MADRID
En el saludo se la escucha contenta. Rosa Montero, después de 41 años publicando novelas, de haberse llevado muchos premios, incluido el Premio Nacional de las Letras Españolas, se ríe como una niña con zapatos nuevos contando que la primera acogida de este nuevo hijito está siendo "como un incendio; de verdad, como nunca", me dice ilusionada. "Estoy en la plenitud, lo noto cuando escribo pero también, es verdad, que esta novela, con una estructura distinta, me ha generado muchas inseguridades", confiesa sincera. Pero más allá de su maestría escribiendo, Rosa Montero es probablemente una sabia del vivir.
"Se diría que ese hombre no ha logrado un acuerdo con la vida, un acuerdo consigo mismo, lo cual, a estas alturas ya todos sabemos, es el único éxito al que podemos aspirar", dice uno de sus personajes. Al hilo de este texto le hago la primera pregunta:
Rosa, ¿en qué consiste tu acuerdo contigo misma?
El mío, en estar en un lugar más sereno con respecto a la muerte. Creo que es el gran motor de todas las vidas de los seres humanos; todo lo hacemos contra la muerte. Entonces, hay que llegar a un cierto acuerdo con ella, con la idea de la muerte propia; hay que llegar a un cierto acuerdo con el miedo y la pena por la muerte de los demás, de los seres queridos; hay que llegar a un cierto acuerdo entre tus verdaderos deseos y tus verdaderos logros, sentirte más o menos en paz contigo misma, comprenderte mejor y comprender a los demás, comprender tu relación con el mundo, aprender a vivir en el presente… Todo eso. Me dicen de un tirón, deprisa.
–¡Guau! Voy a utilizar citas de la novela para preguntarte por este país, si te parece bien.
Me parece. Dale.
Me contesta dispuesta, y sigue respondiendo mi cuestionario hasta el final a toda velocidad, a la que supongo van siempre tanto sus palabras como sus pensamientos.
¿En qué consiste el acuerdo de esta tierra consigo misma?
Bueno, llegó a un acuerdo monumental en la transición. Tenemos un modelo. Este país es feroz, extremista y apasionado… Que la pasión tiene sus cosas buenas pero también sus cosas fatales; la pasión desordenada y sin raciocinio detrás te lleva al asesinato. Entonces, es que este país, que es muy apasionadísimo y sectario, que tiene una tradición de siempre de guerras fraticidas y tremebundas, llegó a un acuerdo en un momento de gloria de su historia que fue la transición y que realmente nunca hemos estado tan altos en ese deseo de aprender. Porque para llegar a un acuerdo tienes que aprender a vivir mejor, tienes que comprender que no lo estás haciendo bien, tienes que dejar de estar sentado en tus propias ideas para mirar el mundo. Ojalá tuviéramos ese momento de aprendizaje otra vez, ¿no? La pandemia debería haber sido un momento así. Es una situación extrema. Estamos pasando una crisis mundial comparable con nada. Dentro de cuatrocientos años, si la humanidad sigue existiendo, se hablará de esta pandemia. ¿Estamos aprendiendo algo? No lo veo. Y, sin embargo, es una oportunidad de oro para sanarnos de esta enorme herida.
Luego hablaremos más de la transición -le digo-, pero hablemos antes de manías. "Todos empeoramos con la edad y acabamos cristalizándonos en nuestras manías", dice tu Buena Suerte. ¿Cuáles son las manías de este país, las que se han cristalizado?
La intolerancia, el sectarismo, la horda como decía Gerald Brenan, en El Laberinto español. Decía que a España no le cabe el Estado ni la sociedad en la cabeza, que somos hordas, que el de cada pueblo odia al del pueblo de al lado. Ese individualismo feroz, que es muy primitivo, que se refiere a la manada más pequeña, la horda más pequeña que lucha con todas las demás. Es un rasgo español tremendo, muy muy profundo.
"Ojalá, llegue esta deconstrucción del sexismo estúpido que nos tiene a todos muy idiotizados"
Insisto, creo que hemos mejorado bastante con la democracia. Pero ahí está, ahí sigue esa cosa que ves todavía por los pueblos de la sierra: la casa como los chorros del oro y al lado, en la puerta, han tirado la lavadora. Porque lo de fuera ya es el común y ese no es suyo, ni es de nadie.
"Qué extraña es esa pulsión a la pelea de los hombres. Casi se diría esa obligación", escribes. ¿Hay demasiada testosterona en la política en España?
