Este artículo se publicó hace 2 años.
El cambio climático como detonante de conflictos armados en África
La aceleración del cambio climático puede exacerbar la inestabilidad social y desembocar en conflictos armados o movimientos migratorios masivos.
Davide Consoli (CSIC - UPV)
-Actualizado a
El deterioro de las condiciones de vida debido al cambio climático es el desencadenante de un círculo vicioso que pone en peligro el bienestar individual y, en última instancia, el orden social.
En el caso de África, el aumento de la temperatura y los cambios en los patrones de precipitación amenazan la actividad agrícola y ponen en riesgo el sustentamiento de la población. Una de las principales preocupaciones en el continente es que la aceleración del cambio climático pueda exacerbar la inestabilidad social y desembocar en conflictos armados o movimientos migratorios masivos.
Dos fenómenos complejos
El cambio climático es un fenómeno global con manifestaciones locales. La vulnerabilidad climática y la propensión a los conflictos dependen de las circunstancias socioeconómicas de cada territorio. Es importante por lo tanto tener en consideración aquellos matices que afectan a la conexión entre estos dos fenómenos complejos.
Por un lado, el cambio climático se manifiesta en cada área geográfica de manera diferente y con diferente intensidad. Por ejemplo, puede ocasionar subidas de temperaturas y sequías, pero también inundaciones. Cada uno de estos fenómenos tiene consecuencias muy especificas para la seguridad y la viabilidad económica de las comunidades afectadas.
Por otro lado, los conflictos armados no son fenómenos binarios. Su análisis no se puede limitar, como se suele hacer en estudios empíricos existentes, a las dos circunstancias extremas: hay conflicto o no hay conflicto. El perjuicio de un conflicto armado a la comunidad que lo sufre depende del tiempo de gestación y de la duración, y del riesgo de propagación en territorios contiguos.
Conflictos avivados por el cambio climático
Nuestro análisis de 2 653 celdas territoriales en todo el continente africano desde 1990 a 2016 muestra que la probabilidad de que estalle un conflicto es significativamente más alta si la sequía dura al menos tres años. Este resultado es coherente con la evidencia empírica que demuestra que el tiempo de normalización de la actividad agrícola después de una larga sequía es de casi dos años. La elevada inseguridad alimentaria fomenta la inestabilidad.
Por el contrario, el exceso de precipitaciones desencadena conflictos en un lapso de tiempo muy corto. Esto es debido a la amplitud de alteraciones que se producen después de una inundación, que perjudica no solo la actividad agrícola, sino también toda la infraestructura del territorio afectado.
El trabajo refleja también que un aumento prolongado de las temperaturas y de las precipitaciones supone una probabilidad entre cuatro y cinco veces más elevada de conflictos más allá de la zona afectada directamente, en concreto en comunidades situadas en un radio de hasta 550 kilómetros. En este caso el estallido de violencia es un resultado indirecto del cambio climático y refleja la materialización de tensiones debidas a una inestabilidad de larga duración.
Medidas de adaptación y de paz
Nuestros resultados tienen implicaciones de gran calado para el diseño y la implementación de políticas para construir y reforzar la resiliencia.
Las condiciones climáticas influyen en la probabilidad de conflictos dependiendo de las circunstancias especificas de cada comunidad. Por lo tanto, es necesario que las medidas para contrarrestar los efectos adversos del cambio climático se ajusten a la situación socioeconómica del territorio, especialmente en lo que concierne a la identificación previa de focos de inestabilidad que puedan facilitar la propagación y la agravación de tensiones.
La existencia de un tiempo de gestación antes del estallido de conflictos en el caso de sequías, por ejemplo, vislumbra la posibilidad de que haya un margen útil para monitorear y, posiblemente, prevenir que una situación crítica pueda desencadenar violencia.
Asimismo, la posibilidad de un efecto de desbordamiento de los conflictos más allá del territorio directamente afectado por temperaturas o lluvias anómalas exige estrategias de adaptación al cambio climático diseñadas de forma conjunta con medidas que favorezcan el mantenimiento de la paz, especialmente en aquellas áreas más propensas a que se produzca un conflicto armado.
En definitiva, la puesta en marcha de políticas que no tengan en cuenta estos matices y estos efectos indirectos puede resultar no solo ineficiente de cara al objetivo de construir resiliencia, sino dañina, pues puede aumentar las desigualdades existentes y el riesgo de inestabilidad.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation.
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