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Vicente Gutiérrez Solís: "Los mineros asturianos dieron una lección de qué se puede hacer cuando la gente toma conciencia"
Por Marta Rogía
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De memoria lúcida y convicciones muy arraigadas, Vicente Gutiérrez Solís (Otiello de Arriba-La Casona, Langreo, 1933), también conocido como Vicentón o Vicente el Bigotes es un ejemplo de toda una vida de lucha por la libertad democrática y los derechos de los trabajadores. Sufrió cárcel, tortura, exilio y deportación, pero nunca dejó el partido en el que militaba a pesar de las represalias padecidas durante la dictadura. Desempeñó el cargo de secretario de organización del Partido Comunista de Asturias, perteneció al Comité Central del PCE y ejerció de concejal, teniente de alcalde y alcalde en funciones de Langreo; además, estuvo vinculado a la Federación Langreana de Asociaciones de Vecinos y la Confederación de Asociaciones de Vecinos de Asturias. Hoy sigue exigiendo reparación para las víctimas del franquismo y es denunciante en la conocida como querella argentina.
Era usted un niño cuando estalló la Guerra Civil y su familia no estaba significada políticamente. Usted, sin embargo, se hizo pronto comunista, ¿cómo fue?
Sí, yo era un crío, pero tengo algunos recuerdos, como chispazos. Por ejemplo, cuando venía la aviación a Oviedo y pasaban por el pueblo y hacían lo que ahora hacen en Ucrania, los vecinos nos metían en cuadras de animales y a los niños nos escondían en un chamizo. También me acuerdo de cuando marcharon con mi padre, lo llevaron a Ujo (concejo asturiano de Mieres) a fortificar y allí mataron a un compañero suyo. Y cuando mataron en el monte al padre de mi mujer, Eliseo Argüelles, y a otro camarada suyo.
¿Cuándo fue su primera detención?
Comencé a militar en 1955 y en febrero del año 60 caí preso. Se había desplazado una delegación de asturianos al Congreso de Praga del PCE, pero hubo un chivatazo y nos enviaron a la cárcel a 39 personas. Me vinieron a buscar al trabajo a las tres de la mañana. Cumplí nueve meses de prisión, así que salí en diciembre.
Las conocidas como huelgas del silencio comenzaron en abril de 1962. ¿Qué reclamaban esas protestas?
Existían unas condiciones de trabajo lamentables en la mina, con agua, sin medidas de protección dentro y sin aire, por lo que se daban muchos problemas de silicosis. Pero también estaban las cuestiones económicas, con unos salarios muy bajos, los había que sus hijos tenían que ir a cuidar vacas para poder comer un plato de cocido y una taza de leche con borona. Fue la huelga más importante del período antifranquista. Los mineros asturianos dieron una lección de qué se puede hacer cuando la gente toma conciencia y crea unas condiciones de solidaridad, unidad y organización. Y había que trabajar para desarrollarlas, porque no teníamos sindicatos. Solo existía el Vertical, el resto, como los partidos políticos, estaban abolidos. Y así estuvimos también en mayo y junio, aunque a mí me encarcelaron de nuevo en abril. Y a darte golpes sin parar. Fueron unos asesinos.
¿Qué consiguió esa resistencia minera?
Pararon unos 300.000 trabajadores en España. Tuvo mucha importancia por su fuerza, ímpetu y entrega y por su unidad. Se logró que Solís [José Solís Ruiz, delegado nacional de Sindicatos, ministro-secretario general del Movimiento] viniera a Asturias y recibiera a comisiones de trabajadores que le plantearon sus exigencias, como la subida a 75 pesetas por tonelada de carbón para mejorar el sueldo de los trabajadores y la libertad de los metidos en la cárcel. Se consiguió que esas personas volvieran a sus puestos de trabajo. También se había pedido la publicación del compromiso en el Boletín del Estado, pero repartieron esa subida como les dio la gana, porque no se había pactado cómo hacer la distribución, así que fue entre capataces y oficiales igual que para quienes sufrimos las consecuencias directas y con eso no estuvimos de acuerdo.
Cuando la huelga ya estaba un poco reconducida se volvió a reactivar en agosto con un paro en Fábrica de Mieres y Mina Quili y también en el Pozo Venturo.
En agosto, el camarada César del Pozo Venturo tuvo un problema con un vigilante y volvió la huelga. La huelga del 62 fue un revulsivo que ocurrió en España para la toma de conciencia de la gente, de las posibilidades que no conocíamos antes y permitió la extensión y organización de grupos políticos. Incidimos sobre las condiciones de vida y creamos Comisiones Obreras, el primer sindicato de España y lo hicimos los trabajadores. Aunque los que recibimos los palos también recibimos miseria, es necesario seguir en la calle para no perder lo que hemos conseguido en la lucha. No podemos dormirnos.
En aquel momento, parecía que las autoridades temían una nueva reacción social fuerte y entre agosto y principios de septiembre se deportó a muchas personas con antecedentes y mineros.
Hicieron un experimento con nosotros y trataron de tomar otras medidas represivas. Fuimos 126 compañeros a quienes nos mandaron deportados a distintas provincias. A mí y a otros once nos enviaron a Soria. Nos llevaron al cuartel de la Policía y palos para aquí y para allá. Y un buen día nos montan en un camión. Paramos en Palencia y después llegamos a Soria. Allí teníamos la obligación de presentarnos en el cuartel de la Guardia Civil a las nueve de la mañana y a las seis de la tarde todos los días.
