Este artículo se publicó hace 7 años.
La reforma fiscal de Trump no contenta a nadie
Ni ricos ni multinacionales creen en el fastuoso recorte fiscal de Donald Trump para rentas personales y beneficios empresariales. Tampoco a los economistas les cuadra las predicciones oficiales de aceleración económica y reducción del déficit. Ni a los analistas geopolíticos el repunte de la deuda, que -alertan- pondría en jaque la seguridad nacional. Incluso desde el mercado se admite que la coyuntura actual no demanda una rebaja que, además, atenta contra la clase media americana.
Madrid--Actualizado a
La ambición mueve montañas. Pero también puede destruirlas. La persistencia de Donald Trump en pasar a la historia como el presidente que firmó la mayor rebaja impositiva en EEUU puede llevar a la mayor economía del planeta al borde del precipicio. No es una amenaza gratuita. Es un grito de racionalidad. Porque el mensaje demagógico del líder republicano -que primero le llevó en volandas en la campaña electoral y, con posterioridad, ya desde la Casa Blanca, le ha permitido añadir más retórica al insistir en llamar a la ley que debería incorporar su reforma Cut, cut, cut Act- de reducir al máximo la presión fiscal a capitales y empresas, es una clara muestra de populismo.
En tiempos, todavía, de crisis. Aunque los datos de crecimiento y de creación de empleo en EEUU -es decir, dos de los grandes parámetros macroeconómicos-, presupongan otro escenario. Y bajo serias amenazas de tormentas financieras, según análisis nada sospechosos de instituciones multilaterales y bancos de inversión.
Cierto es que el PIB americano repunta a un ritmo medio del 2,5% en el último lustro (del 3,3% a tenor del sorprendente dato del tercer trimestre de este año) y que el mercado laboral se ha instalado en el pleno empleo, con una tasa de desocupación del 4,5%. Por no es menos verdad que mientras el 40% de los estadounidenses más pudientes han multiplicado por cuatro su riqueza y gastan cuatro veces más en educación y ocio, el 60% restante -donde se debe incluir las clases medias- apenas ha logrado recuperar, a duras penas, y después de un decenio, su capacidad adquisitiva pasada.
Pese a que cualquier gasto mensual extraordinario o no previsto de 400 dólares les lleve a solicitar préstamos personales o que sus contribuciones a planes de pensiones privados sean, desde el inicio de la crisis, insuficientes como para granjearse una jubilación estable.
Las cifras del gran recorte tributario
Precisamente esta dualidad coyuntural entre las grandes cifras macroeconómicas y la economía de a pie -que ha perpetuado las desigualdades de renta-, ha sido el caldo de cultivo que ha hecho posible el notable disenso social hacia la doble rebaja de Donald Trump que, ya en su proyecto original, defendía un recorte, del 35% al 15%, en el tipo impositivo de Sociedades, y de cuatro puntos, hasta el 35%, a los más ricos en el tributo sobre las rentas personales. Tras el visto bueno del Senado, en la madrugada del pasado 2 de diciembre, a la Tax Cuts and Jobs Act (TCJA) -que así se denominará finalmente-, el recorte para las personas físicas amplía de cuatro a siete los tramos definitivos.
Una corrección que, teóricamente, suma progresividad al impuesto respecto a la propuesta remitida por la Cámara de Representantes, pero que esconde una sorpresa final: una nueva rebaja, de un punto adicional, a las clases más pudientes. Entre otros, a parejas que ingresen más de un millón de dólares anuales, que tributarán al 38,5%. Si incorpora este tramo más alto al que planteó como tope el propio presidente Trump. De forma que los contribuyentes americanos tendrán como gravámenes, en función de sus rentas tipos impositivos del 10%; 12%; 22,5%; 25%; 32,5%; 35% y 38,5%.
El 49% de los estadounidenses se declara contrario a la rebaja fiscal, frente al 29% que la respalda y el 22% que no contesta
Pero no es el único punto conflictivo de la reforma personal. La mayoría de los estadounidenses, alrededor del 70%, solicitan una deducción general sobre sus ingresos. Para todos ellos, la rebaja se podría convertir en una mayor presión fiscal en ejercicio venideros.
Porque el nuevo abanico de deducciones y exenciones que ha emanado del Senado (y que reduce los beneficios frente al plan de la Cámara) apenas supone ventajas para, ni para el contribuyente individual, que este año, de media, ha visto reducida su base imponible en 6.350 dólares por la deducción estándar del impuesto, y los 4.050 dólares que, de promedio, obtiene por exenciones específicas, ni para las declaraciones conjuntas. De hecho, el renovado Código Fiscal, impulsado para simplificar las obligaciones tributarias, engloba no pocos de estos enjuagues fiscales.
