2.000 aficionados presenciando el entrenamiento y Cristiano en su versión virguera picado con Granero a ver quién hacía más malabares. Imposible concentrarse y escuchar las instrucciones de Cousillas, el segundo de Pellegrini.
Cada vez que el portugués dormía la pelota en su cabeza el griterío de la muchachada se disparaba. Hasta que Raúl se giró y puso orden, medio en broma, medio en serio: '¡Cristiano, para ya!'.
Es cierto lo que el mismo Cristiano cuenta. Siente un magnetismo vicioso por el balón. No se contiene. Y no puede evitar lucir arabescos para domarlo. Está imbuido de esa regla hedonista de la calle que dice que el mejor es el que más repertorio tiene.
El tradicional entrenamiento de puertas abiertas que el Madrid concede en Reyes también sirvió para comprobar esa fogosa competitividad que el club difunde como imagen vital del luso. Jaleó sus goles en las pachangas enrojecido y a gritos.
Van der Vaart no entrenó con el grupo, por problemas en un talón, y Lass, con gastroenteritis, y Ramos, con permiso, tampoco.
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