¿Qué recuerdos conserva de sus pasos por prisión?
Me detuvieron ocho veces. Tuve dos causas por lo militar, la 34/60 y la 34/62. Las otras veces ya no fue por lo militar. En 1960 me detienen cuando estaba trabajando en Carbones de La Nueva. Me cogieron y me llevaron en un coche y fui al cuartel de la Policía Municipal en Sama, donde estuvimos dos horas o así. Esa misma noche detuvieron a varios. Nos trasladaron a la comisaría de Oviedo y allí nos recibieron los excelentísimos Ramos y Pascualón [los agentes Claudio Ramos y Pascual Honrado pertenecían a la Brigada Político-Social del Régimen]. Este último intervino en otras cuatro o cinco veces que me detuvieron. Era una vergüenza cómo tenían los calabozos, peor que una gorrinera, muy sucio. Te daban calderos de agua para que los limpiaras y te traían una mantona. Luego venía un pobre hombre de la Cocina Económica con una comida malísima. Te subían a la oficina y te pegaban cuanto querían, puñetazos, codazos. Te decían que te iban a poner la lámpara (un método de tortura de la policía franquista). A veces llegaban a las tres o las cuatro de la mañana borrachos, uno por delante y otro por detrás y te machacaban. Eran esos dos, pero había más. Ramos usaba una punta de buey, con un vergajo te daba en los hombros. Y esto… [Muestra un diente y la encía partidos]. Me lo arreglaron en la Unión Soviética. Mentaban a tu familia. Y te decían barbaridades. Cuando yo estaba soltero, qué buena está tu novia e insultos. Pero yo no dije nada, decir algo era reconocerlo todo. En otra de las ocasiones tuve un problema con un policía porque le pedí que me aflojara las esposas, que me apretaban mucho, pero no me hizo ni caso.
También logró escapar de algún intento de detención y traspasó la frontera con un pasaporte e identidad falsos, a nombre de Pedro.
En el año 64, en marzo, me mandan aviso a casa de que la Guardia Civil iba a detenerme por la mañana. Se conoce que seguramente uno tomó más de la cuenta en el bar y se fue de la lengua. Entonces, cuando fueron a buscarme yo ya no estaba allí. Estuve guardado hasta que me sacó el Partido Comunista a través de un taxista. Me pasaron a Francia, primero a Tarbes y luego a París. Me llevaron en un Citroën. Allí me reuní varios días con la dirección del Partido para informar de la huelga y también informé en la Unión Soviética, donde estuve cerca de dos meses, y en Sochi quedé descansando. Allí me plantearon si quería un cursillo de formación marxista en la República Democrática Alemana durante tres, seis meses o un año. Cogí el de tres meses. Mi matrimonio ya llevaba un tiempo separado. Marcolina [Argüelles Iglesias], mi mujer, aguantó muchas penalidades en Asturias. A mí me ofrecieron ir al Comité de provincias de Lyon, legalizamos los papeles y ella se vino a vivir a Lyon. Pero aquello no era vida, era una pocilga. Teníamos un baño comunitario y en la cocina poníamos un cartón para que el pescado no saltara. Así que decidimos volver y lo comunico al Comité Ejecutivo del Partido y vinieron a hablar conmigo Tomás García y luego, Víctor Bayón para que no regresara. Pero retornamos en el año 66. Nos asentamos en La Felguera.
¿Y qué tal fue el regreso?
Pues nada más llegar, subí al pueblo y me crucé con una vecina, chivata de Ramos. Y al día siguiente, a la cárcel. Palos y más palos. Estuve tres meses. Los presos políticos y los comunes no podíamos estar juntos y metían con nosotros a los menores.
Su denuncia contra Pascual Honrado forma parte de la llamada querella argentina contra los crímenes del franquismo, que lleva la jueza Servini. Sin embargo, hay voces que dicen que el pasado hay que enterrarlo, pasar página de una vez.
Sí, junto con otro compañero lo hemos denunciado. Ya durante la democracia, en los años 80, me lo encontré con otro en una cafetería de Oviedo. Entré y le dije que cómo tenía la cara de estar por la calle después de lo que había hecho. Y todavía por el verano me llamaron para decirme que ese cabrón andaba por ahí, en una parte de Ponferrada, en el pueblo, pero nadie lo encuentra. También, hace unos 20 años, me tropecé con otro de los que me torturó. Él estaba trabajando en los juzgados de Oviedo de vigilante de seguridad y le dije: "¡Coño! ¿Todavía andas por aquí, compañero? ¿No te da vergüenza?". Yo iba con un compañero del Partido que me decía que lo dejara, que era policía y lo tenían ahí puesto. Que era policía ya lo sabía yo, lo fue y lo seguía siendo. Lo de enterrar el pasado es una desfachatez. Hay que resolver ese problema sí o sí. Quedamos pocos, pero todavía sufrimos las consecuencias. En casa también tenemos desaparecido al padre de Marcolina, no sabemos dónde está. Para cualquier cosa organizan homenajes y para nosotros, se olvidan de los asesinatos, de las torturas. Ya está bien de que manden unos, otros y otros y no se haya resuelto. Los muertos están ahí, las fosas están ahí. Hay que reponer la dignidad, hay que condenar el franquismo y si no se condena, no hacemos nada. Pero eso depende de la voluntad política. Queremos darles un espacio público, honrar a nuestros muertos. No podemos permitir que cuatro chulapos decidan qué podemos hacer o no y cuando solucionemos esto, podremos estar dispuestos a otras cosas.