Este artículo se publicó hace 6 años.
Las inversiones huyen del visionario príncipe heredero de Arabia Saudí
El talante reformista de Mohamed bin Salman (MbS) no convence a los inversores. Su estrategia para reducir la dependencia del petróleo, diversificar la economía saudí, impulsar grandes proyectos de infraestructuras, educativos y turísticos y adentrar al país en la era de la digitalización, conocida como Visión 2030, ha ahuyentado al capital foráneo. Incluso antes de la trágica muerte del periodista Jamal Khashoggi.
Madrid-
El príncipe heredero saudí ha comprometido su imagen en el exterior —y su plenipotenciario poder en el Reino wahabí— al esclarecimiento del enrevesado y polémico asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudí en Estambul. Tarea ardua y compleja, cuando la práctica totalidad de las cancillerías. Incluso de la volátil y rocambolesca diplomacia de la Administración Trump, que se ha inclinado por condenar la muerte —confirmada por Riad—, y la desaparición del cadáver del que ha sido reconocido como uno de los enemigos públicos de MbS. Más por la presión mundial y por las críticas internas en las trascendentales semanas previas a la celebración de los comicios de mitad de mandato que por una súbita convicción presidencial de compromiso hacia los derechos humanos.
El descenso de inversiones extranjeras directas ha sido fulgurante, un 80% en 2017, hasta los 1.400 millones, y tiene un único culpable: Mohamed bin Salman
No por casualidad, detrás de las reclamaciones de reprimenda diplomática de un crimen de estado en toda regla —el Gobierno turco apunta a que la orden directa de acabar con la vida de Khashoggi surgió del príncipe heredero— y de la posterior e inmediata petición de explicaciones por parte de Trump están, una vez más, los intereses empresariales opacos del yerno presidencial, el polémico Jared Kushner, su fugaz asesor en materia de seguridad, y su hija predilecta, Ivanka, para rubricar negocios en EEUU o la Península Arábiga. Como campos de golf en Dubai. De la mano de MbS. O el macrocontrato de venta de material militar norteamericano suscrito por el inquilino de la Casa Blanca en su primer desplazamiento oficial al exterior de su mandato por un valor que supera los 110.000 millones de dólares, para abastecer a Riad de armas con las que operar en Yemen, guerra de la que es el gran patrocinador e impulsor, y que ha llegado a ocasionar un agujero en las arcas saudíes superior al 15% del PIB en un Estado con una larga tradición de superávits presupuestarios gracias al maná del petróleo.
Un reciente informe de la Unctad, la Agencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo asegura que las inversiones extranjeras directas (FDI, según sus siglas en inglés) descendieron más de un 80% entre 2016 y 2017, desde los 7.500 millones de dólares hasta los apenas 1.400 millones; es decir, en el primer bienio después del anuncio de la Visión 2030, el plan reformista de MbS con el que el heredero ha encomendado el futuro del país y, por ende, de su presumible reinado.
Las ambiciones del plan Visión 2030
En su esquema visionario, el príncipe pretende, en un horizonte de algo más de un decenio, cambiar la fisonomía de una nación, fundada en 1932, bajo un tratado de legitimidad entre la Casa Saud y el clero wahabí, que no comulga con algunas de sus principios modernizadores. Pero con un reto claro en el orden económico: acabar con la crudo-dependencia; es decir, poner el epitafio a la casi total monopolización de ingresos por hidrocarburos en este petro-Estado.
Esta revolución silenciosa, una especie de nuevo contrato social, en palabras de MbS, tiene una reforma estrella: la venta a manos privadas del 5% de Aramco, la mega-petrolera saudí, por la que Riad calcula que obtendrá 2 billones de dólares. Sería el primer paso para crear un macro-emporio industrial, no exclusivamente energético. Pero no es el único. Porque, a la par, Salman quiere poner en liza un fondo soberano, con activos que rebasen los 2 billones de dólares —el doble que el de Noruega, el mayor del mercado—, e inversiones en compañías ajenas al negocio petrolífero. Entre otras, las americanas Apple, Google, Microsoft o Berkshire Hathaway. Más que un guiño a su intento de digitalizar el patrón productivo. "En veinte años, la economía dejará de ser dependiente del crudo", ha sido la frase predilecta que ha usado el príncipe en la multiplicidad de foros inversores que ha convocado para dar a conocer el proyecto.
