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Actualizado:Treinta y cuatro años han transcurrido desde la famosa masacre de Bourj Hammoud (1985), el mayor robo de la historia del Líbano, y nadie, jamás, había sabido nada hasta la fecha de los tres hermanos armenios a los que se condenó en ausencia –primero a muerte, y después a cadena perpetua– por el atraco con fuerza y el asesinato de uno de los copropietarios de la joyería y cuatro de sus empleados. Según la policía libanesa, se escaparon de un penal de Beirut deslizándose por unas sábanas, y jamás se supo de ellos. Nunca pagaron, de hecho, por los delitos de los que ellos mismos se declararon responsables ante la policía libanesa. Simplemente, se los tragó la tierra hasta hace apenas unos días, en que una investigación periodística ha revelado dónde se hallan y cuáles son las identidades falsas bajo las que se han parapetado durante casi cuarenta años. La historia es rocambolesca y sanguinaria.
Fue uno de los atracos más sonados de aquella época, no tan lejana, pero no existía aún Internet, lo que explica que el rastro digital del robo de la joyería y el quíntuple asesinato haya quedado medio silenciado, y que la memoria de aquel crimen sanguinario esté casi confinada a los miles de titulares de recortes de viejos diarios enmohecidos. Hay una docena de variantes de fotografías de la escena del crimen, tomadas desde diferentes ángulos, siempre en blanco y negro, y ninguna ofrece duda de que quienes calificaron aquel robo de 'masacre' lo hicieron con total justicia. De la reconstrucción de los hechos realizada en 1985 por la policía libanesa y de la propia sentencia condenatoria, se infería que los tres hermanos con raíces armenias –Hratch, Panos y Raffi Nahabedian– entraron a las dos y media de la tarde del 28 de marzo de 1985 en una conocida joyería del barrio armenio beirutí de Bourj Hammoud con la determinación de vaciar la caja y no dejar testigos. Así lo hicieron.
Una carnicería
La sentencia en que se les condenó consideró probado que fue el más joven de ellos, Hratch Nahabedian (n., 8 de noviembre de 1965), quien mató a sangre fría a los cinco presentes en el local con una pistola mientras sus hermanos Panos (n., 30 de marzo de 1958) y Raffi Nahabedian (n., 6 de julio de 1962) vigilaban y se hacían con la joyas y el efectivo. Los cadáveres que dejó tras de si en distintas estancias de la joyería pertenecían a los cuatro empleados –las dos mujeres Jayour Tekeyan y Maria Hanna Mijayel y los dos hombres Hani Zammar y Avedik Boyadjian– y a uno de los dos socios del negocio, Hrant Kurkdjan (1925-1985). Nadie salvó la vida. No querían testigos porque, de hecho, sus víctimas les conocían bien. ¿Por qué, si no, hubieran franqueado el paso al negocio a sus verdugos sin oponer ninguna resistencia? Fue una carnicería.
La familia del joyero muerto evaluó el valor del dinero y los objetos sustraídos en dos millones de dólares de la época, lo que vendrían a ser unos diez millones de euros al precio actual de los diamantes y las gemas que robaron. Coral; perlas; 3.172 gramos de oro de 18 kilates; 4.200 kilates de diamantes; gemas y otras piedras preciosas por valor de 700.000 dólares así como 3.244 dólares en efectivo... Fue un golpe colosal que conmocionó a la sociedad libanesa de la época, incluso en medio de la caínita guerra civil que todavía despedazaba el país de los cedros, bajo la presidencia de Amine Gemayel.
Ni el joyero asesinado Hrant Kurkdjan ni su socio Robert Boghossian eran desconocidos en Bourj Hammoud, lo que causó todavía una conmoción mayor. Su negocio de joyería era uno de los más boyantes en el barrio armenio, habitado por los descendientes del genocidio contra ese pueblo perpetrado por los otomanos en 1915. Llegaron a emplear a varios miles de artesanos de la orfebrería y, entre ellos, a los hermanos Nahabedian. Pagaron su deuda con sangre, según su propia confesión.
¿Cómo llegó la policía a dar con ellos? Gracias al suegro de Panos –Boghos Mazbanian– quien les inculpó y reveló los detalles que condujeron al arresto, en diferentes circunstancias, de los tres hermanos. Primero, la policía libanesa encontró buena parte del botín dentro de un saco oculto en la vivienda beirutí de Raffi, donde le arrestaron. Horas después, detuvieron a Panos en un hostal, donde se recuperó otra parte de las joyas, y tres días más tarde, al asesino Hratch. Este último se hallaba en Chipre. También este se había llevado consigo en su huida dinero y su parte de las joyas. Según la Interpol, ni pestañeó durante su detención.
