Diego Corriente, el bandolero que robaba a los ricos y socorría a los pobres
El salteador de caminos sevillano encarna al bandido generoso o social, que contó con el favor del pueblo frente a las injusticias de los poderosos.
Madrid-
Los grabados de Gustave Doré perfilaron el aura romántica de los bandoleros andaluces, quienes cautivaron a escritores extranjeros como el barón Charles Davillier, acompañante del ilustrador en su periplo por España en 1862. Influidos por el romanticismo, franceses y británicos viajaron a nuestro país para captar la esencia de una figura que habían estereotipado antes incluso de preparar su equipaje.
Ya había muerto el Tempranillo cuando Théophile Gautier lamentaba no haber sido asaltado en un camino: "¡Decepción amarga para dos jóvenes viajeros entusiastas, que habrían dado por una aventura todo su equipaje!". Poco quedaba de los bandoleros de leyenda cuando algunos intentaron seguir sus huellas e incluso entrevistarlos, porque "una olla sin tocino sería tan sosa como un volumen sobre España sin bandidos", que diría Richard Ford.
"Suelen ser viajeros que van a España por necesidades profesionales, como diplomáticos, militares o comerciantes, o que viajan movidos por el deseo de satisfacer curiosidades: la pasión por lo exótico ha sido una motivación importante en este turismo primitivo en España", señala Rosa Cardinale en El bandolero español (Verbum), donde cita dos adjetivos que han acompañado a los protagonistas de su libro: bandido generoso o social.
Encaja en esa categoría el sevillano Diego Corriente (1757-1781), "apostillado en todo momento como el que roba a los ricos para darlo a los pobres, lo que hace de él una especie de revolucionario social, cuya reforma no trasciende en la realidad y, por eso, se añora", escribe el experto en historia militar Enrique Martínez Ruiz, autor de El bandolerismo español (Catarata).
No fue el único así considerado, pues otros también ejercieron de Robin Hood con sus paisanos o mostraron piedad hacia sus víctimas, a quienes no desvalijaban por completo o les permitían conservar algunos objetos de valor sentimental. Más allá de la supuesta generosidad, los salteadores de caminos eran conscientes de que si respetaban a los vecinos luego podrían contar con su ayuda para burlar el peso de la ley.
Una manera de obrar que "cala hondo y se magnifica en positivo en la mente popular", esculpiendo la figura del bandido "aureolado por la generosidad y la aplicación de principios equitativos y primitivos de la justicia", añade en su libro el catedrático emérito de Historia Moderna de la Universidad Complutense de Madrid. La propia Canción de Diego Corrientes así lo define: "El que a los ricos robaba / y a los pobres socorría".
Nacido en Utrera en una familia de jornaleros, comenzó a robar caballos a los 19 años, que luego vendía en Portugal, aunque se desconoce qué lo llevó a iniciarse en las actividades delictivas. Pronto se convertiría en el archienemigo de Francisco de Bruna y Ahumada, oidor decano de la Real Audiencia de Sevilla, quien lo describió así: "Tenía dos varas de cuerpo, y era blanco, rubio, ojos pardos, grandes patillas de pelo, algo picado de viruelas y una señal de corte en el lado derecho de la nariz".
Conocido como el Señor del Gran Poder, Ahumada no perdonó que lo humillase y lo condenó a ser "arrastrado, ahorcado, y hecho cuartos, y puestos en los caminos públicos", como rezaba el edicto contra el célebre bandolero, acusado de "salteamientos en caminos, asociado con otros con uso de armas de fuego, y blancas; insultos a las haciendas y cortijos y otros graves excesos, por los quales [sic] se ha constituido en la clase de Ladrón Famoso".
Entre las afrentas al magistrado, que se adentran en el terreno de la leyenda, lo obligó a que le atase sus cordones cuando cruzaba un puente en Utrera y, disfrazado, llegó a cobrarle él mismo la recompensa que ofrecía por su captura. Además, ante varios testigos, arrancó el citado edicto, dictado por la Sala del Crimen de la Real Audiencia de Sevilla, que había sido expuesto en la plaza de Mairena del Alcor.
Pese a que sus correrías apenas abarcaron cuatro años, su fama trascendió Sevilla y Andalucía. "Efectivamente, la carrera delictiva de Diego Corriente es muy corta, en comparación con la de otros bandoleros famosos, pero en su existencia se dieron unas circunstancias que lo hicieron singular, empezando por no tener delitos de sangre, algo que podría diferenciarlo a nivel judicial, aunque tal proceder no fuera del dominio público", explica Enrique Martínez Ruiz.
