MADRID
Actualizado:La actriz Meryl Streep recibirá este año el Premio Princesa de Asturias a las Artes. Desde que se anunció este galardón, muchos han aprovechado para recordar alguno de sus papeles más característicos en la gran pantalla. La artista estadounidense ha creado una categoría de mujer propia, que se compone de la riqueza de los personajes que ha interpretado, todos ellos femeninos y poco convencionales. Viven dramas conmovedores, que se transmiten con total credibilidad y conforman el icono de la propia Meryl Streep. Estos son los temas que la han rodeado en el mundo del cine.
Los límites de la maternidad
Dentro del arquetipo de la madre, Streep ha retratado a una gran variedad de personajes a lo largo de su carrera. En 1979, cuando daba sus primeros pasos sobre los escenarios, interpreta a una mujer que planta a Woody Allen y acaba enrollada con su mejor amiga, con quien cuida de su hijo en Manhattan. Una trama que, en 2023, la podría haber hecho protagonista de una serie de televisión.
En el mismo año también da vida a Joanna, una mujer con ambiciones profesionales que obliga a Dustin Hoffman a replantearse su paternidad en Kramer contra Kramer –su primer premio Óscar, a la Mejor Actriz de Reparto–. Este drama mostró en su época que los roles familiares estaban cambiando y que el sexo no determinaba ser mejor o peor cuidador.
La decisión de Sophie –segundo Óscar, a Mejor Actriz Protagonista– también pone en tela de juicio la maternidad, gracias a una mujer destrozada por no haber podido proteger a sus hijos en Auschwitz. Aunque ella sobrevive al campo de concentración, la experiencia y los remordimientos marcan el resto de su vida. El papel de Sophie contrasta años más tarde con el que interpreta Streep en Río Salvaje, un filme de aventura y riesgo en el que su personaje consigue defender a su familia frente a unos secuestradores. En Cosas que importan y Agosto encarna a una madre a la que le diagnostican cáncer. En ambos filmes se expone que el tratamiento de la enfermedad, para bien o para mal, es una cosa de familia.
El matrimonio y la infidelidad
Las grandes historias de amor también han sido una constante en la filmografía de Streep. En 1984 se enamora de Robert de Niro en una película romántica que saca a la palestra un tema como el de la infidelidad, con inevitable referencia a Breve encuentro. Con esa historia aprendimos que Enamorarse no es cosa de niños y, un año más tarde, en Memorias de África, que el matrimonio poco tiene que ver con los sentimientos y mucho con los negocios. Su personaje, Karen Blixen, experimenta junto al de su amante, en la piel de Robert Redford, otra forma de querer, más libre y alejada de la necesidad de pactos o promesas.
Streep pierde la fe en el matrimonio, pero se casa con Jack Nicholson en Se acabó el pastel –retrato ficcionado del matrimonio y el divorcio entre la guionista Nora Ephron y el periodista Carl Berstein– y acaba siendo víctima de una infidelidad. También lo es en Vida y amores de una diablesa. A este agravio reacciona con venganza y humor. Continúa con el género cómico en La muerte os sienta tan bien, donde los celos y la envidia se apoderan de ella y de su compañera de rodaje, Goldie Hawn, y juntas consiguen sacar de quicio a Bruce Willis.
Años después de su affaire con Redford, revive una historia parecida con Clint Eastwood en Los puentes de Madison. Francesca y Robert nos enseñaron a salvaguardar la intimidad hasta el momento de nuestras últimas voluntades, cuando ya la infidelidad ha proscrito y confesar lo ocurrido no puede cambiar nada de lo que hemos sido.
Meryl Streep al mando
Sus interpretaciones relacionadas con el poder la han convertido en muchas ocasiones en una (fantástica) villana. La Eleanor de El mensajero del miedo es una senadora de gran ambición que dirige la vida de su hijo para que este llegue a la presidencia del Gobierno usando muy malas artes. Todo vale para conseguir su objetivo, aunque eso la convierta en una mujer de dudosa reputación.
Alcanza cierto punto de ternura en El diablo viste de Prada, tan despiadada como elegante y tan villana como heroína, cuando su temida Miranda Priestly utiliza sus influencias para dar a sus hijos en primicia el manuscrito de la última entrega de Harry Potter. Gracias a Streep, Priestly es un personaje sin desperdicio.
A la actriz le sienta fenomenal el poder. En él se crece, como en el papel de Margaret Thatcher en La dama de hierro –que le dio su último Óscar–, en el de la líder de movimiento feminista Emmeline Pankhurst en Sufragistas, al investigar los papeles de Panamá en La lavandería, al encarnar a Katherine Graham, la primera editora del Washington Post en Los archivos del Pentágono o al ser la (incapaz) presidenta de los Estados Unidos en No mires arriba.
Su relación con la música
Como Roberta Guaspari, Streep acercó la música clásica a los neoyorquinos con pocos recursos económicos en Música del corazón. Dadas sus habilidades vocales, se desenvuelve muy bien en el género musical. Ha cantado en Mamma Mia!, Into the Woods, Ricki, The Prom y El regreso de Mary Poppins.
Pero si hay que destacar un papel musical en su obra es la interpretación que hace de Florence Foster Jenkins, una mujer adinerada y con pocas habilidades musicales que, empujada por su sueño de ser cantante, llegó a llenar teatros en Nueva York. Un papel enternecedor de una historia real interpretado con tanta destreza como respeto que no deja indiferente.
El icono de Meryl Streep
Tras este breve repaso de sus experiencias cinematográficas me pregunto: ¿qué vale más: la persona o el personaje? Y como no tengo respuesta me quedo con el icono, con lo que Meryl Streep representa en el imaginario colectivo. El conjunto de matices con el que Streep ha construido una categoría de mujer, con sus múltiples facetas (todas reales), pasiones y vivencias. Con todo lo que nos ha hecho sentir y que, en muchas ocasiones, nos representa.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation.
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