Abuelo de Lea Salameh
Durante los interrogatorios a los que se les sometió durante su confinamientos, los hermanos Nahabedian acusaron al socio del joyero asesinado, Robert Boghossian (1923-2012), de haberles alentado al crimen. Pero se sabe que antes de delatarle intentaron extorsionarle. Lo cierto es que los autores confesos del crimen parecían estar al corriente de que antes del atraco, varios joyeros beirutíes habían confiado grandes cantidades de joyas al asesinado Hrant Kurkdjan y a su socio Robert Boghossian –dueños del 40 y el 60% del negocio, respectivamente.
Boghossian no estaba en la joyería el día del atraco y no sólo fue investigado por la policía como instigador del crimen, sino que llegó a pasar cuarenta días en presidio. Sin embargo, la sentencia que años después condenaba a los Nahabedian le consideraba inocente de los cargos. Entre los descendientes de Robert Boghossian se halla la popular presentadora francesa de televisión Lea Salameh (nieta) o los multimillonarios Jean y Albert Boghossian (hijos), muy conocidos en Bélgica o en Suiza, donde poseen valiosas propiedades.
Nueve años después del crimen, el 10 de diciembre de 1994, los tres hermanos Nahabedian fueron condenados a muerte. No obstante, su pena se conmutó por cadena perpetua en virtud de una ley de Amnistía. Se les sentenció en ausencia, dado que desde 1987, habían puesto pies en polvorosa. ¿Cómo lograron zafarse de la Justicial libanesa? Escapando de la prisión de Roumieh.
Como una lima en la tarta
La policía criminal de Baabda dio una explicación a las familias de las cinco víctimas que resultaría incluso cómica, de no ser por la luctuosa memoria de los cinco fallecidos. Según la policía y el alcaide que se hallaba al frente del penal durante la huida de los Nahabedian, los tres hermanos armenios anudaron varias sábanas y escaparon por la ventana. A los ojos de la familia, hubiera sido más creíble argumentar que alguien les introdujo una lima en una tarta y después escaparon con un traje de rayas, y una gran bola de hierro forjado amarrada al tobillo. Todo esto acaeció en un momento en el que el Estado libanés hacía aguas debido a los violentos conflictos sectarios.
Los descendientes de los cinco asesinados dan por hecho que los delincuentes utilizaron parte del botín que la policía jamás recuperó para sobornar a sus carceleros, y a los funcionarios de la ultracorrupta policía de la época. En ese punto, se les perdió el rastro, hasta que una investigación divulgada hace unas semanas por el suplemento Crónica de El Mundo, y ampliada aquí por Público con nuevas revelaciones, dio a conocer que los dos Nahabedian todavía vivos llevaban una placentera vida de joyeros respetables y piadosos cristianos en Viena, donde se habían construido unas nuevas existencias con identidades falsas.
Con arreglo a las pesquisas realizadas por los familiares de las víctimas, el difunto Haroutioun Dayan Nahabedian que yace en el cementerio austríaco de Margaretenstrasse, en Viena 1050, desde el 12 de diciembre de 2012, no es otro que Raffi Nahabedian, oculto tras una falsa identidad. Las investigaciones periodísticas apuntan a que Raffi entró en Austria algunos meses después de la fuga de los delincuentes, en 1988, y obtuvo la ciudadanía austríaca en 1992. En el pasaporte que usó en vida constaba abril de 1950 como fecha de nacimiento, pero en la lápida se grabó 1962, la de Raffi Nahabedian. Uno de los hijos del muerto posee el mismo nombre que el primer vástago de Raffi: Assadour Nahabedian. Sobre la tumba hay una foto cuyo parecido con el atracador armenio deja poco lugar a la duda.
En otras palabras, los descendientes de las víctimas no albergan duda alguna de que Raffi Nahabedian se ocultó hasta su fallecimiento en la capital austriaca tras el nombre de otro armenio doce años mayor. Con arreglo a las revelaciones realizadas por Crónica de El Mundo, el falso Haroutioun Dayan abrió su propia joyería en 2006, en la calle Gluckgasse. Tanto el impostor Raffi Nahabedian como su esposa pretendían ser piadosos cristianos de misa diaria. Hasta que el botín fue hallado, y su culpabilidad quedó completamente despejada a los ojos de la policía libanesa, Raffi repitió durante los interrogatorios más de cien veces: “Soy muy temeroso de Dios y nada tengo que ver con este asunto”. Al confrontarlo con el hallazgo del botín, rompió a reir, según consta en el sumario.
