Este artículo se publicó hace 3 años.
Cisma en el fútbol europeoLa Superliga de fútbol, el fiasco planetario del todopoderoso Florentino Pérez
La competición ha muerto casi antes de nacer, aunque a su principal impulsor, el presidente del Real Madrid y de ACS, le cuesta aceptarlo. Es uno de los grandes reveses de su vida profesional. Las críticas son unánimes: le reprochan haber hecho las cosas
Jorge Otero Maldonado
Madrid--Actualizado a
La Superliga europea de fútbol ha muerto casi antes de nacer, aunque a día de hoy a su principal impulsor, Florentino Pérez, presidente del Real Madrid y de ACS, le cuesta aceptarlo. La estampida de los seis equipos ingleses, de los tres italianos y del Atlético de Madrid, doblegados por la presión y la censura de los aficionados, la UEFA y la FIFA, el resto de equipos, la Unión Europea y de Gobiernos como el español, el francés y el británico, ha dejado solos al Real Madrid y al Barcelona, que aún guardan silencio. "Ridículo" y "humillación" son los términos que más se repiten en los titulares de la prensa de todo el mundo al referirse a un proyecto que ya nació torcido desde el principio.
"Qué raro resulta ver que un negocio le salga mal a Florentino Pérez", escribía alguien en Twitter el miércoles, reflejando así la sorpresa generalizada que supone encontrar al presidente del Real Madrid enfrentado al fracaso. Florentino Pérez es –o era, hasta ahora– el empresario que nunca pierde, capaz de que la empresa que dirige, ACS, se embolsara 1.350 millones de euros por el fallido proyecto Castor, o de que una de sus empresas se haya librado de las querellas de la Fiscalía en el caso de las residencias de ancianos en Madrid. Son solo dos ejemplos que ilustran sus siempre privilegiadas relaciones con el poder político y mediático.
Siendo uno de los principales empresarios del país, el revés le ha llegado a Florentino Pérez de la forma más inesperada: por el fútbol. Un sonado fracaso que incluso la prensa deportiva madrileña, siempre complaciente con él, le atribuye sin miramientos. Las críticas son unánimes: le reprochan haber hecho las cosas mal desde el principio, sin contar con nadie, con arrogancia y con opacidad.
Incluso la forma de anunciar este proyecto, que según el presidente blanco llegaba para "salvar el fútbol" y que ha terminado por ponerlo al borde del abismo en menos de 72 horas, se hizo de forma un tanto chapucera. A pesar de que la Superliga era un proyecto que los principales equipos europeos, los más ricos, llevaban años preparando –ya hace cinco años se especulaba con su creación precisamente para 2021–, al final todo ha sido improvisación y caos.
Para empezar, el anuncio se hizo con cierta nocturnidad con un comunicado publicado cerca de la medianoche del pasado domingo en el que no quedaba nada claro, salvo que los doce clubes fundadores iban a ganar más dinero. Informaban de que la Superliga sería una competición semicerrada, con 15 equipos fijos y cinco que rotarían en función de sus méritos deportivos, en la que se repartirían un pastel multimillonario, con ingresos para cada equipo superiores a los 350 millones de euros al año, sin tampoco aportar muchos más datos. El banco JP Morgan avalaría el proyecto. Pero no se concretaba nada más.
En el comunicado no se especificaba casi nada: no se sabía qué 20 equipos jugarían la Superliga, ni tan siquiera si los equipos franceses y alemanes estarían presentes; tampoco qué iba a pasar con los derechos televisivos, ni si ya estaban vendidos o no, ni a quién ni por cuánto. "Muchas preguntas sin respuesta", como afirmó el martes a la Agencia EFE el socio fundador del grupo Mediapro, Jaume Roures, quien lleva casi 30 años gestionando derechos televisivos en el mundo del fútbol.
El martes el diario británico The Financial Times informó de que los organizadores de la Superliga decían haber empezado a negociar los futuros derechos de televisión y esperaban lograr acuerdos con firmas como Amazon, Facebook, Disney y Sky, con los que aspiraban a recaudar unos 4.000 millones de euros al año. Amazon se apresuró a desmentir esos contactos y a dejar claro que no le interesaba la Superliga. Roures, profundo conocedor del mercado de los derechos televisivos del fútbol, afirmó en una emisora que no había nada de nada: "Esos ingresos no existían. Yo me paso el día negociando con las grandes cadenas del mundo y nadie había hablado con nadie. Nunca".