Aquí y en todos lados. En toda la política hay demasiada testosterona y lo ha vuelto a demostrar la pandemia. O sea, que de los 10 países que mejor han gestionado la crisis, 8 estén dirigidos por mujeres, es sorprendente, teniendo en cuenta que hay poquísimas mujeres al mando. Y ojalá, y no solo porque es de lógica y de esencial igualdad y de obligado cumplimiento, llegue esta deconstrucción del sexismo estúpido que nos tiene a todos muy idiotizados. Es que, además, está demostrado, o casi demostrado, no diré demostrado del todo, pero todos los indicios apuntan a que los gobierno de mujeres, donde hay más mujeres, hay otro modelo de comportamiento político que, por lo menos, en tiempos de paz nos vendría muy bien. No sé si, de repente, en una maldita guerra necesitemos ahí una mala bestia a conducir algo, pero vamos… Ahora mismo necesitamos más mujeres, sí.
"Gestionar la vida del poder siempre le ha sido fácil", dice de uno de tus personajes. Has entrevistado mucho al poder, lo conoces. ¿Cómo es? ¿Cómo te manejas con él?
Siempre me ha fascinado. Ha sido uno de los subtemas prioritarios en mi novela. Y, además, el poder llevado al extremo, el dogmatismo mezclado con el poder está en muchísimas de mis novelas. Lo que pasa es que el poder no es solo lo que consideramos poder. Todas las relaciones de los seres humanos están basadas en el poder de una manera u otra. Siempre estás engranado en una red bastísima de relaciones de poder. En donde con uno eres vasallo, con otro el que manda o la que manda. Hay una jerarquización de poderes en nuestras vidas alucinante; incluso, entre amigos hay relaciones de poder, entre amantes, entre hermanos, en una familia, en una oficina –evidentemente– y no solo con el jefe, en todo.
"La transición fue un modelo maravilloso. Y todos los grandes males que se le achacan ahora, los cometieron los gobiernos siguientes, incluyendo a Felipe González"
Y eso ya cuando se lleva a lo público, hay muchas maneras de ejercerlo. Gabriela Cañas, la directora de EFE, que es amiga y tiene una cabeza monumental, ha sido corresponsal en Bruselas. Allí la gente normalmente se va a las cinco de la tarde, me contaba. Tienen otra vida, leen, van al cine... En España te metes en un puesto de poder y no se sabe porqué, esta mala gestión del tiempo... Somos de los países que más horas invierten en el trabajo pero con muchísima menos eficacia. Los políticos viven en un caos absoluto, 14 horas al día, que tienen la cena de trabajo... Eso es una vida estúpida, absurda y vaciante que, además, como no ves a otra gente más que la del entorno del poder, terminas perdiendo contacto con la realidad y endiosándote de alguna manera. Está muy bien retratado En el poder y en la enfermedad de David Owen. En otros países también sucede, pero aquí muchísimo. Me parece nefasta, esa manera de ejercer el poder.
¿Usted cree que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias también están en esas, encastillados?
Yo creo que sí, que es que es un sistema perverso de nuestra política que en efecto puede llevar a enajenar a la gente que alcanza el poder con las mejores intenciones.
"Por lo menos, piensa, he sido buena gente: eso consuela. Por lo menos, cuidé de mi padre. Por lo menos, he leído bastante, he intentado instruirme y tener cierta cultura. Por lo menos, amé mucho y aún amo". Es un análisis de vida de una de sus criaturas. ¿Podría hacerme una ristra de por lo menos sobre los españoles?
Mira, esa definición de vida la hace Felipe, que es un personaje que adoro. Es un viejo. Y me siento muy cercana a él. Pero, visto desde fuera, Felipe ha tenido una vida muy muy muy pequeñita. Pero es que las vidas son eso: grandísimas para nosotros y, en realidad, muy pequeñas. Y al hacerse este resumen, este antiguo minero, demuestra que es muy sabio. Dicho esto, por lo menos, una cosa que tiene España, es que somos muy poco clasistas. Que los hay, pero, yo que he viajado por todo el mundo, puedo decir que realmente hay una conciencia de la dignidad de la persona tremenda del portero al duque. El portero del duque no se siente menos que el duque, y eso es grandioso. Esa conciencia de la dignidad que tienen los españoles es un logro que, además, no se consigue de la noche a la mañana; viene de la edad media y de los comuneros.
