Ouka Leele (Madrid, 1957) parece una persona silenciosa y, sin embargo, el primer titular llega en el minuto uno: “Las normas destrozan la vida”, advierte al camarero. Ella es tan flexible que salta de la fotografía a los libros como si nada. Ahora presenta dos nuevos poemarios, Este libro arde entre mis manos (Huerga & Fierro), y una recopilación de poesía que reúne toda su producción a partir de 2000 (Sial).
En el horizonte, un verano movido: prepara una serie de serigrafías para una edición ilustrada de El Quijote (Ahora) y una mudanza. Y la próxima semana presenta en el Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) de Gran Canaria la exposición fotográfica Inédita, con la escenografía de Antonio Belizón y comisariada por Rafael Gordon.
De una belleza que no envejece, Leele empieza por explicar la necesidad de refugiarse bajo un pseudónimo. “Yo tenía una idea de márketing y de crear algo así como una marca. También es verdad que quería esconderme. Crear un nombre y a partir de ahí, hacer lo que quisiera sin tener que estar encasillada. Quería mantener un secreto. No sabes si es masculino o femenino, ni de qué país viene. Ese misterio me hubiera gustado mantenerlo como idea artística. Pero no pude. Con un poco de dinero más subsistir lo hubiera podido hacer”, cuenta. Una idea que hoy es llevada a la práctica por escritores como los italianos Wu Ming.
Los pequeños dibujos que aparecen en Este libro arde entre mis manos revelan su asignatura pendiente: la pintura, a la que le gustaría dedicar más tiempo aunque la gente no acabe de entender tanta versatilidad. “Cuesta romper la percepción que tienen de ti, pero a mí me gusta romper esquemas. Mucha gente se acercaba a la última Feria del Libro y se esperaba un libro de fotografía. Me gustaría volver a la pintura, pero es complicado desde que me dieron en 2005 el Premio Nacional de Fotografía. A partir de ahí tuve un aluvión de trabajo importante”, comenta.
En realidad su último poemario –prologado por Jesús Ferrero- es un único poema, aunque pueda leerse por separado. “Lo escribí entero, de un tirón. Es un libro pequeño y muy íntimo, en el que hablo de la magia que tiene la palabra”. Como todo escritor que se precie, ella también sigue un calendario. “Escribo mucho por la noche. Sobre todo, las noches de luna llena porque duermo menos”. ¿Ouka es una lunática? “Sí. Me influye mucho la luna y cuando no hay luna, me falta algo, me vuelvo vieja. Sé cuándo hay luna y cuándo no sin mirar al cielo”, asegura sus unos ojos azules convencidos.
Sus versos también hablan de amor, para ella, “lo más importante. No entiendo el amor en un sentido cerrado de pareja, sino la fuerza que mueve el mundo. Es como el engranaje del universo. Me interesan mucho los místicos. Había una especia de secta que eran Los fieles del amor, que Raimundo Lulio era uno de ellos. Es como si yo pudiera seguir una corriente filosófica que estuviera basada en el amor”. Pronuncia cada palabra muy serena. “¿Pacífica? Eso me dicen. Tampoco yo me veo tan pacífica”, se extraña.
Como fotógrafa, Leele se desvinculó de la calle muy pronto. Y salvo un par de fotografías de la antología Inédita ‘robadas’ a sus protagonistas, no se ve como fotorreportera. “El mosquito del fotorreporterismo no me ha picado. Nunca he tenido mentalidad de periodista. A Irán no iría. No me interesan nada las guerras”, confiesa.
Explica este desinterés desde su formación pictórica. “Excepto dos o tres fotos no me he dedicado a fotografiar lo que veía en la calle sino lo que yo montaba. Me gustaba lo que hacía Velázquez, que montaba una escena y luego pintaba. Desde muy pequeña quería ser pintora y cuando entré en el mundo de la fotografía seguía teniendo la misma mentalidad”. Algo que se traduce en actitudes sorprendentes, viniendo de un fotógrafo, como liberarse de la cámara en su tiempo libre: “Nunca hago fotos en vacaciones. Ir de viaje y llevar la cámara al hombro me parece un lastre. Reconozco que es raro, pero si salgo con ella a la calle es porque estoy trabajando”.
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