madrid
Dirigida por Mariano Barroso (El día de mañana) y escrita por el propio director en colaboración con Michel Gaztambide y Alejandro Hernández sobre una idea de Abel García Roure, La línea invisible viaja en el tiempo a los años sesenta, al País Vasco. Desde allí narra cómo fueron los inicios de ETA, cómo, en palabras del director en una conversación con Público, esa organización que nació con un "sueño" se comienza "a enturbiar y cómo se empieza a convertir en una pesadilla, a oscurecer".
Hasta que llega un punto de no retorno en el que la violencia se apodera de todo con la llegada del primer asesinado: el agente de la Guardia Civil José Antonio Pardines (Xoán Fórneas). "Nosotros contamos", resume Barroso, "la historia de antes de la pesadilla, justo lo que precede a la pesadilla".
Narrar un relato como este conlleva numerosos retos. Uno de ellos era el de conseguir captar la atención con un trama cuyo final, en mayor o menor medida, es conocido por el espectador. Para conseguirlo se apostó por un género, el thriller, que va creciendo.
"Esa es la idea, porque, claro, cuando conoces la historia, la tensión tiene que estar en ver cómo avanza hasta que llega ese final que todos sabemos que va a llegar. No está en el qué, sino en el cómo", explica Barroso sobre esta decisión de guion. Algo a lo que ayudó, como él mismo añade, el hecho de que hubiese "pistolas, policías, torturas, emboscadas, gente que se esconde en los bosques, gente que huye, poca esperanza, no hay niños apenas (quitando a la hija de Melitón)… Todo eso casi te lleva al género".
Una argumentación con la que coinciden dos de los principales implicados en dotar de esa tensión a La línea invisible, Enric Auquer y Álex Monner. Ambos dan vida a los hermanos Etxebarrieta, José Antonio y Txabi. Monner, quien interpreta a quien fuera jefe de ETA aquel 7 de junio de 1968 convirtiéndose en el primer asesino de la banda y, con solo unas pocas horas de diferencia, en su primer muerto, avisa, con acierto, que "la apuesta del thriller le da un dinamismo a la serie que engancha".
Sabiendo cuál fue el final de ETA, la pregunta que se plantea esta serie de seis episodios con un reparto que incluye a los ya mencionados pero también a Antonio de la Torre, Anna Castillo, Asier Etxeandia, Patrick Criado y Patricia López Arnáiz, entre otros, tiene que ver con cuál fue el inicio y cuáles fueron las motivaciones de los implicados para llegar hasta donde se llegó.
Sobre la complejidad y las contradicciones de los protagonistas, Barroso señala que "cuando te pones a documentarte descubres, por ejemplo, una anécdota que lo dice todo: Melitón Manzanas, el torturador de la Policía franquista, el jefe de la policía social formado en la Gestapo resulta que hablaba euskera, era euskaldún, era un tipo de Irún. Xabi Etxebarrieta, líder de ETA, no entendía ni una frase en euskera. A partir de esa contradicción empiezas a construir y a descubrir detalles que empiezan a darle capas y dimensión a los personajes".
El actor malagueño vuelve a firmar una actuación premiable con un personaje nada sencillo y con muchos recovecos al que es imposible interpretar juzgándolo
De ahí la importancia de la construcción que tanto Monner como Antonio de la Torre hacen de Txabi Etxebarrieta y Melitón Manzanas. En el caso del comisario, este pasó a la historia como la segunda víctima mortal de ETA, pero también como uno de los torturadores del franquismo. Sin embargo, para su hija era "un buen padre".
El actor malagueño vuelve a firmar una actuación premiable con un personaje nada sencillo y con muchos recovecos al que es imposible interpretar juzgándolo. De la Torre lo aprendió hace ya 25 años, cuando comenzó en la actuación, apunta.