"Hace décadas que se debería haber hecho un referéndum sobre nuestro sistema de jefatura del Estado"
Por lo menos, me encanta esa necesidad del otro que tenemos, que luego se rebaja a la horda –que esa es la parte mala– pero la parte social verdadera, es que necesitamos a los otros, son lo más importante. Se han hecho encuestas sociológicas y lo que más valoran los españoles son la familia y los amigos. Más que nada. En otros países sale el trabajo, el dinero. A mí eso me parece también grandioso.
Por lo menos, somos muy vitalistas, que luego tiene su parte negra, el apasionado puede llegar a matar, como te decía antes. Yo adoro Portugal, me parece que tienen la parte buena de los españoles y no tienen la parte mala, me encanta. Pero diciéndole esto a mi editor portugués, Manuel Valente, uno de los grandes editores europeos, me dijo hace un par de años: sí, sí, pero estando en un pueblo en la línea, en la frontera, todo estaba apagado, no había nadie por la calle y dos calles más allá, en la parte española, la vida, las risas, la alegría. Así que ese apasionamiento, que mal llevado nos lleva a zonas muy oscuras nuestras, bien llevado es un lujo. La capacidad de alegría de vivir, la vitalidad tremenda y el regocijo de sabernos vivos. Todo eso es muy español y es maravilloso, la verdad.
"Si el corazón pudiera pensar se pararía", decía Fernando Pessoa y lo citas. ¿En qué no puede pensar tu corazón sobre este país?
Lo que no puedo pensar de este país es que no seamos capaces de pensar. Aquí se vive la política como si fueran forofos de fútbol, sin ningún pensamiento detrás, pura irracionalidad y pura pasión ciega, dogmática, mala.
"Muchas veces la vida consiste en elegir entre lo malo y lo peor". Algunos creen que eso fue lo que ocurrió en la transición. ¿Y tú?
No, no, no. Me pone de los nervios toda la gente que dice chorradas de la transición sin haberla vivido, sin haberla estudiado y sin tener ni idea. Lo primero, fue dificilísima; no hay que mitificar. Pasamos un miedo increíble. Estuvimos a un tris de que todo se fuera al garete. Los primeros cinco años de transición murieron más de 50 personas en manifestaciones por tiros de policías, de extrema derecha. O sea, que tú ibas a manifestarte y te podían matar; y luego el golpe de estado. Fue muy muy muy difícil. Pero, en esas condiciones tan difíciles, conseguimos no ser Yugoslavia, que teníamos todas las papeletas. Yugoslavia era exactamente lo mismo: un territorio con muchas fuerzas centrífugas de culturas distintas, con orígenes distintos, con lenguas distintas, como nosotros. Y Yugoslavia salía de haber estado cohesionada ficticiamente por un poder tiránico. Cuando cayó Tito, aquello estalló. Nos podría haber pasado exactamente lo mismo y no nos pasó.
"Juan Carlos es un personaje trágico, que va a pasar a la historia de una manera tan vergonzosa"
Naturalmente todo eso exige un sacrificio en el momento. Llevábamos dos siglos fuera del devenir histórico de nuestro entorno político y perdiendo todos los trenes de la historia. Entonces, si querías un acuerdo para normalizarnos había que hacer concesiones por todas las partes, evidentemente.
A lo mejor hace 30 años, no te digo ahora, habíamos tenido que revisar todo eso, haber hecho lo de la ley de la memoria histórica mucho antes. Pero eso no es culpa de la transición. Eso es culpa de los que vinieron después, que tuvieron muchísima menos altura.
La transición fue un modelo maravilloso. Y todos los grandes males que se le achacan ahora, los cometieron los gobiernos siguientes.
¿Incluyendo los de Felipe González?
Sí, por supuesto que también tuvo responsabilidad porque, además, tenía un apoyo de votos fortísimo y, sobre todo, en el segundo gobierno, porque ya había pasado más tiempo. Felipe llegó al Gobierno en el 82 y, entonces, todavía formaba parte de la recuperación del golpe de estado. Pero después… Yo te estoy hablando de la dejación que empezó a aparecer diez, quince años después de la muerte de Franco, que es cuando la sociedad empezaba a estar asentada y madura.
¿Y la monarquía fue una de esas concesiones?
Claro. Date cuenta que la Constitución también se hizo en unas condiciones complicadísimas. Se hizo lo que se podía hacer. Si había un abanico de posibilidades que iba del 0 al 10, nosotros hicimos 9,5. E incluso el 10 tenía imposiciones. Y, sí, la monarquía venía en el paquete y nos funcionó. Ahora, hace décadas que se debería haber hecho un referéndum sobre nuestro sistema de jefatura del Estado. Y ya estamos tardando muchísimo en hacerlo. Y es de esos polvos posteriores –insisto– a la transición, de dónde vienen estos lodos.
