Olga Rodríguez: "No podemos renunciar a conquistar espacios de libertad"
Por Pablo Batalla
Periodista
-Actualizado a
Olga, ¿qué valoración hace de la situación internacional?
La guerra es el gran elefante en la habitación; una guerra en Europa, originada por la invasión ilegal de territorio ucraniano por parte de Rusia, con un prólogo anterior desde 2014. Una guerra que parece que justifica que se pospongan prioridades. Hace año y medio, en los circuitos diplomáticos, en el debate público, estaban muy presentes los objetivos de la Agenda 2030, que implicaban una serie de derechos humanos a conquistar en los próximos años. En el momento en el que ha comenzado este clima belicista, han sido arrinconados. No se habla más de eso, sino de aumentar el gasto en defensa, y en el mismo pack viene un discurso muy peligroso, que presenta la migración como una amenaza colocada en el mismo saco que el terrorismo, como vimos el año pasado, en la cumbre de la OTAN celebrada aquí en España.
¿Vivimos, en la izquierda, un momento conservador —un ‘virgencita, que me quede como estoy’, un momento de mera resistencia— después de una década de grandes esperanzas frustradas que va desde Corbyn a Syriza?
Sería poco honesto dejar de lado el papel de los medios de comunicación en muchísimos países, con una normalización en prime time de discursos de extrema derecha, racistas,
LGTBIfóbicos, machistas… Se ponen sobre la mesa cuestiones como los derechos humanos, y nos obligan a considerar que son debatibles. “¿Son los derechos humanos buenos o malos?”. Esos muros, esos obstáculos, han condicionado toda esta década. Hecho este análisis, también se podría hacer otro del papel y las dinámicas de la izquierda. Hay proyectos de enorme envergadura que, si no son abordados, probablemente hagan que la desafección vaya a más. Hace falta un proyecto internacional, coordinado de
forma internacionalista, para afrontar la desigualdad, la deshumanización, los muros más altos, la crisis climática, las sequías, el racismo, los enfrentamientos del penúltimo
contra el último, jaleados en medios y redes. El ser humano es profundamente imperfecto siempre, pero hay más cuestiones que nos unen que cuestiones que nos separan. Yo,
por ser periodista, creo mucho en la palabra. Y con palabras tenemos que imaginar esos grandes proyectos que no deben darnos miedo, porque son urgentes, y porque son necesarios.
Es también un momento de grandes cambios en la profesión periodística. Acaba de abandonar el papel el Wiener Zeitung, el diario más antiguo de Europa. ¿Hacia dónde camina la profesión?
Vive una crisis de identidad desde hace tiempo. Cuando nos juntamos periodistas en congresos internacionales, este es el gran tema: la crisis de identidad. La pregunta de cómo se puede financiar el periodismo; de cómo puede sobrevivir. Y la de cómo hacer un periodismo digno y de gran calidad. Los obstáculos son numerosos. No en vano se llama el cuarto poder, y el resto de poderes quieren tenerlo controlado.
Las presiones son grandes. Y la ética y la cultura de los derechos humanos escasean demasiado a menudo dentro del periodismo, y son importantísimas, porque el periodismo decide de qué se habla y cómo se habla de lo que se analiza en el debate público. Tiene la capacidad de marcar agenda. Una sociedad mal informada es fácilmente manipulable. Para resistir y mantener credibilidad, el periodismo debe tener capacidad de autocrítica, honestidad a la hora de autoanalizarse. Esto se echa en falta demasiado a menudo.
Suele poner un ejemplo de cómo cierta falta de ética se disfraza de objetividad: “El rabino del gueto de Varsovia dice que los nazis están masacrando a los judíos, Goebbels lo niega”.
Claro. Si se considera que la equidistancia es rigor, tenemos un grave problema. ¿Dónde está la verdad ahí? El periodismo tiene que describir hechos, no asumir que hay tantas verdades como declaraciones. Esos relatos son muy nocivos, muy tóxicos. El periodismo es un servicio público y un derecho fundamental que hay que cuidar. Saramago decía
que somos las palabras que usamos, y el periodismo es un oficio que usa palabras en el debate público. Introduce enfoques, conceptos, relatos. Yuval Noah Harari lo dice a menudo: el relato en el que creemos configura la sociedad que construimos. Las palabras nos construyen y nos llevan a la acción. En momentos de cierta oscuridad, como este que
estamos viviendo, la responsabilidad del periodismo es aún mayor.
En la última década también hemos asistido a una fuerte ola feminista que ahora parece decaer un tanto, en parte por divisiones internas, aunque dejando tras de sí algunas conquistas importantes. ¿Cuál es su opinión al respecto?
El crecimiento del feminismo es una de las mejores cosas que han pasado en el mundo en la última década. Significa más derechos humanos, más igualdad. Pero volvemos a lo de antes: la falta de ética periodística, la falta de una cultura de derechos humanos ha implicado también la normalización de discursos que han hecho mucho daño al feminismo. Escuchaba el otro día al catedrático de comunicación Víctor Sampedro hablar de cómo los medios han actuado en nuestro país como máquinas de regresión eficaces. Esto ha afectado al feminismo, pero, al mismo tiempo, ha sido una fuerza importantísima, y lo está siendo. Vengo ahora de Argentina, otro país atravesado por esta fuerza adquirida por el feminismo, que ha sido capaz de empoderar a muchísimas mujeres y a muchísima gente joven que sin duda va a tener otra forma de ver la vida, más sana, más cívica, más
igualitaria. El recorrido que el feminismo tiene por delante es —quiero pensar— inmenso.
Año electoral en España. ¿Cómo valora el momento político del país, qué cree que va a pasar en las elecciones del 23J?
Como periodista especializada en determinados temas, permíteme hacer primero un análisis de cómo este país está atravesado por una cultura de la impunidad, y tiene temas pendientes. Las políticas de memoria han llegado muy tarde a un país en el que el franquismo hizo un adoctrinamiento casa por casa, pueblo por pueblo, escuela por escuela; adoctrinamiento que no fue contrarrestado con suficiente envergadura cuando llegó la democracia. Yo llevaba muchísimos años tratando de exhumar la fosa en la que está mi bisabuelo, en un pueblo de León; y, como yo, muchísimas otras familias, porque es una fosa grande. En ese pueblo, decidieron que iban a votar en contra de nuestro derecho a exhumar. En muchos lugares de este país no se ha inoculado la cultura de los derechos humanos y democrática suficiente. Esa es la gran conversación pendiente que tiene este país donde hay tesis equidistantes que lo siguen atravesando todo. Estas elecciones van a estar muy marcadas por el miedo, y el miedo es una herramienta muy eficaz, lamentablemente. A través del miedo, se puede instrumentalizar a sociedades enteras, y en los últimos tiempos, parece haber vuelto ese mensaje perpetuo de “no te signifiques”, “no te posiciones”, “de esto no hables”, “no te comprometas”, “no te indignes”, “no te rebeles”, “no demandes”… Si te descuidas, “no existas” si eres de una determinada manera.
Ese miedo está planeando sobre la campaña electoral; el miedo a mayores demandas sociales. Si se reivindican más derechos y libertades, cuidado, que puede venir la extrema
derecha. No podemos renunciar a conquistar espacios de libertad. La historia nos demuestra que se puede avanzar, pero que los derechos no caen del cielo. ◼