candidatas en un país con una de las cuotas de parlamentarias más bajas del mundo, apenas un 3%.
En 2017, el sistema de mayorías se cambió por uno de tipo proporcional con listas cerradas
Pero el reparto proporcional, una demanda histórica de la sociedad civil en aras de acabar con el confesionalismo y dar espacio a nuevos actores políticos, no ha contentado a nadie. Los partidos tradicionales ven peligrar sus cómodas mayorías, mientras que los recién llegados saber que lo tienen difícil para traspasar el umbral electoral fijado.
La Asociación Libanesa para las Elecciones Democráticas (LADE), ONG encargada de monitorear los comicios, ha criticado repetidamente el nuevo modelo de votación por su "inefectividad" a la hora de garantizar el pluralismo, al tiempo que ha denunciado múltiples infracciones cometidas durante la campaña, desde fraudes en la financiación de los contendientes, a la compra de votos, presiones a votantes y episodios de intimidación a candidatos independientes. "Entre los candidatos hay un jefe de gobierno y 15 ministros, entre ellos el responsable de Interior, que es quien debería vigilar la neutralidad del proceso. Él y otros se están aprovechando de los recursos públicos y espacios institucionales para promoverse como candidatos, y la propia comisión de supervisión de las elecciones está compuesta por miembros afines a los grandes partidos. El conflicto de intereses es absoluto, el nivel de transparencia, muy bajo", lamenta Ali Sleem, director de investigación de LADE.
Nada nuevo bajo el sol: los libaneses están acostumbrados a un sistema corrompido hasta la médula y un Estado disfuncional al extremo. La baja participación esperada y el extendido voto sectario deja poco margen a un cambio de calado. "Estas elecciones reforzarán la apatía y el distanciamiento hacia un sistema político que a través de la cooptación, el soborno y la marginación de cualquier debate significativo, ha mostrado una notable capacidad para sobrevivir", analizaba recientemente el investigador Joseph Bahout en un artículo para el Instituto Carnegie de Oriente Medio.
La participación que se espera es baja; el voto, sectario; y el cambio, de poco calado
Para la cita electoral, LADE desplegará el domingo 1.200 observadores en todo el país, a los que se sumarán los 132 aportados por la misión de la Unión Europea, que llegó a Líbano hace tres semanas y se quedará hasta el recuento de votos. La europarlamentaria socialista Elena Valenciano, que encabeza la delegación, reconoce que existen inquietudes ante posibles irregularidades y la falta de información de los votantes, aunque considera que en general el nuevo sistema, que ha incluido recomendaciones de la UE como el voto en papeleta impresa, aporta mayores garantías.
A Líbano le conviene satisfacer las demandas de los donantes internacionales: el millón y medio de refugiados llegados en siete años de guerra en Siria han llevado al límite al pequeño país, cada vez más dependiente de la ayuda externa. El gobierno que surja de estas elecciones deberá aprobar una serie de reformas que le aseguren los 11.000 millones de dólares prometidos en la conferencia económica celebrada en abril en París. Por el momento, el Banco Mundial estima que el crecimiento del país este años será inferior al 2,2%, casi un punto menos que el resto de la región MENA.
"Cualquiera que analice la situación con realismo entiende que las elecciones son una mera formalidad para mantener la estabilidad, que es la mayor preocupación de los actores internacionales. Nadie quiere ver Líbano implosionando o explotando. Así que las expectativas se reducen a renovar el status quo", considera el analista Lokman Slim.
Pocos cambios
Los expertos auguran un nuevo parlamento más segmentado pero con pocos cambios en el reparto fundamental de poder. La elección constituirá ante todo un pulso entre el primer ministro, Saad Hariri, y Hizbolá, su poderoso adversario chií, mantenida, eso sí, dentro de límites sostenibles. Según los analistas, el más beneficiado por el nuevo sistema será este último, que podría ver aumentar sus escaños y los de sus aliados hasta completar un tercio del hemiciclo a expensas del Movimiento del Futuro liderado por Hariri. El Frente Patriótico Libre del presidente Michel Aoun y las derechistas Fuerzas Libanesas son las otras grandes formaciones que esperan buenos resultados.
Líbano podría convertirse de nuevo en el daño colateral de las disputas regionales en Oriente Medio
La campaña ha estado caracterizada por una sucesión de amenazas y soflamas identitarias en detrimento de propuestas programáticas concretas. Mientras Hizbolá ha reivindicado su papel en la resistencia contra los yihadistas del Estado Islámico en Siria y su sempiterno enemigo Israel, Hariri ha multiplicado las advertencias contra el Partido de Dios: "No votéis contra los acusados de asesinar a mi padre", lanzó el primer ministro el viernes en alusión a la supuesta responsabilidad de Hizbolá en el asesinato del primer ministro Rafik Hariri en 2005. El magnicidio desató la llamada Revolución de los Cedros, que acabó con 30 años de ocupación siria en suelo libanés y dividió el paisaje político del país en dos alianzas: el 14 de Marzo (contrario a Damasco, con el partido de Hariri a la cabeza) y el 8 de Marzo (prosirio, con los chiís Hezbolá y Amal, el partido del presidente del parlamento Nabih Berri, como principales exponentes, a los que posteriormente se uniría el Frente Patriótico Libre de Michel Aoun). En los últimos años, sin embargo, los límites entre ambos bloques se han ido redibujando y pese a la polarización, las principales fuerzas dependen hoy unas de otras para sobrevivir en el incierto panorama político.
En un contexto de alta volatilidad como el actual, Estados Unidos e Israel vigilan muy de cerca las citas electorales tanto en Líbano como en Irak, que en una semana celebrará igualmente comicios legislativos. Una mayor representación de los aliados proiraníes en los parlamentos de ambos países reforzaría la influencia en la región de Teherán, pesadilla del Estado judío, que en este momento multiplica los ataques contra la República Islámica en suelo sirio para provocar un nuevo conflicto bélico. Con Hizbolá como brazo derecho de los iraníes en Siria, Líbano podría convertirse, una vez más, en el daño colateral de las disputas regionales en el gran avispero de Oriente Medio.
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