"Un actor nunca tiene que juzgar a su personaje, siempre tienes que defenderlo. La violencia nunca tiene justificación, pero explicación sí la tiene. Tú, en una serie de circunstancias, en un clima de desesperación, haces un análisis geopolítico-ideológico de Afganistán y entiendes que de ahí salgan locos que se lancen a por las Torres Gemelas. ¿Está justificado? Claro que no. Pero explicación sí que tiene, de por qué se da ahí y no en otro lado. El personaje tienes que vivirlo con sus razones, que las haces tuyas", analiza.
Una filosofía, la de no juzgar, que esgrimen también sus dos compañeros de rodaje y que, según explica Barroso, es un "privilegio" del actor, del guionista, del director…
"Uno de los privilegios que tiene nuestra profesión es que no tiene que dar respuestas. Trabajamos con preguntas, trabajamos con emociones, no con respuestas como sí tienen que hacer los políticos o los jueces. Nos podemos permitir por eso, mostrar las cosas como son y no juzgar, no decidir, no tomar la justicia por nuestra mano. Algo que sí hacen los personajes, que se sienten legitimados para decidir a quién pueden matar y a quién no. Nosotros no podemos juzgarlo, tenemos que mostrarlos por medio de sus acciones, contar quiénes eran, cuáles eran sus afectos, sus sueños, sus conflictos, sus contradicciones, pero no podemos juzgarlos, estaríamos manipulando y sería una mentira que no aguantaría ni un minuto en pantalla".
Eso propicia que una historia sobre los comienzos de ETA, sabiendo cómo se desarrolló la etapa de terror que vino después con 852 muertos más, no se deje arrastrar al terreno de lo maniqueo, de los blancos y los negros, sino que se mueve en el de la multitud de grises.
Para el director esto "es fundamental porque la Historia con mayúsculas puede ser maniquea, las historias con minúscula nunca pueden serlo, tienen que ser creíbles y para que lo sean los personajes tienen que ser de carne y hueso. Un torturador puede ser implacable en su trabajo en la comisaría, pero puede ser un excelente padre para su hija. Un chaval puede ser un poeta sensible y un intelectual avanzado a su tiempo y puede un día empuñar un arma y matar a una persona. Esas complejidades definen y marcan la historia".
El momento y la posible recepción
El estreno de La línea invisible llega dos años después del anuncio de la disolución de la banda terrorista y habiendo pasado una década de su última víctima, el policía francés Jean-Serge Nèrin.
No es la primera ficción sobre ETA que se rueda, pero sí coincidirá más o menos en el tiempo -a falta de una nueva fecha de estreno tras cancelarse la inicial de mayo- con Patria, basada en la novela de Fernando Aramburu. Una aborda el momento clave en el que la banda cambió de objetivos, de aquella asamblea en la que se apostó por un camino distinto al inicial.
La otra habla, desde la ficción, del dolor generado, de las secuelas, de cerrar heridas, del perdón y la reconciliación. Ambas parecen complementarias y llegan habiendo pasado, quizá, el tiempo suficiente para adentrarse en este tipo de historias.
"Creo que hay la necesidad de conocer lo que pasó. En el caso de La línea invisible el interés que tiene es muy específico y está muy ligado al hecho concreto de que creo que es muy importante conocer lo que ocurrió antes de que empezará todo lo que sabemos que ocurrió después. Casi nadie conoce lo que pasó antes, cómo se gestó todo aquello y creo que ahí había una zona oscura, un hecho que no estaba contado, un vacío en nuestra historia reciente, por cierto, llena de vacíos", explica Barroso sobre la razón de ser de su serie.
Para el actual presidente de la Academia del cine contarlo era necesario porque, dice, "no soy de los que creen eso de que hay que mirar hacia delante. Hay que mirar hacia delante, pero hay que recordar de dónde venimos. Creo que esta historia nos ayuda a entender mejor, a conocernos mejor, a entender mejor lo que pasó después. Es importante entender esos conceptos de identidad nacional o esa legitimidad que se concede a alguien -Melitón Manzanas o Txabi Etxebarrieta, cada uno a su nivel y en su contexto- para decidir por la vida o la integridad de otro ser humano. Siempre recuerdo esa frase hermosa de Gandhi que dice que por una causa uno debe estar dispuesto a morir, pero nunca a matar. Creo que eso lo explica todo y es lo que deberían aplicarse todos ellos".