Sea como fuere, la rebaja impositiva no gusta a casi nadie. Ni siquiera al gran público americano, que parece haber adoptado, en este asunto, el imaginario colectivo sueco que rechaza rebajas tributarias que pongan en riesgo su generoso estado de bienestar, le persuade la idea de pagar menos impuestos en estos momentos.
El 49% de los estadounidenses se declara contrario según una encuesta, de finales de noviembre, de Reuters/Ipsos, ocho puntos más que el resultado del sondeo precedente, de octubre. Frente al 29% que la respalda y el 22% que no contesta. De una muestra de 1.257 adultos, de los que más de la mitad juzga que beneficia a ricos y corporaciones empresariales, en comparación al 14% que cree que es buena para todos los americanos, el 6% que señala a la clase media como la más favorecida y el 2% que considera que es una medida dirigida a las rentas más bajas.
Efectos colaterales de la bomba atómica fiscal
El elenco de críticas a la rebaja es inaudito. Observadores políticos se atreven a tildar de inmoral la actitud del Grand Old Party (GOP), el Partido Republicano, por permitir pasar una ley tributaria de tal envergadura. Sin atender -dicen estas voces- a los esfuerzos presupuestarios de los planes de estímulo para sacar a la economía de la recesión tras la crisis de 2008. Sino, más bien, dando pábulo a los cálculos que aseguran que la rebaja financiará la tercera parte del crecimiento extra que, a juicio de la cúpula republicana, inyectará esta medida y que valoran en 1,5 billones de dólares.
En el punto de mira de este rechazo surgen los senadores Bob Corker, de Tennessee, y Ron Johnson, de Wisconsin, que fueron los que inclinaron la balanza para la pírrica victoria, 51-49, en la cámara alta, con un juego de presión final que consistió en no aceptar la abolición de los Impuestos sobre Sucesiones estatales, a cambio de incrementar, de 5,6 millones de dólares a 11,2 millones, el mapa de exenciones tributarias. Todo un acicate para las rentas per cápitas más altas. Es decir, para el 5% más pudiente del país.
Y eso que, a buena parte de estos multimillonarios, esta nueva reedición del America, first de su presidente no le parece, precisamente, muy patriótico. Lo dicen desde Patriotic Millonaries, una organización que agrupa a grandes patrimonios, empresarios e inversores preocupados por los abusos de poder en EEUU y que aseguran seguir el lema de que “nuestro país significa más que nuestras riquezas” y desde donde se alerta al Congreso y a la Casa Blanca de que este proyecto generará aún más desigualdad en el país.
Una iniciativa a la que se han sumado, mediante carta a los representantes legislativos, más de 400 millonarios, entre los que se encontraban George Soros o Steven Rockefeller, y en la que piden aumentos sobre su actual presión fiscal para lograr “trabajos de calidad” a través de “inversiones en el pueblo americano” que no se consiguen con “reducciones impositivas” de este calibre.
A los que también se han unido multinacionales como Apple o Pfizer, aunque en este caso por su oposición a la creación de un nuevo impuesto, del 20%, sobre los pagos que estos emporios realizan a sus filiales en centros off-shore y que Ray Beeman, miembro del Consejo asesor de Ernst & Young en Washington califica de “bomba atómica” por el impacto que tendrá sobre las cuentas de resultados de las empresas con presencia en terceros mercados.
Para Gary Friedman, socio fiscal de Devoise & Plimpton, las firmas tecnológicas, farmacéuticas y aseguradoras tienen motivos para estar preocupadas. Pese a que sean las culpables del crónico desequilibrio fiscal de un país en el que dos de cada tres empresas no han contribuido a las arcas del Tesoro entre 2006 y 2012 y las que han declarado, han aportado, de media, sólo un 14% de sus beneficios, según la Oficina de Contabilidad Gubernamental (GAO).
Esta docilidad tributaria no sólo se ha perpetuado con estados catalogados de paraísos fiscales como Delaware, Reno, Wyoming, Dakota del Sur o Nevada. También por su peculiar sistema de deducciones. Los habitantes de Florida, por ejemplo, no se descuentan los beneficios federales en su declaración sobre la renta porque el estado en el que residen carece de este impuesto. Mientras California tiene un tipo tributario estatal máximo del 13,3%.
