Este artículo se publicó hace 2 años.
Pioneras en el infierno: las mujeres que conquistaron la mina
Por Bernardo Álvarez
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De una carpeta Ana Álvarez (Mieres, 1954) saca sentencias judiciales, cartas de autoridades, pasquines sindicales, recortes de prensa y decenas de telegramas, muchos cubiertos de una capa de hollín y de manchas negras en las que se han grabado sus huellas. A comienzos de 1987, cuando recibió estos telegramas de los más diversos remitentes —Asociación de vecinos de Gamonal, Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid, sindicato de transporte aéreo— Álvarez y otras compañeras acababan de ganar una larga batalla para conquistar su derecho a trabajar en la mina. Ella, y otro grupo de las cuencas del Nalón y del Caudal, fueron las primeras mujeres mineras en España.
Aunque quizás esto no sea del todo exacto. "Las carboneras", recuerda Álvarez, "ya trabajaban a finales del siglo XIX y principios del XX en los lavaderos o sacando a las mulas de las bocaminas". Más aún: "Se cuenta que en Villablino, hace mucho, hubo una mujer que trabajó dentro de la mina. Su marido había tenido un accidente en la mina, y ella se fue a hablar con el patrón para que le dejasen cubrir su puesto. No querían, pero al final la dejaron y trabajó no sé cuántos años". Y a partir de los 60 hay mujeres trabajando en Hunosa, claro, "pero en las cocinas, limpiando o lavando uniformes".
Ana es de una familia de larga tradición minera y contestataria. Sus abuelos fueron mineros y su padre lo era, lo es su marido y lo eran sus tíos, uno de los cuales estuvo preso en Carabanchel por participar en las Güelgonas del 62. Ana estudió Filología en Oviedo y de ningún modo había pensado jamás en trabajar en la mina. "Pero", y ella misma utiliza esta conjunción, "yo militaba en el Movimiento Comunista y en el Colectivo Feminista de Mieres cuando empieza esto de Hunosa en el 84".
Con "esto de Hunosa" se refiere a un suceso que dejó a la empresa pública minera descolocada. Ese año la compañía abre una convocatoria de empleo para ayudantes mineros, encargados de las tareas en el exterior del pozo. Ni se contemplaba que una mujer pudiese presentarse a esa convocatoria, pero así sucedió. Casi una decena de mujeres solicitaron un empleo en la empresa. Varias superaron el reconocimiento médico y obtuvieron una puntuación que les permitía entrar en Hunosa, pero no fueron admitidas.
"Se ha dicho que las mujeres debemos conquistar la mitad del cielo; en Asturias tenemos que conquistar, además, la mitad del infierno", escribirían años más tarde las feministas mierenses, que se tomaron ese rechazo como una declaración de guerra. "Echo la solicitud en Hunosa por militancia", reconoce Álvarez, y no fue la única. En la siguiente convocatoria, año 1985, 117 mujeres se presentan para una de las 834 plazas de ayudantes mineros.
Hartas de ser ignoradas
La conquista exigía atender a varios frentes a la vez. En el plano jurídico, Hunosa se había amparado en la Carta Social Europea, a la que España estaba adherida, y que prohibía expresamente el trabajo de la mujer en el interior de los pozos. La vía judicial se agota pronto, pues un tribunal asturiano le da la razón a la empresa. No quedaba otra que convertir aquello "en una batalla política".
Unos meses después de cerrarse la solicitud, Ana se enteró de que la empresa empezaba a llamar a los aspirantes para el reconocimiento médico. A la vista de que no llegaba su cita, se las ingenió para conseguir los nombres de las mujeres que se habían presentado y, junto a otras feministas de Mieres, les escribió cartas invitándolas a una reunión.
En ese encuentro, unas 14 o 15 mujeres se constituyen como Colectivo de Mujeres Solicitantes de Hunosa. "A los sindicatos, ni al SOMA, ni a CCOO, ni a CSI", recuerda, "no les hacía ninguna gracia". A pesar de que, en este caso, la injusticia puede medirse objetivamente: "Estaban llamando para pasar el reconocimiento a paisanos que tenían menos puntos que nosotras".
Ahí empezaron las cartas a la prensa y a autoridades, las peticiones de reuniones con sindicatos y con el Defensor del Pueblo. Al no obtener respuesta, un día se plantaron en Oviedo para encadenarse en la sede de Hunosa con pancartas que decían "La musculatura a la basura" o "Tratados internacionales inconstitucionales". En otra ocasión, hartas de ser ignoradas, irrumpieron en una reunión de la Comisión de Afiliación, donde empresa y sindicatos acordaban todo lo relacionado con el empleo en Hunosa.
