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De Gea lo quiere todo

El portero del Atlético frena al Valladolid y lo empuja hacia el pozo del descenso

ÁNGEL LUIS MENÉNDEZ

El Atlético selló el pasaporte del Valladolid hacia la nada. Lo hizo andando, sin despeinarse y agarrado a la bendita insolencia de un chaval de 19 años que ha cogido carrerilla y no está dispuesto a renunciar a nada. Silbando, como es él, sacó a pasear dos manos prodigiosas que deprimieron a los pucelanos y despertaron a los suyos del letargo que se les presumía.
Era un doble ejercicio: de supervivencia para el Valladolid; de pundonor para el Atlético.

Ni uno ni otro cumplieron como debían. Sobre todo los castellanos, que se jugaban el pescuezo. Clemente tiene un tic incontrolable que le impide hacer un planteamiento frontal, desbravado. Es incapaz de pisar el acelerador sin mirar por el retrovisor, así que, además de los dos centrales de manual, incrustó a un tercero, Barragán, unos metros por delante. Con ello blindó su área, algo que le priva, pero cargó el ataque con un lastre que se fue haciendo más y más pesado a medida que fueron avanzando los minutos y las ocasiones.

El Valladolid mereció mejor suerte durante la primera media hora, pero Manucho y De Gea arruinaron la esperanza pucelana. El delantero angoleño, rápido, poderoso y desequilibrante, se aturulla como pocos delante del arco. No acierta a resolver ni una. Y menos si se topa con un tipo como De Gea.

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La delgada e inacabable figura del portero atlético descuadra al más pintado. El delantero lo ve, le mira de arriba abajo y cree hallarse ante un imberbe rubito que se echará a temblar tras la embestida inicial. Cuando le saca el primer balón, el atacante piensa que es la suerte del novato y espera a la siguiente. En la segunda parada, el goleador se rasca la cabeza y le echa otra mirada. 'Será a la tercera y luego se desmoronará', cavila. Pero llega la cuarta parada, una salida en falso desaprovechada, un mano a mano exitoso, y un saber estar inexplicable y desmoralizador.

Y en esa tesitura, el Atlético, conformista sin más, decide aprovechar la serenidad que emite la portería. Sin querer, fue adelantando líneas, asomándose al campo del Valladolid y, tras llamar a la puerta, pidió permiso para entrar en el área. Creyó recibir el visto bueno, así que Jurado enroscó una pelota hacia el centro del área y Juanito, de educada visita por allí, metió con delicadeza y cierta torpeza la pierna derecha para abrir el marcador y matar definitivamente el encuentro. Minutos después llegó el descanso y todos alcanzaron el vestuario con la íntima sensación de que estaba todo hecho.

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Por si no quedaba claro, Clemente tardó un mundo en reaccionar. Exactamente, 25 minutos. Y únicamente hizo dos cambios empujado por el segundo tanto del Atlético, en otra acción esporádica y afortunada, sin intención de hacer daño pero servida en bandeja por un error de Nivaldo. Al inesperado festín local se sumó Forlán, decidido a aprovechar la tarde para afinar su puntería ante lo que se avecina.

Unos metros atrás, aún tuvo De Gea una ocasión para desbaratar la tímida esperanza de remontada del Valladolid en un contragolpe. El chaval de la cara aniñada, pachorra de jubilado y reflejos felinos lo quiere todo: titularidad, Liga Europa, Copa y, por qué no, el Mundial. 

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