El fondo soberano noruego y otros aspirantes a la compra del 5% de Aramco, valorada en 2 billones de dólares, han puesto en duda su interés ante los riesgos económicos y políticos
Sin embargo, los flujos de capital neto, considerados como estratégicos en la toma de decisiones empresariales, no sólo no se encuentran cómodos con la visión de MbS, sino que han iniciado una fuga imprevista y con la que no contaba el príncipe. Y lo han hecho de forma fulgurante, a juzgar por los datos de Unctad. Esencialmente, por la figura del Salman. Incluso antes de que le estallara en las manos el affaire Khashoggi. Yngve Slyngstad, la cabeza visible del Norges Bank Investment Management, el fondo soberano noruego, que se ha labrado una reputación como inversor de alta calidad porque, entre sus cometidos, subyace el objetivo rector de incorporar activos de empresas que respeten el medio ambiente o fomenten el desarrollo inclusivo, ya se atreve a dudar de que el instrumento financiero del que dependen la viabilidad y las suculentas pensiones noruegas vaya a entrar en el accionariado de Aramco. La perita en dulce con la que el heredero busca cautivar a los grandes conglomerados mundiales.
El Norges viene reclamando a Riad, desde la pasada primavera, un exhaustivo cálculo de riesgos sistémicos que el convulso mercado actual podría provocar a Aramco. Por decisión del Ministerio de Finanzas noruego, del que depende el fondo. Como no podía ser de otra manera, el resto de grandes gestoras de inversión, públicas o privadas, han reivindicado lo mismo. Sin una respuesta contundente y sin cálculos precisos hacia sus interlocutores, Riad admite haber virado su mirada hacia Rusia y sus carteras de capital estatales y a la de sus petroleras.
El Davos del Desierto se queda seco
Tampoco ayuda a la configuración de un clima adecuado para los negocios que requiere la Visión 2030 de MbS la huida, a última hora, y como consecuencia del asesinato de Khashoggi —que varios medios internacionales achacan a una revelación que preparaba el periodista en la que certificaba el uso de armas químicas por parte de Riad en la contienda yemení y que enterraría la teoría que deslizó Salman a Trump de que Khashoggi era un peligroso islamista con vínculos con Al Qaeda— de una larga lista de empresarios en el denominado Davos del Desierto, el foro que debía relanzar su estrategia reformista. Los jefes ejecutivos de JP Morgan, Ford, Google Cloud, Blackstone, Viacom, Uber, Mastercard o BlackRock, entre otras, se sumaron a la ausencia de personalidades como la de la directora gerente del FMI, Christine Lagarde. Mientras otras, —ExxonMobil, General Electric, Honeywell, Microsoft y varias decenas más—, ni siquiera atendieron la invitación.
Al gran escaparate inversor de la Visión 2030 no acudieron grandes multinacionales como JP Morgan, Google Cloud o Mastercard por “las tendencias autoritarias” del heredero
Entre críticas aireadas, además, el peligro de cerrar acuerdos privados en Arabia Saudí. Y no es una preocupación gratuita. Porque 2018 tampoco está siendo un año de buenos augurios para MbS. En enero, por orden suya, se realizó una purga, bajo con múltiples cargos de corrupción, que se saldó con 325 detenidos en las instalaciones del Ritz Carlton Hotel de la capital saudí. Entre ellos, se encontraban 56 empresarios y miembros de la familia real no precisamente partidarios del príncipe heredero.
La investigación judicial, en el mismo complejo hotelero donde se celebró, hace escasas fechas, el Foro del Desierto, buscaba recuperar cantidades superiores a los 100.000 millones de dólares en comisiones ilegales. Para más inri, y en paralelo, se ha destapado que el fondo soberano saudí, que ha empezado a operar con 250.000 millones de dólares, ha tenido que acudir a los mercados para dar una cobertura crediticia de 11.000 millones con la que atender su salida internacional, prevista en 2020. Aunque sin fecha determinada. Phillip Cornell, experto en economía saudí en el Consejo Atlántico, asegura que Riad está moviendo activos y dinero en el exterior, lo cual “ha desalentado las inversiones foráneas, que consideran que la gestión interna no es la adecuada”, debido a las "tendencias autoritarias del príncipe y a su estilo caprichoso en la puesta en marcha de la agenda económica".
La versión de MbS es, obviamente, otra. Se le vio aparentemente cómodo en el foro inversor, en su primera comparecencia con repercusión global tras el asesinato de Khashoggi, e insiste en que el fondo soberano ha aumentado su riqueza en 50.000 millones este año. Omite que, en su mayor parte, procedente de la petrolera estatal, tras unos meses de recuperación del precio del barril. Al tiempo que preconiza que los flujos de capital aumentarán este año un 90%. Pese a que reconoce que el ejercicio en el que Riad conseguirá equilibrar su presupuesto será en 2023 en lugar de 2019, como había prometido hasta la fecha.