Una buena cristiana
Su viuda aún mantiene una intensa vida social dentro de los círculos cristianos y es miembro de la escuela armenia Shiraz Hovhannes. Sus conexiones con los otros dos criminales han ayudado a averiguar que tanto Hratch como Panos están todavía vivos y al igual que él, se crearon una nueva existencia ad hoc en la capital austríaca.
¿Qué ha sido de ellos dos? De acuerdo a las investigaciones periodísticas realizadas, el autor confeso de las cinco muertes –Hratch Nahabedian– y el impostor Hamayak Sermakanian son una misma e idéntica persona, desdoblada en dos identidades. Este extremo ha sido incluso acreditado mediante una prueba dactilográfica realizada por la brigada criminal de la Policía austríaca que no deja lugar a la especulación.
Sorprendentemente, y tal y como ha podido averiguar este diario, la Justicia vienesa conoce la verdadera identidad de los tres armenios desde hace varios años, y ha permitido que sigan viviendo en Viena, a sabiendas de que obtuvieron la nacionalidad austriaca falsificando documentos y de que pesan dos alertas rojas, de busca y captura, emitidas por la oficina libanesa de Interpol, sobre Hratch y Panos Nahabedian.
Cuchillo o truco
Al igual que Raffi Nahabedian (el falso Haroutioun Dayan), Hratch abrió una pequeña joyería de aspecto miserable que regentaba bajo su falso nombre de Hamayak Sermakanian. Tampoco las fotos de su rostro que se han obtenido en Viena dejan espacio a la duda, acerca de quién es este joyero realmente, y por qué motivos terminó su vida en Austria.
Hratch (Hamayak Sermakanian) es conocido como Miyk; se casó en Viena con Sonig Katourjan –nacionalizada en Austria con el pasaporte de una prima llamada Maggy Bezjan–, y de ese matrimonio han nacido tres hijos que han hecho suyo el falso apellido de Sermakanian.
Existen claros indicios de que Hratch sospecha que le pisan los talones, aunque la policía austríaca jamás le informó de los motivos en su día por los que se requirió en comisaría para efectuar una prueba de su huella dactilar. Uno de sus allegados más cercanos aseguró recientemente que el criminal llegó a mostrar un cuchillo a alguien que se presentó enmascarado en una fiesta de Halloween. Este mismo familiar aseguraba que suele portar a menudo consigo un arma blanca.
Según las investigaciones realizadas por los periodistas, el mayor de los hermanos –Panos Nahabedian– es el que ha llevado hasta la fecha una vida más aparentemente desahogada, junto a su esposa libanesa de origen armenio y su hija Talar –tuvieron también una hija con síndrome de Down que yace enterrada no muy lejos de la tumba de Raffi. Esta rama de los Nahabedian tiene una lujosa joyería en Viena, que lleva justamente por nombre el apellido falso tras el que se han ocultado durante todos estos años. Es decir, Mazbani, que es una variante 'comercial' del apellido armenio que usan: Mazbanian. En su página web hay un epígrage dedicado a la larga tradición 'joyera' de la familia.
La policía del karma
Panos entró en Austria en 1988 utilizando el pasaporte de su cuñada Asdghik Mazbanian, y en 2005, solicitó que se modificara el nombre femenino de Asdghik que venía usando por el de Robert. A los austriacos –que jamás se enteraron de que usaba un nombre armenio de mujer– les hizo creer que lo cambiaba para facilitarles la pronunciación. La auténtica Asdghik Mazbanian vive en Beirut y es su cuñada. La lujosa joyería que regenta –a nombre de su hija– está en el número 4 de la calle Führichgasse.
Se diría que intervino la policía del karma, pero Panos se afeitó la cabeza cuando huyó del crimen cometido en Beirut para simular una calva y dificultar su identificación y con el paso de los años, ha perdido el pelo de acuerdo al mismo patrón que trazó con la cuchilla de afeitar en el 85, de modo que ahora es más sencillo detectar las semejanzas en el rostro, entre las fotos más recientes, y las que le tomaron tras su arresto.
Las tres joyerías de los hermanos se encontraban en el mismo distrito vienés, a muy corta distancia. La de Raffi se clausuró cuatro años después de su fallecimiento (en 2016), mientras que Hratch ha dejado de ser visto por el tugurio que regentaba en la calle Akademiestr desde que, en el año 2016, las fuerzas de seguridad austríacas se presentaron en su domicilio para pedirles que le acompañaran a comisaría. Se le sigue viendo, sin embargo, por la joyería de su hermano Panos –el falso George Mazbanian.
