Este artículo se publicó hace 8 años.
Diez claves para entender la situación de los refugiados en Grecia
Tras el "acuerdo de la vergüenza" entre la UE y Turquía, la llegada de migrantes
a las costas de las islas del Egeo, fundamentalmente a Lesbos, no ha dejado de
producirse, a pesar de que desde hace meses se haya silenciado.
-Actualizado a
MITILENE.- Desde 2015, más de un millón de personas que huyen de la guerra ─fundamentalmente de Siria─ han pasado por Grecia. El 20 de marzo, la Unión Europea y Turquía firmaron un acuerdo con la intención de frenar ese flujo de refugiados y las fronteras de Europa se cerraron. En la actualidad, se calcula que entre 40.000 y 70.000 personas están atrapadas en Grecia.
Las 10.000 personas que se encontraban en el campo de Idomeni, en la frontera con Macedonia, fueron realojadas a partir del 24 de mayo en los alrededores de Tesalónica, al norte del país. También siguen llegando refugiados a las costas de las islas del Egeo, fundamentalmente a Lesbos, aunque desde hace meses se haya silenciado. Este es un decálogo para comprender la situación actual tras un recorrido por los campos de Lagadikia, Oreokastro, Sindos y Veria, ubicados en el norte peninsular, y de Moria y Kara-Tepé en Mitilene, la capital de Lesbos:
1. El acuerdo alcanzado el pasado 20 de marzo entre la Unión Europea y Turquía es conocido como “Acuerdo de la vergüenza”. El mismo supone la devolución a Turquía de todos los inmigrantes irregulares y refugiados que lleguen a las islas del Egeo a partir de esa fecha. A cambio se estudia, con más mimo que nunca, la adhesión de Turquía a la UE y se negocia que los ciudadanos turcos pueden acceder sin visado al territorio Schengen, aunque por el momento este aspecto está paralizado y Turquía exige su cumplimiento.
El pacto se selló bajo la excusa de que se podía considerar al país euroasiático como un lugar seguro y, por tanto, capaz de albergar allí a los refugiados que huyen de la guerra y tratan de acceder a Europa a través de la costa griega. El golpe de Estado de principios de julio, los recientes atentados que han sacudido al país, así como la sombra de la restauración de la pena de muerte en Turquía demuestran que no lo es y que está lejos de cumplir los estándares de “país seguro” que recoge la Convención de Ginebra, firmada por los mismos Veintiocho que hoy abandonan el espíritu integrador con el que un día se fundó la Unión Europea.
2. El flujo de llegadas no se ha detenido. Aunque es considerablemente menor, las llegadas por la ruta Turquía-Lesbos no han dejado de producirse. Antes del 20 de marzo, cada día llegaban a la costa griega una media de 1.740 migrantes. Tras el pacto, la media estaba en 47, aunque en las últimas semanas la cifra ha aumentado a 100 y se prevé que los acontecimientos en Turquía puedan reactivar esta ruta. La consecuencia del acuerdo no es el cerrojo al tránsito en el mar, sino la reactivación de vías más peligrosas, como la que va de Libia a Lampedusa (Italia). Las organizaciones humanitarias han alertado en más de una ocasión de que en esa ruta hay una presencia mucho mayor del Estado Islámico y que la práctica totalidad de las mujeres que acceden a Europa por esa vía han sufrido agresiones sexuales. En lo que va de año, más de 160.000 personas han accedido a Europa y cerca de 4.000 han perdido la vida en el mar. Entre ellos centenares de niños.
3. Objetivamente, la situación de los campos de refugiados que abarrotan el país es menos dramática de lo que cabría imaginar. Aunque sobreviven en naves industriales o descampados alejados de cualquier lugar transitable y hacinados en tiendas de campaña provistas con lo mínimo e imprescindible, allí se les garantizan tres comidas al día, ropa, agua, luz y una sensación de semi-seguridad. Estas medidas podrían aceptarse como temporales, muy temporales, pero todas las autoridades hablan de que es posible que los procedimientos de solicitud de asilo (para quienes estaban en Grecia antes de la firma del acuerdo) se demoren hasta dos años.
