Este artículo se publicó hace 6 años.
Las empresas chinas encuentran en los 'tigres asiáticos' la coraza contra la guerra comercial
El régimen de Pekín ha movido ficha en Asia. En los grandes mercados emergentes de su continente, el más dinámico del mundo, que acapara la tercera parte del PIB global y con casi 5.000 millones de potenciales consumidores. Sus empresas llevan ventaja a las firmas americanas, japonesas y europeas en su estrategia de instalarse en áreas con ventajas competitivas de bajos salarios. Las economías de la Asean y, sobre todo, Vietnam, se benefician de los virajes del capital foráneo tras la guerra comercial.
Madrid-
China tiene una clara estrategia para amortiguar la guerra comercial declarada por EEUU contra su sector exterior. En un campo de operaciones concreto, Asia, su continente, donde ha empezado ya a diversificar sus exportaciones e inversiones. Junto a sus vecinos, están cambiado el paso ante el nuevo orden económico instaurado desde la Casa Blanca, de forma súbita y multilateral. Hacia el mayor mercado global, que acapara casi la tercera parte del PIB (28,6 billones de dólares) y más del 60% de la población del planeta (4.500 millones de habitantes). Con sociedades cada vez más propensas al consumo. El FMI lleva desde el último decenio declarando esta región como la más dinámica. Con tasas de crecimiento medio del 5% anuales. Y sin obstáculos a la actividad a la vista. Porque las perspectivas privadas apuntan a que hasta 2023 registrará incrementos anuales de su PIB del 4,22% frente al 1,65% de Reino Unido, el 1,29% de EEUU o el 1,21% de Alemania.
A diferencia de EEUU, cuya economía ha empezado a dar señales de que el desencadenamiento de las hostilidades comerciales iniciada por la Administración Trump ya le está pasando factura. Entre junio y septiembre —último trimestre contabilizado—, el sector exterior norteamericano ha restado 1,78 puntos al PIB. A pesar de que el aumento de aranceles inicial sobre productos chinos por un valor total de 34.000 millones de dólares —y que entró en vigor el pasado 6 de junio— contrajo las importaciones desde el gigante asiático en un 30%, según datos de UBS, cuyos expertos califican la barrera tarifaria a la adquisición de bienes y servicios procedentes de China como “drástica y con una repercusión generalizada por todo el territorio” americano.
En un contexto en el que, alertan en este banco de inversión, se producirán “efectos perniciosos” sobre la economía de EEUU, que aún exhibe músculo —creció un 3,5% en el periodo estival—, pero que mantiene una alta demanda de productos a costes competitivos como los que le ha ofrecido su rival por la hegemonía mundial en los últimos decenios.
En UBS admiten no estar todavía en disposición de calcular esos daños colaterales de la segunda oleada de subidas arancelarias decretadas por Washington desde el 24 de septiembre y que señala a unos flujos comerciales chinos que exceden de los 200.000 millones de dólares de valor. "Hasta ahora, las rúbricas que se han resentido en mayor medida han sido las de mercancías electrónicas y circuitos integrados, que venían de alzas notables y constantes en los últimos ejercicios", afirma la nota a inversores de UBS, aunque el recrudecimiento de las tarifas empeorará un escenario que, paradójicamente, y hasta la fecha, no conseguido corregir la causa sobre la que Trump justifica su política proteccionista: el superávit comercial entre ambos países, que sigue siendo notablemente favorable a China. El saldo se mantiene en cotas históricas.
Cita bilateral en el G-20
Las represalias arancelarias a China ocasionará “daños de abastecimiento y de deterioro de la economía de EEUU” sin que se atisbe aún una corrección del superávit de Pekín, dicen en UBS
La cumbre del G-20 de este fin de semana en Argentina dará lugar, a buen seguro, al reencuentro entre el presidente estadounidense y su homólogo chino, Xi Jinping. A petición de Washington. En las últimas semanas, tras los comicios de mitad de mandato en EEUU y la pérdida de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, el Gabinete Trump ha decidido buscar puntos de encuentro. En la misma dirección que emprendió con Canadá y México, con quienes sellaron un consenso para la refundación del Nafta. Algo impensable sólo unas semanas antes de proclamarlo. Aunque el pacto esté a expensas de la aprobación del Congreso americano y los expertos enfaticen que los cambios han sido mínimos y poco substanciales.
Fuentes del régimen de Pekín reconocen que los cauces de entendimiento con la Casa Blanca "se han complicado de manera notable", pero que "tratan de entender la nueva bilateralidad y trabajar para solventar los riesgos que comporta que una guerra comercial entre las dos mayores economías del planeta se traslade el conjunto de los mercados globales y propicie —o acelere— una nueva crisis financiera". O que las acusaciones mutuas sobre el cumplimiento de las reglas comerciales deterioren sus ritmos de crecimiento -el PIB chino perderá medio punto de dinamismo el próximo ejercicio por su sector exterior- y condicionen las carteras de inversión de sus empresas transnacionales.
