Este artículo se publicó hace 4 años.
La deuda de Colombia con las mujeres exiliadas
Las mujeres colombianas exiliadas, refugiadas y migrantes sufren una doble victimización e invisibilización. Su trabajo político es castigado y estigmatizado en Colombia, y olvidado en los países de acogida.
Marta Saiz
Barcelona-
Los primeros meses del exilio de Betty Puerto fueron muy duros. Para ella, el exilio es una ruptura del alma, una extrañeza total y una soledad que genera daños en la percepción del espacio. Cuando las fuerzas le flaqueaban, pensaba en sus hijos, en su familia y en el impulso con el que fue concebida. Cada día se preguntaba: ¿dónde estoy?, ¿por qué estoy aquí? Porque el exilio es eso, rehacer la vida partir de cero. Y ahí, por primera vez en su vida, experimentó el miedo. Miedo a sentirse sola.
El exilio supone la separación de una persona de la tierra en la que vive. El término exiliada comprende a todas aquellas mujeres y niñas que se vieron obligadas a huir, en este caso de Colombia, a causa de las violaciones a sus derechos humanos. Y Betty Puerto fue una de ellas. Una de las más de medio millón de personas que abandonaron el país en el contexto del conflicto armado y la violencia sociopolítica, en busca de seguridad, protección y refugio.
En Barcelona, Puerto se encuentra con la precariedad, el racismo, el machismo y las dificultades económicas y legales.
La lideresa social procede de una familia beligerante y rebelde que le enseñó a ser crítica con su entorno. Una familia campesina de la región de los Llanos colombianos. Y de una estirpe de mujeres valientes que tuvieron la capacidad de defenderse en un ambiente hostil donde imperaba el machismo y el patriarcado. "Nací con ese pensamiento crítico y en ese trasegar aprendí del mundo de los derechos humanos, la justicia global, el feminismo, la solidaridad y la lucha comunitaria".
Puerto dio sus primeros pasos como lideresa en una de las zonas más golpeadas por el conflicto armado, la región del Magdalena Medio. Aquí formó parte del movimiento social en contra de la guerra y de mujeres en la Organización Femenina Popular, donde denunció las violaciones de derechos humanos por parte de los grupos paramilitares. De la labor de personas como ella nació el Programa Somos Defensores, un espacio de protección de las personas que corren riesgos por su labor en la defensa de los derechos humanos. "Había que cuidar a las personas. Lo que nunca pensé es que algún día tendrían que cuidar de mí".
El perfil de la lideresa fue en aumento cuando comenzó a trabajar en Ciudad Bolívar, una localidad situada en el distrito de Bogotá donde los asesinatos a civiles eran el pan de cada día. "Nos decían en el colegio que cuidáramos de los niños y niñas. En los panfletos de los paramilitares que regaban las calles se decía: los niños buenos se acuestan temprano, los malos los acostamos nosotros…" Es en esta época cuando Puerto sufre las primeras consecuencias de su trabajo como defensora: seguimientos, amenazas y escuchas telefónicas. Así que, en el año 2005 aceptó una plaza para estudiar un año en Barcelona el posgrado de la Escola de Cultura de Pau.
Un exilio forzado
A los dos meses de comenzar su vida en Barcelona, grupos paramilitares allanaron la casa de sus padres. Y unos días más tarde descubrió que su nombre estaba en la lista de "chuzadas", práctica de espionaje en la que se vio involucrado el Gobierno del expresidente y actual senador Álvaro Uribe, que consistía en la interceptación ilegal de las comunicaciones de personas opositoras al Gobierno, periodistas y defensoras de derechos humanos. Aún así, la lideresa regresó a Colombia, pues no concebía una vida sin sus hijos y su familia. Pero las amenazas continuaron: "sabían que había vuelto". Tras 53 días tuvo que regresar a Barcelona.
Una vez de vuelta, Puerto se encuentra con la precariedad, el racismo, el machismo y las dificultades económicas y legales. Unas dificultades que la convierten en una "sinpapeles", ya que su petición de exilio en condiciones excepcionales nunca se resolvió. Han pasado 12 años.
