Soleá Morente: "Me gusta moverme entre extremos porque necesito unir cosas imposibles"
La cantante granadina publica el disco que concibió con Enrique Morente antes de su muerte.
Madrid-
A su espalda luce el retrato de Enrique —gafas de sol y pelo encrespado— que pintó su madre, la bailaora y artista Aurora Carbonell, también autora de la portada de Mar en calma (Discos Probeticos), último álbum de Soleá, la del medio de los Morente: Estrella, ella y Kiki.
Canta ahora por Paco Ibáñez y Billie Holiday, en su voz el eco de Caetano Veloso, también las letras de Isidro Muñoz, hombre orquesta a las órdenes de Soleá Morente (Madrid, 1985), quien alumbra el tesoro que había bruñido junto a su padre poco antes de morir.
Su padre le animó a estudiar una carrera. Cuando se licenció en Filología Hispánica, usted le recordó el proyecto que habían concebido tiempo atrás: grabar unas maquetas juntos, quizás el germen de un disco conjunto.
El proyecto surge de un vínculo muy bonito entre un padre y una hija, sin ninguna pretensión, tampoco de publicarlo. En ese momento, yo ni siquiera sabía que iba a ser una cantante profesional. Tiene algo muy especial, mágico y bonito que me remueve por dentro. La única intención era llegar a la emoción y a la verdad a través de la interpretación y de las letras. De hecho, cuando grabamos la maqueta, mi padre me decía: "Olvídate de que esto va a ir dirigido a nadie, lo haces para ti, para tus padres y para tus amigas".
Pese a que le quitase presión, estaba empujándola hacia el arte.
Claro que sí, aunque de eso me di cuenta tiempo después. Su intención era muy generosa porque sabía perfectamente que tenía una necesidad y una vocación de artista. Era muy inteligente para todo en la vida, incluso para ofrecerte la posibilidad de desarrollar lo que quieres hacer, pero no te atreves.
¿Cree que la puso a prueba?
Mi padre nunca nos obligó a que nos dedicásemos a la música, ni utilizó ningún dogma ni imperativo: siempre desde la libertad. Solo nos empujaba a ser sinceros y a conocernos a nosotros mismos. Y él sabía que me movía el arte y que me iba a enamorar de la música.
Estrella ya era cantaora, pero ¿no temía de alguna manera que Kiki o usted se dedicasen a la música?
No tenía miedo, aunque era consciente de la dificultad para convertirse en un artista de prestigio, esa carrera de corredor de fondo tan sacrificada, solitaria y competitiva. Él sabía lo que nos esperaba, pero era un hombre tan enamorado de su oficio que le podía más la afición y las ganas de que sus hijos tuviesen acceso a la maravilla del arte. De hecho, nos impulsaba a conocer la música, no para ser cantaoras o bailaoras, sino como herramienta en la vida. Por eso, desde pequeños, nos llevó a escuelas y nos puso una guitarra y un libro en la mano.
Tres meses después del inicio del proyecto, un 13 de diciembre de 2010, su padre se fue, aunque en el aniversario de su muerte usted regresa con aquellas canciones.
Todo lo que pasa con este álbum es misterioso, porque yo no elegí la fecha, sino que la distribuidora Altafonte decidió el día de su salida en función de la fabricación del disco. No cabe duda de que tiene una magia especial.
¿Lo considera un paso más en su carrera o lo sitúa al margen de su discografía, por su gestación, concepto y estilos?
Forma parte de mi discografía y de mi proceso como artista, aunque es muy diferente a lo que suelo hacer. Es como una pequeña joyita, un tesorito en el camino que he decidido compartir con el público. A nivel interpretativo y vocal, ha sido un desafío, porque Isidro Muñoz me ha llevado a unos territorios en los que no había estado. Yo no había cantado así, porque antes mi voz era más pop y finita, siempre con un deje flamenco.
No obstante, podría tomarse como un punto de inflexión en mi carrera, porque en enero empiezo a grabar con el productor Manuel Cabezalí, a quien le he pedido que hagamos una segunda parte de Aurora y Enrique, y en primavera publicaré otro álbum con Guille Milkyway, de La Casa Azul.
¿Se siente más cómoda cantando en estos registros?
Me siento cómoda cantando de ambas maneras, porque siempre trato de descubrir, de aprender y de aportar algo más a mi voz. Este estilo es más clásico y, en cambio, con La Casa Azul vuelvo a la electrónica. Últimamente viajo de un extremo a otro de una manera muy radical, porque también estoy trabajando con el maestro Paco Ibáñez en Camallera (Girona). Isidro, Guille, Manuel y Paco son extremos muy opuestos, aunque me gusta moverme entre ellos. Necesito unir cosas imposibles y ver qué ocurre.
