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Los chinos también bailan

Tras largas jornadas laborales, el ocio oriental se concentra en casas, karaokes y restaurantes

DANIEL AYLLÓN

A tres metros bajo tierra, Tony Xu, de 34 años, y otros 17 chinos devoran cuencos de tallarines, sopas, arroces con gambas y empanadillas. El restaurante, inaugurado en 1999 en el subterráneo del parking de la Plaza de España de Madrid, es uno de los pocos del centro de la capital donde los orientales pueden comer sus platos típicos, alejados de la salsa agridulce y las recetas para extranjeros.

En el local no hay dragones ni colorines. Apenas tiene siete mesas y la televisión proyecta a todas horas un programa de karaoke, uno de sus entretenimientos preferidos. Fuera, en el pasadizo de entrada al parking, han desaparecido los comercios que había años atrás. El restaurante, el supermercado, la agencia de viajes y la inmobiliaria que ahora ocupan su lugar tienen el sello chino.

En este pequeño Chinatown, Tony inauguró recientemente la inmobiliaria Alfa. Aunque las ventas de locales están a la baja, es optimista porque 'los chinos no acuden a las agencias españolas. Pocos dominan el español y optaran por nosotros', explica con un depurado castellano.

La comunidad china de España, que en 1996 era de 10.816 personas y se ha multiplicado por diez hasta alcanzar los 113.922, es el sector inmigrante más emprendedor. Para abrir sus negocios, les basta con reunir 25.000 ó 30.000 euros que consiguen mediante el ahorro, en el caso de los que llevan años asentados, o el sistema Renqing (sentimientos humanos), en el de los recién llegados.

Tony optó por el primer método. El segundo apela a la buena relación entre dos personas para hacerse préstamos, entre otras cosas. Sin intereses ni presiones bancarias. Su aval es la confianza. Si no se devuelve lo prestado, afectará al plano personal y 'la familia del moroso se sentirá muy avergonzada', explica Tony. La familia es el vínculo más importante dentro de la sociedad china y faltarle al respeto es una ofensa muy grave.

El hogar chino
Al final del día, Tony regresa a su casa en Carabanchel, donde vive con su mujer y sus dos hijos. Salvando la decoración, el hogar de un chino asentado se diferencia poco del de un español. Pero en los casos de los recién llegados, abundan las aglomeraciones y la falta de higiene. Bien por dejadez o bien por el escaso tiempo libre que les dejan sus largas jornadas de trabajo.

Las cocinas son las salas menos limpias. El salteo de alimentos requiere grandes cantidades de aceite a 250 grados. 'Las campanas de cocina españolas no están preparadas para trabajar con esos humos y si no se limpia bien, hay que cambiarlas cada 6 ó 12 meses', explica la cocinera.

En la oficina de la inmobiliaria, la figura dorada de un gato con una pata en alto preside la sala. 'El gato asegura la bonanza económica y con su pata atrae el dinero', explica el dueño. Estas pequeñas esculturas son muy frecuentes en los locales y casas chinos por su carácter supersticioso, sean o no religiosos.

Entre ellos hay muchos ateos, debido a su educación comunista. Y la mayoría de los creyentes bascula entre varias religiones. Es frecuente que la misma persona tenga imágenes de buda en su casa -que le traerá hijos y salud- y en el trabajo, un dios taoísta -para que les consiga dinero-. Lo denominan 'una religión práctica'.

Niños chinos españoles

Los hijos de Tony son españoles, pero como la mayoría de los descendientes de chinos tienen doble nacionalidad. Los menores de 15 años -22.281 personas- suponen ya el 19% de esta colonia, según el último censo. En el caso de los adolescentes, están empezando a abandonar las formas de ocio de sus padres, y los bares y discotecas desplazan poco a poco a los tradicionales karaokes y cenas en restaurantes.

Qing Wang, de 26 años, llegó a Salamanca tras licenciarse en Derecho en Xi'an (China). Allí estudió un máster, y junto a sus compañeros de clase conoció las fiestas de la noche española. Salió de copas y aportó el punto exótico a un grupo plagado de españoles, a los que se presentaba como Carmen 'para que no se liasen', explica con una tímida risa.

Ahora enseña español a sus compatriotas y trabaja como secretaria de la asociación CEIICHES, dedicada a la integración china. 'Me costó un año de trabajo pagar el billete de avión y he tenido muchos problemas para convalidar el título, pero ha merecido la pena', dice Qing.

Pero la mayoría de los chinos que emigra no es universitaria como Qing. Cerca del 70% procede de la región montañosa de Qingtian, al sur de Shanghai, donde la emigración ya es una tradición y la población envejece a pasos agigantados con la escapada de los jóvenes.

Traficantes de personas

Chen, de 33 años, es uno de ellos. Llegó a España hace cuatro de manos de un cabeza de serpiente, el término que utilizan para hablar de los traficantes de personas en China. El pago por sus servicios se puede hacer con horas de trabajo en el país de destino o con dinero en efectivo. Chen tomó la segunda opción, aunque no revela la cantidad que pagó.

'Estas redes hacen unos trámites que antes eran gratis porque los hacía gente de confianza, pero no se puede decir que sean organizaciones mafiosas', explica Gladys Nieto, profesora de Antropología de China de la Universidad Autónoma de Madrid y autora del libro La inmigración china en España (Catarata). Respecto a la próxima generación china en España, la experta explica que 'tendrá una buena formación, hablará varios idiomas y su capital humano y económico será muy importante para España'.

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