jerusalén
Actualizado:Los israelíes acuden este martes a las urnas para poner fin a la legislatura más corta de la historia, una legislatura que ha durado cinco meses y en la que la Kneset únicamente ha aprobado la ley de su propia disolución. La mayoría de los sondeos pronostican un empate entre las dos principales formaciones, el Likud de Benjamín Netanyahu y Azul y Blanco de Benny Gantz.
En cuanto a los bloques, el de la derecha que encabeza el Likud, y el de “centro-izquierda” que lidera Azul y Blanco, volverán a repetir resultado si no se cumple la presunción por parte de algunas de las últimas encuestas que indican que el bloque del Likud podría obtener una mayoría absoluta de 61 escaños, justo la mitad más uno de los asientos del parlamento.
Si se confirman estos augurios, Israel seguirá por el mismo camino que hasta ahora, con una política neoliberal que abre distancias entre ricos y pobres, que se entromete en todos los problemas de Oriente Próximo azuzando las disputas, y que no muestra la menor intención de resolver el conflicto con los palestinos; al contrario, no cesa ni un día de expandir la presencia judía en los asentamientos ilegales de los territorios ocupados.
En el caso de que se repitan los resultados de abril, existen las opciones de que pronto se convoquen las terceras elecciones consecutivas, algo que rechazan casi todos los partidos, o de que se establezca una gran coalición entre las dos grandes formaciones. Esta posibilidad no debe hacer que se lancen las campanas al vuelo ni que se albergue un ápice de optimismo.
Una coalición entre el Likud y Azul y Blanco significaría que Netanyahu y Gantz se turnarían como primeros ministros cada uno durante dos años, una rotación que tendría atados a los dos y que con toda seguridad no permitiría ningún progreso en ninguno de los desafíos perentorios que tienen Israel y Oriente Próximo.
La gran coalición garantizaría que israelíes, y medioorientales en general, sufren en sus carnes las mismas políticas que hasta ahora, con un gobierno que no saldría de la economía neoliberal que Netanyahu ha aplicado en la última década, y con un sector público cada vez más precario, especialmente en áreas como la enseñanza y la sanidad.
La hostilidad suprema hacia Irán, que tantas rentas le proporciona, también se mantendría. El primer ministro ha metido a su país en todos los conflictos regionales y desde la llegada de Donald Trump también ha arrastrado a los estadounidenses a la mayoría de esos embrollos que han debilitado de una manera enorme a los países árabes.
Una vez destruidos Irak y Siria, los planes de Netanyahu se han centrado en Arabia Saudí y Egipto, dos países que han pasado a depender de su apoyo en Washington, y cuya política interior y exterior también dependen rigurosamente de la enorme influencia de Israel en la capital norteamericana.
La hostilidad suprema hacia Irán también se mantendría
De máxima gravedad es que la Unión Europea permanezca amordazada. Desde que hace casi cinco años Netanyahu se negó a recibir a la representante para las Relaciones Exteriores, Federica Mogherini, los europeos han permanecido con los brazos cruzados ante todos los atropellos cometidos por Israel con los palestinos y en distintos países de la región. Los mandatarios europeos que, a diferencia de Mogherini, se reúnen periódicamente con Netanyahu, no muestran ningún interés en resolver conflictos vitales para Europa y llevan tres décadas publicando comunicados tan irrisorios como inútiles.
Un gran gobierno de coalición tampoco despierta ninguna expectativa entre los palestinos. Gantz y Netanyahu no son las dos caras de una misma moneda sino la misma cara de la misma moneda. Los dos están a favor de expandir las colonias y quieren anexionarse de manera inmediata grandes partes de Cisjordania. Ambos se han esforzado por ratificarlo ante el público durante la campaña, compitiendo incluso por ver quien aparece como más nacionalista.
Es cierto que se observa una polarización entre los israelíes, como se ha mencionado a menudo, pero no es una polarización entre la derecha y la izquierda, que prácticamente ha desaparecido de la Kneset, sino una polarización entre la extrema derecha ultranacionalista y la derecha hipernacionalista que representan Netanyahu y Gantz, y entre los religiosos y los seculares.
Estos son unos comicios que más que una continuidad auguran una mayor radicalización y un mayor embelesamiento en la indiscutible condición judía de Israel, religiosa o no religiosa, pero siempre nacionalista, en sintonía con los tiempos populistas que corren por muchas partes de Occidente, si bien en el caso de Israel empezó a gestarse mucho antes y se ha ido agudizando progresivamente a muy buen ritmo.
La ausencia absoluta de la Unión Europea, si se quita su suculenta presencia como comerciante de armas, tiene mucho que ver con la catastrófica situación de Oriente Próximo en general y de Israel en particular. Al no hacer frente a los problemas, al eludir los conflictos por motivos inconfesables, los europeos permiten que Israel siga desestabilizando la región a su antojo, no solo con la cuestión palestina sino más allá.
La esperanza que algunos han depositado en las investigaciones policiales sobre la corrupción de Netanyahu es vana. El primer ministro hará todo lo posible para frenar las investigaciones con una ley ad hoc y, en cualquier caso, el ‘netanyahunismo’ que ha creado en la última década no desparecerá de la noche a la mañana, y menos mientras la Unión Europea siga neutralizada.
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