"Sí lo eran los desplantes y humillaciones con los que victimizó a Bruna, la encarnación del poder. Y en esa dialéctica Bruna-Corriente, el débil se imponía al poderoso. Esta sí fue una faceta de su existencia delictiva que contribuyó a hacer de él un auténtico héroe, concretamente un héroe romántico. Y si a esto le añadimos que repartiera dinero entre los pobres, tendremos el retrato completo", añade el historiador.
Especialista en la Guardia Civil y en la guerra de la Independencia —Diego Corriente no participó en la lucha de guerrillas contra los franceses porque falleció años antes de la invasión napoleónica—, Martínez Ruiz profundiza en su principal rasgo: "Ese reparto de dinero a los necesitados es lo que le da la otra faceta de su personalidad: la de bandido generoso".
"Esto evidentemente tiene un fundamento real, aunque fuera magnificado al correr de boca en boca: todo bandido necesitaba una cobertura de complicidades y esas complicidades se compraban con dinero. El reparto entre los que constituían esa cobertura, compuesta por gente humilde, podría originar parte de esa leyenda del bandido generoso", conjetura el autor de El bandolerismo español (Catarata). Un altruismo, pues, interesado.
Acosado por las autoridades, Diego Corriente fue detenido en Covilhã, logró huir y volvió a ser arrestado en Olivenza, entonces perteneciente al Reino de Portugal, por lo que el conde de Floridablanca, secretario del Despacho de Estado, tuvo que mediar para que fuese extraditado a España. Un viernes santo de 1781, apenas 23 años después de su nacimiento, fue ahorcado y descuartizado en Sevilla. Su cabeza y sus miembros fueron expuestos en lugares públicos como escarmiento y advertencia.
Su partida, integrada por una quincena de bandoleros entre los que se contaban un fraile y sus sobrinos Juan García y Francisco Mateos Tenazas, fue la más famosa a finales del siglo XVIII. "Su nombre trascendió los ámbitos andaluces y fue conocido en toda España, algo que consiguieron los cabecillas más importantes potenciando su fama", recuerda a Público Enrique Martínez Ruiz.
"En ese aumento de la fama volvemos a tener en la base las humillaciones a Bruna, que corrían de boca en boca exaltando la figura y la fama de quien era capaz de realizar semejantes proezas", añade el historiador, quien cree que su popularidad también se debe a su carácter, que en términos actuales podríamos definir como mediático. En cambio, "las partidas coetáneas a la suya estaban más interesadas en que sus delitos no se conocieran y que sus golpes no pudieran atribuírseles que en ganar fama", caso del insolente y audaz bandido utrerano.
¿Pero por qué se convirtió en bandolero? En su libro, Martínez Ruiz especula que tal vez lo hizo como reacción a las injusticias del latifundio andaluz y difunde el retrato robot del jefe de una cuadrilla de bandoleros románticos: "Iniciaba su carrera a edad temprana, por lo general, encarnando la protesta individual contra una situación que consideraba abusiva y que padecía directamente por la prepotencia de un poderoso o de una autoridad".
"A veces, su conducta respondía a la satisfacción de una venganza personal o se originaba por la perpetración de un delito ocasional, por el que quedaba al margen de la ley [...], siendo su fama creciente un reclamo para otros fuera de la ley, que se le sumaban aceptando su jefatura. Al trascender su fama, trascendía su imagen (se ha dicho que no hay bandoleros románticos, que lo romántico es su imagen), que acaba convirtiéndose en tópica y típica", escribe el historiador.
¿Reaccionó así Diego Corriente ante las injusticias que sufrían los desharrapados de su tierra? "No lo podemos descartar", responde Martínez Ruiz. "En Andalucía, uno de los factores del desequilibrio social era el desigual reparto de la propiedad, algo que venía desde muy atrás y que se agravaría cuando se decretó la desamortización de los bienes eclesiásticos, que acentuaría más esa desigualdad. Por eso, pienso que, aunque no sabemos ciertamente la causa por la que se echó al monte, muy bien pudo deberse a que sufriera alguno de los males que propiciaba una propiedad muy desigualmente repartida, como sucedió con otros bandoleros, como el Barquero de Cantillana".
Otros autores, como Antonio Cruz Casado, se han mostrado críticos con las supuestas causas de su rebeldía. "Casi todos ellos sufren un proceso de mitificación bastante acentuado en el imaginario popular, porque se les veía como héroes que se oponían en ocasiones a situaciones sociales injustas, apreciaciones que coincidían poco o nada con la realidad histórica", subraya el filólogo y profesor cordobés en el prólogo de El bandolero español, de Rosa Cardinale.
