Este artículo se publicó hace 4 años.
EgiptoEgipto se calienta camino del naufragio
La situación egipcia se deteriora rápidamente con amplias protestas por todo el país. La economía va cada día peor y su influencia política es meramente simbólica. En este contexto adverso, el presidente Abdel Fattah al Sisi se ve obligado a incrementar l
Eugenio García Gascón
El malestar que reflejan las recientes y continuadas protestas en El Cairo y en otras localidades responde tanto a la situación política como a la situación económica que sufre la población siete años después del golpe de estado del presidente Abdel Fattah al Sisi. Durante este largo periodo, a los egipcios se les ha prometido progreso a cambio de libertad, pero no han conseguido ni una cosa ni la otra.
El desencadenante de las protestas ha vuelto a ser el hombre de negocios Mohamed Ali, que reside en España, y que tiene agravios con elementos del estado. A través de las redes sociales, Ali ha movilizado a los egipcios con sus peticiones a favor de un cambio de régimen y del regreso de la democracia.
Es una cuestión central desde el momento que las urnas con toda seguridad devolverían al poder a los Hermanos Musulmanes, como ya ocurrió tras la revolución de 2011 contra Hosni Mubarak. La democracia de los votos, que no siempre es democracia, obligaría a aceptar un resultado que no satisface a Occidente, ni a la potencia hegemónica de Oriente Próximo, Israel, ni a sus aliados saudíes y emiratíes.
El caso de Egipto es interesante porque los islamistas no han respondido con violencia al golpe de 2013 que los apartó del poder, en contra de lo que muchos esperaban. Es un dato crucial que muestra que los islamistas egipcios no solo aceptan los resultados electorales sino que también están en contra de la violencia.
Egipto es un país donde se podría experimentar con un gobierno islamista que repudia la violencia, algo que naturalmente no puede decirse de Siria, donde el experimento islamista sería sin duda contraproducente y terriblemente violento, como corrobora la horrible guerra civil que se impulsó desde Occidente y desde los países antiislamistas de la región.
A estas alturas, y después de más de siete años de mandato, ha quedado claro que Sisi no es el presidente idóneo para guiar a Egipto. Es evidente que Sisi no va a renunciar al poder, de manera que si la precaria situación se deteriora se puede abrir la puerta a otro golpe de estado que podría ser mejor o peor, pero que no cambiaría los elementos de la ecuación.
Un análisis publicado la semana pasada por Middle East Eye señala que la normalización que en septiembre firmaron los Emiratos Árabes Unidos y Bahrein con Israel significará un oneroso revés para la economía egipcia, en primer lugar porque Egipto pronto dejará de ser el primer socio comercial árabe de Israel, y en segundo lugar porque con toda seguridad se abrirán vías de transporte alternativas con consecuencias desastrosas para el Canal de Suez que Sisi acaba de ampliar con una obra faraónica de miles de millones de dólares.
Incluso desde el punto de vista del peso político, desaparece el papel que Egipto jugó durante décadas como principal agente mediador entre Israel y el mundo árabe, aunque es evidente que Israel no va a dejar que Sisi se hunda puesto que es muy valioso para impedir que los islamistas accedan al poder.
De hecho, hace algunos meses el Canal 12 de la televisión hebrea reveló que Sisi y el primer ministro Benjamín Netanyahu conversan por teléfono con una periodicidad semanal y a veces diaria sobre distintas cuestiones. En su momento, medios hebreos ya indicaron que el golpe de Sisi fue coordinado con Israel y contó con la bendición de este país.
El analista Mohamed Ismat prevé que la situación se deteriore más. "Todo el sistema de seguridad nacional árabe, con todas sus dimensiones militares, políticas y económicas, se desmantelará (tras los recientes acuerdos de paz con Israel). Toda la retórica del mundo árabe sobre libertad, unidad y desarrollo independiente, se osificará y se guardará en almacenes", escribió en Shorouk News.
Ismat cree, y seguramente no le falta razón, que la Liga Árabe y demás instituciones árabes van a resentirse en favor de Israel, que en la práctica se ha convertido en la única potencia de la región, lo que permite a Netanyahu diseñar las políticas regionales, algo que ya ha ocurrido en los últimos años, cuando países como Emiratos o Arabia Saudí se han convertido en peones que Netanyahu utiliza aquí y allá en función de sus intereses.
Otra circunstancia que algunos medios árabes han indicado es que Egipto está recibiendo una ayuda económica menor de Arabia Saudí y los Emiratos. Por un lado los saudíes tienen problemas para equilibrar su balanza debido a los menguantes mercados del petróleo, y por otra parte los Emiratos están metiendo su dinero en otros frentes en los que están muy implicados.
Naturalmente, esta situación repercute negativamente dentro de Egipto creando pobreza, impulsando las protestas y aumentando la represión contra quien osa criticar a Sisi. Aunque estos acontecimientos debilitan al presidente, no puede preverse si a medio plazo lo apartarán del poder.
En cualquier caso, el recorte de los ingresos forzará a Sisi a reducir los subsidios y a incrementar los impuestos, lo que se traducirá en un mayor malestar. A la pobreza endémica que se ceba particularmente en las zonas rurales, hay que añadir que Sisi ha aumentado los precios de la electricidad, el agua, el gas natural y el transporte hasta un punto difícil de soportar para muchos egipcios.
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