MADRID
Actualizado:Propuso, cuando solo tenía 22 años, un ejercicio de "autoconciencia masculina" y se declaró públicamente feminista. Era el año 1974 y todavía no había estrenado su primer largometraje. Hoy, casi medio siglo después, el cineasta italiano Nanni Moretti explica desde el cine por qué era necesario aquello y por qué sigue siéndolo. En Tres pisos, estrenada en el Festival de Cannes, un pensamiento hostil y conflictivo masculino arrolla la vida de todos los personajes, entre los que están las mujeres que escuchan, siempre más dispuestas a solucionar problemas.
Adaptación al cine –primera que hace Moretti en cuatro decenios- de la novela del escritor israelí Eshkol Nevo, Tres pisos arriba, la película revela las vidas de tres familias que viven en el mismo edificio. Historias que se entrecruzan creando una atmósfera de culpa y de duelo, en la que se dirimen temas como la justicia, las consecuencias de nuestras elecciones y la responsabilidad de ser padres.
Regreso a la honestidad
Un padre obsesionado por saber qué le ha ocurrido a su hija de siete años una noche con un vecino anciano. El mismo hombre, en su papel de marido, enfrentado a la culpa de la infidelidad. Un juez incapaz de aceptar su responsabilidad como padre… son los relatos que nacen tras un turbador inicio, con una mujer embarazada en la calle de noche, con dolores de parto, en el mismo momento en que un joven borracho atropella a otra mujer y la mata.
Decidido a seguir el camino más recto para llegar pronto a la esencia, Moretti prescinde en esta película de su celebrada ironía -no hay una gota de sarcasmo en esta historia-, apuesta por la sencillez y se tira de cabeza a un mar de sospechas y angustias de la burguesía, denuncia la toxicidad del comportamiento masculino y reivindica un regreso a la honestidad y a una ética de integridad.
La herencia ética y moral
La clase media debe salir ya de su burbuja, grita Nanni Moretti desde esta película. Hay que vencer el impulso egoísta e intentar compartir y mirar hacia el futuro de todo el colectivo. "Esta historia describe cómo tendemos a llevar una vida aislada, alejándonos de una comunidad de la que ya no somos conscientes o que consideramos desechable –escribe el director y guionista en las notas de producción de la película-. Sin embargo, las historias muestran hasta qué punto estamos implicados en un esfuerzo colectivo por sentirnos parte de una comunidad. La película es una invitación a abrirse al mundo exterior que llena las calles más allá de nuestros muros domésticos. Ahora depende de nosotros no encerrarnos en uno de estos tres pisos".
Escapar de ese encierro y aceptar la hipocresía en la que nos hemos instalado, empecinados en debatir el legado medioambiental que dejaremos a las siguientes generaciones, nos olvidamos, según Moretti, de la herencia ética y moral que quedará. "Cada gesto que hacemos, incluso en la intimidad de nuestro hogar, tiene consecuencias que afectarán a las generaciones futuras. Cada uno de nosotros debe ser consciente de este hecho y asumir su responsabilidad: son nuestras acciones las que legamos a nuestros hijos".
Suspendida en el tiempo
Un reparto magnífico, pero sin estrellas, con Riccardo Scamarcio, Alba Rohrwacher, el propio Nanni Moretti, Margherita Buy o Adriano Giannini, entre otros, ayuda al cineasta a crear ese universo aislado, egocentrista, en el que los personajes se devoran los unos a los otros, y en el que las mujeres siente profundamente la soledad. "Con usted es todo más real, sola me da miedo todo", dice una mujer a otra mujer en una escena que define perfectamente las intenciones del director.
Tres pisos, igual que antes La habitación del hijo, no contiene ni un sola referencia a la actualidad, y aunque rodada en un edificio de Roma, la historia sirve para cualquier lugar.
Es, como aquella otra, una película suspendida en el tiempo, una historia en la que Nanni Moretti presenta, una vez más, a mujeres que no viven satisfechas con sus certezas, que no están clavadas, inmóviles, por sus propias convicciones. Son la cara opuesta de los hombres que retrata, seducidos por ellos mismos, seguros de estar en el lado correcto ocupando casi siempre el espacio del otro.
Por ello, la última escena de la película, absolutamente premeditada, es la de una mujer, la jueza, mirando hacia el futuro, abierta al mundo, que se ha rebelado ante la mentira que nos han contado "en los últimos dos años, cuando nos han dicho que podemos vivir sin otras personas, sin sentirnos parte de una comunidad".
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