Tampoco esos 4.000 millones de euros de ingresos anuales por los derechos de televisión iban a suponer una gran diferencia respecto a lo que hay ahora. Es verdad que iban a ser menos equipos a repartir, pero Roures lo explicó de forma meridiana a la Agencia EFE el pasado martes: "Dicen que los clubes ingresarán por derechos televisivos como mucho unos 3.800 o 3.900 millones de euros por temporada con la Superliga y ahora están ingresando 3.600 con la Champions. ¿Se hará una escisión en el fútbol mundial por esta diferencia?".
Cambiar un monopolio por otro
Varios medios apuntan que lo que perseguía Florentino Pérez era cambiar un monopolio por otro: desbancar a la UEFA y pasar a controlar el negocio del fútbol europeo abriendo la puerta a fondos de inversión, algunos ya presentes a través de la propiedad de algunos equipos, especialmente en Inglaterra. Para ello reclutó a la banca de inversión Key Capital y a JP Morgan. Pero en ese golpe de timón, los impulsores de la Superliga calibraron mal una cosa: el fútbol no es sólo un negocio; es también la pasión y el sentimiento de sus aficionados.
Plantear la Superliga como un coto vedado en el que poco importarían los méritos y donde los más ricos ingresarían más dinero en perjuicio del resto de equipos, condenándolos así al ostracismo económico y deportivo y devaluando de paso las competiciones nacionales, encendió los ánimos de los aficionados, sobre todo en Inglaterra, el país que lleva muy a gala ser el inventor del fútbol. Allí este deporte y todos los ritos asociados a él vertebran el carácter nacional.
En Inglaterra el fútbol es el auténtico pasatiempo nacional, el deporte del pueblo, y representa como nada ese apego reverencial a las tradiciones que tienen los ingleses. Por eso los aficionados salieron a protestar y lograron torcer el brazo de sus equipos. La imagen de los seguidores del Chelsea bloqueando la entrada de los jugadores al estadio de Stamford Bridge y obligando a que el partido que su equipo tenía que jugar el martes empezara con un cuarto de hora de retraso simboliza que el fútbol sigue siendo, aunque sea un negocio, un deporte abierto a todos y no sólo a una aristocracia codiciosa. Hasta el Gobierno de Boris Johnson y la propia familia real británica han celebrado el final de la Superliga con entusiasmo indisimulado.
Tampoco ayudaron las confusas explicaciones de Florentino Pérez en una entrevista televisiva concedida a uno de sus periodistas de cabecera. El presidente del Real Madrid esgrimió casi como único argumento que los grandes clubes europeos, que tienen más dinero que nadie, estaban "arruinados" tras un año de pandemia y que necesitaban aumentar sus ingresos jugando más partidos. Como todos, le respondieron los demás. Cuando le preguntaron qué iba a ocurrir con el resto de equipos, señaló con un punto de arrogancia y condescendencia que también recibirían dinero "porque los equipos grandes ficharemos a sus jugadores". Palabras que terminaron por indignar a todos: dirigentes de otros clubes y aficionados, incluidos los de los propios fundadores de la Superliga.
Condenados a entenderse
Hay quien sostiene que este movimiento sísmico impulsado por Florentino Pérez y que ha abierto tantas heridas en el mundo del fútbol no ha sido en vano. Aunque la UEFA ya tenía en mente cambiar el formato de la competición y buscar fórmulas para repartir más ingresos entre los equipos que participan en la Liga de Campeones de cara a 2024, es bastante probable que esa decisión se adelante. Ambas partes están condenadas a entenderse, dicen los más entendidos.
Otros creen, sin embargo, que el fiasco de la Superliga le terminará pasando factura a Florentino Pérez y al Real Madrid: el diario AS publicó el informe de una consultora, Brand Finance, en el que estimaba que los doce equipos que se embarcaron en esta aventura van a tener "daños reputacionales significativos" valorados en miles de millones de euros. De momento, el que ya ha tenido un duro varapalo en su reputación ha sido Florentino Pérez, quien quizás ha sufrido el primer gran revés de su vida profesional, él que era un empresario todopoderoso al que todo le salía bien.
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