El salteador de caminos utrerano ha protagonizado coplas, novelas por entregas, obras teatrales, zarzuelas y películas. Un análisis de su figura a través de la ficción y de los documentos oficiales ha llevado al ensayista Jean-François Botrel a concluir que ha prevalecido la visión popular, como indica en "El que a los ricos robaba…": Diego Corrientes, el bandido generoso y la opinión pública.
"Memoria y codificación, como producción colectiva disidente con respecto a la ideología dominante, devuelven instantáneamente a Diego Corrientes su primitiva condición de ladrón pero con la sublimación andaluza de su encarnación visual y sobre todo la definitiva condición de bandido generoso", escribe Botrel en su artículo, publicado en Redes y espacios de opinión pública (Universidad de Cádiz).
"En la larga duración, no lograron cundir ni la versión desde el poder ni la desde el teatro: venció la tercera, la del pueblo, y sigue Diego Corrientes robando mágica y eternamente a los ricos…, para un ilusorio o lúcido consuelo del pueblo y de alguno más", deja claro el catedrático emérito de Lengua y Cultura Hispánicas en la Universidad de Rennes 2.
Sin duda, su biografía ofrece suficientes ingredientes para erigirse no solo en un bandido famoso, sino también sin par. "No recuerdo ningún enfrentamiento entre un bandolero y la ley de las características que presenta el de Diego y Bruna", argumenta Martínez Ruiz. "También lo singulariza que no cometiera delitos de sangre y resultó impactante la forma en que fue ajusticiado, otro elemento más a su favor, pues se consideró una fragante injusticia, debida al deseo de desquite y venganza de quien encarnaba el poder".
En todo caso, Diego Corriente ya era leyenda cuando comenzaron a visitar nuestro país, décadas después de su muerte, los viajeros franceses y británicos, quienes a juicio de Antonio Giménez Cruz falsearon la imagen de una España "infestada de bandidos generosos y galantes", como critica en su ensayo El mito romántico del bandolero andaluz, publicado en Cuadernos Hispanoamericanos.
El exprofesor de Lengua y Literatura Española en el Williams College de Williamstown (Massachusetts) no solo achaca la visión "distorsionada" de nuestro país a Samuel Edward Cook, Charles Rochfort Scott, George Borrow, Richard Ford, Théophile Gautier, Prosper Merimée, Alexandre Dumas, Charles de Davillier o Gustave Doré, sino también a la literatura por entregas y a los romances sobre personajes rebeldes y al margen de la ley que el pueblo y la tradición oral escogieron para expresar "la impotencia que, de siglos, sienten ante las clases privilegiadas y el poder constituido".
De nuevo, el pueblo, que a veces lo llamaba Corrientes. En cambio, Martínez Ruiz se inclina por Corriente y justifica el motivo. "Si bien en algunas fuentes manuscritas se habla de él en plural, creo que eso es un error debido a una lectura apresurada o a una mala transcripción documental, pues el alargamiento del trazo de la letra e puede haber equivocado a los lectores posteriores de esos documentos, que tomarían por es lo que es solamente una e con el trazo inferior alargado y curvado al levantar la pluma el amanuense".
El autor del libro El bandolerismo español tampoco descarta que "algunos escribanos lo escribieran en plural por la transmisión oral de algunos hechos, pues en Andalucía nos comemos las eses finales". Todavía hoy podemos leer su apellido en singular, siglos después del ocaso de los bandoleros clásicos, cuya desaparición obedeció a diversas razones.
"A nosotros nos ha matado el alambre", sentenció Joaquín Camargo en referencia al telégrafo y el teléfono, una frase antológica del Vivillo recogida por Constancio Bernaldo de Quirós y Luis Ardilla en El bandolerismo andaluz (Maxtor). El alambre, las desamortizaciones, la mejora de la red caminera, la aparición del ferrocarril y la Guardia Civil, cuya creación en 1844 supuso el fin del bandolerismo romántico.
Surgió entonces el bandolerismo organizado, formado por tres estratos. Abajo, los confidentes. En el medio, los caballistas o ejecutores. Arriba, los ideólogos. Ocultos y alejados de unos caminos apenas transitados, quienes orquestaban los golpes eran ahora personas con "una solvente posición social", "siempre entre bastidores" y "parapetadas en su aparente honradez". Unos caciques con información privilegiada. No resulta complicado hacerse una idea de quiénes hoy, libres de toda mácula, han recogido su testigo.
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