El régimen de Pekín ha acaudillado el dinamismo de sus vecinos, donde ha dirigido las compras exteriores de sus empresas, mientras modula su estrategia digital y el fomento de su demanda interna
Ante esta tesitura, Pekín ha empezado a vislumbrar otros mercados a donde dirigir empresas con proyectos de inversión y sus redes comerciales. Su punto de mira está próximo: sus vecinos, los 'tigres asiáticos'. Con Vietnam como centro preferencial de operaciones, como epicentro sobre el que apuntalar la Fábrica Asia, que se expande ya por toda la órbita de la Asean. Son los grandes beneficiados del estadio primigenio de la primera gran guerra comercial del siglo XXI, que se está caracterizando por la urgente revisión de las carteras de inversión de las empresas.
Al margen de su nacionalidad o del país donde se estén instaladas sus sedes operativas. En busca de los nuevos nichos de negocio que surgirán de esta embestida comercial. Tarea ardua y compleja. Porque sus decisiones dependen de un complejo. Con un tablero geopolítico mutante y un orden económico amenazado por otra crisis financiera. En plena reconversión industrial hacia la digitalización, con bruscos virajes en materia de empleo, habilidades profesionales o sobre las plataformas, cada vez más sofisticadas y con una elevada exigencia competitiva. De ahí que gran parte del sector privado con intereses en Asia barajen varias alternativas. Sin salir del continente. Y a precios más bajos que los que históricamente ha ofrecido China, hasta que hace un lustro decidió modificar su patrón de crecimiento para pasar de ser una economía que fabricaba a costes reducidos y eminentemente exportadora a abrazar un modelo productivo más propio de las potencias de rentas altas en el que prima el impulso a la tecnología y la elección de la demanda interna como motor del dinamismo; es decir, potenciar el consumo de los hogares y de las inversiones empresariales.
Todo el sector privado mundial está en esta tarea. Pero China lleva ventaja. Ha acaudillado el vigor asiático y las ansias de liderar la digitalización desde el continente. Porque parte de sus hogares se han convertido al consumismo, sus rentas per cápita se han incrementado y sus empresas no han dejado de salir de compras al exterior, de forma intensiva, desde la crisis de 2008.
Nuevos nichos de inversión
Bajo este contexto, naciones de su círculo próximo como Taiwán, que está ganando peso como un destino donde las grandes multinacionales tecnológicas, han elevado sus pedidos informáticos con empresas foráneas que necesitan ensamblar sus catálogos de ordenadores o móviles a precios competitivos y sin alteraciones en las fechas de entrega; también el software o las baterías que precisan para su uso.
De igual manera que Malasia o Tailandia rivalizan para absorber la elevada demanda de bienes electrónicos, una de las señas de identidad del made in China en tiempos no tan pretéritos. Pero también han tomado nota economías de rentas bajas de estas latitudes. Como Camboya, que se está haciendo con el rol como fabricante de calzado; Bangladesh, en el segmento textil y, sobre todo, Vietnam, donde ha emergido una rentable industria de alimentos procesados ya están disfrutando de estos procesos de deslocalización. Países en los que, a buen seguro, los directivos de empresas americanas estarán menos preocupados por una de las amenazas que más reiteradamente revelan en las encuestas globales sobre los obstáculos para hacer negocios: el ciberespionaje. Práctica ilícita para la obtención de secretos de gestión, de estrategias de capital o know-how corporativo que, según sus propias confesiones y las pesquisas de servicios secretos occidentales -entre ellos, las agencias estadounidenses- se propaga desde el propio Ejército chino.
Varios estudios internacionales hablan de que la casi la mitad de las manufacturas globales tienen sus centros de producción en Asia. Y que las naciones del Sudeste Asiático, casi todas unidas en la unión aduanera Asean, han logrado un alto nivel de integración comercial. En torno a China. Pero con notables ventajas para las inversiones ajenas a su área territorial. Salarios muy competitivos y cada vez mayores industrias de alta intensidad laboral. De lo que se han beneficiado ya las firmas chinas, que han elevado en casi un 50% sus inversiones para la obtención de productos elaborados de sus vecinos en 2017. La guerra de Trump contra China puede acelerar también la cruzada de su sector empresarial en suelo Asean. En fábricas, además, que ganan en productividad.
Malasia y Tailandia absorben la industria electrónica, Bangladesh y Myanmar, la textil, India, las deslocalizaciones por bajos salarios, Taiwán como destino tecnológico y Camboya con el sector del calzado
India aparece como un caso aislado. Sus trabajadores obtienen un 75% menos de ingresos medios que los que logran los empleados por cuenta ajena chinos, pero con menores tasas de producción. Es decir, con tasas de efectividad laboral substancialmente menores. A diferencia de Vietnam que añade avales y crédito precisamente en este terreno. Su mercado de trabajo ha visto incrementos salariales rápidos en los últimos años, al igual que se ha disparado el coste del suelo; sobre todo, el industrial. Al igual que India levanta aún dudas de rentabilidad o que Vietnam gana en atractivo como destino de inversiones, otras economías boyantes, ya con la vitola de industrializada desde hace un decenio, como Corea del Sur, puede ser una de las perdedoras de este movimiento táctico de empresas en Asia. La nueva potencia digital está viendo cómo su floreciente sector textil se está deslocalizando a Myanmar. De momento, bajo una atmósfera general de sectores exteriores vigorosos en todo el continente. Tanto de países con rentas altas, como el propio Corea del Sur, Japón o Taiwán, como de naciones como Filipinas, que navegan con tasas exportadoras de dobles dígitos. Tampoco a China le va mal en este sentido. En septiembre, sus ventas fueron un 15% más altas en términos interanuales. De momento.
