madrid
Actualizado:Pocos dudan en el PP que Mariano Pérez-Hickman es, ante todo, un funcionario del partido. Un fontanero, según la jerga al uso en la nomenclatura de la politología universal. Término que se popularizó en el famoso caso Watergate que acabó con la presidencia de Richard Nixon. Porque Pérez-Hickman siempre ha navegado entre dos aguas. Las de la primera y la última plante de la Calle Génova 13. Entre las bambalinas del PP nacional y el madrileño. Que, como es de sobra conocido, no siempre mantienen el mismo rumbo y desde donde sale gran parte del fuego amigo del que se quejan políticos de larga afiliación y trayectoria institucional cuando salta algún caso polémico. En especial, los relacionados con la corrupción. No tanto por la imagen de la formación -que también, los hay muy nostálgicos- sino porque, sobre todo, está en juego su futuro laboral o, cuanto menos, la estabilidad de sus cargos presentes.
Lo suyo, insisten, “es actuar en las zonas ocultas”
De Pérez-Hickman dicen quienes han tenido la oportunidad de coincidir con él en su prolongado y tortuoso devenir por los tentáculos de poder del PP que es “un perfecto ascensorista”. En alusión a su sobrada eficacia para estar en una y otra planta noble de Génova, “sin levantar sarpullidos”. Obviamente -admiten- “no es el único. Hay muchos más. Todos deseosos de adquirir cargo y protagonismo”. Pero Mariano, “el otro Mariano” siempre procura seguir una máxima: “ni una mala cara, ni un buen gesto”.
Lo suyo, insisten, “es actuar en las zonas ocultas”. Y se le da bien. “Sabe escuchar y se presenta como un perfecto conciliador de intereses”. Pero, en el fondo, “lo que busca es su supervivencia, su propio bienestar, tenga o no una cuota de poder notable”. Porque no siente una ambición desmesurada. Valora mucho más los acontecimientos a largo plazo. “Tiene una cierta visión de estratega”. Quizás por su pasado en el Ejército. Nacido en San Sebastián (1964) es teniente del Ejército de Tierra en la reserva. Otra seña de identidad de la vieja guardia popular. La excedencia de puesto más o menos altos del escalafón funcionarial. Pero sin descuidar una cierta dosis de fortuna. Imprescindible en todos los órdenes de la vida. “Suele tener un aurea de suerte”, creen no pocos colegas suyos.
Algo de ello debe haber. Porque si no, difícilmente se puede explicar que, con algo más de una semana de antelación, Pérez-Hickman, investigado por un presunto delito continuado contra el Medio Ambiente por los vertidos de la depuradora de Húmera, en Pozuelo de Alarcón, haya sido el beneficiario del acta de diputado que deja Soraya Sáenz de Santamaría tras decidir abandonar la política, unos meses después perder la carrera presidencial por el PP nacional en dura disputa con Pablo Casado. Y Hickman “ni siquiera se va a plantear renunciar a que le juzgue el Tribunal Supremo”. No está en su código de conducta. A pesar de que lleva “toda la vida en Pozuelo”. A pesar de que lleva “toda la vida en Pozuelo”.
Estuvo entre esas dos aguas más de medio año, hasta que expiró el mandato legislativo.
Su currículum político habla de que ha sido concejal veinte años en el municipio más rico de España. Desde 1991 hasta 2011. Desde la época de José Martín Crespo, fallecido en enero de 2017, y el alcalde la localidad del extrarradio del oeste madrileño que más veces ha revalidado su cargo. Nada menos que en cinco legislaturas consecutivas. Hasta que cedió el testigo (la cabeza del cartel electoral y las llaves del partido en el municipio), por orden expresa de Génova, a Jesús Sepúlveda, candidato, primero, y alcalde, después, tras las elecciones locales de 2003. Entonces, Pérez Hickman era diputado en Cortes. En la VII Legislatura, la última de José María Aznar, de quien dicen alguno de sus allegados -aunque sin mucho convencimiento por la citada habilidad de Hickman de estar en un lado y en el contrario casi al mismo tiempo- compatibilizó su escaño con la Concejalía de Relaciones Institucionales que le reservó Sepúlveda -este sí, acólito, como su entonces esposa, Ana Mato, de la familia Aznar, todos ellos miembros del llamado cónclave de Valladolid, fieles que auparon al ex presidente a la presidencia del PP nacional y al Gobierno de España- su amigo en las labores de fontanería del partido. Estuvo entre esas dos aguas más de medio año, hasta que expiró el mandato legislativo.
