Este artículo se publicó hace 2 años.
Del ¡Hey, pijo! a las Air Jordan: así nacieron el break dance, el grafiti y el rap en España
El Museo Nacional de Antropología emprende una renovación con la exposición 'Todo comenzó en el 84. Orígenes del graffiti en España'.
Madrid--Actualizado a
Furia y Xaka entrenan duro para poder viajar a París 2024, donde el break dance será deporte olímpico. Entonces se cumplirán cuarenta años de la irrupción de este baile callejero en Barcelona (Estrellas Negras, Puppets, Street Dance y Breakers 54) y en Madrid (Salvador Melgares, South City Breakers, Break Power y Madrid City Breakers, también conocidos como Los Kappa). Pioneros que no se podrían imaginar hasta dónde llegarían sus herederos.
Algo estaba pasando si Mayra Gómez Kemp presentaba a los estadounidenses Break Machine en Un, dos, tres…, cuya actuación fue vista por millones de espectadores. Un hito que contribuyó a popularizar el break dance, aunque en realidad ya habían bailado previamente en Àngel Casas Show, de TV3. Catalunya, a la vanguardia, también contaba con dos b-boys que traían las últimas novedades de Londres, mientras que la capital acogía a veraneantes que influyeron en los breakers barceloneses.
En Madrid, la base aérea de Torrejón de Ardoz fue fundamental para difundir el baile y, posteriormente, la palabra. Los soldados estadounidenses y los empleados que trabajaban en el recinto militar inocularon el hip hop a los madrileños, quienes podían sintonizar Radio Vinilo y escuchar a los raperos yanquis, pues difundía en las madrugadas de los viernes la programación de la emisora de la base. En sus casas, la chavalada grababa una música que le sonaba a gloria bendita, mientras volvía a hacer cola para ver en el cine Breakdance.
Todo comenzó en el 84. De ahí que Francisco Reyes (Madrid, 1972) haya elegido ese título para la exposición que ilustra los Orígenes del graffiti en España, subtítulo de una muestra que puede verse hasta el 1 de noviembre en el Museo Nacional de Antropología. Sin embargo, sus protagonistas no son solo las pintadas y sus autores, porque el comisario entendió que para enmarcar el nacimiento del grafiti había que acomodar en las paredes y en las vitrinas el breaking y el rap. O sea, el universo del hip hop.
Reyes también estaba allí. Fue breakdancer y grafitero, pero se muestra reacio a hablar en primera persona porque "la exposición es de todos, por eso no destaca ninguna persona sobre el resto". Suso33, Kapi, Zeta, Mata, Remebe, Larry88, Randy o Toro han dejado su huella en el museo, que parece un andén o un vagón de metro de finales de los ochenta. También el propio comisario de la muestra, aunque prefiere no desvelar cómo firmaba.
"Mejor lo dejamos ahí. Yo quiero que se conozca la historia, no ser protagonista". Sus inicios, en todo caso, podrían ser los de cualquier grafitero, por lo que ayudarán a trazar la prehistoria del hip hop en Madrid y, por extensión, en España.
Akimoto, Torrejón y las Nike, por Francisco Reyes
"Empecé a bailar break dance a los doce años, en 1984, cuando empezó todo. Puede parecer que era muy joven, pero entonces medía un metro ochenta y salía con chavales de dieciséis, por lo que fui precoz.
Antes de que saliera por la tele y de enterarnos de que el break dance existía, estaba en casa de mi amigo Carlitos probando por primera vez el kalimotxo, cuando sonó el timbre. De repente, entró Akimoto haciendo break.
Era colega nuestro, un negro gigante que ya pintaba y rapeaba en spanglish en 1984. La chica de Carlitos dijo que estaba guay y le pidió que volviese a bailar otra vez. Como vimos que le gustaba a las tías, le pedimos que nos enseñase. En tres semanas, ya éramos unos veteranos de mierda [risas].
Él bailaba desde 1978 gracias a la base de Torrejón, donde trabajaba su familia. Cuando empezó, era un auténtico gimnasta. Además, tenía música y ropa. Era un avanzado con información, aunque nunca presumió de ser uno de los primeros. Supongo que en cada barrio había un Akimoto. Porque la clave era esa: la información.
Akimoto, como yo, vivía en Hortaleza. En el barrio había bastantes afroamericanos que trabajaban en la base y muchos guineanos. En ese sentido, no crecí con prejuicios y, de hecho, mi mejor amigo era mulato.
Luego estaba la colonia de norteamericanos de La Moraleja. Como estos eran muy confiados, dejaban las Nike en los alfeizares de las ventanas y algunos colegas míos se llevaban las zapatillas. Yo nunca lo hice, pero acepté unos cordones de breaker robados, rojos y amarillos, que se pueden ver en la exposición".
Unas Air Jordan costaban a mediados de los ochenta 16.000 pesetas (96 euros), una fortuna de la época, cuando el salario mínimo era de 37.170 pesetas (223 euros). Tampoco era fácil ver unas Nike Vandal, las mismas que lucían los breakers en A Todo Break, un concurso del programa televisivo Tocata.
Las Puma o Adidas tampoco eran accesibles para el colectivo, por lo que las más populares fueron las Paredes y las J'hayber, producto nacional bruto, marca España con cordones gordos. Algunos modelos se exhiben en Todo comenzó en el 84. Orígenes del graffiti en España, junto a prendas customizadas, espráis, trozos de carteles publicitarios con firmas de la época y fotos, documentación preciada porque entonces escaseaba.
