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Sin Nadal, no hay función

La Caja Mágica está registrando pésimas entradas y sólo se llena para ver al número uno del mundo

MIGUEL ALBA

La pregunta es insistente: '¿Cuándo juega Nadal?'. El resto de actores del Masters 1000 de Madrid no importa. Ayer quedó demostrado. Sobre las dos de la tarde, cuando Roger Federer, el tenista del que Rafa Nadal ha aprendido cómo ser número uno, saldaba la deuda pendiente que tenía con James Blake (6-2, 6-4) desde los Juegos, el vacío contempló su último golpe. Apenas 3.000 personas, en un escenario de 15.000, convirtieron su victoria en un asunto de andar por casa.

Los palcos VIP, incluido el presidencial, estaban vacíos. Sus ocupantes habían tirado de pulserita para atracarse de comida en los restaurantes de lujo. Los que se acercaron para ver al tenista de los 13 Grand Slam se olvidaron de apagar el móvil para desesperación de Blake. 'Quizá los españoles no vienen a todos los partidos porque quieren su comida y su siesta', señaló Federer. No lo dijo con desprecio; más bien con incredulidad.

La misma por la que, el pasado domingo, el personal de la taquilla de la Caja Mágica, colgó, encima de una de las ventanillas, un escueto mensaje en un folio blanco: No sabemos nada de Nadal. 'Para verle no hay crisis. La gente se gasta lo que sea por una entrada de uno de sus partidos', explica un vendedor. Ayer, algún despistado cruzaba la entrada de la Caja Mágica presumiendo por el móvil de su abono de 798 euros que le garantiza un plan con el número uno para todas las noches del torneo. 'Estoy en el tenis. Voy a ver a Nadal que juega contra un alemán', se jactaba. Sin embargo, el alemán en cuestión, Philip Kohlschreiber, nunca apareció en la pista Manolo Santana. Comunicó su baja por lesión, como Davydenko.

Tras un ejercicio de funambulismo, la organización recomponía el cuadro para llenar el horario Nadal. 'Manolo [Santana] nos ha dicho si no nos importaba cambiar el horario y hemos accedido. Por Madrid, lo que sea', explicó José Verdasco, padre de Fernando. El madrileño, que había programado entrenamientos y comidas para enfrentarse a Mónaco a las cinco de la tarde, saltaba a las ocho de la tarde a la central. Después, un doble infumable (Fisher-Parrott contra Soares-Ullyett) para satisfacer la ausencia del duelo Roddick-Davydenko y los 65 euros del boleto.

Para matar esas tres horas de espera, Verdasco se rodeó de amigos en la sala de jugadores. De allí, a las seis menos cinco, salía Nadal resoplando hacia una de las pistas cubierta de entrenamiento. 'Nos han dicho que el alemán ha tenido un tirón o una rotura muscular', explicaba su tío Toni. 'Siempre es bueno ganar sin jugar, pero preparar, sin jugar, es difícil', filosofaba después.

Para encontrar sensaciones, Nadal se encerró cerca de dos horas a pegar bolazos con el canario Javier Marrero. Los golpes secos resonaban en un escenario que recordó la familiaridad del partido de Federer en la central. Apenas veinte periodistas, Carlos Costa, agente de Rafa, y su clan familiar, entre ellos su abuelo Rafael, presenciaron su tarde de tenis. No hubo pasión ni adrenalina. Sólo alguna que otra cuerda rota en la empuñadura de Marrero. En la calle, importaba más la pregunta que el resultado de Verdasco. '¿Y mañana, cuándo juega Nadal?'.

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