Este artículo se publicó hace 8 años.
La vuelta a la línea de salida de José Luis Capitán, el atleta que ha perdido la movilidad en los brazos
Retrato de un atleta que lleva dos años esperando un diagnóstico mientras la enfermedad avanza. "Temo que en breve tendrán que empezar a darme de comer", lamenta. El año pasado pudo correr la Behovía-San Sebastián, que se disputa este domingo, en 3'30"/km.
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MADRID.- La salud se fue, pero él no se fue. Así que la batalla está abierta para José Luis Capitán (Madrid, 1976), con una delgadez extrema y reivindicativa, superior, incluso, a su época de atleta, a esos ojos unidos a la ambición, enredados en un solo hombre que ya no puede ni correr. La vida es dura y se hace dura para él, que cada día se levanta "a las siete de la mañana para hacer bicicleta estática" antes de ir al colegio.
Se niega "a dejar de mover las piernas" ahora que sus brazos, el tronco superior de su cuerpo, ya no le concede fuerza para correr, para escribir o para recoger una tiza que se cae al suelo. La vida es así ahora ("la realidad es la que es"), pero no llegamos aquí, a las afueras de Oviedo, en Colloto, donde está su domicilio, para dramatizar. Para impedirlo aparece él, rodeado de verde, invencible como la letra de una canción y sin miedo al destino "o a esa cosa que me está poniendo a prueba".
Aparece entonces el atleta que celebraba victorias y derrotas en directo; el hombre que aprobó las oposiciones a profesor o el padre de tres hijos, la última, Julia, una pequeña de cinco meses "a la que no puedo ni coger en brazos". Un relato que, sin embargo, sigue sin condenarlo a él, a la constancia de uno mismo o a los sueños, esos sueños que, sin negar la evidencia, le valen a uno para descubrir que en la intimidad se pueden cambiar cosas.
"Esta noche para partir el pescado tierno me las he visto y me las he deseado y temo que en breve tendrán que empezar a darme de comer"
En esas noches eternas, en las que ya apenas duerme, Capitán también se imagina "volviendo a correr o volviendo a mover los brazos" como todavía le pasaba el año pasado, "justo en esta misma semana hacía la Behovia-San Sebastián a 3'30"/km". Pero entonces el único brazo que apenas se movía era el izquierdo; hoy, doce meses después, ya son los dos, protagonistas de este tramo inseparable por ahora de la crueldad. "Esta noche para partir el pescado tierno me las he visto y me las he deseado y temo que en breve tendrán que empezar a darme de comer".
"Me llovían las lesiones, y eso que siempre me cuidé mucho. Me daba un masaje y al día siguiente estaba peor"
El miedo es honesto, porque "esta es una enfermedad a la que nadie ha sido capaz de poner nombre en dos años". Sus informes médicos viajaron, incluso, a Estados Unidos, "donde tampoco se encontró diagnóstico" para él, que tantas veces fue un atleta en la guerra de Vietnam. "Me llovían las lesiones, y eso que siempre me cuidé mucho. Me daba un masaje y al día siguiente estaba peor". Aun así ganó multitud de carreras que hoy figuran desorganizadas en su memoria o perdidas en los papeles. "Pero todo el mundo siempre me decía que podía haber sido mejor".
Incluso, en aquel maratón de Londres en el que puso pie a tierra en el kilómetro 31 víctima de su gemelo o de la granizada de esa mañana, quién sabe. Siempre fue un tipo distinto Capitán, que hoy ya ha dejado "de compararse con lo que hacía antes". Quizás porque es mejor así, la única manera de no perder la cabeza. "El año pasado, en el que estuve de baja, me someti a un tratamiento psicológico. Pero entonces descubrí que nada de lo que decían era diferente de lo que yo había escuchado a mi entrenador, Isidro Rodríguez, que es psicólogo deportivo, o de lo que yo mismo aplicaba cuando me sentía vencido en carrera en medio de la agonía".
"Quiero quedarme aquí al menos hasta que mis hijos hayan crecido, estén formados, qué sé yo... No quiero irme tan pronto de aquí..."