Si estos lugares se convierten en asentamientos a largo plazo, urge mejorar las condiciones de falta de privacidad, de una dieta nada variada, de ausencia de actividades que permitan su desarrollo personal y profesional. Del mismo modo, debería exigirse con más ahínco que se informe a los solicitantes de asilo de los plazos que se barajan. Pese a la decepción inicial al saber que sus próximos dos años los pasarán ahí, podrían organizarse y volver a sentirse productivos, superando así el trauma que supone una rutina desde hace seis, ocho o diez meses que consiste en despertarse, comer, esperar que pasen las horas y dormir.
4. Las mujeres son las más perjudicadas por la situación en estos campos. El miedo a salir al baño (siempre situado fuera de la nave) durante la noche las obliga a dormir con pañales. No importa que tengan 20, 40 ó 60 años, su dignidad ya se ha perdido. Se turnan para hacer guardias nocturnas y vigilar las tiendas en las que viven mujeres para evitar que se produzcan violaciones. A las embarazadas, además, se les debería proporcionar una dieta infinitamente más variada.
5. El acceso a los campos para los periodistas, pese a las referencias que se leen en prensa, no es complicado. La burocracia es lenta y se requiere un permiso específico del Ministerio del Interior para acceder a todos aquellos campos que gestionan los militares y otro de la Alcaldía pertinente para acceder a los que se encuentran bajo control municipal. Una vez obtenido el permiso, las propias autoridades que custodian el acceso facilitan todo lo necesario, desde la entrada hasta información y cifras. Se permite hacer entrevistas y fotografiar las instalaciones. Los militares, pero fundamentalmente los refugiados, critican la labor de todos los periodistas que “llegan a un campo, se les deniega el acceso al no haber solicitado el permiso, recopilan dos testimonios dramáticos, dos fotografías chocantes y se vuelven con un titular a sus vidas acomodadas”, en sus propias palabras.
6. El Gobierno griego, pese a los fallos y a la infinidad de aspectos cuestionables, es el único de los países de la Unión que se ha comprometido a hacer algo cuando Hungría, Austria o Macedonia han cerrado su frontera a cal y canto y cuando el resto de países han acogido con cuentagotas a perfiles de refugiados muy concretos. Del más de un millón de personas que han pasado por Grecia desde 2015, sólo se ha reubicado a 3.000 y se estima que en la actualidad hay 66.400 refugiados repartidos en más de sesenta campos de todo el país. La limosna que recibe de la UE para gestionar todos esos campos (unos seis millones de euros) es absolutamente insuficiente. Más, si se compara con los 6.000 millones que va a recibir Turquía en dos fases por colocar a sus gendarmes como muro de contención y por violar sistemáticamente los derechos de los 2,7 millones de personas que huyen del horror y que se estima que se encuentran en el país. Por el contrario Grecia, incluso, se ha comprometido a incluir en su sistema educativo a todos los niños y adolescentes a partir de este septiembre.
7. El pueblo griego, sin duda, es quien debe recibir el mayor de los reconocimientos. Con sus medios y su solidaridad sostienen los fallos de un sistema desbordado. Hay campos gestionados por completo por vecinos de los pueblos cercanos, hay familias griegas que han acogido a familias completas de refugiados en sus casas, hay cientos de ciudadanos anónimos que de su bolsillo han pagado equipos de rescate a las decenas de voluntarios que se encuentran custodiando la costa de Lesbos.
