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Donald Rumsfeld, el 'carnicero de Bagdad': muerte y mentiras que nunca respondieron ante la Justicia
A Donald Rumsfeld, que dedicó la mayor parte de su vida al servicio público de Estados Unidos, se le recordará como uno de los artífices de la invasión de Irak en 2003 y de la paralela intervención americana en Afganistán. Estos dos conflictos desataron una violencia incontrolada en Oriente Próximo que se ha pagado con enormes pérdidas humanas y materiales, y que continuarán pagando las futuras generaciones.
Eugenio García Gascón
La desaparición de Donald Rumsfeld, que murió el miércoles a los 88 años de edad, deja un hueco enorme entre los políticos de principios del s. XXI que más contribuyeron a crear y mantener el caos en Oriente Próximo, dando inicio a una etapa de torturas, éxodos y muerte de civiles que pronto se convirtieron en moneda corriente, aceptada por Estados Unidos y el conjunto de los países occidentales.
Aunque conocido como el carnicero de Bagdad, las actividades del secretario de Defensa del presidente George Bush no se redujeron a la capital iraquí sino que alcanzaron a todo Irak y Afganistán, aprovechando el desconcierto causado por los ataques del 11 de septiembre de 2001, una jornada trágica que permitió a Rumsfeld y su equipo dar palos de ciego en casi todas las direcciones.
Para sus acciones encontró la fórmula adecuada que llamó "guerra contra el terrorismo", una definición que le permitió justificar un sinfín de desmanes que con los años llevaron a la región a los peores momentos de su historia, y que Rumsfeld empujó un año tras otro en una huida hacia el abismo financiada generosamente por el contribuyente americano.
Algunos analistas estiman que Rumsfeld es responsable de la muerte de 400.000 personas, pero es difícil establecer una cantidad exacta dado que la intervención militar en Irak de 2003 tuvo luego terribles consecuencias para toda la región durante años, que todavía duran y probablemente van a durar mucho tiempo más.
Ni siquiera en los casos específicos de Irak y Afganistán se podrá llegar algún día a contabilizar el número exacto de muertes y desplazados, dado que el propio Rumsfeld ordenó a los militares que no guardaran registros de las bajas que causaban.
En cuanto a las torturas, Rumsfeld dio las órdenes que condujeron a los soldados americanos a violentar físicamente a los prisioneros que tenían bajo su custodia en Irak, Afganistán y Guantánamo. Cientos o miles de prisioneros, en su mayor parte islamistas, pero no solo islamistas, sufrieron abusos que nunca fueron juzgados.
Aunque periodistas e historiadores han documentado las torturas durante el mandato de Bush, no se han traducido en acciones judiciales porque los líderes políticos que las cometieron no lo han querido. Documentos publicados en Estados Unidos revelan que muchos de los torturados, a los que se aplicaron hasta 16 técnicas de torturas autorizadas por Rumsfeld, fueron liberados sin que se hallaran pruebas que los incriminasen.
Tras los atentados del 11 de septiembre, Rumsfeld supervisó la invasión de Afganistán, y fue el arquitecto de la invasión de Irak, en la que casi 200.000 soldados se desplegaron en ese país con la intención aparente de encontrar y destruir armas de destrucción masiva que pronto se vio que solamente existían en la mente de Bush, Rumsfeld y su equipo.
Para justificar la invasión, el secretario de Defensa no tuvo ningún reparo en mentir a los ciudadanos americanos y a la opinión pública mundial. Las acusaciones llegaron a ser tan concretas que hasta ubicaban los lugares exactos donde el régimen del presidente Saddam Hussein ocultaba las inexistentes "armas de destrucción masiva": en el área de Bagdad y en puntos cercanos a Tikrit, en la región suní del país.
Un tiempo después se detuvo a Saddam Hussein, se le juzgó en Irak y se le ejecutó, pero las armas siguieron sin aparecer. De hecho, distintos informes de los servicios de inteligencia americanos siempre cuestionaron que existieran, pero Rumsfeld y su equipo manipularon esos informes diciendo lo que a ellos les convenía.
El efecto dominó ya estaba en marcha y un desastre llevó al siguiente de manera natural, hundiendo Oriente Próximo en una terrible ciénaga de despropósitos todavía embarrada. Veinte años después, las tropas americanas siguen estando presentes en Afganistán, Irak y Siria, pero ahora en Washington se asume que lo mejor para todos es sacarlas cuanto antes.
Está claro que la situación interna en los tres países es mucho peor que la que existía en 2001. A los cientos de miles de muertos que ha causado la aventura de Rumsfeld y su equipo, hay que sumar los millones de desplazados, y consecuencias colaterales como la merma de cristianos en la región, especialmente en Irak, acosados por el islamismo radical al que la actividad militar occidental ha servido de palanca.
"Donald Rumsfeld fue un monstruo absoluto. Trasmito mis condolencias a sus víctimas en Irak y Afganistán porque no han tenido la oportunidad de verlo ante la justicia por sus horribles crímenes", ha dicho Ali Abunimah, cofundador de la página Electronic Intifada.
La muerte de Rumsfeld, que nunca mostró arrepentimiento, ha causado controversia en Estados Unidos, donde los medios de comunicación se han dividido, algunos "humanizando" al antiguo secretario de Defensa y otros destacando en sus inmorales comportamientos.
La web progresista The Intercept ha tomado partido con estos últimos: "Donald Rumsfeld fue un criminal de guerra sin piedad que dirigió torturas sistémicas, masacres de civiles y guerras ilegales. Este es su legado y esta es la manera en la que siempre debería recordársele", ha escrito Jeremy Schahill, cofundador de The Intercept.
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