Según Tax Foundation, a partir de un simulador de presión fiscal y de crecimiento, la rebaja fiscal de Trump dejará de ingresar, a lo largo del próximo decenio, entre 4,4 y 5,9 billones de dólares, dependiendo de las deducciones y de los resultados de la lucha contra la evasión tributaria. Una horquilla que equivale, bien a la economía alemana, la banda más baja, o a la japonesa, la más alta.
Aumento desorbitado de la deuda
El recorte impositivo pasará de suponer un ahorro de 850 dólares a la clase media a suponer una rebaja de 50 dólares
Pero, quizás, donde más detractores provoca la rebaja tributaria republicana es en el ámbito científico. Los economistas, en general, no se creen sus efectos beneficiosos. Desde el Tax Policy Center, think tank de prestigio en EEUU, se admite que los recortes fiscales para el conjunto de americanos de 1.300 dólares en 2019, cuando entre en vigor, aunque apenas sitúa esta rebaja en 850 dólares a la clase media -los que ganan entre 50.000 y 87.000 dólares al año, la quinta parte de los contribuyentes personales, gracias a un 18,4% de beneficios fiscales- mientras que la reducción para los ingresos que rebasan los 750.000 dólares será de, nada menos, que 34.130 dólares por unas gratificaciones equivalentes al 17,6% de su base imponible.
Aunque advierten al mismo tiempo que más de la mitad de los contribuyentes estadounidenses verán aumentar sus pagos impositivos a partir de 2027. Debido a la supresión de varios de las deducciones y las exenciones previstas y a la combinación de otras normas que se incluyen en el Código Fiscal. A partir de este ejercicio fiscal, la rebaja media se quedará en apenas 300 dólares para la totalidad de los contribuyentes y de 50 dólares a las clases medias. Por contra, las más ricas conservarán una porción de ahorro de 32.510 euros anuales.
Por si fuera poco, sólo uno de los 42 economistas que un sondeo de la Booth School of Business, la escuela de negocios de la Universidad de Chicago, vea “un crecimiento substancial y sostenible de la economía”. Ni sobre la previsión oficial de que apenas sumará cuatro puntos a la deuda, que se sitúa en la actualidad en el 91% del PIB. Algo que no concuerda con estudios como el de la Universidad de Pennsylvania, que dice que añadirá 1,3 billones de dólares de déficit federal en los próximos diez años. O 1,2 billones si genera el crecimiento previsto, aclaran. Y lo que es peor. Varios estudios de seguridad precisan que la Casa Blanca dejará de ingresar 5,5 billones de dólares, lo que restará capacidad operativa al Ejército. A pesar de que Trump ha aumentado las partidas destinadas al gasto militar.
Los expertos rechazan la previsión oficial de que la rebaja fiscal apenas sumará cuatro puntos a la deuda, en el 91% del PIB
El líder republicano en el Senado, Mitch McConnell, aseguró que los contribuyentes “apreciarán la rebaja cuando comprueben que pagan menos impuestos”, pese a que análisis independientes cifran el cheque por incremento de deuda en 2 billones de dólares, equivalente al PIB italiano.
En un momento coyuntural de un especial desafío fiscal a largo plazo por el rápido crecimiento del gasto de la Seguridad Social (sobre todo, el destinado al pago de pensiones públicas) y de los cuidados facultativos del Medicare. Aunque también y, sobre todo, porque la mayor deuda que se acumula deteriora paulatinamente el dinamismo económico y absorbe gran parte del ahorro de familias y las inversiones empresariales, lo que merma la productividad y, con ella, los salarios futuros. Escenario catastrófico que obligará en la próxima década a dilucidar entre una subida impositiva o un duro plan de ajuste de gastos federales.
Mercados en estado de alerta
Antes, incluso, si, como avanzan organismos multilaterales como el FMI, no se puede descartar una nueva inestabilidad financiera de calado. La última de estas advertencias procede del BIS, el organismo que acapara a los grandes bancos centrales del mundo, el G-10. Y que, en su último diagnóstico trimestral, afirma que “los inversores están ignorando las señales de calentamiento de los mercados y de excesivo endeudamiento de los consumidores, que han repuntado hasta niveles insostenibles”.
A juicio de sus expertos, “los intentos de la Fed y del Banco de Inglaterra de “mitigar este comportamiento con subidas de tipos no ha surtido efecto”, ya que el inversor “sigue buscando elevar su cuota de retorno de beneficios en activos de alto riesgo”. En medio de una nueva exuberancia irracional de los mercados, cuyo nivel de capitalización internacional, señalan en Goldman Sachs, se aproxima irremediablemente a los 100 billones de dólares.
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