Sobre el momento actual, Antonio de la Torre señala que "es evidente que se ha ido el miedo, parte del miedo. ETA ya lleva diez años sin matar. Y el tiempo te da esta distancia que te permite el relato. A veces necesitas tiempo, tomar distancia. Supongo que los relatos surgen cuando tienen que surgir o cuando pueden surgir". Siendo el tema que es, La línea invisible tendrá complicado eludir del todo la polémica, pero eso no preocupa a sus protagonistas. Enric Auquer tiene claro que "al final es una historia y cada uno la entiende como quiere, y si hay alguien que se cabrea porque existe esa historia pues que se lo haga mirar. Al final creo que una historia contada en la que los polos ideológicos que se puedan cabrear al escucharla se sienten heridos es que está bien, ¿no? Cuanto más toque a los polos contrarios, algo habremos hecho bien".
La violencia y la guerra nunca tienen sentido
Tanto director como actores insisten en señalar a lo largo de las conversaciones mantenidas con Público que, por mucho que en su origen ETA naciese como una organización que luchaba, en teoría, contra el fascismo y la "represión obrera", como lo define Auquer, la violencia nunca está justificada. Añade el actor de la también serie de Movistar+ Vida perfecta que "ahí se inició una guerra que tenía explicación en ese contexto, partiendo de que ninguna guerra tiene sentido, pero después cuando ETA siguió matando cuando entró la Constitución en España ya son otros cantares".
La línea invisible irá creando espectadores con diferentes opiniones
Monner, cuyo personaje tiene la evolución más feroz de la serie, confía en que "el visionado de La línea invisible irá creando espectadores con diferentes opiniones. Yo creo que la lucha que estamos retratando Enric y yo con nuestros personajes no tiene mucha controversia. Quiero decir, que cualquier persona que sienta que su libertad está absolutamente coartada, no una libertad a grandes trechos, sino las libertades más básicas como el hecho de hablar tu propio idioma, parece absolutamente normal que llegue un momento que el ojo por ojo y el diente por diente acabe surgiendo dentro de una sociedad. No quiero decir matar a alguien. Evidentemente que no. No estoy hablando de terrorismo, de matar a nadie. Pero esta reacción de jóvenes que se juntan para hacer frente a quien les está oprimiendo me parece absolutamente normal". Después, y ese es el terreno en el que se adentra La línea invisible, ETA mutó hacia la violencia cruzando esa línea de no retorno porque, "la guerra", añade Monner, "no creo que sea nunca la respuesta a nada, nunca".
Al final, en medio de una época oscura y como ya ocurría en El día de mañana, seire que estaba ambientada en los últimos años del franquismo en Barcelona, se entreabre la puerta a un mensaje, a una lección aprendida, menos gris.
"Creo que era importante buscar la luz. Porque La línea invisible cuenta la tragedia de un pueblo, del pueblo vasco como un todo dividido en dos mitades incapaces cada una de sentir el dolor del otro, incapaces de la empatía, con una banalización del dolor ajeno espectacular, y con una negación del dolor del otro y de la existencia del otro muy estremecedora, con un viaje muy fuerte de narcisismo y de odio que nace de justo de esta época que contamos", comenta Barroso.
En el desarrollo de ese ir a los orígenes llama la atención que en una historia sobre ETA, el franquismo y el terrorismo, además de todo lo que se presupone que ha de haber (odio, violencia, lucha, muertos…) quede cierto espacio para el amor, ya sea este en el seno de la familia o más en el sentido romántico del término. Para Auquer la presencia de ese sentimiento fue "fundamental, uno de los motores más importantes del personaje en el cual concentrarme porque allí estaba la parte humana del personaje y creo que fue el sitio donde agarrarme para ir construyendo y humanizando a José Antonio". En el caso de Monner su visión es mucho más trágica porque "el amor fraternal y familiar es algo que Txabi acaba de alguna forma rechazando en pos a convertirse en el líder de ETA".
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