De hecho, muchos grafitis no pudieron ser inmortalizados porque el revelado resultaba caro. Lo de menos era la cámara, pues cualquier colega podía tener una Werlisa, fabricada por la empresa Certex en Vic. Sin embargo, no todos eran conscientes de que las pintadas tenían una fecha de caducidad, lo que contribuyó a que no fotografiasen tantas y tantas obras.
Pero nos estamos adelantando en el tiempo. Estamos en 1984 y los breakers se reúnen en Nuevos Ministerios (Madrid) y en el metro Universidad de Barcelona, donde en 1986 surgen los primeros escritores de grafiti, como Lito y Fasim o los grupos Mafia 2 y Demons. Entonces el break dance comienza a declinar, en 1987 emprende una travesía en el desierto y muchos breakers lo dejan y algunos se pasan a la pintura o a la música. Ayuda, de nuevo, el cine, desde la película Colors hasta el documental New Jack City.
Del break dance al grafiti, por Francisco Reyes
"Como todos, bailé un par de años y me pregunté: ¿ahora qué hago? Podía rapear o hacer grafitis, pero como cantaba fatal, a finales de los ochenta me puse a pintar. Era un elemento de la cultura hip hop que me molaba, aunque no entendía el lenguaje ni por qué había que escribir tu nombre.
Me fijé en el Toeo y conocerlo se convirtió en mi obsesión. Le seguí la pista y, buscando firmas por la calle, ubiqué la zona en la que vivía. Un día vimos a un tío mayor, lo llamamos y se giró hacia nosotros. Digo mayor y tendría veintiún años... [risas] Cuando escribió unas letras góticas, casi nos meamos.
Entonces me propuso entrar en el grupo BTC, pero me puse tan nervioso que dije que no. Luego, unos grafiteros que eran colegas suyos hicieron una pintada dirigida a mí en un pasillo de la estación de metro de Avenida de la Paz, donde nos dejábamos mensajes estampados en la pared. Era nuestro internet.
Me citaron en unos recreativos del barrio, pero como había dos, iba corriendo de uno a otro para encontrar al Toeo. Aquello era un sueño: conocer a tu ídolo y que te invite a formar parte de su grupo. A partir de entonces, empezó a ser mi maestro".
El auge del grafiti y del rap se produce entre 1989 y 1991. Muelle estampa su tirabuzón aquí y allá, testigo que recogería el flechero Remebe. Los discos recopilatorios se suceden y MC Randy triunfa con su ¡Hey, pijo!, que presentó en la no menos pija discoteca Jácara, donde le entregaron un premio al single del año. Jungle Kids y QSC no llegaron a publicar ningún elepé, pero su nombre se escribía con mayúsculas. Y algunas mujeres también se hicieron un hueco en el escenario, como Sweet, aunque no tardaría en esfumarse cuando en 1992 los medios dejaron de prestar atención al hip hop.
"Se aburrieron, igual que les había pasado con el break dance en 1986. Todo se fue a la mierda: ni rap, ni grafiti, ni nada. Era un fin de ciclo, porque los de la vieja escuela alcanzamos los veinte años y teníamos compromisos: novia, mili, universidad, trabajo…", recuerda Francisco Reyes, profesor de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, cuya tesis doctoral versó sobre sus pasiones: Graffiti, breakdance y rap: el hip hop en España.
A partir de ese momento, explica, se parte de cero. Surge una nueva generación y, con la ayuda de los veteranos, crean sus propios sellos discográficos, programas de radio y televisión, revistas y fanzines, festivales, marcas de ropa y pintura... "Ya no éramos títeres en manos de empresas", añade el director del programa Ritmo Urbano, de La 2 (TVE). "Pero esta es otra historia, que habrá que contar más adelante".
Ahora toca mostrar los períodos dorados del break dance (84-85) y del rap y el grafiti (89-91). "La exposición era inevitable. Después de presentar la tesis, colaborar en prensa, crear revistas, escribir libros, impartir una asignatura en la universidad y dirigir un programa en la tele, ¿qué nos quedaba? Pues meternos en un museo", comenta Reyes. "Porque el hip hop es digno de estudio. No somos unos niñatos con capucha y espray en la mano, sino personas adultas que trabajamos en distintos sectores".
La labor era ingente: rescatar del baúl los "cacharros" de la época y pedirles a los colegas que hiciesen lo propio. Hay vinilos, casetes, carteles, ghetto blasters (loros) pintarrajeados, zapatillas, ropa, cinturones, cartas, recortes de prensa y fotos inéditas, no solo de Madrid y Barcelona, sino también de las escenas de Alicante, Castellón, Sevilla y Valencia. "Y los textos explicativos los hemos escrito a mano en las paredes, porque queremos que el visitante se sienta dentro de una zona de grafiti, con tanta firma y tanto chorretón".
Uno de ellos resume el final de un ciclo: "La exagerada presencia en los medios de comunicación acabó saturando. La serie de El príncipe de Bel-Air cerró una etapa y abrió otra. Cuando piensas que Leticia Sabater, Jesús Gil o Lola Flores tenían un rap, es que algo habíamos hecho mal". La moda mediática del hip hop pasó, pero sus protagonistas siguieron presentes después de 1992, aunque no les apuntasen los flashes de la prensa. Una tercera época digna de una segunda exposición.
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