"Fue una situación muy tensa", recuerda Álvarez, y no se consiguió nada en el momento, más que mantener el conflicto en el candelero. Pero se aproximaban las elecciones generales de 1986, y Juan Tesoro, a la sazón presidente de Hunosa, les prometió una reunión después de los comicios. Cumplió su palabra: "Tres semanas después de las elecciones, nos llama Tesoro para recibirnos". En esa reunión Tesoro les recordó que España seguía adherida a la Carta Social Europea, lo que imposibilitaba que pudiesen trabajar en la mina. Pero descuidó un detalle y Ana así se lo recordó: "No podemos entrar a trabajar dentro de la mina por un problema legal, pero sí tenemos derecho a trabajar en Hunosa. Mientras se resuelve ese problema, podemos optar a trabajar al exterior". Tesoro se comprometió a "hacer todo lo que estuviese en su mano y lo que le permitiese la ley". A las dos semanas las empiezan a llamar para el reconocimiento médico, "y entonces los sindicatos pusieron el grito en el cielo". Aún quedaba una parte del infierno por conquistar.
"¡Mujeres en la mina, no!"
"Las primeras que entran a trabajar son solo dos, en el Nalón, y nadie se entera porque trabajan en los almacenes", rememora Ana. Poco después, finales del 86, otras dos mujeres empiezan a trabajar en el Pozu Monsacro: "Y allí se monta". Al llegar al pozo se encontraron a los sindicatos y a los parados coreando: "Mujeres en la mina, no, no y no". Nadie entró a trabajar, y por la zona se rumoreaba que se iba a convocar una huelga general en todas las cuencas. Tras una asamblea a pie de pozo, en la que las dos mineras se defendieron de las acusaciones de casi todos sus compañeros, la situación se normaliza en Pozu Monsacro. El SOMA insiste en vetar a las mujeres, pero en CCOO empiezan a virar su posición.
El día en que Ana y otras tres compañeras debían incorporarse al trabajo en el lavadero de carbón del Pozu Sovilla era un viernes 2 de enero de 1987 y a las seis de la mañana "hacía un frío tremendo, una helada…". La noche anterior, Ana recibió una llamada de un minero de CCOO: "Avisai a gente, porque aquí llevan toda la tarde convocando a los vecinos para impediros la entrada al trabajo". Así lo hizo ella, y empezó a llamar a compañeras del Colectivo Feminista de Mieres y del Movimiento Comunista.
“Al llegar nos encontramos a mucha gente con la pancarta de "Mujeres no". Nosotras, con nuestra pancarta feminista, y así estuvimos toda la mañana, unos contra otros, con la Guardia Civil en medio. Nadie entró al pozo". Al mediodía volvieron a casa y la empresa las citó el lunes en unas oficinas en Ujo. Estaba prevista una nueva protesta, y otra y otra más, hasta que Ana y las demás renunciasen al trabajo en Hunosa.
En aquella casona de Ujo les dieron su mono y su casco, pero no sus botas: "No tenían de nuestro número, pero llevábamos nuestras botas de goma". Una vez pertrechadas, la Guardia Civil las metió en un Land Rover y pusieron rumbo hacia el pozo. Allí no queda más remedio que cubrir el último tramo a pie, y así pasaron ellas “en medio del follón, con la Guardia Civil haciendo pasillo y la gente gritándonos: "Putas, sinvergüenzas…". Acosándonos, y según pasábamos ellas se estiraban para intentar pegarnos. A una le dieron un puñetazo en la cabeza". Pero alcanzaron la entrada al pozo, y se pusieron a trabajar.
La indignación de la turba se fue sofocando con los días: "Alguno que pasaba nos gritaba "Más que putas, estáis quitando el trabajo", pero "se acabaron cansando". De esas primeras semanas datan los telegramas negruzcos con palabras de apoyo que guardó en el mono y luego en una carpeta en su casa.
"Todavía un día, meses después de empezar a trabajar, me ponen “Puta” en el coche y me pinchan las cuatro ruedas".
Ana dejó la mina a los cinco años para trabajar como profesora. En 2016 llegó a haber 101 mujeres trabajando dentro del pozo y 68 en exterior. Hoy son el 11% de Hunosa.