Este artículo se publicó hace 3 años.
Cocinar es un acto de amor primitivo, auténtico y necesario
-Actualizado a
En el libro En la mente de un gato, de John Bradshaw, se desliza una hipótesis interesante. Cuando un felino maúlla frente al platito de leche vacío, ese maullido, sofisticada herramienta nacida para engatusar a los humanos, puede que sea ambivalente. Si aceptamos su contenido semántico, significaría a la vez “comida” y “amor”. Los dos significados en un único y meloso sonido. Ambas cosas dichas sin contradicción.
En una sola palabra, un solo "miau", para ser exactos, el gato expresa la verdad trascendente: comer y amar, leche y te quiero… deberían ser el mismo fonema. El diccionario tendría que ordenarlos en el mismo renglón. Ocurre algo parecido con cocinar, porque guisar, aderezar los alimentos, según el diccionario, es un acto de amor primitivo (y por lo tanto auténtico). Una verdad que no requiere muchos matices. Tu madre, tu abuela, tu padre, tus tíos, cuando te alimentaban, estaban acariciando tu estómago y espíritu. Y si hubieras sido un gato la única respuesta posible a este milagro habría sido… el ronroneo.
Cuando nutres a los otros también te nutres a ti mismo. En el sentido literal y metafórico del término. La cultura, la música, la poesía, todo cuánto puedas querer… surgió, en su origen, alrededor de la olla compartida. Allí nació Homero o la idea de levantar el primer dolmen de piedra. Hoy buscamos nuevas etiquetas para realzar los viejos conceptos. Decimos slow food, ‘comida real’… cuando en realidad solo tendríamos que decir… "¡miau!"
Podemos probarlo en casa. En vez de “te quiero”, digamos “hoy te cocino”. En lugar de “cuánto me gustas”, digamos “qué bueno está tu guiso”. En cambio de “por qué no me quieres”, soltemos: “¿qué puedo hacerte de comer hoy?” Aunque pueda parecer surrealista al principio, al mezclar los términos, encontraremos el sentido de lo que ocurre en la cocina y mesa. Inconscientemente ya lo hacemos cuando hablamos, si decimos, por ejemplo, “te voy a comer a besos”.
La cocina se relaciona con la alquimia ya que con su mediación se transforman los alimentos, las moléculas, la química. Pero también es alquimia porque se pulen las emociones, se convierten en algo precioso, como quien talla el jade o encuentra la piedra filosofal.
El gato ha comprendido algo que nosotros quizá hayamos olvidado con tanto Masterchef y su encarnizada competencia, algo que tal vez hemos desdeñado con la alta cocina y la exaltación de las estrellas. Comer es amar, cocinar es gratitud. “Paella” es “te celebro”. “Brócoli al vapor” es “te cuido”. Como dijo un cocinero célebre, dar pan “es repartir amor”.
Cocinar para los otros es un acto tan simple como necesario. Nada más nacer, alguien nos alimenta. No necesita boato y estupideces. Es una comunión que hermana los sentidos, la salud, el placer, la satisfacción y la urgencia. Anthony Burgess decía que “una comida bien equilibrada es como un poema al desarrollo de la vida”.
Convertimos la necesidad en arte, un arte que puedes practicar todos los días. Los humanos que viven alejados del arte cotidiano, del más sencillo y efímero, viven solo media vida. El gato, en cambio, va sobrado de ellas. Esto lo sabemos desde tiempos muy, muy antiguos. Al viejo Epicuro -al que injustamente se le acusó de los excesos de un hedonismo mal comprendido- le gustaba compartir, en contradicción con cualquier derroche, un frugal queso con sus amigos.
No necesitas más, decía. Había pocos elementos precisos para ser feliz y uno de ellos, además del contacto con la naturaleza, era la philía, la amistad, el compartir con los otros en el célebre jardín. Esto daba la ataraxia, la tranquilidad del alma. Nunca citó el diazepam.
Cuando surgió el epicureísmo, su mundo, la antigua polis griega, se estaba derrumbando por la primera globalización impulsada por un caudillo macedonio lleno de ambición. Se llamaba Alejandro Magno y adoraba los banquetes excesivos y violentos.
Hoy sabemos mucho de Alejandro y poco del filósofo que le dijo, según la leyenda, que se apartase de su camino… Gastemos unos minutos en esta sabrosa parábola.
Cuentan que Alejandro fue a visitar a este sabio en la tinaja en la que vivía en Corintio (vivía en la tinaja pues consideraba que la vida libre se bastaba con muy poco). En reconocimiento a su sabiduría, el poderoso Alejandro le dijo al viejo homeless que le regalaba cuánto quisiera.
Joyas, riquezas, mujeres, esclavos, tierras, banquetes… El filósofo le respondió que perfecto, que se apartara entonces, ese era su deseo, pues le estaba tapando el sol (es una anécdota de Diógenes "el Perro", el maestro cínico).
¡Apártate, chef de mil estrellas! Que me tapas los huevos fritos…
En aquellos días de confusión helenística, tanto Diógenes como Epicuro creyeron que la respuesta a un mundo en crisis era, entre otras cosas, comer con los amigos, en igualdad y autarquía vital, celebrando el amor, la libertad de espíritu y la vida en la radicalidad de su esencia. Tal vez en esta nueva crisis, la enésima, la respuesta siga siendo la misma.