No es lo dura que sea la vida, en realidad. Es lo duro que es uno mismo como se delata en esta conversación en la que se mezcla el día y la noche. Ni siquiera Capitán sabe donde está el termino medio desde aquel día de hace dos años. Entonces, "mientras estaba aprendiendo a tocar la gaita", vio que algo pasaba. "El dedo índice de la mano izquierda se me quedó inmovilizado". Quiso pensar entonces que serían las consecuencias de un accidente de tráfico no tan lejano. "Pero al ver que constantemente perdía fuerza en el brazo me sometí a pruebas neurológicas en las que me dijeron que el accidente no tenía nada que ver, sino que determinadas terminaciones nerviosas mías se habían vuelto locas. Llegaron a hablarme del ELA y hoy todavía, cada vez que escucho esa palabra, me entra un miedo, tanto miedo... Quiero quedarme aquí al menos hasta que mis hijos hayan crecido, estén formados, qué sé yo... No quiero irme tan pronto de aquí..."
"No puedo mover los brazos e imagino que el socorrista se quedará loco, pensará qué hace ese tío en la piscina si no sabe nadar"
Sus dos hijos mayores, de siete y cinco años, son los que dicen "papá tiene un problema en las manos"; los que le ayudan a ponerse la última capa de ropa por las mañanas ahora que la humedad ya llegó a Asturias o los que le ven a él, a su padre, meterse de lado en la piscina, cuando los lleva a natación como actividad extraescolar. "No puedo mover los brazos e imagino que el socorrista se quedará loco, pensará qué hace ese tío en la piscina si no sabe nadar. Pero yo me he impuesto hacer diez largos y los hago". También se sube cada tarde media hora a la bicicleta elíptica, prueba de que el atleta no desaparecerá nunca, sometido ahora a una dieta estricta que le hace pensar "si pudiera volver ahora a ponerme en una línea de salida con lo delgado que estoy..."
Pero no puede. Al menos, ahora. Otra cosa será mañana porque él no esta aquí para protestar de la mala suerte, para dejar de preparar el desayuno a sus hijos o dejar de pedir a sus alumnos de sexto de Primaria que le ayuden a recoger la tiza que se le cayó al suelo. "Necesitaba volver a trabajar para dejar de dar vueltas a la cabeza las 24 horas del día". Así, entre luces y sombras, se mantiene, amenazado pero no vencido, eternamente activo como entrenador o como speaker de carreras los domingos, donde su fotografía dio la vuelta a la manzana. "Me he comprado un micrófono de diadema para poder aguantar". La cosa es no rendirse, no dejar de sentir ni siquiera de conducir por ahora, signo de independencia, "aunque me cueste un mundo girar la llave de contacto".
Pero en un solo hombre, en el que caben tantos hombres, siempre queda esa posibilidad: la de reinventarse, sin miedo a los hombres realistas como esa eminencia de la Bioquímica Carlos López Otin, que nada más recibirle en su consulta de Oviedo, se lo dijo a la cara, "tú mano izquierda no me gusta nada", y no lo destinó a ningún otro sitio que no sea el de luchar, luchar por uno mismo o por Julia, la de los cinco meses; la de volver a salir a correr a las seis de la mañana o la de seguir escuchando a esos atletas suyos que le dicen, 'mister, qué buena cara le veo', las contracciones son así. No acostumbran a pedir permiso.
Hoy, no es ni adhesión ni rechazo; ni crimen ni castigo. La vida todavía se reserva la posibilidad de dar una voltereta a todo esto. "Al final, el que lo sufre siempre es el más positivo de la familia". Así que no le dejamos a José Luis Capitán sin animarnos el día, tanta lucha anima, ni sin citarlo para ese rodaje del 1 de enero, imprescindible como casi todas las cosas que pasan en el parque de Arcentales que lo vio nacer. Caminando o corriendo, eso tal vez ya da igual. Aquí he venido a escribir esto y para recordar, o para recordarle, que siempre nos quedará la vida.
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