Las fugas de capital amenazan la economía
El problema al que se enfrenta, en el futuro a corto y medio plazo, es que la retirada inversora y el espinoso asunto Khashoggi puede pasar factura a la economía. En un momento, además, en el que el petróleo ha perdido de su punto de mira los 80 dólares por barril y evoluciona por debajo de los 73, en el caso del Brent. Y en las previsiones presupuestarias para el próximo año se fija un precio superior a los 80 dólares. La falta de transparencia y la fragilidad de los cálculos en la agenda de reformas "generará volatilidad" entre los inversores, que ven "riesgos económicos, pero también políticos, en el horizonte saudí, señala el consenso del mercado. Sobre todo, si las pesquisas sobre Khashoggi siguen apuntado al príncipe heredero. Los recelos inversores restarán capacidad laboral a una población que, mayoritariamente, en torno al 70%, tiene menos de 30 años y que comparte la diversificación económica, el futuro digital y la presumible, pero dudosa, conquista de ciertos —aunque escasos— derechos sociales. En caso de que la falta de previsión y rigor de la Visión 2030 se traduzca en alzas de desempleo, la victoria de los clérigos wahabíes está servida. Y, con ella, el retorno al inmovilismo más ultraconservador y, por añadidura, la revisión de las carteras de capital internacionales. En especial, la de varios cientos de millones de dólares que MbS había reservado a firmas británicas y estadounidenses.
Riad no oculta su intención de volver a utilizar el petróleo como arma diplomática con la que ganarse el apoyo de Trump y alerta que el barril puede tocar los 200 dólares
Bruce Riedel, ex oficial de la CIA, admite también el riesgo de que EEUU impulse sanciones contra Riad por inculcar los derechos humanos tras la muerte de Khashoggi. Por presión del Congreso, no por decisión de la Administración Trump, claro. Riedel, asesor de los últimos gobiernos saudíes, ha admitido que una respuesta americana en esta dirección —que lleva meses pendiente de resolución entre los poderes legislativo y ejecutivo estadounidenses— “supone una afrenta” para Riad, a la que dará una cumplida reacción. No sólo con nuevos acercamientos a Rusia —"no podemos comprar a Moscú motores de nuestros cazas F-15 americanos, pero sí emprender otro tipo de alianzas con ellos"— sino haciendo uso de su gran arma: el petróleo. Arabia ha recortado sus exportaciones de crudo ante la presión sancionadora de Trump hacia Irán, para espolear de nuevo la cotización. A pesar de que su visible caída inicial pueda emborronar aún más las finanzas públicas. O exigiendo contrapartidas a Washington por el pacto de armamento, que supone el 60% de los gastos saudíes y supone la sumisión a la tecnología y la industria militar de EEUU de la estrategia bélica de Riad para los próximos 10 años, como el pastel de 400.000 millones de dólares en contratos que, según el príncipe, están destinados a la industria auxiliar, de mantenimiento y de investigación bélica, o en el ámbito comercial y de los negocios, para las multinacionales de EEUU. "Lo que sea bueno para Arabia Saudí, será bueno para Trump", remacha Riedel.
Riad tampoco oculta su idea de retornar al uso del petróleo como arma diplomática, un poder que propició la crisis del crudo de comienzos de los setenta. En los mercados energéticos creen en su capacidad de distorsión. Pueden sobrepasar holgadamente los 100 dólares, hasta tocar de nuevo la cota de los 200. "No es descabellado", admiten. Sobre todo, para acercar a Trump, que mostró su ira cuando sobrepaso, en verano, los 80 dólares, a sus posiciones geoestratégicas. También en la guerra de Yemen, sobre la que la Casa Blanca guarda un sospechoso silencio, o en la cruzada de Arabia Saudí y el resto de emiratos del Golfo en el embargo contra Qatar, cuya economía ofrece al reino wahabí sobradas muestras de su resistencia al cerco comercial. Por ejemplo, a cuenta de la velada rivalidad con Irán por erigirse en la potencia regional y que tiene demasiadas ramificaciones e intereses contrapuestos, no sólo en Yemen, sino también en Líbano y el conflicto palestino y en el frágil equilibrio táctico y político con Israel.
En un contexto en el que gana adeptos el presagio de que se avecina una nueva crisis financiera con recesiones en potencias industrializadas y los principales mercados emergentes, tal y como se advierte, al unísono, desde bancos de inversión a instituciones multilaterales como el FMI, y al que se suman cada vez más economistas y que MsB, en su desenfrenado intento de revertir su annus horribilis, puede precipitar desde varios frentes.
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