8. Imprescindible también es la labor de voluntarios y organizaciones humanitarias. En Grecia hay miles de voluntarios trabajando en los campos, miles de personas que han dejado sus vidas para mejorar las de los demás, que les garantizan bienes de primera necesidad, que entretienen a los más pequeños para que dediquen el menor tiempo posible a entender el horror que les queda por delante o a recordar el que dejaron atrás, que imparten clases y talleres de cualquier cosa. Pero fundamentalmente, hay voluntarios que custodian las costas griegas para reducir todo lo posible las muertes en el mar, como todo el equipo de Proem-aid. Bomberos, socorristas y personal sanitario que desde hace un año pasan cada noche en las playas y que han auxiliado a más de 50.000 personas de las aguas del Egeo con sus medios y su trabajo desinteresado. Las organizaciones pequeñas conocen el terreno y se organizan a la perfección. Las grandes, en cambio, deberían hacer autocrítica. Hay demasiadas organizaciones humanitarias, de todos los países, de todos los grandes organismos. Su falta de coordinación hace que la ayuda esté mal gestionada y se inviertan infinidad de recursos, materiales y económicos, de manera inútil.
9. Son muchísimas las organizaciones y partidos políticos en toda Europa que reclaman un paso seguro. Este consistiría en facilitar el acceso de los migrantes desde Turquía hasta Grecia, pagando por subir a un ‘ferry’ los 42 euros que pagaría cualquier viajero por recorrer los 16 kilómetros de distancia que hay entre ambas orillas y no los hasta 4.000 que les pueden llegar a cobrar las mafias. Mafias de las que los medios de comunicación no hablan y que, una vez facturada esa cantidad por pasaje, montan a 50 personas en una embarcación que parece de juguete. Les cobran aparte un chaleco relleno de polietileno expandido (porexpan) que se hunde y hace el efecto contrario al que se le presupone a un chaleco salvavidas y los lanzan al agua, cuando muchos de ellos no han visto el mar en la vida, con un motor que ha sido reutilizado cientos de veces y que posiblemente les dejará a la deriva en mitad de la travesía. Por si fuera poco, las mafias ─y lo que viene a continuación está sacado de testimonios de los propios migrantes y de organizaciones humanitarias─, aliadas de los guardacostas turcos, disparan y hunden la mayoría de las embarcaciones cuando llevan unos cientos de metros recorridos. Los guardacostas los interceptan, los devuelven a la orilla y vuelta a empezar. Otros 4.000 euros. Quién sabe hasta cuántas veces.
10. Esta no es una crisis de refugiados sirios. Si bien son una notable mayoría, hay miles de paquistaníes, iraquíes y afganos en Grecia, entre otras muchas nacionalidades. Son los grandes silenciados de esta crisis. Los sirios, con suerte y tras un periodo largo, lograrán el asilo en algún país europeo, algo que será más fácil para las familias con niños o para aquellos que tengan familiares ya en Europa. Todos los demás, en cambio, pese a huir de las mismas guerras, son considerados migrantes económicos para la Unión, lo que automáticamente les deja fuera de cualquier posibilidad de asilo.
CODA. Las personas que buscan refugio en la Unión Europea huyen de las bombas y la guerra. La mayoría de los varones tenía dos opciones: unirse a algún bando o huir, solos o con sus familias. Hay una tercera, que era aceptar la muerte. Quienes no quisieron empuñar un arma y matar a sus compatriotas decidieron salir de allí. No son terroristas, no vienen a nuestros países a atentar. Europa, negándoles el acceso, está violando decenas de tratados internacionales que ha firmado y con los que se ha comprometido. No es sólo un deber moral, sino de cumplimiento de estos tratados, garantizar la seguridad de las personas que huyen de un conflicto armado o que son perseguidas en sus países de origen por cualquier razón. Es una obligación asegurar el respeto a la dignidad de todos ellos. Y es aún más fundamental el cumplimiento de los derechos de los niños. Lo que es absolutamente ilegal es externalizar el drama de millones de seres humanos, ponerse una venda en los ojos y hacer oídos sordos a las peticiones de quienes no hacen más que reivindicar que Turquía no es un país seguro.
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