Destacar como detective privado en Londres no es fácil. El listón, en las series, está muy alto. Pero Cormoran Blue Strike se hace un hueco más que digno ajustándose al perfil de profesional de la vieja escuela sin ninguna habilidad extraordinaria más allá de su formación como policía militar, de su capacidad y tenacidad para seguir las migas de pan que dejan los culpables y de la posibilidad de llegar donde la policía, sujeta a las reglas, no puede. Strike se asemeja más al Samuel Spade de Humphrey Bogart en El halcón maltés que al Sherlock Holmes de Benedict Cumberbatch. Algo que les sientan de maravilla al personaje y a la serie. El resultado es una ficción muy entretenida y con grandes dosis de acción que se mueve dentro de los estándares del género. Cuenta, además, con esa calidad extra que suelen aportan los sellos de BBC y HBO y la escuela de actuación británica.
Cormoran Strike fue lanzado en formato novela en 2013 como un personaje creado por Robert Galbraith, pseudónimo bajo el que se escondió J. K. Rowling para darlo a conocer sin que nadie lo relacionase con ella, la creadora del universo mágico de Harry Potter. El proyecto de adaptación nació como una miniserie para HBO, pero durante la producción se llegó a la conclusión de que encajaba mejor con el tipo de contenido más de entretenimiento y acción que se quería potenciar en Cinemax, canal propiedad del gigante americano, y se optó, con acierto, por el cambio de cabecera.
Una vez ubicado, el detective con oficina en Denmark Street saltó a la pantalla el pasado verano en la BBC -Cinemax la estrenará el 1 de junio y el 18 de mayo lo hizo HBO España- adoptando la forma de Tom Burke, quien fuera Athos en Los mosqueteros de la BBC y Fedya Dolokhov en la miniserie Guerra y Paz. Un actor recurrente en las producciones televisivas británicas que en esta ocasión se mete en la piel de un veterano de guerra que perdió media pierna en Afganistán y que necesita de un compañero de aventuras para poder resolver los casos que se le presentan. Y ahí es donde entra en juego Robin Ellacott (Holliday Grainger), quien ya desde su primer encuentro demuestra que aspira a ser algo más que una secretaria.
En el contraste entre ellos y en cómo se va construyendo su relación reside gran parte del interés y el buen funcionamiento de la serie. Él bebe pintas y tercios como si fuesen botellines de agua, tira las cerillas al suelo, orina en un vaso y se salta la ley a conveniencia. Así es Cormoran Blue Strike, un detective londinense que compensa sus defectos (los justos para hacerle interesante sin generar rechazo decía en una crítica británica) y sus hándicaps (no puede cazar a un sospechoso a la carrera ni conducir) con mucho carisma y don de gentes cuando le interesa. Hijo de una modelo que se suicidó y de un músico de vida dispersa, parece en ocasiones más una estrella del rock caída en desgracia que un detective, con sus dosis de carnaza para la prensa y sus groupies.
Al otro lado, como la otra mitad que hace que esta adaptación funcione, Robin, una “persona decente”, como la describe su en principio jefe en una ocasión. Lleva una vida tranquila, está prometida con su novio de toda la vida y goza de un carácter afable. Aunque bajo su apariencia cándida se esconde un talento prometedor para la profesión y la personalidad de alguien a quien no le gusta que le digan lo que no puede hacer. Y menos si los impedimentos se los ponen por ser mujer. No necesita que nadie la cuide ni un trato especial. Ella sola sabe cómo meterse en problemas y salir de ellos. Por eso le cae tan bien a Strike y por eso se entienden desde el primer momento. Él no busca una secretaria ni una ayudante, sino una “socia”.
Una pareja con química que no sería nada sino estuviese arropada por un guion equilibrado que va sembrando la semilla de la curiosidad y construyendo a su alrededor un universo de falsedades, violencia y sordidez que crece en intensidad con cada capítulo en un Londres magnético que siempre queda bien en pantalla. El juego que plantea C. B. Strike es el clásico de crimen por resolver, con pistas que seguir y una considerable lista de sospechosos que ir tachando a medida que avanza la investigación. Un quién es quién en el que es fácil entrar y que se ve salpicado de sueños y viajes al pasado para conocer un poco más al detective, cuyo perfil no termina de dibujarse hasta el último de los siete capítulos que ya están disponibles en HBO. En lugar de apabullar al espectador ofreciéndole todos y cada uno de los detalles de su accidentada biografía en el piloto, la información se va dosificando generando cierta necesidad de conocerle un poco más y escarbar en su pasado para encontrar los motivos de por qué hace esto o aquello o la explicación a ciertas reacciones. Y lo mismo con Robin, aunque en ella se profundiza menos. Tiene sus traumas del pasado, pero son menos.
Algo que no hay en C. B. Strike son alardes de ingenio o inteligencia, sino un trabajo de investigación puerta a puerta y de descarte de pistas hasta llegar a la buena. En el tintero, tres muertes que aclarar -una por novela publicada- que, claro, no serán lo que parezcan en un principio: la de una modelo, la de un escritor de novelas y la de una joven. La fórmula que utiliza C. B. Strike se basa en ofrecer un producto divertido en el que haya acción para tener al espectador entretenido planteándole, además, muchas preguntas sobre los dos personajes principales y los que giran a su alrededor. Tras la cámara, tres directores distintos. Uno para cada parte. Michael Keillor se encarga de los tres episodios que componen El canto del cuco; Kieron Hawkes de los dos de El gusano de seda; y Charles Sturridge de los dos de El oficio del mal. Todos de una hora de duración y disponibles desde el viernes 18 de mayo en HBO España.
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