Vietnam, el paraíso empresarial
Pero la palma de este giro de acontecimientos derivado en Asia de la guerra comercial se la lleva, sin embargo, Vietnam. Uno de los mercados más dinámicos del planeta desde que abandonó su patrón de economía planificada. Emporios como el americano Apple, el surcoreano LG y una multiplicidad de empresas tecnológicas japonesas han encontrado acomodo en Thai Nguyen, provincia al norte de Hanoi con polígonos industriales de última generación, con instrumentos de emprendimiento y de regulación idóneos para la incubación de startups, o en Haiphong. Son dos de las ciudades que han presenciado el interés del sector privado chino, estadounidense, japonés y surcoreano —de manera activa— por instalarse en su territorio. Como área de protección de las batallas comerciales. Coraza que resulta doble, si se tiene en cuenta que Vietnam dispone de una prolífica red de acuerdos que ha confeccionado a raíz del Trans-Pacific Partnership, del que se salió EEUU cuando Trump llegó a la Casa Blanca. Al que hay que añadir el recientemente suscrito, en julio, con Europa. E incluso triple si se constata la escalada que ha protagonizado su clima para los negocios, según el Doing Business del Banco Mundial, que le coloca en el lugar 68 de su ranking de 190 países. Diez puestos por encima de China, por ejemplo.
El gran beneficiado de esta tendencia del sector privado hacia Asia es Vietnam, que se está convirtiendo en un centro idóneo para startups y aprovechándose de su clima de negocios y de su red de acuerdos comerciales
Por si fuera poco, a los ojos de Trump, Vietnam, que provoca un déficit en la balanza comercial de EEUU de 38,3 millones de dólares, es un actor esencial en su estrategia para frenar la expansión de Pekín en el Mar de China. De ahí que no sólo haya aconsejado a patronales y lobbies empresariales americanos este país como plataforma productiva y logística para abordar el mercado asiático, el más boyante en la actualidad, sino que ha impulsado contratos de 8.000 millones de dólares para las firmas de EEUU con intereses en Hanoi en la visita del primer ministro vietnamita, Xuan Phuc, a Washington en 2017.
China, por su parte, ha acelerado negociaciones para sellar un tratado con India y ha iniciado un histórico deshielo con Japón. Li Keqiang y Shinzo Abe, sus primeros ministros, acordaron a finales de octubre iniciar "un histórico punto de inflexión" en sus relaciones y "eliminar fricciones" para poder explorar cauces de cooperación. Una iniciativa que se ha saldado con más de medio millar de acuerdos empresariales entre las dos mayores economías de Asia.
La losa de la deuda china
China ha movido ficha de forma más acelerada en su continente que su contrincante americano. Pero también movida por las urgencias. Una de ellas, no declarada oficialmente, es el montante real de su deuda. Según un reciente informe de Standard & Poor’s el endeudamiento soberano del país ascendería a los 40 billones de yuanes (casi 6 billones de dólares), después de que la agencia de rating haya detectado unos compromisos procedentes de los municipios chinos de 6 billones de yuanes (unos 890.000 millones de dólares) en el actual ejercicio.
En S&P alertan de la deuda oculta de China y de la devaluación del rinminbi, la moneda de referencia en los mercados asiáticos, que podría recrudecer aún más las hostilidades comerciales
Los analistas de S&P advierten de que la meteórica escalada de la deuda china es “una de los mayores peligros que penden sobre la coyuntura global”. Dentro de un pernicioso círculo vicioso que ha elevado a 157 billones, el doble del PIB del planeta, el conjunto de la deuda pública y privada. Por efecto de la crisis. Pero, en el caso de China, "el problema que subyace —alertan en la firma de calificación de riesgos— es la deuda oculta". Porque, para ellos, “esta cuantía es sólo la punta del iceberg", aunque con los datos que se conocen, suponga el 60% del PIB. "Un nivel alarmante" para un mercado emergente sin estatus reconocido por las agencias de rating de inversor internacional.
Otro frente preocupante para Pekín es la devaluación de su moneda. El renminbi está en mínimos de los últimos diez años frente al dólar —ha llegado a rozar los siete yuanes por cada billete verde— y cualquier movimiento fuera de control de su sistema de fluctuación fija puede volver a destapar la caja de los truenos en Washington y generar más tensión entre sus vecinos. La divisa china es una de las referencias monetarias en Asia y un yuan demasiado barato entraría en competencia directa con los sectores exteriores de los tigres asiáticos.
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