No le importó. Eran tiempos complejos. En los que la lista de funcionarios del partido trataba de reducir sus múltiples pretendientes en busca de un puesto en el que cobijarse en época de vacas flacas. Cuando el PP perdió el Ejecutivo español, tras el 11-M, y todos llamaban a la puerta de Génova para reclamar “qué hay de lo mío”. Hickman ya lo tenía. En Pozuelo. Su casa. Donde este político de formación jurídica (su perfil habla de que es Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense) ha asumido funciones de todo tipo. Polifacético que dirían algunos. Desde labores institucionales, como cuando asumió la concejalía de la mano de Sepúlveda, hasta el tejedor de la política urbanística, en todas sus múltiples variantes municipales, desde Obras hasta Medio Ambiente, Movilidad o Vivienda, porque también fue teniente de alcalde. En el trienio de alcalde de Gonzalo Aguado, sucesor del ex marido de la también ex ministra Ana Mato y ahora en prisión por su responsabilidad penal en la primera parte del caso Gürtel.
Fue el peón de Génova en los difíciles años post-Sepúlveda, cuando Pozuelo y otros municipios del cinturón del noroeste del PP como Boadilla del Monte, Majadahonda o Las Rozas, estaban en todos los papeles, judiciales y periodísticos, por ser la cuna y el centro de operaciones de la corrupción asociada a Francisco Correa y sus negocios oscuros con el partido nacional y madrileño. De modo que Hickman pasó de convencer, con su paciencia exquisita y su diplomacia controlada, a Sepúlveda de cuestiones banales (aunque trascendentales) como la conveniencia de que el metro ligero pasara por la localidad (el Gran Pijo, como llamaban al prime edil incluso sus correligionarios, con su propia aquiescencia, por su pasión por acudir a Londres ha adquirir trajes de genuino estilo inglés) ante el temor del entonces primer edil de que el municipio se llenara de inmigrantes de distritos limítrofes y crearan disturbios durante los días de ocio.
Hickman cuando juega, procura jugar en casa
Con argumentos a favor de un proyecto al que la recién estrenada presidenta madrileña, Esperanza Aguirre, dio la consideración de estelar, como la excepcional dispersión entre las urbanizaciones y el carácter vertebrador del metro para enlazar los puntos tan alejados -zonas residenciales y de ocio- que alberga el municipio. A asesorar de primera mano a Aguado -su antecesor en las funciones de Urbanismo, por cierto-, sobre cómo restablecer el apoyo de la localidad en el PP. Con los auspicios del partido nacional. Eso sí, en un municipio que, en alguna cita con las urnas, le ha otorgado un respaldo superior al 70% a esta formación.
Es decir, Hickman cuando juega, procura jugar en casa. Aunque sea, quizás, y con permiso del propio Aguado, el que más pueda aportar a la jueza del caso, titular del juzgado de Pozuelo, de la depuradora en la fase de instrucción. Tiene más más vidas (políticas) que un gato, resaltan sus conocidos. En gran medida, “por su experiencia en la sala de máquinas”. Y su predisposición a casi todo. Motivos que explican por qué Mariano Rajoy, a instancias del PP madrileño que ya dominaba Cristina Cifuentes, permitió que entrara en la lista al Congreso en la X Legislatura, su primera como presidente del Gobierno, de 2011 a 2015. A buen seguro, por su labor de fontanería en el Pozuelo de las horas más bajas del PP que, sin ninguna pérdida considerable de votos y con una aspirante sin renombre de envergadura, como la actual alcaldesa, Susana Pérez Quislant, revalidara el poder en los últimos comicios. Después de un mandato con 'paños calientes', al mando de la actual presidenta de la Asamblea de Madrid, Paloma Adrados.
Su misión estaba cumplida. La encomienda del PP nacional había sido obedecida. “A nadie le extraña, porque Hickman es un jardinero fiel del partido”. Capaz de admirar a Aznar, compartir criterios con Rajoy y, como sustituto de Sáenz de Santamaría, prestar su servicio al líder del PP, Pablo Casado, en cualquier vertiente política. No en vano, sirve para un roto y para un descosido. Ha tenido responsabilidades políticas, de partido, económicas -ha estado en comisiones en el Hemiciclo de Ciencia y Tecnología o Economía y Competitividad- urbanísticas, en Pozuelo y de Defensa, su profesión original, donde consta en su trayectoria como portavoz de Comercio de Armas o ponente en la reforma del Código Penal Militar.
Es lo que tienen los profesionales multidisciplinares.
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