"Una de las formas de recuperación emocional de las personas en el exilio es recuperar su liderazgo social"
Con su experiencia como psicóloga, mediadora y lideresa social, el único trabajo que consiguió en Barcelona fue en un centro donde la obligaron a encerrarse en una habitación para doblar ropa, bajo la amenaza de no hablar con nadie acerca de su formación profesional. "Las mujeres refugias, exiliadas y migradas podemos estar muy formadas, incluso en universidades europeas. Podemos ser buenas para pensar, proponer, tenemos creatividad, innovación; pero nos ‘falta un céntimo pal euro’. Siempre nos falta algo para competir en igualdad de condiciones". Después de un tiempo, junto con otras tres mujeres colombianas, fundó Mujeres Pa’lante, una organización de acompañamiento a mujeres migradas. "Este proyecto me sirvió para dignificar mi exilio. Una de las formas de recuperación emocional de las personas en el exilio es recuperar su liderazgo social. Aunque nunca se logra completamente, ya que en Europa hay una mirada colonial y sexista hacia las mujeres latinoamericanas que nos impide avanzar. Tenemos un doble techo de cristal".
Y confiesa que tiene deudas en la vida que no va a poder pagar, ni que el mundo le va a poder pagar, como ver crecer a sus hijos. "El tiempo pasa y la ausencia es una oportunidad de tiempo perdida". La comunicación con su familia era a través de los locutorios. "Esos lugares tan oscuros, tan inhóspitos y de poca ventilación, encierran mucho cariño. Las madres migrantes criamos a nuestros hijos e hijas desde el locutorio. Incluso el sudor de nuestras manos lo mandábamos desde allí".
A los tres años de permanecer en el exilio, Puerto volvió a Colombia, pero de manera temporal. A partir de ahí, viene y va, y aunque se va sintiendo cómoda en Barcelona, sabe que el final de su vida acabará en el lugar que la vio nacer.
La deuda histórica de Colombia
Los cuerpos de las mujeres colombianas se convirtieron en territorios de guerra en los que fueron violadas, estigmatizadas, castigadas por su trabajo político, y expulsadas de su país
Según el informe Exilio colombiano. Huellas del conflicto armado más allá de las fronteras, del Centro Nacional de Memoria Histórica de Colombia (CNMH), el exilio permanece aún invisibilizado y es una de las grandes deudas en el esclarecimiento de la verdad del conflicto armado y la violencia generalizada. "El Estado y la sociedad colombiana, en conjunto, tienen una deuda histórica en torno al reconocimiento de esta forma de violencia que ha estado presente desde la génesis misma del conflicto armado". Dicho informe forma parte de un proyecto donde participaron las organizaciones de víctimas en el exterior y el Foro Internacional de Víctimas, mecanismo creado por las personas colombianas en el exterior, entre las que se encuentra Puerto.
Esta deuda histórica podría haberse subsanado en los acuerdos de paz firmados en noviembre de 2016, entre el Gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - Ejército del Pueblo (FARC-EP), ya que en el punto cinco del texto referente a las víctimas, se reconoce el desplazamiento forzado fuera del país. Sin embargo, en la actualidad no existe una política pública para las víctimas en el exterior y la Ley 1448 de 2011 sobre víctimas es insuficiente para abarcar las medidas contempladas en el texto. Aunque un aporte positivo en este aspecto, es que sus relatos formarán parte de la historia del conflicto colombiano, ya que dentro de la Comisión de la Verdad de los acuerdos de paz, se realizará un informe con los testimonios de las personas exiliadas colombianas, con el objetivo de visibilizarlas ante el Estado. Un informe que deberá entregarse a finales de 2021.
Los últimos datos oficiales que se conocen sobre personas exiliadas colombianas en el exterior datan de 2016. Según ACNUR, el número sería de más de 300.000 personas, aunque desde las organizaciones de víctimas en el exterior cifran muchas más. El informe del CNMH encontró que Colombia es el país con más víctimas en el exterior de Latinoamérica, por encima de otros países como Honduras, El Salvador o Guatemala.