Fue muy prudente en sus comienzos y, ahora, esta explosión de fertilidad.
De repente vienen proyectos del pasado que se han ido cociendo a fuego lento, pero que en su día no era el momento de publicarlos. Yo no fuerzo nada y, cuando me di cuenta, Mar en calma ya estaba terminado.
Usted, como su padre, es una esponja.
Eso lo he aprendido de él. No puedo evitar esa curiosidad y esa necesidad de encontrar vínculos emocionales con asuntos que me inspiran para seguir adelante. Me pasa en la música y en la vida, siempre metiéndome en líos. Como artista, quiero ir un poco más allá y ver qué sucede: ¿qué pasa si unimos el ayer y el futuro, con el presente por medio?
A través de la Fundación Enrique Morente, ha recuperado el sello de su padre, Discos Probeticos. Decía que el nombre era "provocativo y reivindicador de la modestia local contra el cosmopolitismo prepotente".
Fue una iniciativa genial y una declaración de intenciones: ser el dueño de su propia obra. También una oportunidad para apoyar propuestas artísticas en las antípodas de las multinacionales y para ayudar a la gente joven. Ese era su sueño y por eso fundó Discos Probeticos, cuyo juego de palabras define el proyecto.
Un David contra Goliat desde "Granada, la última frontera, cada vez menos cerrada en sí misma y más abierta hacia todos". Eso lo escribió en 1994 y no sé si aquella ciudad ha cambiado, porque claro que es abierta, aunque a veces cuesta abrir su puerta.
Granada provoca una inspiración absoluta y se abre al mundo, pero sí que le cuesta... Hay una especie de hermetismo que la hace misteriosa y al mismo tiempo muy atractiva. Sigue siendo la Granada de siempre, enamorando a todos los artistas que llegan a ella. Tiene algo especial: el mar, la sierra, la poesía, el rock, el flamenco y esa mezcla de culturas tan potente. Yo creo que le hace bien que a veces le cueste un poco, o sea, que se haga de rogar.
¿Y esa Granada literaria no le ha tentado a escribir?
Claro que sí. Tengo un compromiso con la literatura porque me orienta y me salva la vida. Para mí, es una materia de una trascendencia fundamental, casi más que la música. En ella encuentro el alivio, el abrazo y, leyendo las voces de otros, también mi propia voz. Me inspira muchísimo, porque para escribir canciones primero va la literatura y después me llega la música.
José Agustín Goytisolo, Caballero Bonald, el propio Isidro Muñoz.... Sin embargo, en este disco usted no ha escrito las letras.
No, porque, como planteabas antes, es como un aparte. Quería conservar la idea inicial de una selección de canciones que me emocionan e interpretarlas desde el flamenco, pero con una personalidad propia que no llega a ser flamenco.
Además de sus letras, Isidro Muñoz ejerce de director de orquesta: productor, guitarrista, compositor…
Trabajar con él ha sido increíble. Su maestría, su sabiduría y estar cerca de él es un máster de lujo. Un hombre excepcional y muy cercano a la sensibilidad de mi padre. No había otra persona mejor para ayudarme a terminar este proyecto. Sola no hubiese conseguido esa limpieza en el trazo, porque aquí no hay Auto-Tune ni Melodyne. Ha sido un trabajo minucioso y artesanal. Con Isidro he vuelto al origen y a la raíz, porque todo es muy primitivo.
Discos Probeticos también reeditó el Omega, que deja una estela vanguardista y transgresora que ha guiado a otros músicos.
Hay gente que ha hecho y sigue haciendo cosas muy interesantes. A mi padre el Omega le llegó en un momento de una grandísima madurez como artista y estaría muy orgulloso de ver esa aportación en las nuevas generaciones. De hecho, en vida pudo recibir el feedback de mucha gente joven, que venía a casa a visitarlo. Él era un faro que nos guiaba y nos sigue iluminando e inspirando. Necesitamos a esos músicos importantes que han abierto veredas y dejado un legado.
Fernando Trueba ha traducido los Sonhos de Caetano Veloso. Usted actuó con su hijo, Jonás Trueba, en La virgen de Agosto. ¿Pisará el acelerador del cine y el teatro?
Me encantaría. No he vuelto a hacer más pinitos en la interpretación porque me dediqué a fondo a la música, pero tengo una idea en la cabeza que gira en torno al teatro, la poesía, la literatura y la música. Cuando se calme toda esta vorágine, a ver si me puedo centrar y expresarme por otras vías.
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