Este artículo se publicó hace 2 años.
Los 300 de Limani, a pocos kilómetros de las tropas rusas: "Resistimos"
Así es la vida de los ucranianos que no han huido del pueblo de Limani, situado a unos pocos kilómetros de las tropas rusas, en la frontera entre Mikolaiv y Jersón.
María Senovilla
Mikolaiv (Ucrania)-Actualizado a
"El sonido de los bombardeos molesta un poco, pero estoy bien a pesar de todo", explica Guinadi con naturalidad. Ronda los 80 años, mide casi metro noventa y tiene un párkinson bastante avanzado que no le permite abrir con sus propias manos la bolsa con la que ha ido a recoger ayuda humanitaria al ayuntamiento de Limani.
Está esperando a la alcaldesa, que cada mañana acude hasta lo que queda del consistorio –bombardeado por los rusos– para repartir comida, medicamentos y productos de higiene entre los escasos 300 habitantes que quedan aquí.
En este pueblo vivían 3.500 personas antes de que comenzara la guerra
En este pueblo de aspecto tranquilo, que se levanta a orillas del estuario del río Bug, vivían 3.500 personas antes de que comenzara la guerra. Más del 90% huyeron durante los primeros días, cuando el Ejército de Putin se hizo con el control de Jersón –la única provincia de Ucrania que está bajo la ocupación de Rusia en estos momentos–.
A tres kilómetros de sus casas, las tropas enemigas colocaron su frente de combate a finales de febrero. Colocaron también sus lanzacohetes, que no descansan ni de día ni de noche desde entonces. Cada pocas horas, el sonido de los cohetes que caen se mezcla con el de los que lanzan las fuerzas armadas ucranianas apostadas en la zona. Es un fuego cruzado insoportable.
Cada uno de los estruendos que se escuchan en Limani hace que tiemble el suelo, y con cada impacto que detona se corta la respiración. No parece posible acostumbrarse a vivir así, bajo los constantes bombardeos. Pero los habitantes que quedan en Limani han decido que lo van a conseguir.
"Es mi tierra, que se vayan ellos"
Nadezhda no quiere dejar su pueblo. "Mi marido está enterrado aquí; esta es mi tierra, no voy a ir a ninguna parte"
Nadezhda también ronda los 80 años y vive justo enfrente del ayuntamiento, en una casa con las ventanas tapadas. Con un alegre pañuelo cubriendo su cabeza y una sonrisa hospitalaria, nos explica que ella cuida de muchas de las viviendas de los vecinos que han huido. Al menos de las que quedan en pie, porque los continuos ataques indiscriminados también han diezmado las infraestructuras del pueblo.
Una de las hijas de Nadezhda está refugiada en Italia, pero la otra no ha querido irse. Ella tampoco quiere dejar su pueblo. "Mi marido está enterrado aquí; esta es mi tierra, no voy a ir a ninguna parte. Yo resisto, resisto y canto", dice con una voz dulce que se quiebra un segundo antes de romper a llorar.
Cuando llega la alcaldesa, se funde en un abrazo con Nadezhda. También con los otros vecinos que han ido llegando hasta el consistorio. Ella tampoco se ha ido, aunque le hayan bombardeado su ayuntamiento, su despacho y sus flores el día 40 de la guerra. "Fue a las dos de la madrugada, por suerte...", dice mientras abre la puerta –que sorprendentemente sigue en pie– para que contemplemos desde dentro el desastre.
La principal tarea de la alcaldesa es conseguir la ayuda humanitaria de la que dependen los 300 vecinos
Se llama Natalia Panashii y ahora su principal tarea como alcaldesa es la de conseguir la ayuda humanitaria de la que dependen los 300 vecinos que resisten en esta localidad. La mayor parte de ellos son ancianos. Natalia sabe lo que necesita cada uno: tiene una lista con los nombres de los que quedan y con lo que les hace falta, especialmente la medicación que toman.