Porque, en efecto, tal y como ha podido comprobar este diario, la Justicia austríaca conoce al menos parte de los pormenores de esta historia hace ya varios años. Desde 2017, gracias a la prueba dactilográfica, no alberga duda alguna de la verdadera identidad de Hratch. A Panos no se le practicó la prueba para no levantar la liebre y que los hermanos pudieran dar por cierto que se hallaban tras sus pasos. Si tenían alguna duda hasta la fecha de que han sido cazados, estas revelaciones periodísticas terminarán por despejarlas.
Vuelta a empezar
Pero, ¿en verdad han hecho algo los austríacos desde que tuvieron conocimiento de los hechos gracias a la perseverancia con la que los descendientes de las víctimas han buscado a los criminales? El primer escollo con el que se ha dado las autoridades judiciales que evalúan la posibilidad de volver a incriminarlos es la ausencia de un acuerdo de extradición entre ambos países. Los Nahabedian sabían lo que hacían cuando eligieron Austria. La fiscal que lleva el caso afirma que no podrá decidir si procesa de nuevo por homicidio y robo agravado a los hermanos hasta que los tribunales de Beirut no le remitan todas las pruebas, documentos, testimonios y elementos incriminatorios que condujeron a su condena.
Según ha podido saber este diario, entre las dudas que la fiscalía austríaca quiere disipar, se halla la posibilidad de que las confesiones se realizaran a raíz de alguna forma de promesa, fingimiento, amenaza o coacción por parte de los investigadores policiales que mermara la libertad de expresión voluntaria de los inculpados. Siempre podrían aducir que confesaron bajo tortura.
Aunque existían numerosas evidencias incriminatorias (entre otras, el hallazgo en sus manos del botín y algunas grabaciones, además de sus propias confesiones y las de otros testigos como el suegro de uno de ellos), el proceso judicial que contra ellos instruyó un tribunal libanés se realizó en un momento especialmente complicado y caótico de la reciente historia libanesa.
Así las cosas, hace varios años que austríacos y libaneses se han enzarzado en un intercambio burocrático mientras los asesinos convictos y confesos de Bourj Hammoud siguen impunes. Nunca, hasta la fecha, había trascendido públicamente la presencia en Viena de los autores confesos de la masacre.
El finado no hablará
A los diez familiares de las víctimas que, treinta y cuatro años después, siguen obstinados en que se haga Justicia, les cuesta entender la aparente falta de celo de las autoridades judiciales de ambos países. Entre las peticiones que cursa la fiscal austríaca, se halla, por ejemplo, la solicitud de que se vuelva a interrogar a al menos un implicado que lleva años muerto. En el peor de los casos, precisaría de su certificado de defunción. Todo ello da una idea de la dimensión rocambolesca que ha adquirido la tragedia.
Del lado libanés, la Justicia parece estructuralmente trabada por sus propias deficiencias, y por la complicada situación que atraviesa el país. No ayuda en ningún caso el hecho de que se dé por cierto que se zafaran de su sentencia corrompiendo a funcionarios. Es incluso muy probable que parte de los documentos del sumario ya ni siquiera existan o se hallen enterrados en las polvorientas catacumbas de las instituciones judiciales libanesas.
Por otro lado, no existe constancia de que la policía austríaca haya sometido a los autores vivos de la masacre a vigilancia o que haya ampliado las investigaciones sobre el terreno vienés en tanto aguarda, desde hace varios años, a que se atienda su lista imposible de exigencias para evaluar el caso. Es conocido, sin embargo, que Beirut remitió una copia de las huellas dactilares de los tres condenados, y que la policía austríaca se personó en la casa de Hratch el 17 de febrero de 2016, para efectuarle una prueba dactilográfica que vino a despejar cualquier atisbo de duda. Tuvo que enviar la huella en dos ocasiones. En la primera, mando por error la huella dactilar de otro libanés. Los allegados no podían creerlo.
Según los agentes vieneses, Hratch colaboró con ellos cuando se personaron en su casa, y nada en su expresión, delataba una alteración del ánimo. Así es, de hecho, como reaccionó cuando le detuvo la Interpol en Chipre. Les sorprendió, eso sí, la miseria en que vivía y su aspecto sucio y desaliñado. Sean cuales sean los procedimientos judiciales que la Justicia austríaca siga, lo cierto es que los tres hermanos Nahabedian emigraron a su país como impostores; obtuvieron la nacionalidad con procedimientos ilícitos, usurparon identidades y se beneficiaron de ayudas públicas como viviendas de protección oficial mediante la falsificación de documentos. Los descendientes de las víctimas especulan con la posibilidad de que existiera la posibilidad de revertir su nacionalidad austríaca.
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