Seguramente, Luis Enrique (Gijón, 1970) será uno de los personajes en el Santiago Bernabéu (Real Madrid-Celta, 19,00 horas) sin necesidad de pisar el césped. Una situación en la que, al menos, en su época como futbolista del Barcelona se sentía como pez en el agua. Ante los enormes reproches de la hinchada del Madrid, Luis Enrique fue un elemento decisivo con la camiseta del Barcelona.
Incluso en el último año que jugó en este estadio, en abril de 2003, en el ocaso de su vida futbolística, siempre quedará el extracto de la crónica que Santiago Segurola escribió en El País. En un partido en el que jugaron gente de la reputación de Zidane o Ronaldo, el periodista eligió a Luis Enrique como la gran diferencia: 'A estas alturas de su carrera, Luis Enrique ha decidido convertirse en un icono culé. Encontró su sitio, identificó su piel con la del club y se ha erigido en la bandera delequipo. Ningún lugar mejor para manifestarlo que el Bernabéu, donde se le vio en un estado de máxima excitación, convocando a todos los demonios del madridista. Su protagonismo alcanzó tal grado que todo lo demás pareció oscurecerse. Desde ese lado de la teatralidad, entendida como el poder para manejar los resortes emotivos, el partido de Luis Enrique fue perfecto'.
Desde entonces, han pasado más de diez años en los que no ha habido lugar para su reconciliación con el Bernabéu. Así que el morbo de hoy está más que justificado con Luis Enrique, que ahora es un entrenador valorado, con rapidez y sin prisas por hacerse grande. Pertenece a la corriente de Guardiola. Se declara incapaz de vivir sin la pelota y necesita rodearse de futbolistas jóvenes. Su humilde Celta ha llegado al 78% de la posesión de balón en algunos partidos de esta temporada.
Un dato casi insólito en un equipo de ese corte lo que concede más categoría al partido de esta noche. Máxime en un escenario como el Bernabéu, que explica con sabiduría el carácter de Luis Enrique. Un hombre visceral, peleón, necesitado de ambiciones y de frases simples ('la vida te ofrece más cosas que el fútbol') que fortalecen su carácter aventurero. Ha sido finisher en el Ironman (3,7 kilómetros de natación, 180 de bicicleta y 42 a pie), maratoniano por debajo de las tres horas en Florencia, superviviente en el maratón des Sables (245 km en seis días por el desierto del Sahara) y hasta ha completado en Sudáfrica la durísima prueba de mountainbike Absa Cape Epic, 800 kilómetros en ocho días con un desnivel medio de 1.500 metros. Una biografía dura y aún más meritoria para un hombre, cuyas articulaciones acabaron machacadas tras quince años de futbolista profesional (1989-2004).
Todo eso explica que Luis Enrique esté ahora igual o más fino que la última vez que pisó el Bernabéu como futbolista del Barça. Sí tiene algunas canas que explican el paso de los años, pero básicamente es el mismo hombre, que tanto se motiva en la adversidad. Y, sobre todo, en el Bernabéu, donde los silbidos de una hinchada, que en otro tiempo lo aplaudió, lo mejoraron siempre. De hecho, fueron cinco años los que Luis Enrique estuvo en el Madrid en los que jugó de todo, hasta de lateral derecho. Siempre quedará como autor de uno de los goles del 5-0 que el Madrid de Valdano hizo al Barça de Cruyff.
Sin embargo, fue a partir de los 26 años, cuando marchó al Barcelona, donde Luis Enrique descubrió la felicidad completa. Allí se convirtió en unicono por lo que hizo y por lo que dijo: 'La época del Madrid no me trae buenos recuerdos'. Por eso en el Bernabéu jamás se lo toleró y él, lejos de suavizar la distancia, respondía con esa manera rabiosa de celebrar sus goles, casi siempre decisivos, con el Barça. Un cóctel que lo convirtió en el enemigo número uno del Madrid. Un status que él aceptó para toda la vida. Hace poco, cuando le preguntaron por la posibilidad de dirigir al Madrid, respondió: '¿Entrenar al Madrid? Del Madrid no hablo. Eso decía de jugador (ja, ja, ja). Hay experiencias que ya he probado'.
Ahora, Luis Enrique ya no es el futbolista que Segurola veneró en esa crónica por su poder 'para manejar los resortes emotivos'. Pero sí es un entrenador valiente y con influencia, capaz de pensar a lo grande como en su último Madrid-Barcelona en el Bernabéu, gobernado por él, a una temporada de la retirada. Por eso esta noche tendrá algo que decir y decidir desde el banquillo del Celta. Allí, su personalidad continúa a flor de piel. 'No voy a llorar', respondió cuando los resultados le daban la espalda. 'Seguiré a tope hasta que me digan que haya una persona mejor que yo'. En realidad, ese es el Luis Enrique de toda lavida, el que sólo duró un año como entrenador de la Roma, tan apasionado a los 40 como lo era a los 26. De hecho, en Roma desafió a Totti ('él es único, pero el que decide soy yo') y a los medios tras una dura derrota ante la Fiorentina: 'Podéis estar tranquilos, queda un día menos para irme de aquí'. Al día siguiente, la prensa se tomó la revancha: 'Lucho, tienes razón, toda la culpa es tuya'.
Sin embargo, eso no es nada nuevo para Luis Enrique, al que Franco Baldini, el director de la Roma, aconsejó en la despedida: 'Te apasionas tanto que eso te agota'. Pero es difícil que Luis Enrique ya pueda cambiar. Hay gente que necesita enemigos y él es uno de ellos. Quizá por eso siempre se involucra hasta el infinito, sea en el fútbolo en ese maratón del Sáhara que terminó lleno de ampollas en los pies. Otra adversidad que lo hizo mejor, tan alemán en sus objetivos, como dice él, y tan apasionado. Por eso mismo, diez años después el Bernabéu no se olvida de él, de ese hombre que pedía silencio con el dedo a 80.000 espectadores para celebrar sus goles con el escudo del Barca. Y, claro, esas son cosas que nunca desaparecen de la memoria... Ni siquiera hoy, en el día de Reyes, en el que Luis Enrique regresa como entrenador del Celta.
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