madrid
"Cuando vivíamos con mi padre, teníamos una vida muy tensa y oscura. Vivíamos en una sensación de miedo y ansiedad en todo momento". La cineasta iraní Noora Niasari tenía cinco años y su madre 20 cuando escaparon y se fueron a vivir a una casa refugio para mujeres maltratadas en Australia. "Mi primera experiencia de libertad fue vivir en ese refugio". Eran los años 90 y estuvieron allí ocho meses, un tiempo que la directora recupera ahora en su ópera prima Shayda.
Muy poco después de que Noora Niasari terminara el rodaje de su película, la Policía iraní asesinó a la joven Mahsa Amini por no llevar el hiyab según las normas de la moral de Teherán. Ese crimen brutal desató la protesta de las mujeres y la creación del movimiento "Mujeres Vida y Libertad", que se extendió como la pólvora. Hoy la revolución de las mujeres continúa a pesar de que el gobierno ha intensificado la represión contra ellas. A estas mujeres y a su madre, que luchó por su libertad, está dedicada la película.
"Nunca imaginé que llegaría un día en el que una revolución liderada por mujeres se impondría en Irán como lo está haciendo hoy. Estoy asombrada por los millones de madres e hijas que luchan por estas libertades. Esta película está dedicada a mi madre y a las valientes mujeres y niñas de Irán", ha escrito la cineasta, que con este filme autobiográfico se alzó con el codiciado Premio del Público en el Festival de Sundance.
Amenaza constante
Protagonizada por Zar Amir Ebrahimi, que ganó el premio a la mejor actriz en Cannes en 2022 por Holy Spider. Araña Sagrada, la película arrancó con el productor Vincent Sheehan, a quien muy pronto se unió Cate Blanchett con su compañía productora y The 51 Fund, un fondo de capital privado dedicado a financiar largometrajes dirigidos por mujeres. Un equipo para llevar al cine diez años de las memorias de la madre de la cineasta.
Casada a la fuerza cuando tenía 16 años, consiguió huir de la violencia machista con su hija y refugiarse en esa casa para mujeres maltratadas. Allí, las otras mujeres y sus hijos pasaban una o dos noches, mientras que ellas tuvieron que vivir en ese lugar ocho largos meses. No tenían estatus de residentes, no hablaban apenas inglés, no contaban con el apoyo de familiares ni amigos...
Su marido intentaba por todos los medios averiguar dónde estaba la casa en la que vivían, quería regresar con ellas a Irán y, mientras esta mujer esperaba que se resolviera el divorcio que había solicitado, él podía ver legalmente a la niña. Aunque aterrorizada por la amenaza constante de violencia, de que el hombre le robara a su hija, y desolada por la distancia que la separaba de su familia y su país... Shayda siguió adelante. Y esta película es esa historia de valor y de decisión, de "lucha por deshacerse del pasado y encontrar la independencia".
Alegría y calidez
La película de Noora Niasari tiene, además de la autenticidad, muchas otras virtudes. No es la historia de una víctima, no se pone el acento en la tragedia, al revés, ese miedo y ansiedad que viven las mujeres maltratadas conviven en este relato con la alegría y la calidez que hay entre madre e hija y con las otras mujeres del refugio. "Experimenté mucha seguridad con mi madre cuando llegamos al refugio", comentó.
"Estar en el refugio con mi mamá fue la primera vez que me sentí segura en mi vida. Creo que eso es parte de la lucha de ser madre. Dejando todas tus ansiedades a un lado y estando presente con tu hijo para darle esa luz y alegría cada día", confesó en Female Filmmakers in Focus la directora, que consigue mucha de esa luz en su película a través de la celebración de la cultura iraní.
La experiencia femenina
Además, Shayda muestra lo que raramente se ve en el cine, la vida real en estas casas refugio para mujeres maltratadas y, sobre todo, lo que sucede después de la huida, el trauma que sigue a ello. "Mucha gente no sabe que el riesgo de violencia de pareja aumenta una vez que la mujer se va", apuntó la directora en unas declaraciones para Paste Magazine en Atlanta.
"Quería arrojar luz sobre esta experiencia. Es una experiencia muy
subjetiva, la de una mujer que intenta deshacerse de su miedo y encontrar un camino hacia la independencia". Contada desde el punto de vista de la madre y, en alguna secuencia, del de la niña, el formato en 4:3 de la película reproduce la sensación de claustrofobia del personaje, atrapado en una especie de limbo: ha huido de la violencia machista, pero pasa ahora por un momento de incertidumbre, sin saber dónde va a vivir en el futuro.
Ello mantiene el suspense de la historia, un relato autobiográfico al que la directora ha llegado también siguiendo los pasos de sus referentes, otras cineastas como Andrea Arnold o Agnès Varda.
Mujeres "que capturan algo que es muy específico de la experiencia
femenina. Siento que hay tantas películas sobre mujeres hechas por
hombres... Los hombres siempre tienen una mirada masculina, así que, por mucho que intenten que sea una obra feminista, no lo consiguen".
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