¿Y qué me dices del Rey Juan Carlos?
Pues que es un personaje trágico, que va a pasar a la historia de una manera tan vergonzosa. Y, verdaderamente, se sabía de todo de Juan Carlos, y se publicó. Pero en Interviú, en libros. La sociedad vivía de espaldas y digamos que los grandes medios tampoco perseguían esas noticias. Estábamos metidos en otras guerras o en otros, digamos, principios. Pero vamos una vergüenza. Ha sido, no sé cómo decirte, un tipo zafio y grosero en general en sus maneras de vivir. No es una persona que a mí me sulibeye. Y encima, cazador.
"Me parece un escándalo que se esté protegiendo a Juan Carlos I. Tenemos que ir adelante hasta el final"
¿Y qué te parece que se siga entorpeciendo la comisión de investigación sobre sus negocios, que se le siga protegiendo?
Me parece un escándalo. Tenemos que ir adelante hasta el final.
Hablemos del Covid, Rosa. "Los muertos nunca se van solos: se llevan un pedazo del universo", escribes. ¿Qué se han llevado nuestros muertos de Covid?
Por ahora, la paz social, hasta que se cure esa inmensísima herida. Es que ¡qué rotura de la realidad! Éramos felices y no nos habíamos dado cuenta. No puedo ni pensar en todos los ancianos muertos en las residencias sin que su familia se pudiese despedir. Es que se me saltan las lágrimas. ¿Y qué habrán sentido? Muchos se habrán sentido abandonados. Yo tengo mi tía, madre de mis primas queridas, estaba en una residencia y se murió de Covid. Y entre que la encerraron y se murió pasaron dos semanas. Entonces, es que mis primas piensan que lo mismo se murió de pena, porque, quizá –ella ya tenía demencia–, no podía entender que, de repente, nadie la fuera a visitar. Es una herida tan grande, que hasta que esta sociedad no consiga llegar a un acuerdo con eso. Hablábamos antes de los acuerdos a los que hay que llegar en la vida. Esto es lo mismo y los duelos son larguísimos. Duran años, un par mínimo, la parte más álgida. Y hasta que no lleguemos a un acuerdo con todo eso, no vamos a recuperar la paz social de verdad.
"¿En qué momento justo pasas de ser prudente a ser medroso? ¿Y de ser ciudadano responsable a un entrometido?" Eso se lo pregunta su protagonista sobre una situación que no sabe si denunciar o no. ¿Lo podemos aplicar al uso de las mascarillas y al respeto de las distancias sociales?
Sí, sí. Yo lo llevo muy mal. Me interesan los temas de ciencia, estoy leyendo muchísimo. Informes médicos, todo […] Y cuando salimos del confinamiento, en junio, julio, han estado a punto de pegarme varias veces. Porque iba por la calle, sacaba a mis perros por aquí, que hay un montón de terrazas y veía a la gente joven dándose de besos cuando se encontraban grupos grandes, y yo les decía ha habido muertos y me insultaban. Ahora la cosa ha mejorado mucho. La gente va con mascarilla. Pero ha sido durísimo y no se trata de ser un inquisidor, que mi padre tuvo Epoc y lo que pasó con los niños autistas. Sé que hay mucha gente que no se puede poner la mascarilla. Pero hay otra… Es lo mismo que decíamos antes: el común me importa un carajo y yo soy yo y mi horda. El mismo principio.
"Los muertos del Covid se han llevado la paz social, hasta que se cure esa inmensísima herida. Es que ¡qué rotura de la realidad! Éramos felices y no nos habíamos dado cuenta"
–Y, para terminar: ¿Cómo va de suerte España? ¿Este país tiene buena suerte?
Como yo creo que la suerte, y esa es la tesis de la novela, consiste en una narración adecuada que nos hacemos de nuestras propias vidas, en mirar el mundo de una manera más positiva y adecuada y constructiva y en querer verdaderamente salir adelante, yo te diré que tenemos muy mala suerte, porque en la actitud política prima lo contrario. En vez de remar hacia delante, prima poner anclas y pelearse unos con otros. Esa actitud cainita y sectaria que siempre hemos tenido, que, bueno, hemos superado un poco en los años democráticos, pero que sigue ahí encarnizada, además, con la pandemia, creo que ha empeorado.
¿Y qué futuro le ves a la coalición del Gobierno?
¡Puff! Yo que sé. Me siento como Rappel cuando me preguntan eso. No tengo ni idea. Está crudo.
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