Cocinar es celebrar, una manifestación del amor hacia los otros, claro que sí. Pero también es un acto altruista a veces mal comprendido. Algunos nunca han querido pagarlo, ni siquiera con un "gracias" o un simple… "¡miau!"
Es también un acto de amor hacia ti mismo, pues alimentándote con arte y conciencia, con pasión y tiempo (si dispones de él), con alegría y belleza, reconoces que tu cuerpo, tu nave espacial, el barco que debe conducirte por las corrientes de la vida, es igualmente bello, alegre, amante, artístico y alquímico.
La cocina está cargada de creencias, rituales y emociones. Se dice en algunas tradiciones que si uno cocina enfadado los sabores serán distintos. De ser cierto, está claro que siempre nos han cocinado con amor, incluso en este territorio de desagravios históricos, de sopas de sudor femenino, de mujeres a las que les tocó hacerlo solo por pertenecer a una casta silenciosa. No deja de ser curioso que cuando el “amor” se convirtió en “restaurante”, tras la Revolución Francesa, y el “restaurante” en “estatus”, a ellas, maestras y madres de cocineros, las expulsaran del templo.
Planchar, lavar, cuidar, acompañar… son otras formas de declinar amar. Pero eso no significa que solo unos deban dar y otros recibir, que la relación tenga que ser vampírica. Los humanos confundimos a veces “chupar” con “querer”, “abuso” con “placer”, pero no entendemos que “sopa” es también “te deseo”.
Cocinar es un mapa de aprendizajes y de recuerdos, pues antes de recurrir a Internet solemos aprenderlo unos de otros. Actuamos como los francmasones que construían las viejas catedrales, de aprendiz a maestro. Cada plato es una Capilla Sixtina efímera (no importa que sea deliciosa o no tanto). Quien cocina de algún modo ha quedado atrapado por la flecha dorada del tiempo, quiere repetir el hechizo que sintió cuando era niño.
Algunos recordarán la felicidad velada de su madre al explicarles por teléfono el secreto de sus albóndigas. Felicidad, sí, pues la transmisión era en sí un reconocimiento a tantas comidas y cenas que hizo, estuviera contenta o cansada. Reconocer esto es otra forma de decirnos "miau".
Una receta es un conjuro que revive en un acto sencillo la historia y relación emocional de los pueblos. Decía Neruda que “patria es una palabra triste, como termómetro o ascensor”. No sabemos qué diría el poeta de “sobremesa”. Una receta es un poema práctico y, si es familiar y hereditaria, una forma de resucitar a nuestros ausentes. Es como si Homero o tu abuela pudieran reescribir sus versos utilizando tus propias manos. Los españoles con la invención de la sobremesa comprendimos que la comida era una extensión de todos los territorios necesarios.
El hecho de que las mujeres hayan sido relegadas a la cocina ha sido una pérdida no solo para ellas, sino también y especialmente para los hombres. Estos olvidaron o desdeñaron una forma de querer que la comprende hasta un minino. Los muros de Auswitch fueron levantados por gentes a los que sus padres no les dieron mucho chucrut.
El amor, como el yoga o la esgrima, se practica, y esos hombres del cuaternario tardío no tienen a veces, cuando se hacen mayores y pierden el estatus en el que construyeron su identidad, una forma de meditación efectiva: concentrarte en embellecer el mundo con cuatro ingredientes y especias; el mundo está en las personas que te rodean, ellas, con sus nombres de pila, nunca serán palabras tristes, como iPhone o dividendo.
La receta de una vida plena los incluye a ellos, como en la dieta mediterránea no puede faltar el aceite de oliva. Acariciar estómagos en reconocimiento a cuánto te han dado. Hoy es un día perfecto para iniciarse…
Cocinar para otros, y recibir el alimento que nos edifica, imita un ciclo. Antiguamente la cocina era el centro del hogar, que es como decir el centro del universo. En la tradición, lo hacían las mujeres, pero eso por suerte está cambiando. Cocinar es un trabajo que puede ser arduo y que debe ser compartido. Es una responsabilidad mayúscula que necesita un reconocimiento también mayúsculo. Y es a la vez un acto de rebeldía contra la industria omnívora del plato precocinado y de los cocineros fantasma.
Hoy tenemos claro que en la dieta se juegan las cartas de la vida. Comer con salud es comer en casa, con conciencia, y a poder ser con la mejor compañía. Una forma de sociabilización en extremo humana, quizá la más auténtica. No podemos olvidarla. Junto al baile, es uno de los heraldos de la vida, y necesitamos a estas fuerzas vitales sino queremos que la muerte lleve la delantera.
Somos el único animal que guisa, pues domesticó el fuego, y el fuego, quién podía imaginarlo, traía consigo el regalo. Pero también somos el único mamífero que a veces no comprende que los milagros ocurren a diario… Estamos tan acostumbrados a ellos que solemos ignorarlos.
Engatusar es uno de los verbos más bonitos del diccionario. Dejémonos engatusar en amistad alrededor de la mesa. Sonríe y ronronea… Sé agradecido. Confunde el diccionario. Sé como la niña sin voluntad sintáctica ni camisa de fuerza. Diles con el corazón estofado: “¡Te brócoli mucho!” “¡Eres la pera!”
Hoy es un día perfecto para agasajar a tu madre, padre, pareja o amigo, una vez hayas comido o cenado, con un sonoro y meloso… "¡miau!" Y luego a ronronear a gusto… mientras lavas los platos.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.