Sandra Romero debuta con 'Por donde pasa el silencio', una sofocante ópera prima sobre la familia
Historia de dependencia en la familia, la película, construida sobre la realidad de sus actores, retrata también la desesperanza de una generación, la realidad de la enfermedad y la situación de la clase trabajadora en los pueblos.
Madrid-Actualizado a
El amor a veces ahoga. Las relaciones familiares a menudo llevan añadido dolor, preocupación, resentimiento… La ira y la frustración de un miembro de la familia puede llevar a los demás al límite del cansancio, de la resistencia. La cineasta Sandra Romero recoge este amor asfixiante en su extraordinaria ópera prima, Por donde pasa el silencio, donde retrata también la desesperanza de una generación, la realidad de la enfermedad y la situación de la clase trabajadora en los pueblos.
Protagonizada por Antonio Araque, actor profesional, y sus dos hermanos, Javier y María, actores naturales, la película es una ficción que respeta la realidad, que se mueve en territorios indefinidos, en los que la apuesta visual de su directora es especialmente elocuente. Nacida al amparo del programa CIMA Impulsa, de la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales, y reforzado en Residencias Academia de Cine, Por donde pasa el silencio se estrenó en el Festival de San Sebastián y acaba de ganar en el festival LesGaiCineMad.
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La película cuenta la vuelta de Antonio a Écija en Semana Santa. Es el reencuentro con su familia, sobre todo, con su hermano mellizo Javier, que tiene una discapacidad y necesita su ayuda. La situación le hará enfrentase a la decisión de quedarse y ayudar a sus padres y su hermana o volver a la vida que ha construido fuera.
Por donde pasa el silencio es una ficción construida sobre la vida real de sus personajes. ¿Cómo ha llegado a este territorio fronterizo?
Ni me interesa la ficción pura, ni el documental puro, entonces no me queda otra que encontrar la manera en la que yo quiero hacer cine. Y no deja de ser un cine que es de ficción, pero que no escapa de la vida, que no se limita a imitarla de una manera que a mí no me convence, sino que intento que la vida atraviese esta ficción. Es con lo que yo conecto y lo que me emociona.
¿Quería retratar las relaciones de dependencia que hay en las familias o ha sido la observación de esta familia la que la llevó a la historia?
Bueno, yo vengo de una familia en la que mi madre ha sido toda la vida dependiente, hasta el final, y, claro, yo todo el tiempo he vivido de esa manera, con una sensación muy parecida a la que Antonio experimenta en la película. En este caso la particularidad es un hermano y un hermano tiene una relación diferente a la que tienen una hija y una madre, sin embargo, de alguna manera, mi madre era un poco mi hermana también.
Yo conozco a Antonio desde que tengo quince años, o sea, media vida y un año más. A Javier también, claro. Pero hasta que no empecé a hacer cine no descubrí todo lo que teníamos en común. Y entonces yo ya tenía un impulso de hacer una película familiar y hablar de la dependencia. Me interesa mucho cómo se relaciona el personaje de Antonio y el de Javier porque ahí hay una particularidad, que es una dependencia. Creo que quería retratar o contar o hablar de una persona dependiente, pero sin simplificarla. Todo ser humano es complejo y un ser humano que además es distinto entraña más complejidad.
Desde la intimidad de esa familia usted consigue una película política que retrata la realidad de los pueblos de España, la desesperanza de los jóvenes de clase trabajadora…
Sí, sobre todo he querido retratar lo que es mi entorno y no deja de ser mi punto de vista, pero existimos y está ahí. Es un entorno y es una juventud que a la que muchas veces veo triste, que no encuentra la manera de estar bien, pero que también sabe pasárselo bien, como nadie. He intentado hacer un retrato lo más honesto posible, sin juzgar.
Y es verdad que venimos de una clase obrera y ahí está el personaje de María, que es un personaje luminoso, pero que transita por una serie de circunstancias dentro del pueblo que no son nada sencillas y que tienen que ver con la educación, los cuidados y la mujer, con pertenecer a una clase obrera que se tiene que levantar a las cinco de la mañana, beberse un chupito de anís y empaquetar naranjas… y eso por 500 o 600 euros al mes. Eso tiene que estar ahí porque forma parte de mi entorno.
Hablando del papel de cuidadoras de las mujeres, en la película se ven los distintos roles en la familia, ¿quería subrayar esa desigualdad de género?
Completamente, y creo que es algo que hasta que no somos adultos no empezamos a preguntarnos. Sin embargo, cuando ya somos adultos, nos hacemos las preguntas y tratamos de elegir. Creo que hay una culpa intrínseca, que también está en la película, una culpa con la que una no puede más que vivir con ella, pero también se puede vivir con esas contradicciones. Lo que creo que también cuento en la película es que las soluciones no son tan fáciles, por eso, la decisión que toma cada personaje me parece valiosa, sea la que sea. Siempre me parece que hay algo de valor en quedarse y hay algo de valor en irse.
Hay muchos primeros planos en la película, pero también hay algunas imágenes partidas que parecen el reflejo de esos dos mundos que viven estos dos hermanos, de sus dos realidades diferentes.
A nivel de puesta en escena lo que me interesaba en un primer impulso era estar muy cerca de ellos. Eso hace que los cuerpos se fragmenten, que haya gestos que toman otras dimensiones, ser casi un hermano más con la c, al final, literalmente, era un cuerpo más entre ellos. Un operador de cámara, Ángelo era el que estaba siempre entre ellos, formaba parte ya de ese trío de hermanos. Y a la vez en ese estar cerca, capturaba esos gestos que son muy valiosos porque son hermanos de verdad y son gestos que ellos traen de la vida.
En esa cercanía también hay opresión. Es una película que se cuenta mucho en primeros planos y en planos detalles y hay cierta opresión que a mí también me interesaba dejar en la imagen. También vemos un pueblo, pero lo vemos a través de las cocinas, de caras, de manos. Esos paisajes humanos son los que me interesaban, son los que para mí cuentan el pueblo y no tanto un plano de una calle…
Usted es una cineasta que viene de clase trabajadora, ¿cómo define eso su trabajo?
Yo creo que hay una cosa que tenemos los de clase trabajadora que es que apreciamos mucho la profesión. A mí la profesión de la dirección de cine me importa mucho, es decir, yo no puedo estar sentada en mi casa tres años para levantar la siguiente película, yo ya estoy trabajando, dando clases y he hecho una serie que es preciosa (Los años nuevos, de Rodrigo Sorogoyen, Sara Cano y Paula Fabra) y esa sí que me ha caído del cielo, porque ha sido un trabajo de encargo, pero a la vez es un encargo con el que conectaba muchísimo.
Pero claro, los de clase obrera tenemos que trabajar. Yo siento que tengo mucha suerte porque no es nada fácil. Cuando empecé a estudiar cine, me asustaba mucho ver que las directoras noveles y los directores noveles cuando salían tenían 40 años, yo tenía veintipocos y pensaba ¿cómo voy a sobrevivir? Luego fui descubriendo que puedo dar clase, que puedo trabajar en otras películas y ya me tranquilicé un poco.
Pero, claro, pensaba ¿cómo voy a empezar a trabajar yo con 40 años? Espero que en el caso de otras compañeras y compañeros no sean una cosa puntual en el cine, sino que creo que cada vez seremos más las personas que no solemos estar haciendo cine, pero lo estemos haciendo. Evidentemente, hay otra parte de la sociedad, hay que ser realista, que ahora mismo no pueden acceder a una escuela. A mí todavía me daban un préstamo, me han dado becas, he trabajado, pero hay gente que no tiene ese acceso.
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