"La guerra afectó de forma abrupta a las mujeres"
Sin embargo, estos datos no están desagregados por sexo, edad y región de procedencia, lo que afecta especialmente a las mujeres, que sufren una doble victimización e invisibilización. Sus cuerpos se convirtieron en territorios de guerra en los que fueron violadas, estigmatizadas, castigadas por su trabajo político y expulsadas de su país. Y una vez en el exilio, olvidadas por el Estado colombiano y marginadas por ser mujer en los países donde aterrizaron. “La guerra afectó de forma abrupta a las mujeres. Fuimos las que reparamos el tejido social, las que recogimos los cuerpos de nuestros compañeros de los ríos y las que acompañamos a las familias. Nos inventamos bonitos mecanismos de resistencia activa para enfrentar a los paramilitares”. Ahora, desde el exilio y la migración, la persistencia de las mujeres colombianas defensoras es muy potente, especialmente por su trabajo en la construcción de la paz, la incidencia política y la denuncia de la criminalidad en contra de las comunidades y el medio ambiente. De este trabajo nació la Colectiva de Mujeres Refugiadas Exiliadas y Migradas de Colombia.
La historia se repite
La firma de los acuerdos de paz no ha traído la tranquilidad ni la seguridad a líderes y lideresas sociales. Por un lado, el incumplimiento del texto por parte del Gobierno de Iván Duque, líder conservador del partido Centro Democrático. Y, por otro lado, los asesinatos de defensoras y defensores de derechos humanos, que ya suman más de 30 durante el primer mes de 2020. Ante este contexto, miles de colombianos y colombianas se ven obligadas a traspasar las fronteras de lo que una vez fue la esperanza del fin de la guerra. Pero los países a los que llegan, les niegan el refugio porque con la firma de los acuerdos, creen que su seguridad ya está garantizada. De hecho, cifras del Ministerio del Interior y la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) apuntan que en 2019 ha habido 29.363 solicitudes de asilo por parte de la población colombiana. Sin embargo, el Estado español considera que Colombia es un país seguro y no aparece dentro de los países con las tasas más altas de reconocimiento. Solo 10 solicitudes fueron aprobadas por razones humanitarias.
Y lo más grave, como dice Betty Puerto, es que la paz está amenazada: "No interesa que se sepa la verdad. En Colombia parece inverosímil lo que ocurrió: hornos crematorios como en la Alemania Nazi o pozos con caimanes para desaparecer los cuerpos. Organizaciones de derechos humanos lo denunciaron en su momento, pero no hubo investigación; solo ahora, en el marco de la Justicia Especial para la Paz, la sociedad comienza a conocer estos actos. Por esta razón, por la verdad de las víctimas y por el sueño de ver una Colombia en paz, hay que fortalecer la implementación y proteger el Sistema Integral de Verdad Justicia y Reparación. El discurso de la desesperanza no nos sirve".
"El exilio es el despojo del alma, es como una malaltia que se instala y vive contigo; es la extrañeza física y mental de un cuerpo escindido, de un mundo desconocido, de una ruptura raizal y la sensación de que algo se te desprende continuamente a cada paso.
El exilio te arrastra y te deja el cuerpo y la piel despojada de afecto, de constructo social y político.
Es un despojo continuo, una manera de rasgar la ilusión, la formación, la participación, tu vida, toda tu historia. Es una forma de despojarte el vientre, la matriz, de quitarte eso que es tuyo, que es parte de ti, que tú has parido, que has criado.
Todo es desconocido y uno va por el mundo intentando hacer la vida, con la recurrente pregunta del quehacer desde aquí.
Al exilio hay que plantarle cara y arrebatarle la dignidad despojada. Al exilio se le ha de hacer memoria para que se reconozca la verdad ¡Solo así se rompe la extrañeza, se acortan las distancias y se engrandece el corazón!"
Betty Puerto Barrera
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