Junto con cada bolsa que entrega, va incluido un abrazo y una sonrisa cargada de vitalidad. "Si llego a saber que iba a venir una periodista, me hubiera puesto mi camiseta de "fuck you Rusia", dice mientras camina sobre los escombros de su despacho. El ayuntamiento es sólo un ejemplo de cómo están las casas del pueblo. Agujeros en los tejados, cristales hechos añicos y fachadas dañadas en el mejor de los casos. Ruinas y cenizas en aquellas donde el cohete ha caído de lleno.
"¿No te vas a ir si las tropas rusas siguen avanzando?", le preguntamos. "Esta es mi tierra, que se vayan ellos", sentencia. Se queda atendiendo a los vecinos. A los que no pueden ir a por ayuda humanitaria porque son demasiado mayores, se la llevará después en su coche, casa por casa.
No hay a dónde ir
Casi todos los días llega un camión de reparto con lo más básico
Nadia es la dependienta de la tienda de ultramarinos de Limani. A la pregunta de "¿por qué no se ha ido?" responde que "no hay a dónde ir". Además, el hijo de Nadia tiene 18 años y no le dejan salir del país. "No voy a ir a ninguna parte sin él", subraya.
El hijo de Nadia tuvo suerte. Era cadete en la Academia de Marina de Jersón, y el mismo día de la invasión su padre llegó a tiempo para recogerlo y sacarlo de esta ciudad. "Mi marido conoce los caminos que hay a través del campo y lograron salir por ahí".
Nadia habla con Público casi en penumbra. El bombardeo que ha tenido lugar mientras estábamos con la alcaldesa ha dejado al pueblo sin electricidad. Pero, a pesar de no haber luz, el goteo de gente que acude a comprar víveres es constante. Faltan muchos productos en las estanterías, pero casi todos los días llega un camión de reparto con lo más básico.
Una de las personas que entran en la tienda se detiene para hablar con nosotras. Se presenta como abuela Valia. A sus noventa años, la abuela Valia va a dormir cada noche al sótano de la escuela, habilitado ahora como refugio. "A las seis de la mañana salgo del refugio y camino hasta mi casa con el miedo de que no siga en pie", dice.
En su casa está uno de sus nietos, discapacitado. Cuesta imaginar la angustia que debe sentir mientras recorre las calles para comprobar si la casa sigue en pie y si su nieto continúa con vida.
Combatir pueblo por pueblo
Lejos de las grandes ciudades, la guerra de Ucrania transcurre a otra velocidad
Combatir pueblo por pueblo es la estrategia del Ejército ucraniano en el frente sur de esta guerra, donde no hay trincheras y las líneas de ataque de uno y otro bando van cambiando cada día.
Un hombre mayor que recorre los caminos en bicicleta se detiene para advertirnos de que no avancemos más hacia el sur. "Es muy peligroso, están bombardeando ahora mismo en esa dirección", dice señalando hacia una de las carreteras por la que intentábamos avanzar. "Han vuelto a bombardear Luparevo, le han dado al colegio. Hay muertos".
En la pedanía de al lado, Luparevo, resistían 70 vecinos de los 1.500 que había antes. Y la noche anterior había caído Aleksandrevka, el pueblo que hay inmediatamente después de Limani.
"Allí no queda ni una sólo casa intacta", nos había advertido Panashii cuando le preguntamos por las poblaciones cercanas. "Había una docena de personas escondidas en los sótanos, no sé cómo ni dónde estarán ahora mismo", añadía.
Lejos de las grandes ciudades, la guerra de Ucrania transcurre a otra velocidad. Los asedios no se prolongan durante semanas. Las tropas rusas pueden tomar un pueblo en una sola noche; y el Ejército ucraniano puede liberarlo en una sola mañana. Mientras tanto, el fuego de artillería va quemando la vida y la esperanza de prosperidad en muchas zonas rurales, como esta del sur de Mikolaiv.
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